José Saramago - Ensayo sobre la lucidez

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Ensayo sobre la lucidez: краткое содержание, описание и аннотация

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Como ya nos sorprendiera en su tiempo con la magnífica obra “Ensayo Sobre La Ceguera ”, en la que nos ofrecía una espeluznante parábola de la opresión de las fuerzas políticas sobre los indefensos ciudadanos, el escritor portugués vuelve a retomar el mismo tema, aunque en esta ocasión la reflexión que nos plantea va a ser diferente en la forma pero idéntica en el fondo.
Y es que no sólo el título es similar, “Ensayo Sobre La Lucidez ”, sino que va a volver a cuestionar los pilares más básicos de las sociedades democráticas. Saramago, escritor comprometido con las causas injustas en la vida real y ferviente defensor de la legalidad y coherencia políticas, presenta en este libro una situación un poco rocambolesca pero para nada descabellada, y más en estos días en los que un referéndum pondrá a prueba a muchos europeos con respecto a sus derechos como votantes y capacidad para elegir lo mejor para cada nación de cara a una Europa unida.
¿Qué pasaría si, como resultado de unas elecciones, en un país cualquiera, supuestamente democrático, más del setenta por ciento de las papeletas estuvieran en blanco?
De momento, el desconcierto más absoluto, ya que si a tantísimos ciudadanos les trae sin cuidado quienes y cómo son sus líderes políticos y las decisiones que éstos tomen de cara, supuestamente, a mejorar las condiciones de vida de todos por igual, pretendiendo hacer una sociedad más justa y equitativa, da por pensar, de momento, si la democracia es la “menos mala de las formas de gobierno”, como dijo alguna mente privilegiada.
Pongámonos a pensar: si nos da prácticamente igual quienes ocupen los “escaños del poder”, ¿para qué seguir con un sistema en el que no podamos aprovechar nuestra libertad para elegir?
Si en “Ensayo Sobre La Ceguera ” reinaba el total aplastamiento de los derechos de los ciudadanos por las “altas esferas”, en “Ensayo Sobre La Lucidez ” van a ser éstos últimos los que exijan una explicación a los primeros, ya que la confusión llegará a afectar, como es lógico, a los diferentes partidos políticos a la hora de “repartirse el pastel” del gobierno.
¿Es una continuación de esta obra a la otra? Podría ser, por lo anteriormente expuesto, y más cuando a lo largo de la trama se descubra que una superviviente del drama ocurrido en el primer libro, va a ser de una importancia vital en el proceso de votación masiva en blanco por parte de los ciudadanos.
Recomiendo, pues, sendos libros; aunque me gustó más el primero, este segundo no tiene ningún desperdicio.

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Las farolas de las calles se encendieron, el crepúsculo ya se viene deslizando por la rampa del cielo, dentro de poco principiará la noche. El comisario llamó al timbre, no hay por qué sorprenderse, la mayor parte de las veces los policías llaman al timbre, no siempre derrumban las puertas. La mujer del médico apareció, No lo esperaba hasta mañana, señor comisario, ahora no puedo atenderlo, dijo, tenemos visita, Sé quiénes son sus visitas, no las conozco personalmente, pero sé quiénes son, No creo que sea razón suficiente para dejarlo pasar, Por favor, Mis amigos no tienen nada que ver con el asunto que le ha traído aquí, Ni siquiera usted sabe qué asunto me ha traído aquí, y ya es hora de que lo sepa, Entre.

