El comisario se quitó los zapatos y se tumbó sobre la cama. Estaba boca arriba, con las manos cruzadas bajo la nuca, y miraba al techo como si esperara que de allí le viniese algún consejo o, si a tanto no llegaba, al menos eso que solemos llamar una opinión sin compromiso. Tal vez por estar insonorizado, y por tanto sordo, el techo no tuvo nada que decirle, además, como pasaba la mayor parte del tiempo a solas, ya casi había perdido, en la práctica, el don de la palabra. El comisario revivía la conversación mantenida con la mujer del médico y con el marido, el rostro de uno, el rostro del otro, el perro que se levantó resoplando cuando lo vio entrar y que se volvió a echar a la voz de la dueña, un candil de latón con tres picos que le recordaba uno igual que tenían sus padres y que desapareció sin que nadie supiera cómo, mezclaba estos recuerdos con lo que acababa de escuchar de la boca del inspector y del agente y se preguntaba a sí mismo qué mierda estaba haciendo allí. Había atravesado la frontera al más puro estilo de un héroe de película, convencido de que venía a rescatar la patria de un peligro mortal, en nombre de ese convencimiento dio a los subordinados órdenes disparatadas que ellos le hicieron el favor de tolerar, intentó sostener en pie un periclitante montaje de sospechas que se le venía abajo cada minuto que pasaba, y ahora se preguntaba, sorprendido por una indefinida angustia que le oprimía el diafragma, qué información más o menos merecedora de crédito podría, el, papagayo de mar, inventar para transmitirle a un albatros que, a estas horas, ya debería estar preguntándose impaciente por qué tardaban tanto las noticias. Qué le voy a decir, se preguntó, que se confirman las sospechas sobre el águila pescadora, que el marido y los otros forman parte de una conspiración, él preguntará quiénes son esos otros, y yo le diré que hay un viejo con una venda negra a quien le sentaría bien el nombre cifrado de pez lobo, y una chica de gafas oscuras a quien podríamos llamar pez gato, y la ex mujer del tipo que escribió la carta, y ésa se llamaría pez aguja, en caso de que esté de acuerdo, albatros. El comisario ya se había levantado, ahora hablaba por el teléfono rojo, decía, Sí, albatros, estos a los que acabo de referirme no son, efectivamente, peces gordos, tuvieron la suerte de encontrarse al águila pescadora, que los protegió, Y esa águila pescadora, qué le ha parecido, papagayo de mar, Me ha parecido una mujer decente, normal, inteligente, y si todo lo que los otros dicen de ella es verdad, albatros, y yo me inclino a pensar que sí, entonces se trata de una mujer fuera de absolutamente fuera de lo común, Tan fuera de lo común que fue capaz de matar a un hombre a tijeretazos, papagayo de mar, Según los testigos, se trataba de un abominable violador, de un ser repugnante en todos los aspectos, albatros, No se deje engañar, papagayo de mar, para mí está claro que esa gente se ha puesto de acuerdo para presentar una versión única de los acontecimientos en caso de que algún día fuera interrogada, han tenido cuatro años para concertar un plan, tal como veo las cosas, a partir de los datos que me da y de mis propias deducciones e intuiciones, apuesto lo que quiera a que estos cinco constituyen una célula organizada, probablemente, incluso, la cabeza de la tenia de la que hablamos hace tiempo, Ni mis colaboradores ni yo hemos sacado esa impresión, albatros, Pues no le va a quedar otro remedio, papagayo de mar, que empezar a tenerla, Necesitamos pruebas, sin pruebas no podemos hacer nada, albatros, Encuéntrenlas, papagayo de mar, procedan a una búsqueda rigurosa en las casas, Pero nosotros sólo podemos registrar con autorización de un juez, albatros, Le recuerdo que la capital se encuentra en estado de sitio y que todos los derechos y garantías de sus habitantes han sido suspendidos, papagayo de mar, Y qué hacemos si no encontramos pruebas, albatros, Me niego a admitir que no las encuentre, papagayo de mar, para comisario me parece usted muy ingenuo, desde que me conozco como ministro del interior, las pruebas inexistentes, al final estaban allí, Lo que me está