Carlos Fuentes - Cambio De Piel

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El Domingo de Ramos de 1965 cuatro personajes inician un viaje hacia Veracruz y se detienen en Cholula, ciudad de las pirámides aztecas. En el laberinto de sus galerías se internarán las dos parejas, como en un descenso a los infiernos, que concluirá con una tragedia ritual inesperada. `Ficción total` en palabras del propio autor, `Cambio de piel` indaga en el mito del México prehispánico y en el holocausto europeo a través de la memoria de sus protagonistas para decirnos que, en definitiva, todas las violencias son la misma violencia. Un retrato del hombre de nuestro siglo, atormentado por las dudas sobre el presente, la carga del pasado y el miedo del porvenir.

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Ella se levanta. Cruza la calle. Llega hasta nosotros con la cajetilla en una mano. Olemos a puro Lago Maracaibo. Nadie se mueve. A mí no necesita ponerme lumbre, bárbara. Pero ella enciende un fósforo. Lo observa brillar. Mira de la llama al Barbudo y no a mi pinga bien parada detrás del pantalón. Le dice después de la larga pausa, aprovechadísima:

– Y tú…

El Barbudo se rasca las costillas y saca esa tarjeta de una bolsa interior del sacote. Se la tiende a la Pálida. Miro por encima del hombro largo, huesudo, mientras las ganas se me van que vuelan. Miro esa tarjeta de reclutamiento, A-1, preséntese inmediatamente, John Jacob Richardson, campo de reclutamiento X, South Carolina, ahí te voy. Tío Ho, con mis regalitos de fósforos y perro cansado.

La Pálida acerca el cerillo a la tarjeta que se incendia como un bonzo de bambú.

Todos chiflan la marcha de los marineros salvo la Pálida, Jakob y yo. Más discretos. Más dignos.

– Si no entramos pronto, los tecolotes se van a dar cuenta -les digo.

Pero nadie se mueve. Están cuadrados. Chiflan. From the halls of Montezuma. Aquí mero empezaron los hijos de puta.

El Barbudo se acerca a la Pálida y me dan ganas de incendiar las melenas y las barbas del hombre, que ya están en llamas, que ya se ofrecen con un resplandor erizado. La toma del brazo. No me acerqué por eso. Te lo juro. No para borrar una culpa que no siento. Y ella levanta el nuevo rostro, lavado por la gasolina, el rostro sin cejas, sin labios, sin sombras, el rostro de ojos un poco bizcos:

– ¿Entonces por qué?

– Te morirías si no te explicaran todo, ¿verdad?

Él habla con una voz cada vez más baja.

– Para recuperar a otra mujer.

Una voz perdida en la cabellera mojada de la Pálida. Les digo que hay que entrar.

– ¿Quién? ¿Quién es Hanna? ¿Hanna?

La Pálida no mueve un músculo de su nuevo rostro de tierra líquida, de llama seca. Pero todos miran con una seriedad falsa a Jakob y el Barbudo toca con los nudillos a la puerta de latón:

– No sé. Nunca supe bien -y el rostro polveado de un hombre asoma por la rejilla, inquiriendo sin palabras y la Negra sonríe:

– Orden, orden. Los testigos podrán hablar por turno.

– ¿Qué les cayó encima? ¿Dónde fue el aguacero? Así me da gusto verlos, bañaditos. ¿Se cayeron en Poza Rica? Huelen a circo, huelen a purititos diablos.

La Capitana nos conduce por los salones apretujados de esta casa fin de siglo donde nuestro hedor le da en la madre al de polvos de arroz y pescadería y las chamacas chismean en bola al pie de la noble escalera de cedro y los nalgones con trajes de avión beben en la barra y los padrotes sirven las copas en bandejas abolladas. La Capitana hace un gesto de fuchi y nos guía hacia la escalera. Las viejas que los acompañan han de querer estar solas, muy prívate, hay bonitos shows, los chincholes nos les suben al rato, ¿quién quiere humo en tubo?, a ver, ¿cuántas muchachas quieren, aquí cuáles son viejas y cuáles machos?, ya no se sabe, el de los calzones colorados qué quiere, pinga o coño, déjese ver y apreciar, garfilazo.

El Rosa-Correosa se deja bajar las mallas de trapecista por la Capitana. El rostro del joven, la melena de paje, la nariz medio pinochesca, se confunden como su voz:

– Es que yo… yo quería ser testigo de algo…

Déjese hacer, grafilazo, nomás para estas seguras ay madréporas ya lo decía yo pasen muchachas. El Rosa-Correosa, sin calzones, se sienta al filo de la cama en este cuarto sin ventanas, con ventanas tapiadas, quizás alguna vez hasta hubo un balcón, allí, a la derecha:

– Bueno, es posible que me haya quedado en testigo y nada más. Pero es que no sabía.

La Negra arroja las botas y cae encima del Rosa:

– El testigo será coherente o se callará la boca.