Circula por ahí la idea de que la conciencia de un comisario de policía es por lo general, en profesión y principio, bastante acomodaticia, por no decir resignada, para con el incontrovertible hecho, teórica y prácticamente comprobado, de que lo que tiene que ser, tiene que ser y, además, tiene la fuerza que necesita. Puede suceder sin embargo, aunque, en honor a la verdad, no sea de lo más frecuente, que uno de esos diligentes funcionarios públicos, por casualidades de la vida y cuando nada lo haría suponer, se encuentre entre la espada y la pared, es decir, entre lo que tenía que ser y lo que no debería ser. Para el comisario de la providencial, s.a., seguros amp; reaseguros, ese día ha llegado. No estuvo más de media hora en casa de la mujer del médico, pero ese tiempo bastó para revelar al estupefacto grupo allí reunido los tenebrosos fondos de su misión. Dijo que haría todo cuanto estuviera a su alcance para desviar de esa casa y de esas personas las más que inquietantes atenciones de sus superiores, pero que no garantizaba que pudiera conseguirlo, dijo que se le había otorgado el corto plazo de cinco días para cerrar la investigación y que sabía de antemano que sólo aceptarían un veredicto de culpabilidad, y dijo más, dirigiéndose a la mujer del médico, La persona que quieren transformar en chivo expiatorio, con perdón de la obvia impropiedad de la expresión, es usted, y también, por el mismo precio, posiblemente, a su marido, en cuanto al resto no creo que corran un peligro real, su crimen, señora, no fue asesinar a aquel hombre, su gran crimen fue no haberse quedado ciega cuando todos éramos ciegos, lo incomprensible puede ser despreciado, pero nunca lo será si se encuentra una manera de usarlo como pretexto. Son las tres de la madrugada y el comisario da vueltas en la cama, sin lograr conciliar el sueño. Mentalmente hace planes para el día siguiente, los repasa obsesivamente y vuelve al principio, decirles al inspector y al agente que él, como estaba previsto, iría a casa del medico para proseguir el interrogatorio de la mujer, recordarles el trabajo que les había encargado, el de seguir a los otros miembros del grupo, pero nada de eso tiene ya sentido en el punto en que están las cosas, ahora lo necesario es obstaculizar, entretener los acontecimientos, inventar para la investigación progresos y retrocesos que al mismo tiempo alimenten y dificulten, sin que se note demasiado, los planes del ministro, esperar a ver, en fin, en qué consiste la ayuda que él ha prometido. Eran casi las tres y media cuando el teléfono rojo sonó. El comisario se levantó de un salto, metió los pies en las zapatillas con el distintivo de la corporación y, soñoliento, llegó hasta la mesa donde estaba el aparato. Antes de sentarse levantó el auricular y preguntó, Quién es, Aquí albatros, fue la respuesta del otro lado, Buenas noches, albatros, aquí papagayo de mar, Tengo instrucciones para usted, papagayo de mar, tome nota, A sus órdenes, albatros, Hoy, a las nueve de la mañana, no de la noche, habrá una persona esperándole en el puesto seis-norte de la frontera, el ejército ha sido avisado, no tendrá ningún problema, Debo entender que esa persona viene a sustituirme, albatros, No hay motivo para tal, papagayo de mar, la actuación ha estado bien conducida y espero que siga así hasta el final del caso, Gracias, albatros, y sus órdenes son, Como le he dicho, a las nueve de la mañana estará esperándole una persona en el puesto seis-norte de la frontera, Sí, albatros, ya he tomado nota, Le entregará a esa persona la fotografía que me mencionó, la del grupo en que aparece la sospechosa principal, también le entregará la lista de nombres y direcciones que tiene en su poder. El comisario sintió un súbito frío en la espalda, Pero esa foto todavía es necesaria en la investigación, aventuró, No creo que lo sea tanto como dice, papagayo de mar, incluso supongo que no la necesita, puesto que, usted mismo o sus subordinados, han establecido contacto directo con todos los componentes de la cuadrilla, Querrá decir del grupo, albatros, Un cuadrilla es un grupo, Sí, albatros, pero no todos los grupos son cuadrillas, No lo sabía tan preocupado con la corrección de definiciones, veo que hace buen uso del diccionario, papagayo de mar, Perdone que le haya corregido, albatros, todavía estoy un poco amodorrado, Dormía, No, albatros, estaba pensando en lo que tenía que hacer mañana, Pues ahora ya lo sabe, la persona que le estará esperando en el puesto seis-norte es un hombre más o menos de su edad y llevará una corbata azul con pintas blancas, supongo que no habrá muchas