Ayn Rand - Los que vivimos
Здесь есть возможность читать онлайн «Ayn Rand - Los que vivimos» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Современная проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.
- Название:Los que vivimos
- Автор:
- Жанр:
- Год:неизвестен
- ISBN:нет данных
- Рейтинг книги:4 / 5. Голосов: 1
-
Избранное:Добавить в избранное
- Отзывы:
-
Ваша оценка:
- 80
- 1
- 2
- 3
- 4
- 5
Los que vivimos: краткое содержание, описание и аннотация
Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Los que vivimos»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.
Los que vivimos — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком
Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Los que vivimos», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.
Интервал:
Закладка:
– No lo he olvidado. Y ésta es una de las razones de mí acto. Oye, ¿crees que quiero vivir a tu costa por todo el resto de mis días? ¿Crees que puedo quedarme aquí contemplándote mientras paseas a los paletos por el Museo o engulles humo de cara al "Primus"? Aquella imbécil de Antonina no tiene que hacer de cicerona. Y no se pondría tus trajes ni que fuera para fregar el suelo. Lo que ocurre es que no tiene que fregar el suelo. Y bien: tampoco tú tendrás que hacerlo. ¡Pobre ingenua! No sabes lo que es la vida. No la viste nunca; pero la verás. Óyeme: si estuviera seguro de que iban a fusilarme dentro de seis meses, haría lo mismo.
Kira se apoyó en la mesa. Estaba muy cansada, y murmuró: -Leo, si te lo pidiese por todo nuestro amor, si te dijera que cada día bendeciría mi trabajo, que bendeciría todos los suelos que tenga que fregar, todas las manifestaciones a que deba tomar parte, y todos los Centros y todas las banderas rojas, a condición de que no hicieras eso… ¿lo harías igualmente? -Sí -replicó él.
El ciudadano Karp Morozov encontró al ciudadano Pavel Syerov en un restaurante. Se sentaron a una mesa en un oscuro rincón.
El ciudadano Morozov pidió una sopa de coles; Pavel Syerov, té y pasteles franceses. Luego el ciudadano Morozov se inclinó por encima de la mesa y dijo entre el humo de su plato:
– Ya está todo listo, Pavlusha. Tengo al hombre. Ayer le vi.
Pavel Syerov levantó hasta sus labios pálidos la taza de té y, con un movimiento apenas perceptible de aquéllos, preguntó:
– ¿Quién es?
– Se llama Leo Kovalensky. Joven. Sin un céntimo. Desesperado y dispuesto a todo.
Los pálidos labios formularon otra pregunta:
– ¿De confianza?
– Completamente.
– ¿Fácil de manejar?
– Como un niño.
– ¿Tendrá la boca cerrada? -Como una tumba.
Morozov se metió en la boca una cucharada de sopa; un pedazo de col quedó colgando y él lo recogió con una fuerte chupada; luego, inclinándose todavía más, murmuró:
– Por añadidura, tiene su pasado social… Su padre fue ajusticiado por actividades contrarrevolucionarias. En caso de ocurrir algo… sería exactamente el hombre adecuado para hacer recaer la culpa sobre él. ¡ Imagínese usted, un aristócrata traidor…!
– Espléndido -susurró Syerov.
Hundió la cucharilla en un pastel de chocolate; un poco de crema amarilla salió del dulce, esparciéndose por el plato. A través de sus labios pálidos, Syerov murmuró en voz baja, sin expresión: -Ahora óigame bien; quiero mi parte por anticipado en todos los cargamentos. No admito retrasos ni quiero tener que reclamar las cosas más de una vez.
– Dios me ayude, Pavlusha, lo tendrá… no hay por qué… -Y otra cosa. Quiero prudencia. ¿Comprendido? Prudencia. A partir de este momento, no me conoce usted. Si por casualidad nos encontramos, haga como si no me hubiera visto jamás. Antonina me dejará el dinero en la casa que ella ya sabe.
– Muy bien, Pavlusha; no olvidaré ningún detalle.
– Y diga a Kovalensky que no tiene por qué verme. No quiero ni conocerle.
– No hay ninguna necesidad.
– ¿Tiene ya la tienda?
– Hoy firmaremos el contrato.
– Bien; ahora quédese aquí. Yo me marcharé primero. Aguarde usted veinte minutos. ¿Comprendido?
– Muy bien. ¡Que Dios le bendiga!
– Guárdese la frase para usted. ¡Adiós!
En la oficina de la estación, una secretaria estaba sentada detrás de una valla de madera y escribía a máquina, mordiéndose el labio inferior y echando el superior hacia afuera. Delante de la valla había un espacio sin barrer y dos sillas: seis visitantes aguardaban pacientemente, cuatro de ellos en pie. Detrás de la secretaria se veía una puerta sobre la que campeaba un rótulo: "Camarada Syerov".
