Genaro comenzó a caminar de nuevo, y algo me jaló a moverme con él. La fuerza que me hacía seguir a Genaro también me impedía mirar a mi alrededor. Mi conciencia estaba pegada a los movimientos de Genaro.
Vi a Genaro desplomarse como si estuviera absolutamente agotado. Al instante en que tocó tierra y se estiró para descansar, algo en mí quedó en libertad y nuevamente pude mirar a mi alrededor. Don Juan me escudriñaba con curiosidad. Yo estaba frente a él, de pie. Estábamos en el mismo lugar en el que nos habíamos sentado, en una ancha cornisa de roca en la cima de una montaña. Genaro jadeaba y silbaba al respirar y yo también. Estaba cubierto de sudor. Mi cabello estaba completamente empapado. Mi ropa estaba mojada, como si me hubieran metido a un río.
– Dios mío, ¡qué es lo que me están ustedes haciendo! -exclamé en un tono de total sinceridad.
La exclamación sonó tan ridícula que don Juan y Genaro comenzaron a reírse.
– Estamos tratando de hacerte entender el alineamiento -dijo Genaro.
Don Juan me ayudó a sentarme. Se sentó a mi lado.
– ¿Recuerdas lo que pasó? -me preguntó.
Le dije que sí e insistió en que le dijera con exactitud lo que vi . Su petición resultaba incongruente con lo que dijo, que el único valor de mis experiencias era el movimiento de mi punto de encaje y no el contenido de mis visiones.
Explicó que Genaro ya me había ayudado del mismo modo en otras ocasiones, pero que yo nunca podía recordar nada. Dijo que, como antes, Genaro guió mi punto de encaje para que alineara un mundo con otra de las grandes bandas de emanaciones.
Hubo un largo silencio. Yo estaba entumecido, asombrado, y sin embargo, mi conciencia de ser estaba más aguda que nunca. Pensé que por fin pude entender lo que era el alineamiento. Algo dentro de mí, que yo activaba sin saber cómo, me dio la certeza de que había entendido una gran verdad.
– Creo que ya comienzas a moverte por tu propia cuenta -me dijo don Juan-. Regresemos a casa. Ya hiciste bastante hoy día.
– No le hagas -dijo Genaro-. Es más fuerte que un toro. Hay que empujarlo un poquito más.
– ¡No! -dijo don Juan con firmeza-. Tenemos que ir muy despacio con él. Su fuerza no le da.
Genaro insistió en que nos quedáramos. Me miró y me guiñó el ojo.
– Mira -me dijo señalando a la cordillera oriental de montañas-. Las sombras de la tarde apenas han ascendido dos centímetros en las laderas de esas montañas y sin embargo anduviste en el infierno con pasos de plomo por horas y horas. ¿No te parece eso más que asombroso?
– ¡No lo asustes por las puras! -protestó don Juan casi con vehemencia.
Fue entonces que vi sus maniobras. En ese momento la voz del ver me dijo que don Juan y Genaro eran dos acechadores extraordinarios que jugaban conmigo. Don Juan era quien siempre me empujaba más allá de mis límites, pero siempre dejaba que Genaro hiciera el papel agresivo. Aquel día en la casa de Genaro, cuando llegué a un peligroso estado de temor histérico mientras Genaro le preguntaba a don Juan si yo debía ser empujado, y don Juan me aseguró que Genaro se divertía a mi costa, la verdad era que Genaro se preocupaba por mí.
Mi ver me causó tanta sorpresa que comencé a reír. Don Juan y Genaro me miraron con asombro. Al instante, don Juan pareció darse cuenta de lo que ocurría en mi mente. Se lo comunicó a Genaro, y ambos se rieron como niños.
– Ya estás entrando en la madurez -me dijo don Juan-. Justo a tiempo; no eres ni demasiado estúpido ni demasiado inteligente. Igual que yo. Eres un poco más estrafalario que yo. En ese respecto eres como el nagual Julián, salvo que él era brillante.
Se puso de pie y estiró la espalda. Me miró con los ojos más penetrantes y feroces que jamás he visto. Me incorporé lleno de terror.