iguales en un puesto militar de fronteras, Lo conozco, albatros, No lo conoce, no pertenece al servicio, Ah, Responderá a su consigna con la frase Oh no, el tiempo siempre falta, Y la mía, cuál es, El tiempo siempre llega, Muy bien, albatros, sus órdenes serán cumplidas, a las nueve estaré en la frontera para ese encuentro, Ahora vuelva a la cama y duerma el resto de la noche, papagayo de mar, yo voy a hacer lo mismo, he estado trabajando hasta ahora, Puedo hacerle una pregunta, albatros, Hágala, pero no se alargue demasiado, La fotografía tiene algo que ver con la ayuda que me ha prometido, Felicidades por la perspicacia, papagayo de mar, realmente no se le puede esconder nada, Luego tiene algo que ver, Sí, tiene algo que ver, pero no esperará que le diga de qué manera, perdería el efecto sorpresa, Incluso siendo yo el responsable directo de las investigaciones, Exactamente, Quiere eso decir que no tiene confianza en mí, albatros, Dibuje un cuadrado en el suelo, papagayo de mar, y colóquese dentro, en el espacio delimitado por los lados del cuadrado confío en usted, pero fuera sólo confío en mí, su investigación es el cuadrado, conténtese con el uno y con la otra, Sí, albatros, Duerma bien, papagayo de mar, recibirá noticias mías antes de que la semana acabe, Aquí estaré esperándolas, albatros, Buenas noches, papagayo de mar, Buenas noches, albatros. A pesar de los convencionales votos del ministro, lo poco de noche que restaba no le sirvió de nada al comisario. El sueño no llegaba, los pasillos y las puertas del cerebro estaban cerradas, dentro, rey y señor absoluto, gobernaba el insomnio. Para qué me ha pedido la foto, se preguntaba una y otra vez, qué ha querido decir con la amenaza de que tendré noticias suyas antes de que la semana termine, las palabras, una por una, no eran de amenaza, pero el tono, sí, el tono era amenazador, si un comisario, después de haberse pasado la vida interrogando a gente, acaba aprendiendo a distinguir en el enmarañado laberinto de las sílabas el camino que le conduce a la salida, también es capaz de detectar las zonas de penumbra que cada palabra produce y lleva tras de si cada vez que es pronunciada. Dígase en voz alta la frase Antes de que la semana acabe tendrá noticias mías, y se verá qué fácil es inocularle una gota de insidioso temor, el olor pútrido del miedo, la autoritaria vibración del fantasma del padre. El comisario prefería pensar cosas tan tranquilizadoras como éstas, Pero yo no tengo ningún motivo para sentir miedo, hago mi trabajo, cumplo las órdenes que recibo, sin embargo, en el fondo de su conciencia, sabía que no era así, que no estaba cumpliendo esas órdenes porque no creía que la mujer del médico, por el hecho de no haber perdido la visión hace cuatro años, fuera ahora culpable de que hubiera votado en blanco el ochenta y tres por ciento del censo electoral de la capital, como si la primera singularidad la convirtiera automáticamente en responsable de la segunda. Tampoco él se lo cree, pensó, a él sólo le interesa un objetivo cualquiera adonde apuntar, si le falla éste buscará otro, y otro, y otro, y tantos cuantos sean necesarios hasta que acabe acertando o hasta que las personas a quienes pretenda convencer de sus méritos se muestren indiferentes, por la reiteración, ante lo que pasa a su alrededor. Tanto en un caso como en otro habrá ganado la partida. Gracias a la ganzúa de las divagaciones el sueño consiguió abrir una puerta, escabullirse por un pasillo, y acto seguido poner al comisario a soñar que el ministro del interior le había pedido la fotografía para clavar una aguja en los ojos de la mujer del médico, al mismo tiempo que salmodiaba un conjuro de bruja hechicera, Ciega no fuiste, ciega serás, blanco tuviste, negro verás, con este pico te pico, por delante y por detrás. Angustiado, bañado en sudor, sintiendo que el corazón se le salía, el comisario se despertó con los gritos de la mujer del médico y las carcajadas del ministro, Qué sueño más horrible, balbuceó mientras encendía la luz, qué cosas monstruosas genera nuestro cerebro. El reloj marcaba las siete y media. Calculó el tiempo que necesitaría para llegar al puesto militar seis-norte y a punto estuvo de agradecerle a la pesadilla la atención de haberle despertado. Se levantó a duras penas, la cabeza le pesaba como plomo, las piernas más que la cabeza y, andando mal, se arrastró hasta el cuarto de baño. Salió de allí veinte minutos después un poco revitalizado por la ducha, afeitado, dispuesto para el trabajo. Se puso una camisa limpia, se acabó de vestir, Él lleva corbata azul con pintas blancas, pensó, y