El camarada Syerov volvió de comer. Atravesó rápidamente el patio, haciendo crujir sus lustrosas botas militares. Los seis visitantes se volvieron, siguiéndole con mirada tímida y ansiosa. El pasó como si la estancia estuviese vacía, y la secretaria le siguió a su despacho particular.
En la pared de éste, detrás de un escritorio nuevo y grande, había un retrato de Lenin, y en otra pared un gráfico indicando los progresos de las líneas férreas y un cartel que ponía: "Camaradas, exponed vuestros asuntos en pocas palabras. La eficiencia proletaria es la disciplina de la construcción revolucionaria en tiempo de paz."
Pavel Syerov sacó de su bolsillo una ancha petaca de oro, encendió un cigarrillo, se sentó en el escritorio y echó un vistazo al montón de cartas que le aguardaba. La secretaria esperaba, sin saber qué hacer.
Luego Syerov levantó la cabeza y preguntó: -¿Qué hay de nuevo?
– Aquellos ciudadanos, ahí fuera, están aguardando para hablar con usted, camarada Syerov.
– ¿Qué quieren?
– La mayor parte solicitan trabajo.
– Hoy no recibo a nadie. Dentro de media hora debo estar en una reunión del Centro. ¿Ha copiado usted mi informe sobre los ferrocarriles considerados como arterias del estado proletario?
– Sí, camarada Syerov, aquí está.
– Bien.
– Aquellos ciudadanos, camarada Syerov, llevan tres horas aguardando.
– Mándelos al infierno. Que vuelvan mañana. Si hubiera algo importante telefonéeme al Sindicato de Ferroviarios. Estaré después de la reunión del Centro. Y a propósito, mañana vendré tarde.
– Está bien, camarada Syerov.
Syerov volvió del Sindicato a pie, acompañado por un amigo. Syerov estaba de buen humor. Silbaba alegremente, guiñando el ojo a las muchachas que pasaban. Dijo a su amigo:
– Me parece que esta noche voy a tener fiesta. Llevo varias semanas sin divertirme y tengo ganas de juerga. ¿Qué te parece?
– Bueno.
– Una pequeña reunión. Nuestro grupo… ¿En mi casa?
– Bueno.
– A ver si encuentras a alguien que tenga vodka, pero vodka auténtico. Iremos a los "Gourmets" a comprar todo cuanto tengan.
– Soy de los vuestros, amigo.
– Vamos a celebrar algo.
– ¿Qué?
– No importa. Lo celebraremos, y no nos preocuparemos del gasto. ¿Para qué? No me gusta pensar en el gasto cuando tengo ganas de divertirme. -Muy bien, camarada.
– ¿A quién vamos a invitar? Veamos: a Grinhka y a Baxim con las muchachas, desde luego. -Y a Lisaveta.
– Bien, invitaremos a tu Lisaveta. Y a Valka Dourova; ¡vaya chica! Traerá media docena de personas. Luego a Víctor Dunaev con su amiga, Marisha Lavrova. Víctor es una liendre que no tardará en convertirse en un gran piojo. Hay que estar bien con el. Y… ¿qué te parece, tengo que invitar también a la camarada Sonia?
– ¿Por qué no?
– Te diré. Aquella imbécil está andando detrás de mí desde hace más de un año. Se ha propuesto pescarme, y yo tengo tantas ganas como de que me ahorquen…
– Entonces, Pavlusha, debes andarte con cuidado. Si la ofendes, la posición que ocupa…
– Ya lo sé. ¡Maldita sea! Dos Sindicatos y cinco Centros femeninos están en sus manos. ¡Qué diablo! La invitaré.
Pavel Syerov había corrido las cortinas de las tres ventanas de su cuarto. Una de las muchachas había cubierto la lámpara con un chal anaranjado, de modo que la habitación estaba casi a oscuras. Las caras de los invitados parecían manchas blancas encima de las sillas, de los divanes, del pavimento. En el centro de la estancia había un plato con un gran centro de chocolate, traído de los "Gourmets"; alguien había metido el pie en el pastel. Junto a la almohada de la cama de Pavel se veía una botella rota. Sobre la cama estaban sentados Víctor y Marisha. El sombrero de Víctor, en el suelo, servía de cenicero. Un gramófono tocaba John Gray. El disco estaba estropeado y repetía continuamente unas mismas notas estridentes; pero nadie se daba cuenta. Un joven estaba sentado en el suelo, apoyado en la cama, intentando cantar, pero no lograba más que murmurar una salmodia triste y monótona; de pronto levantó la cabeza y profirió una especie de chillido que hizo estremecerse a todo el mundo. Alguien le tiró un zapato y una almohada por la cabeza, gritando: " ¡Basta ya, Grishka!", y luego Grishka volvió de nuevo a su sopor. En un rincón, cerca de la escupidera, había una muchacha tendida… Estaba dormida. Los cabellos le caían a mechones sobre el rostro sudoroso y encendido.
Читать дальшеИнтервал:
Закладка:
Похожие книги на «Los que vivimos»
Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Los que vivimos» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.
Обсуждение, отзывы о книге «Los que vivimos» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.