– Un nagual jamás le deja saber a nadie que él controla todo -me dijo-. Un nagual va y viene sin dejar huella. Esa libertad es lo que lo hace nagual.
Sus ojos relumbraron por un instante, luego se cubrieron con una nube de suavidad, de bondad, de humanidad, y nuevamente fueron los ojos de don Juan.
Apenas podía yo mantener el equilibrio. Me iba a desvanecer, y no podía evitarlo. Genaro saltó a mi lado y me ayudó a sentarme. Se sentaron ambos, uno de cada lado.
– Vas a recibir un levantón de la tierra -me dijo don Juan al oído.
– Piensa en los ojos del nagual -me dijo Genaro en el otro oído.
– El levantón te vendrá en el momento en que veas un brillo en la cima de esa montaña -dijo don Juan señalando el pico más alto de la cordillera oriental.
– Nunca más volverás a ver los ojos del nagual -susurró Genaro.
– Deja que el levantón te lleve adonde fuera -dijo don Juan.
– Si piensas en los ojos del nagual, te darás cuenta de que una moneda tiene dos caras -susurró Genaro.
Quería pensar en lo que ambos me decían, pero mis pensamientos no me obedecían. Algo me presionaba desde arriba. Sentía que me contraía. Tuve una sensación de náusea. Vi que las sombras vespertinas avanzaban rápidamente, ascendiendo por las laderas de las montañas orientales. Tenía la sensación de correr tras ellos.
– ¡Ahí viene! -exclamó Genaro en mi oído.
– Fíjate en esa cima. Fíjate en el resplandor -me dijo don Juan al otro oído.
En verdad, había un punto de intenso brillo en el lugar que señalaba don Juan, en el pico más alto de la cordillera. Miré cómo el último rayo de luz solar se reflejaba en él. Sentí un hoyo en la boca del estómago, como si estuviera en la montaña rusa de un parque de diversiones.
Más que escuchar, sentí un lejano estruendo de terremoto. Las olas sísmicas, que me alcanzaron abruptamente, eran tan ruidosas y tan enormes que perdieron todo significado para mí. Yo era un insignificante microbio que giraba y se torcía sin tregua.
Por grados, el movimiento disminuyó. Hubo una sacudida final antes de que todo se detuviera. Traté de ver a mi alrededor. No tenía ningún punto de referencia. Parecía estar plantado, como un árbol. Arriba de mí había un cúpula blanca, reluciente, inconcebiblemente grande. Su presencia me hizo sentirme exaltado. Volé hacia ella, o más bien fui lanzado como un proyectil. Tuve la sensación de seguridad, de bienestar, de tranquilidad; mientras más me acercaba a la cúpula, más intensos se volvían estos sentimientos. Finalmente me hicieron perder toda conciencia de mí mismo.
Cuando volví a estar consciente de mí, me mecía lentamente en el aire como una hoja que cae. Me sentí agotado. Una fuerza succionadora comenzó a jalarme. Pasé por un agujero oscuro y después me encontré sentado entre don Juan y Genaro en la cornisa de roca.
Al día siguiente, los tres fuimos a Oaxaca. Ya entrada la tarde, don Juan y yo paseamos por la plaza. De pronto, comenzó a hablar acerca de lo ocurrido el día anterior. Me preguntó si entendí a lo que se refirió cuando dijo que los antiguos videntes habían tropezado con algo monumental.
Le dije que sí lo entendí, pero que no podía explicarlo con palabras.
– ¿Y qué crees que era lo más importante que queríamos que descubrieras en la cima de esa montaña? -preguntó.
– El alineamiento -dijo una voz en mi oído, al mismo tiempo que lo dije.
Me volví instantáneamente y me topé con Genaro, quien estaba justo atrás de mí, caminando en mis huellas. La rapidez de mi movimiento lo sobresaltó. Soltó una risa nerviosa y me abrazó.
Nos sentamos. Don Juan dijo que era muy poco lo que realmente podía decir acerca del levantón de la tierra que yo recibí, que los guerreros siempre se encuentran solos en esos casos, y que la verdadera comprensión llega mucho más tarde, después de años de lucha.
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