entró en la cocina para calentarse una taza del café que sobró la víspera. El inspector y el agente debían de estar durmiendo, por lo menos no había rastro de ellos. Masticó con poco apetito una pasta, todavía mordisqueó otra, después regresó al cuarto de baño para lavarse los dientes. Entró en el dormitorio, guardó en un sobre de tamaño medio la fotografía y la lista de nombres y direcciones, ésta después de haberla copiado en otro papel, y cuando regresó a la sala oyó ruidos en la parte de la casa donde los subordinados dormían. No los esperó ni llamó a su puerta. Escribió rápidamente, He tenido que salir más temprano, me llevo el coche, hagan el seguimiento que les mandé, concéntrense en las mujeres, la del hombre de la venda negra y la ex del tipo de la carta, almuercen si pueden, estaré aquí hacia el final de la tarde, espero resultados. Órdenes claras, informaciones precisas, si así pudiera ser todo en la dura vida de este comisario. Salió de la providencial, s.a., bajó al garaje. El encargado ya estaba allí, le dio los buenos días y los recibió, al mismo tiempo que se preguntaba si el hombre dormiría en su garita, Parece que no hay horario de trabajo en este garaje. Eran casi las ocho y media, Tengo tiempo, pensó, en menos de media hora habré llegado, además no debo ser el primero, albatros fue muy explícito, muy claro, el hombre estará esperándome a las nueve, luego puedo aparecer un minuto después o dos, o tres, al mediodía si me apetece. Sabía que no era así, que simplemente no debía llegar antes que el hombre con quien iba a encontrarse, quizá sea porque los soldados de guardia en el puesto seis-norte se pongan nerviosos viendo gente parada en este lado de la línea de separación, pensó mientras aceleraba para subir la rampa. Mañana de lunes, pero el tráfico es escaso, el comisario no debe tardar ni veinte minutos en llegar al puesto seis-norte. Y dónde diablos está el puesto seis-norte, se preguntó de repente en voz alta. En el norte está, evidentemente, pero el seis, dónde se ha metido el puto seis. El ministro dijo seis-norte con la mayor, naturalidad del mundo, como si se tratara de un ilustre monumento de la capital o de la estación de metro destruida por la bomba, lugares selectos de la urbe que todo el mundo tiene obligación de conocer, y a él, estúpidamente, no se le ocurrió preguntar, Y eso dónde cae, albatros. En un momento la cantidad de arena del depósito superior de la ampolleta se hizo mucho menor de lo que antes era, los granos minúsculos se precipitaban velozmente hacia la abertura, cada uno queriendo salir más deprisa que los compañeros, el tiempo es igualito que las personas, hay ocasiones en que le cuesta arrastrar las piernas, pero otras veces corre como un gamo y salta como un cabrito, lo que, si nos fijamos bien, no es decir mucho, ya que la onza, o guepardo, es el más veloz de los animales y a nadie se le ha pasado jamás por la cabeza decir que otra persona Corre y salta como una onza, tal vez porque la primera comparación venga de los tiempos prestigiosos de la baja edad media, cuando los caballeros iban de montería y todavía no habían visto correr a un guepardo ni tenían noticia de su existencia. Los lenguajes son conservadores, van siempre con los archivos a cuestas y detestan las actualizaciones. El comisario aparcó el coche de cualquier manera, ahora tenía el mapa de la ciudad desdoblado sobre el volante y, ansioso, buscaba el lugar del puesto seis-norte en la periferia septentrional de la capital. Sería relativamente fácil situarlo si la ciudad, salvo la excepción en forma de rombo o losange, estuviera inscrita en un paralelogramo, como, en el frío decir de albatros, se encuentra circunscrito el espacio de la confianza que le merece, pero el contorno de la ciudad es irregular, y en los extremos, hacia un lado y hacia otro, no se sabe si aquello es todavía norte o es ya oriente o poniente. El comisario mira el reloj y se siente asustado como un agente de segunda clase que espera una reprimenda de su superior. No voy a llegar a tiempo, es imposible. Hace un esfuerzo por serenarse y razonar. Lo lógico, Pero desde cuándo lo lógico rige las decisiones humanas, ordenaría que los puestos hubieran sido enumerados a partir del extremo occidental del sector norte, siguiendo el sentido de las agujas del reloj, el recurso a la ampolleta, evidentemente, en estos casos, no sirve. Tal vez el raciocinio esté errado, Pero desde cuándo el raciocinio rige las decisiones humanas, aunque no sea fácil responder a la pregunta, mejor es tener un remo que ninguno, además está escrito que barco varado no hace