Se la calla a besos. El Rosa-Correosa la desviste con prisa. Capitana, que nos sequen la ropa. La noche es más larga que los senderos de los huehuenches, más honda que las montañas del mar y aquí nadie está sanforizado, mi Capitana. Dile a las chamacas que pasen del umbral, que ya no se muerdan los dedos o se queden allí paradas como tordos o dándonos la espalda, vámonos mana, aquí no hay bisnieto, éstos no son clientes serios, vienen por puro relajo, vienen de ociosos, vienen a reírse; pero mira mana dónde lo criaron, como los toros de Piedras Negras, como los burros de Zacatlán de las Manzanas, ah la maciza, ah la correosa, y van entregando los tacuches que ya no se aguanta la respirada esto se corta con cuchillo, vayan encuerándolos, hay para todas. ¡Me lo rifo!

Me lo rifo, grita la Capitana y se planta como un sapo en la canícula, nerviosa y verde y buchona, mirando para dónde dar el siguiente brinco con su cuerpo de guayaba y su sonrisa de tecla. Que las chamacos nos desvistan, riendo y murmurando, de rodillas, cabizbajas, profesionales, las antiguas esclavas, las geishas de canela y viruela loca, temblando de gusto porque están hincadas sirviendo a los señores: que nos desvistan a nosotros, de pie, que nos encueren a nosotros, las estatuas.

Sólo el Rosa-Correosa está tirado en esa camota matrimonial, enorme, como ya no se hacen, sin apartar la colcha colorada, con la Negra Morgana a su lado, la Negra bien bichi a excepción de esa cartuchera sin balas que se le engancha en los huesos de las caderas y él dice sí, si sólo pudiera ordenar mi sueño; pero es que todo parece haber sucedido hace tanto tiempo. Todos tuvimos ese sueño: ¿Tú no? ¿Quién le entra a la rifa? ¿Cuándo han visto algo igual? Examen:

– ¿Cuál sueño? Repita. Datos. Hechos. No se confunda. Le va a costar caro.

– ¿Con el que me separé de mi familia?

– No se quede corto.

– ¿Con el que fuimos a Grecia?

– Rememore. Tome ácido glutámico.

– ¿El sueño de los treintas, mis lecturas de juventud, los románticos?

– ¿Qué es un romántico?

– ¿Alguien que manosea sus sueños?

– Sea menos preciso.

– Todo es inminente. Todo es aberrante. La belleza o el crimen.

– Rememore. Discronice.

– Le juro que sólo he recordado a Raúl y a Ofelia para saber si ya vivieron en mi nombre. Si puedo dejar de repetir lo que ellos ya hicieron.

– Nazca de vuelta, testigo.

¿Cuándo, chamacas? Navaja de sangre, retazo de garañón, torre de Nestlé, plátano de oro, nervio de pulpo, pescado negro, éntrenle a la rifa, aquí están mis diez baros de tehuana mesopotámica, ¿cuándo, rucasianas?, elote de piedra, cabeza de rorro, piel de elefante (Renato was here: hilarantes comediantes, amigos elefantes, dura piel que no sirve para guantes), arrugas de guajolote, vello de puma, no verán algo igual otro igual, no sean majes, quién sabe qué diga, habla chino, vean, es que la defensa habló hace un rato de la unidad recuperada, ¿verdad?, de todos los deseos cumplidos con sólo desearlos y yo acabo de estremecerme al pensar que ellos (más bajo, solloza la Negra, más bajito, mi amor) los criminales y ellos (¿Tú también?, se resigna la Capitana, ¿ni tú lo resistes, chaparra? sea por Dios, venga la lana) los poetas, pudieron salir de la misma madre: ¿Sade se llama Auschwitz, Lautréamont se llama Treblinka, Nietzsche se llama Terezin? Se juega. No va más. Ay sí. Porque nuestro sueño, el que nunca pude escribir, pero que nacía, no sé, de todo un espíritu del tiempo, el soldado, la culebra, el negrito, la sandía, el gallo, no sé, del tiempo, era que también había que acabar (pronto, mi amor, acaba pronto, no te das cuenta, qué importa después, primero yo, ahora) con ese mundo que nos había mutilado a todos, el charro, el jorobado, la muerte y su hacha, y que la única manera de hacerlo era lo mismo que él dijo, el negro, ponerlo todo a prueba, someter toda la realidad al deseo: desear lo que nadie se atrevía a desear, la que saque el gallo de la porcelana ganará la rifa: ése era mi sueño (más, más, ya mi amor, mi testigo, que sí, que sí) se agita la nica, se revuelve bien, no hay chapuza, aquí no se transa, putas pero honradas: las dos revoluciones, la del mundo y la nuestra, la de fuera y la de adentro (miamor, miamor, miamor) la victoria del deseo y el fin de las terribles oposiciones, lo tuyo y lo mío, la palabra y la acción, el sueño y la vigilia, el cuerpo y el alma, todo lo que nos divide, la patria, la bandera, el hogar, la propiedad: el Rosa va a dejar de hablar o las palabras se le ahogarán y las dirá convertidas en bosques de espuma: ya. ¿De veras deseé ese mundo total, Ligeia?

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