– En este momento, Genaro está separado de nosotros por la fuerza de la percepción -dijo don Juan casi en un susurro-. Cuando el punto de encaje alínea un mundo, ese mundo es total. Esta es la maravilla con la que se toparon los antiguos videntes sin jamás darse cuenta de lo que era: la conciencia de la tierra puede darnos un levantón para alinear otras grandes bandas de emanaciones, y la fuerza de ese nuevo alineamiento hace desaparecer al mundo que conocemos.
"Cada vez que los antiguos videntes efectuaban un nuevo alineamiento, creían que descendían a las profundidades o ascendían a los cielos. Nunca supieron que el mundo desaparece como un soplo de aire cuando un nuevo alineamiento total nos hace percibir otro mundo total.
Don Juan estaba a punto de empezar su explicación, pero cambió de parecer y se puso de pie. Habíamos estado sentados en el cuarto grande, compartiendo un momento de silencio.
– Quiero que trates de ver las emanaciones del Águila -dijo-. Para eso, primero tienes que mover tu punto de encaje hasta que veas el capullo del hombre.
Caminamos de la casa al centro del pueblo. En el parque, frente a la iglesia, nos sentamos en una banca vacía. Era temprano por la tarde; un día de sol y viento con bastante gente arremolinada por doquier.
Como si intentara grabármelo en la mente, repitió que el alineamiento es una fuerza única porque o ayuda al punto de encaje a moverse, o lo mantiene pegado a su posición acostumbrada. Dijo que el aspecto del alineamiento que mantiene estacionario al punto de encaje es la voluntad , y el aspecto que lo hace moverse es el intento . Comentó que uno de los misterios más profundos es la manera en que la voluntad , la fuerza impersonal del alineamiento se transforma en intento , la fuerza personalizada, que está al servicio de cada individuo.
– Lo más extraño de este misterio es que el movimiento es tan fácil de lograr -prosiguió-. Pero lo que no es tan fácil es convencernos de que es posible. Ahí, precisamente ahí está nuestro mecanismo de seguridad. Tenemos que ser convencidos. Y ninguno de nosotros quiere dejarse convencer.
Me aseguró que yo me encontraba en el estado de conciencia acrecentada más agudo, y que era posible que yo intentara mover mi punto de encaje a mayor profundidad hacia el lado izquierdo, a una posición de ensueño . Dijo que los guerreros jamás deben tratar de ver sin la ayuda del ensueño . Yo alegué que dormirme en público no era algo que yo considerara placentero. Aclaró que el mover al punto de encaje de su posición natural y mantenerlo fijo en un nuevo sitio es estar dormido; con la práctica, los videntes aprenden a estar dormidos y sin embargo se comportan como si nada les ocurriese.
Hizo una pausa momentánea y después agregó que para poder ver el capullo del hombre, uno tiene que contemplar a la gente mientras se alejan de uno. Resulta inútil contemplar a la gente cara a cara, porque el frente de capullo ovoide del hombre tiene un escudo protector que los videntes llaman la placa frontal. Es un escudo casi inexpugnable, inflexible, que a todo lo largo de nuestras vidas nos protege contra los embates de una fuerza peculiar que surge de las emanaciones mismas.
También me dijo que no me sorprendiera si el cuerpo se me ponía tieso, como si estuviera congelado, y que me iba a sentir casi como una persona que mira la calle por la ventana, parado a la mitad de un cuarto. Me advirtió que la velocidad resultaba de fundamental importancia, ya que la gente iba a cruzar la ventana de mi ver extremadamente rápido. Me pidió que relajara los músculos, que parara mi diálogo interno, y que, bajo el hechizo del silencio interno dejara desplazarse a mi punto de encaje. Me instó a darme yo mismo de firmes palmadas en el lado derecho, entre la cadera y las costillas.