viaje, por tanto el comisario marcó una cruz donde supuso que debería estar el seis y arrancó. Siendo el tráfico escaso y no viéndose la sombra de un policía en las calles, la tentación de saltar cuantos semáforos rojos se encontrara por delante era fuerte y el comisario no la resistió. No corría, volaba, apenas levantaba el pie del acelerador, si frenaba era derrapando, como veía hacer a los acróbatas del volante que en las películas de persecuciones de coches obligan a los espectadores más nerviosos a dar golpecitos en sus butacas. Nunca el comisario había conducido de esa manera, nunca de esa manera volverá a conducir. Cuando, ya pasadas las nueve, llegó al puesto seis-norte, el soldado que se acercó a ver lo que quería el agitado conductor le dijo que aquél era el puesto cinco-norte. El comisario soltó una maldición, iba a dar la vuelta, pero enmendó a tiempo el gesto precipitado y preguntó hacia qué lado estaba el seis. El soldado señaló la dirección del nacer del sol y, para que no quedaran dudas, emitió un breve sonido, Por allí. Felizmente, una calle más o menos paralela a la línea de frontera se abría en aquella dirección, eran unos tres kilómetros, el camino está libre, aquí ni semáforos hay, el coche aceleró, frenó, tomó una curva arrebatada digna de primer premio, paró casi tocando la línea amarilla que cruzaba la carretera, ahí está, ahí está el puesto número seis-norte. Junto a la barrera, a unos treinta metros, esperaba un hombre de mediana edad, Al final resulta que es más joven que yo, pensó el comisario. Tomó el sobre y salió del coche. No se veía a ningún militar, estarían cumpliendo las órdenes de mantenerse recogidos o mirando a otro lado mientras durara la ceremonia de reconocimiento y entrega. El comisario avanzó. Llevaba el sobre en la mano y pensaba, No debo justificar el retraso, si yo digo Hola, buenos días, perdone el retraso, tuve un problema con el mapa, imagínese que albatros se olvidó de informarme dónde quedaba el puesto seis-norte, no es necesario ser muy inteligente para comprender que esta extensa y mal hilvanada frase el otro la podría entender como una señal falsa, con lo que, una de dos, o el hombre llama a los militares para que detengan al embustero provocador, o saca la pistola y allí mismo, abajo el voto en blanco, abajo la sedición, mueran los traidores, haría sumarísima justicia. El comisario llegó hasta la barrera. El hombre lo miró sin moverse. Tenía el dedo pulgar de la mano izquierda enganchado en la correa, la mano derecha dentro del bolsillo de la gabardina, todo demasiado natural para ser auténtico. Viene armado, lleva pistola, pensó el comisario, y dijo, El tiempo siempre llega. El hombre no sonrió, no pestañeó, dijo, Oh no, el tiempo siempre falta, y entonces el comisario le entregó el sobre, tal vez ahora se diesen los buenos días el uno al otro, tal vez conversen unos minutos sobre la agradable mañana de lunes que hace, pero el otro se limitó a decir, Muy bien, ahora puede retirarse, yo me encargaré de hacer llegar esto a su destino. El comisario entró en el coche, dio marcha atrás y arrancó rumbo a la ciudad. Amargado, con un sentimiento de total frustración, intentaba consolarse imaginando que habría sido una buena jugada entregar el sobre vacío y quedarse a la espera de los resultados. Despidiendo rayos de ira y truenos de furia, el ministro llamaría inmediatamente pidiendo explicaciones y él juraría por todos los santos de la corte celestial, incluyendo los que en la tierra todavía esperan canonización, que el sobre contenía la fotografía y la lista de nombres y direcciones, tal como le fue ordenado, Mi responsabilidad, albatros, cesó en el momento en que su mensajero, después de dejar la pistola que empuñaba, sí, me di cuenta de que llevaba una pistola, sacó la mano derecha del bolsillo de la gabardina para recibir el sobre, Pero el sobre estaba vacío, lo abrí yo, gritaría el ministro, Eso ya no me incumbe, albatros, respondería con la serenidad de quien está en perfecta paz con su conciencia, Lo que usted quiere, ya lo sé, volvería a gritar el ministro, lo que usted quiere es que yo no toque ni con un dedo el pelo de su protegida, No es mi protegida, es una persona inocente del crimen de que la acusan, albatros, No me llame albatros, albatros era su padre, albatros era su madre, yo soy el ministro del interior, Si el ministro del interior ha dejado de ser albatros, el comisario de policía también ha dejado de ser papagayo de mar, Lo más seguro es que papagayo de mar vaya a dejar de ser comisario, Todo puede suceder, Sí, mándeme hoy otra fotografía, oye lo que le digo, No