pidiendo no es fácil ni agradable, albatros, No pido, ordeno, papagayo de mar, Sí, albatros, en todo caso le pido autorización para hacerle notar que no estamos ante un crimen evidente, no hay pruebas de que la persona que se decidió considerar sospechosa lo sea en realidad, los contactos establecidos, los interrogatorios realizados, apuntan, muy al contrario, a la inocencia de esa persona, La fotografía que se hace de un detenido, papagayo de mar, es siempre la de un presunto inocente, después se acaba sabiendo que el criminal ya estaba ahí, Puedo hacerle una pregunta, albatros, Hágala que yo responderé, papagayo de mar, siempre he sido bueno dando respuestas, Qué sucederá si no se encuentran pruebas de culpabilidad, Lo mismo que sucedería si no se encontrasen pruebas de inocencia, Cómo debo entender eso, albatros, Que hay casos en que la sentencia ya está escrita antes del crimen, Siendo así, si entiendo bien adónde quiere llegar, le ruego que me retire de la misión, albatros, Será retirado, papagayo de mar, pero no ahora ni a petición propia, será retirado cuando este caso se cierre, y este caso sólo se cerrará gracias a su meritorio esfuerzo y al de sus ayudantes, óigame bien, le doy cinco días, anótelo, cinco días, ni uno más, para que me entregue a toda la célula atada de pies y manos, a su águila pescadora y al marido, que no
ha llegado a tener nombre, pobrecillo, y a los tres pececitos que han aparecido ahora, el lobo, el gato y la aguja, quiero aplastarlos con una carga de pruebas de culpabilidad imposibles de negar, contrariar o refutar, es esto lo que quiero, papagayo de mar, Haré lo que pueda, albatros, Hará exactamente lo que le acabo de decir, sin embargo, para que no se quede con mala impresión sobre mi persona, y siendo yo, como de hecho soy, un ser razonable, comprendo que necesite alguna ayuda para llevar su trabajo a buen término, Me va a mandar otro inspector, albatros, No, papagayo de mar, mi ayuda será de otra naturaleza, pero tan eficaz o más todavía, es como si le enviara a toda la policía que está bajo mis órdenes, No lo entiendo, albatros, Será el primero en comprender cuando suene el gong, El gong, El gong del último asalto, papagayo de mar. La comunicación fue cortada.
El comisario salió del dormitorio cuando el reloj marcaba las seis y veinte. Leyó el recado que el inspector había dejado sobre la mesa y escribió debajo, Tengo que resolver un asunto, espérenme. Bajó al garaje, entró en el coche, lo puso en marcha y se dirigió hacia la rampa de salida. Ahí se detuvo y le hizo señal al encargado para que se aproximara. Todavía resentido por el intercambio de palabras y el mal trato recibido del inquilino de la providencial, s.a., el hombre, receloso, se acercó a la ventanilla del coche y usó la fórmula habitual, Ocurre algo, Antes estuve un tanto violento con usted, No importa, estamos acostumbrados a todo, No era mi intención ofenderle, Ni había razón para eso, señor, Comisario, soy comisario de policía, aquí tiene mi placa, Disculpe, señor comisario, no podía saberlo, y los otros señores, El más joven es agente, el otro es inspector, Lo tendré en cuenta, señor comisario, y le garantizo que no le molestaré más, pero era con la mejor de las intenciones, Hemos estado aquí realizando trabajos de investigación, pero terminamos el servicio, ahora somos personas como las demás, es como si estuviéramos de vacaciones, aunque, para su tranquilidad, le aconsejo la máxima discreción, recuerde que por el hecho de estar de vacaciones un policía no deja de ser policía, lo lleva, por decirlo así, en la masa de la sangre, Lo entiendo muy bien, señor comisario, pero, siendo así, y si me permite la franqueza, hubiera sido preferible que no me dijera nada, ojos que no ven, corazón que no siente, quien no sabe es como quien no ve, Necesitaba desahogarme con alguien, y usted era la persona que tenía más a mano. El coche ya comenzaba a subir la rampa, pero el comisario todavía tenía algo más que recomendar, Conserve la boca cerrada, no vaya a ser que tenga que arrepentirme de lo que le he dicho. Se habría arrepentido ciertamente si hubiera vuelto atrás, pues