Lo hice tres veces y quedé profundamente dormido. Era un estado de sueño extremadamente peculiar. Mi cuerpo dormía, pero yo estaba perfectamente consciente de todo lo que ocurría. Escuchaba a don Juan y podía seguir cada una de sus instrucciones, como si estuviera despierto, y sin embargo no podía mover el cuerpo de ningún modo.
Don Juan me advirtió que un hombre iba a pasar frente a la ventana de mi ver y que debería verlo . Traté de mover la cabeza y no pude hacerlo. De pronto, apareció una brillante forma ovoide. Resplandecía. Quedé atónito al verla y, antes de que me recuperara de la sorpresa, había desaparecido. Se alejó, flotando, ondeando de arriba a abajo.
Todo fue tan repentino y rápido que me sentí frustrado e impaciente. Sentí que me comenzaba a despertar. Don Juan volvió a hablarme; me ordenó terminar con mi nerviosidad. Me dijo que no tenía ni derecho ni tiempo para impacientarme. De pronto, apareció y se alejó otro ser luminoso. Parecía hecho de una blanca pelambre fluorescente.
Don Juan me susurró al oído que si así lo deseaba, mis ojos eran capaces de disminuir la velocidad de todo lo que enfocaban. Me advirtió de nuevo que otro hombre se acercaba. Y en ese momento me di cuenta de que había dos voces. La que acababa de escuchar era la misma que me exhortó a tener paciencia. Esa era la voz de don Juan. La otra, la que me decía que usara los ojos para hacer más lento el movimiento, era la voz del ver .
Esa tarde vi a diez seres luminosos en movimiento lento. La voz del ver me orientó para ver en ellos todo lo que don Juan me dijo acerca del resplandor de la conciencia. En el lado derecho de esas luminosas criaturas ovoides, abarcando quizás una décima parte del volumen total del capullo, había una banda vertical con un resplandor ambarino más fuerte. La voz del ver dijo que esa era la banda de la conciencia del hombre. La voz señaló un punto en la banda del hombre, un punto con el brillo intenso; se encontraba sobre la superficie del capullo en la parte superior, casi en la cresta de las formas oblongas; la voz dijo que era el punto de encaje.
Al ver a cada criatura luminosa de perfil, desde el punto de vista de su cuerpo, su forma ovoide era como un gigantesco yoyo asimétrico parado de lado, o como una olla casi redonda que descansaba de lado, con la tapadera puesta. La parte que parecía una tapadera era la placa frontal; abarcaba quizás una quinta parte del grosor del capullo total.
Hubiera seguido viendo a esas criaturas, pero don Juan dijo que tenía que contemplar a la gente cara a cara, mientras vienen hacia mí, y sostener mi contemplación hasta que rompiera la barrera y viera las emanaciones.
Seguí su orden. Casi al instante, vi un brillantísimo despliegue de fibras de luz, vivas, apremiantes. Era una visión deslumbrante que de inmediato rompió mi equilibrio. Caí de lado a la acera de cemento. Desde allí, vi que las apremiantes fibras de luz se multiplicaban; se abrían con una sorda explosión y surgían de ellas miríadas de otras fibras. Pero, aún siendo apremiantes, de alguna manera, las fibras no interferían con mi visión ordinaria. Muchísima gente entraba a la iglesia. Y ya no podía aplicarles mi ver . Había bastantes mujeres y hombres alrededor de la banca. Quería enfocar mis ojos en ellos, pero repentinamente una de esas fibras de luz se hinchó. Se convirtió en una bola de fuego que tenía quizás dos metros de diámetro. Rodó hacia mí. Mi primer impulso fue rodar de lado para quitarme de su camino. Antes de que siquiera pudiera mover un músculo, la bola me había golpeado. La sentí tan claramente como si alguien me hubiera dado un leve puñetazo en el estómago. Un instante después me golpeó otra bola de fuego, esta vez con bastante más fuerza, y entonces, con la mano abierta, don Juan me dio una cachetada en la mejilla. Me incorporé involuntariamente de un salto, y perdí de vista a las fibras de luz y a los globos que me golpeaban.
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