tengo, Pero va a tenerla, e incluso más de una si fuera necesario, Cómo, Muy fácil, yendo a donde están, a casa de su protegida y a las otras dos casas, no querrá usted tratar de convencerme de que la fotografía desaparecida era ejemplar único. El comisario movió la cabeza, Él no es idiota, hubiera sido inútil entregarle el sobre vacío. Estaba casi en el centro de la ciudad donde la animación era naturalmente mayor, aunque sin ruidos, sin exageraciones. Se veía que las personas que encontraba por el camino soportaban preocupaciones, pero, al mismo tiempo, también parecían tranquilas. El comisario hacía poco caso de la obvia contradicción, el hecho de no poder explicar con palabras lo que percibía no significaba que no lo sintiese, que no lo percibiese por el sentir. Ese hombre y esa mujer que van ahí, por ejemplo, se ve que se gustan, que se quieren bien, que se aman, se ve que son felices, ahora mismo están sonriendo, y, con todo, no sólo están preocupados, sino que además, apetece decirlo así, tienen la tranquila y clara conciencia de eso. También se ve que el comisario está preocupado, quizá sus motivos, sería apenas una contradicción más, lo han impedido a entrar en esta cafetería para tomar un desayuno auténtico, que lo distraiga y le haga olvidar el café recalentado y la pasta dura y reseca de la providencial, s.a., seguros amp; reaseguros, ahora ha pedido un zumo de naranja natural, tostadas y un café con leche en serio, En el cielo esté quien os inventó, murmuró mirando las tostadas cuando el camarero se las puso delante, cubiertas con una servilleta para que no se enfriaran, a la antigua usanza. Pidió un periódico, las noticias de la primera página eran todas internacionales, de interés local nada, excepto una declaración del ministro de asuntos exteriores comunicando que el gobierno se preparaba para consultar a diferentes organismos internacionales sobre la anómala situación de la antigua capital, comenzando por la organización de naciones unidas y acabando en el tribunal de la haya, pasando por la unión europea, por la organización de cooperación y desarrollo económico, por la organización de países exportadores de petróleo, por el tratado del atlántico norte, por el banco mundial, por el fondo monetario internacional, por la organización mundial de comercio, por la organización mundial de la energía atómica, por la organización mundial del trabajo, por la organización meteorológica mundial y por algunos organismos más, secundarios o todavía en fase de estudio, por tanto no mencionados. Albatros no debe de estar nada satisfecho, parece que le quieren quitar el chocolate de la boca, pensó el comisario. Levantó la vista del periódico como quien necesita súbitamente ver más lejos y se dijo que tal vez esta noticia fuese la causa de la inesperada e instantánea exigencia de la fotografía, Nunca ha sido persona que permita que se le adelantaran, alguna jugada estará tramando, y lo más probable es que sea de las sucias o sucísimas, murmuró. Después pensó que tenía todo el día por delante, podía hacer lo que quisiera. Les señaló trabajo, inútil trabajo iba a ser, al inspector y al agente, que a esta hora estarían escondidos en el vano de una puerta o detrás de un árbol, de guardia a la espera de quien saliera primero, sin duda el agente preferiría que fuese la chica de las gafas oscuras, el inspector, porque no había otra persona, tendría que contentarse con la ex mujer del fulano de la carta. Al agente lo peor que le podría suceder sería que apareciera el viejo de la venda negra, no tanto por lo que pueden estar pensando, seguir a una mujer joven es evidentemente más atractivo que ir detrás de un viejo, sino porque estos tipos que tienen un solo ojo ven el doble, no tienen otro que los distraiga o se empeñe en ver otra cosa, algo parecido ya habíamos dicho antes, pero las verdades hay que repetirlas muchas veces para que no caigan, pobres de ellas, en el olvido. Y yo qué hago, se preguntó el comisario. Llamó al camarero, a quien le devolvió el periódico, pagó la cuenta y salió. Cuando se sentaba ante el volante lanzó una ojeada al reloj, Diez y media, pensó, buena hora, exactamente la que fijé para el segundo interrogatorio. Había pensado que la hora era buena, pero no sabía decir por qué ni para qué. Podría, si quisiera, volver a la providencial, s.a., descansar hasta la hora del almuerzo, tal vez dormir un poco, compensar el sueño perdido durante la maldita noche que tuvo que padecer, el penoso diálogo con el ministro, la pesadilla, los gritos de la mujer del médico cuando albatros le pinchaba los ojos, pero la idea de encerrarse