encontraría al encargado hablando por teléfono con aires de misterio, tal vez contándole a su mujer que acababa de conocer a un comisario de policía, tal vez informando al portero de quiénes eran los tres hombres de traje oscuro que subían directamente desde el garaje al piso donde se encuentra la providencial, s.a., seguros amp; reaseguros, tal vez esto, tal vez aquello, lo más probable es que de esta llamada telefónica nunca se sepa la verdad. Pocos metros adelante el comisario detuvo el coche junto a una acera, sacó del bolsillo exterior de la chaqueta el cuaderno de notas, lo hojeó hasta llegar a la página donde el autor de la carta delatora escribiera los nombres y las direcciones de los antiguos compañeros, después consultó el callejero y el mapa, y vio que el domicilio que le quedaba más cerca era el de la ex mujer del denunciante. Tomó nota también del recorrido que debería seguir para llegar a la casa del viejo de la venda negra y de la chica de gafas oscuras. Sonrió al recordar la confusión del agente cuando le dijo que este nombre le sentaría a la perfección a la mujer del viejo de la venda negra, Pero ella no llevaba gafas oscuras, respondió desconcertado el pobre agente de segunda clase. No he sido leal, pensó el comisario, debería haberle mostrado la fotografía del grupo, la chica deja caer el brazo derecho a lo largo del cuerpo y sostiene en la mano unas gafas oscuras, elemental querido watson, sí, pero para eso es necesario tener ojos de comisario. Puso el coche en marcha. Un impulso le había obligado a salir de la providencial, s.a., un impulso le hizo decir al encargado del garaje quién era, un impulso lo está conduciendo ahora a casa de la divorciada, un impulso lo llevará a casa del viejo de la venda negra y un impulso lo conduciría después a casa de la mujer del médico si no les hubiese dicho, a ella y al marido, que volvería mañana, a la misma hora para seguir el interrogatorio. Qué interrogatorio, pensó, decirle, por ejemplo, usted señora es sospechosa de ser la organizadora, la responsable, la dirigente máxima del movimiento subversivo que ha puesto en grave peligro el sistema democrático, me refiero al movimiento del voto en blanco, no se haga de nuevas, y no pierda tiempo preguntándome si tengo pruebas de lo que afirmo, usted es quien tiene que demostrarme su inocencia, puesto que las pruebas, esté segura de eso, aparecerán cuando sean necesarias, es sólo cuestión de inventar una o dos que sean irrefutables, y aunque no lo puedan ser completamente, las pruebas circunstanciales, incluso remotas, nos bastarían, como sucede con el hecho incomprensible de que no se quedara ciega hace cuatro años cuando todo el mundo en la ciudad andaba por ahí tropezando y dándose con la nariz en las farolas de la calle, y antes de que me responda que una cosa no tiene nada que ver con la otra, yo le digo que quien hizo un cesto hará ciento, por lo menos es ésta, aunque expresada en otros términos, la opinión de mi ministro, que yo tengo obligación de acatar aunque me duela el corazón, que a un comisario no le duele el corazón, dice, señora, eso es lo que usted cree, usted puede saber mucho de comisarios, pero le garantizo que de éste no sabe nada, es cierto que no vine aquí con el honesto propósito de aclarar la verdad, es cierto que de usted se puede decir que ha sido condenada antes de ser juzgada, pero este papagayo de mar, que es como me llama mi ministro, tiene un dolor en el corazón y no sabe cómo librarse de él, acepte mi consejo, confiese, confiese incluso no teniendo culpa, el gobierno dirá al pueblo que fue víctima de un caso de hipnosis colectiva jamás antes visto, que usted es un genio en esas artes, probablemente hasta le hará gracia a la gente y la vida volverá a los carriles de siempre, usted pasa unos años en prisión, sus amigos también irán si nosotros queremos, y mientras tanto, ya sabe, se reforma la ley electoral, se acaba con los votos en blanco o bien se distribuyen equitativamente entre todos los partidos como votos expresos, de manera que el porcentaje no sufra alteración, el porcentaje, señora, es lo que cuenta, en cuanto a los