entre aquellas paredes soturnas le pareció repugnante, no tenía nada que hacer allí, y mucho menos ocuparse de pasar revista al depósito de armas y municiones, como pensó cuando llegaron y que era, con la firmeza de la letra escrita, su obligación de comisario. La mañana todavía conservaba algo de la luminosidad del amanecer, el aire era fresco, es el mejor tiempo posible para dar un paseo a pie. Salió del coche y comenzó a caminar. Llegó hasta el final de la calle, giró a la izquierda y se encontró en una plaza, la atravesó, anduvo por otra calle y llegó a otra plaza, recordaba haber estado allí cuatro años antes, ciego en medio de ciegos, escuchando oradores que también estaban ciegos, los últimos ecos que aún restaran serían, si se pudiesen oír, los de los mítines políticos más recientes que en estos lugares se habían realizado, el del pdd en la primera plaza, el del pdm en la segunda, en cuanto al pdi, como si ése fuese su destino histórico, no tuvo más remedio que contentarse con un descampado casi fuera de las puertas. El comisario anduvo y anduvo y de súbito, sin entender cómo, se encontró en la calle donde viven el médico y la mujer, aunque su pensamiento no fue, Es la calle donde él vive. Aflojó el paso, siguió adelante por el lado opuesto y estaba tal vez a unos veinte metros, cuando la puerta del edificio se abrió y la mujer del médico salió con el perro. Con un movimiento instantáneo el comisario se volvió de espaldas, se aproximó a un escaparate y se puso a mirar, a la espera, por si ella venía hacia este lado y la veía reflejada en el cristal. No vino. Cautelosamente, el comisario miró hacia la dirección contraria, la mujer del médico ya se alejaba, el perro sin correa caminaba a su lado. Entonces el comisario pensó que la debería seguir, que no se le caerían los anillos si hiciese lo que a esta hora hacen el inspector y el agente, que si ellos se pateaban la ciudad detrás de sospechosos, él tenía la obligación de hacer lo mismo por muy comisario que sea, dios sabrá adónde va ahora esa mujer, probablemente lleva el perro para disimular, o a lo mejor el collar del animal sirve para transportar mensajes, dichosos tiempos aquellos en que los perros san bernardo llevaban colgados del cuello barrilitos de coñac y con ese poco cuántas vidas que se creían perdidas fueron salvadas en las nieves de los alpes. La persecución del sospechoso, si así le quisiéramos llamar, no fue muy allá. En un lugar recoleto del barrio, como una aldea olvidada en el interior de la ciudad, había un jardín un tanto abandonado con grandes árboles de sombra, alamedas de sablón y arriates de flores, bancos rústicos pintados de verde, una fuente en el centro donde una escultura representando una figura femenina inclinaba sobre el agua un cántaro vacío. La mujer del médico se sentó, abrió el bolso que llevaba y saco de dentro un libro. Mientras no lo abriese y comenzase a leer, el perro no se movería de allí. Ella levantó los ojos de la página y ordenó, Vete, y él se fue corriendo, fue a donde tenía que ir, a ese lugar donde, como antes con eufemismo se decía, nadie podía ir por él. El comisario miraba desde lejos, recordaba su pregunta de después de] desayuno, Y yo qué hago. Durante unos cinco minutos esperó a cubierto entre la vegetación, fue una suerte que el perro no viniera hacía este lado, sería capaz de reconocerlo y hacer algo más que gruñirle. La mujer del médico no esperaba a nadie, simplemente había sacado al perro a la calle, como tantas personas. El comisario caminó derecho hacia ella haciendo crujir el sablón y se detuvo a pocos pasos. Lentamente, como si le costara separarse de la lectura, la mujer del médico irguió la cabeza y miró. En el primer instante no pareció reconocerle, seguramente porque no esperaba verlo allí, después dijo, Estuvimos esperándolo, como no venía y el perro estaba impaciente por salir lo he bajado a la calle, mi marido está en casa, podrá atenderlo mientras yo llego, esto en caso de que no tenga mucha prisa, No tengo ninguna prisa, Entonces vaya andando, que yo ya voy, será sólo el tiempo que el perro necesite, él no tiene la culpa de que las personas hayan votado en blanco, Si no le importa, ya que la ocasión ayuda, preferiría hablar con usted aquí, sin testigos, Pero yo, si no estoy equivocada, creo que este interrogatorio, por seguir llamándolo así, debería ser con mi marido, como el primero, No se trata de un interrogatorio, el cuaderno de notas no saldrá de mi bolsillo, tampoco tengo ninguna grabadora escondida, además le confieso que mi memoria ya no es lo que era, olvida fácilmente, sobre todo cuando