electores que se abstuvieron y no presentaron certificado médico una buena idea sería publicar sus nombres en los periódicos de la misma manera que en la antigüedad los criminales eran exhibidos en la plaza pública, atados a la picota, si le hablo así es porque me cae bien, y para que vea hasta qué punto llega mi simpatía, sólo le diré que la mayor felicidad de mi vida, hace cuatro años, suponiendo que no hubiera perdido a parte de la familia en aquella tragedia, como por desgracia la perdí, habría sido ir en el grupo que usted protegía, en aquel momento todavía no era comisario, era un inspector ciego, nada más que un inspector ciego que después de recuperar la vista posaría en la foto con aquellos a quienes usted salvó del incendio, y su perro no me habría gruñido cuando me vio entrar, y si todo esto y mucho más hubiese sucedido yo podría declarar bajo palabra de honor ante el ministro del interior que él está equivocado, que una experiencia como aquélla y cuatro años de amistad son más que suficientes para conocer bien a una persona, y al final, mire, entré en su casa como un enemigo y ahora no sé cómo salir, si yo solo para confesarle al ministro que he fracasado en la misión, si acompañado para conducirla a la cárcel. Los últimos pensamientos ya no fueron del comisario, ahora más preocupado en encontrar un sitio donde aparcar el coche que en anticipar decisiones sobre el destino de un sospechoso y sobre el suyo propio. Consultó nuevamente el cuaderno de notas y llamó al timbre del piso donde vive la ex mujer del hombre que escribió la carta. Llamó una vez y otra, pero la puerta no se abrió. Alargaba la mano para hacer una nueva tentativa cuando vio que se abría la ventana del entresuelo y que aparecía la cabeza emperifollada de bigudíes de una mujer mayor, vestida con una bata de andar por casa, A quién busca, preguntó, Busco a la señora que vive en el primero derecha, respondió el comisario, No está, por casualidad la he visto salir, Sabe cuándo volverá, No tengo ni idea, si quiere dejarle algún recado me lo puede decir, se ofreció la mujer, Muchas gracias, no merece la pena, volveré otro día. No imaginaba el comisario que la mujer de los rulos en la cabeza se iba a quedar pensando que, por lo visto, a la vecina divorciada del primero derecha le ha dado ahora por recibir visitas de hombres, el que vino esta mañana, y este que ya tiene edad suficiente para ser su padre. El comisario echó una ojeada al mapa abierto en el asiento de al lado, puso el coche en marcha y se dirigió al segundo objetivo. Esta vez no aparecieron vecinas en la ventana. La puerta de la escalera estaba abierta, por eso pudo subir directamente al segundo piso, es aquí donde viven el viejo de la venda negra y la chica de las gafas oscuras, qué extraña pareja, se comprende que el desamparo de la ceguera los haya aproximado, pero han pasado cuatro años, y si para una mujer joven cuatro años no son nada para un viejo cuentan el doble. Y siguen juntos, pensó el comisario. Pulsó el timbre y esperó. Nadie atendía. Acercó el oído a la puerta y escuchó. Silencio al otro lado. Llamó una vez más por rutina, no porque esperara que alguien respondiera. Bajó la escalera, entró en el coche y murmuró, Sé donde están. Si tuviera el teléfono directo en el automóvil y llamase al ministro diciéndole adónde iba, estaba seguro de que le respondería más o menos esto, Bravo, papagayo de mar, así se trabaja, pille a esos tíos con las manos en la masa, pero tenga cuidado, sería mejor que llevara refuerzos, un hombre contra cinco facinerosos dispuestos a todo vence sólo en las películas, además usted no sabe karate, no es de su tiempo, Quédese tranquilo, albatros, no sé karate, pero sé lo que hago, Entre pistola en mano, aterrorícelos, que se caguen de miedo, Sí, albatros, Yo ya voy a empezar con los trámites de su condecoración, No tenga prisa, albatros, ni siquiera sabemos si saldré vivo de esta empresa, Venga ya, son habas contadas, papagayo de mar, deposito en usted toda mi confianza, sabía de sobra qué hacia cuando lo designé para esta misión, Sí, albatros.
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