no le digo que registre lo que oye, No sabía que la memoria oyera, Es el segundo oído, el de fuera sólo sirve para conducir el sonido hacia dentro, Entonces qué quiere, Ya se lo he dicho, me gustaría hablar con usted, Sobre qué, Sobre lo que está pasando en esta ciudad, Señor comisario, le estoy muy agradecida por que ayer tarde viniera a mi casa a contarnos, también a mis amigos, que hay personas en el gobierno muy interesadas en el fenómeno de la mujer del médico que hace cuatro años no se quedó ciega y ahora, por lo visto, es la organizadora de una conspiración contra el estado, pero, con toda franqueza, salvo que tenga algo más que decirme sobre el asunto, no creo que merezca la pena ninguna otra conversación entre nosotros, El ministro del interior me ha exigido que le hiciera llegar la fotografía en que usted está con su marido y con sus amigos, esta mañana he estado en un puesto de la frontera para entregarla, 0 sea, que sí tenía algo nuevo que contar, en todo caso no necesitaba tomarse la molestia de seguirme, podía ir directamente a mi casa, ya conoce el camino, No la he seguido, no he estado escondido detrás de un árbol o fingiendo que leía el periódico esperando que saliese de casa para controlar sus movimientos, como ahora están haciendo con sus amigos, probablemente, el inspector y el agente que participan en la investigación, mandé que los siguiesen para mantenerlos ocupados, nada más, Quiere decir que está aquí gracias a una coincidencia, Exactamente, por casualidad pasaba por la calle y la vi salir, Es difícil creer que fuera la simple y pura casualidad quien lo trajera a la calle donde vivo, Llámelo como quiera, De todos modos, se trata, si prefiere que lo diga así, de una feliz casualidad, si no fuese por ella yo no sabría que la foto se encuentra en manos de su ministro, Se lo diría en otra ocasión, Y para qué la quiere, si no es demasiada curiosidad por mi parte, No lo sé, no me lo ha dicho, pero estoy seguro de que para nada bueno, De modo que no venía hoy a hacerme el segundo interrogatorio, preguntó la mujer del médico, Ni hoy, ni mañana, ni nunca, si dependiera de mi voluntad, sé lo que necesito saber de esta historia, Tendrá que explicarse mejor, siéntese, no se quede de pie como esa señora del cántaro vacío. El perro apareció de repente, salió dando saltos y ladrando de entre unos arbustos y corrió hacia el comisario, que instintivamente retrocedió dos pasos, No tenga miedo, dijo la mujer del médico sosteniendo al animal por la correa, no le va a morder, Cómo sabe que recelo de los perros, No soy bruja, le observé cuando estuvo en mi casa, Tanto se nota, Se nota lo suficiente, tranquilo, la última palabra era para el perro, que había dejado de ladrar y ahora producía en la garganta un sonido ronco y continuo, un gañido todavía más inquietante, de órgano mal afinado en las notas graves. Es mejor que se siente para que él comprenda que no me quiere hacer daño. El comisario se sentó con todas las precauciones, guardando la distancia, Se llama Tranquilo, No, se llama Constante, pero para nosotros y para nuestros amigos es el perro de las lágrimas, le pusimos el nombre de Constante porque era más corto, Por qué perro de las lágrimas, Porque hace cuatro años yo lloraba y este animal se acercó y me lamió la cara, En el tiempo de la ceguera blanca, Sí, en el tiempo de la ceguera blanca, este que aquí ve es el segundo prodigio de aquellos miserables días, primero la mujer que no se quedó ciega cuando parece que tenía esa obligación, después un perro compasivo que fue a beberle las lágrimas, Sucedió realmente, o estoy soñando, Lo que soñamos también sucede realmente, señor comisario, Ojalá que no todo, Tiene algún motivo especial para decir eso, No, es sólo hablar por hablar. El comisario mentía, la frase completa que no permitió que saliese de la boca habría sido otra, Ojalá que albatros no te agujeree los ojos. El perro se aproximó hasta casi tocar con el hocico las rodillas del comisario. Lo miraba y sus ojos decían, No te voy a hacer daño, no tengas miedo, ella tampoco lo tuvo aquel día. Entonces el comisario alargó la mano despacio y le tocó la cabeza. Le apetecía llorar, dejar que las lágrimas le corrieran por la cara, tal vez el prodigio se repitiera. La mujer del médico guardó el libro en el bolso y dijo, Vamos, Adónde, preguntó el comisario, Almorzará con nosotros si no tiene nada más importante que hacer, Está segura, De qué, De querer sentarme a su mesa, Sí, estoy segura, Y no tiene miedo de que la esté engañando, Con esas lágrimas en los ojos, no.

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