Media hora después los ministros volvieron a sentarse alrededor de la mesa. No se notaban las ausencias. El presidente de la república entró trayendo en la cara una expresión de perplejidad, como si hubiese acabado de recibir una noticia cuyo significado se encontrara fuera del alcance de su comprensión. El primer ministro, por el contrario, parecía satisfecho con su persona. No tardó en saberse el porqué. Cuando llamé la atención sobre la necesidad urgente de un cambio de estrategia, visto el fracaso de todas las acciones delineadas y ejecutadas desde el comienzo de la crisis, así comenzó, estaba lejos de esperar que una idea capaz de conducirnos con grandes posibilidades al éxito pudiese proceder precisamente de un ministro que ya no se encuentra entre nosotros, me refiero, como deben de calcular, al ex ministro de cultura, gracias a quien se demuestra una vez más lo conveniente de examinar las ideas del adversario a fin de descubrir lo que de ellas pueda resultar provechoso para las nuestras. Los ministros de defensa y de interior intercambiaron miradas indignadas, era lo que les faltaba oír, elogios a la inteligencia de un traidor renegado. Apresuradamente, el ministro del interior garabateó algunas palabras en un papel que pasó discretamente al otro, Mi olfato no me engañaba, desconfié de esos dos tipos desde el principio de esta historia, a lo que el ministro de defensa respondió por la misma vía y con los mismos cuidados. Estamos queriendo infiltrarnos y al final son ellos los que se nos han infiltrado. El primer ministro seguía exponiendo las conclusiones a que había llegado partiendo de la sibilina declaración del ex ministro de cultura acerca de haber estado ciego ayer y seguir ciego hoy, Nuestro equívoco, nuestro gran equívoco, cuyas consecuencias estamos pagando ahora, fue precisamente el intento de obliteración, no de la memoria, dado que todos podríamos recordar lo que pasó hace cuatro años, sino de la palabra, del nombre, como si, según subrayó el ex colega, para que la muerte deje de existir basta con no pronunciar el término con que la designamos, No le parece que estamos hurtándonos de la cuestión principal, preguntó el presidente de la república, necesitamos propuestas concretas, objetivas, el consejo tendrá que tomar decisiones importantes, Al contrario, señor presidente, ésta es justamente la cuestión principal, y tanto es así que, si no yerro demasiado, nos va a servir en bandeja la posibilidad de resolver de una vez para siempre un problema en el que apenas hemos conseguido, como mucho, poner pequeños remiendos que en seguida se descosen dejándolo todo igual, No entiendo adónde quiere llegar, explíquese, por favor, Señor presidente, señores, osemos dar un paso adelante, sustituyamos el silencio por la palabra, terminemos con este estúpido e inútil fingimiento de que antes no sucedió nada, hablemos abiertamente de lo que fue nuestra vida, si vida era aquello, durante el tiempo en que estuvimos ciegos, que los periódicos recuerden, que los escritores escriban, que la televisión muestre las imágenes de la ciudad que se grabaron después de recuperar la visión, que las personas se convenzan de que es necesario hablar de los males de toda especie que tuvieron que soportar, que hablen de los muertos, de los desaparecidos, de las ruinas, de los incendios, de la basura, de la podredumbre, y luego, cuando nos hayamos arrancado los harapos de falsa normalidad con que venimos queriendo tapar la llaga, diremos que la ceguera de esos días ha regresado a la ciudad bajo una nueva forma, llamemos la atención de la gente con el paralelismo entre la blancura de la ceguera de hace cuatro años y el voto en blanco de ahora, la comparación es grosera y engañosa, soy el primero en reconocerlo, y no faltará quien de entrada la rechace como una ofensa a la inteligencia, a la lógica y al sentido común, pero es posible que muchas personas, y espero que pronto sean abrumadora mayoría, se dejen impresionar, se pregunten ante el espejo si no estarán otra vez ciegas, si esta ceguera, aún más vergonzosa que la otra, no los estará desviando de la dirección correcta, empujándolos hacia el desastre extremo que sería el desmoronamiento, tal vez definitivo, de un sistema político que, sin que nos hubiéramos dado cuenta de la amenaza, transportaba desde el origen, en su núcleo vital, es decir, en el ejercicio del voto, la simiente de su propia destrucción o, hipótesis no menos inquietante, del paso a algo completamente nuevo, desconocido, tan diferente que, en ese lugar, criados como fuimos a la sombra de rutinas electorales que durante generaciones y generaciones lograron escamotear lo que vemos ahora como uno de sus triunfos más importantes, nosotros no tendremos sitio con toda seguridad. Creo firmemente, continuó el primer ministro, que el cambio de estrategia que necesitábamos está a la vista, creo que la reconducción del sistema al statu quo anterior está a nuestro alcance, pero yo soy el primer ministro de este país, no un vulgar vendedor de ungüentos que promete maravillas, en todo caso he de decir que, si no conseguimos resultados en veinticuatro horas, confío en que los podamos notar antes de que pasen veinticuatro días, pero la lucha será larga y trabajosa, reducir la nueva peste blanca a la impotencia exigirá tiempo y costará muchos esfuerzos, sin olvidar, ah, sin olvidar la cabeza maldita de la tenia, esa que se encuentra escondida en cualquier lugar, mientras no la descubramos en el interior nauseabundo de la conspiración, mientras no la arranquemos hacia la luz y para el castigo que se merece, el mortal parásito seguirá reproduciendo sus anillos y minando las fuerzas de la nación. Pero la última batalla la ganaremos nosotros, mi palabra y vuestra palabra, hoy y hasta la victoria final, serán la garantía de esta promesa. Arrastrando los sillones, los ministros se levantaron como un solo hombre y, de pie, aplaudieron con entusiasmo. Finalmente, expurgado de los elementos perturbadores, el consejo era un bloque compacto, un jefe, una voluntad, un proyecto, un camino. Sentado en su enorme sillón, como a la dignidad del cargo competía, el presidente de la república aplaudía con las puntas de los dedos, dejando así entrever, y también por la severa expresión de su cara, la contrariedad que le causaba no haber sido objeto de una referencia, aunque fuera mínima, en el discurso del primer ministro. Debería saber con quién lidiaba. Cuando el ruidoso restallar de palmas ya comenzaba a decaer, el primer ministro levantó la mano derecha pidiendo silencio y dijo, Toda navegación necesita un comandante, y ése, en la peligrosa travesía a la que el país ha sido desafiado, es y tiene que ser el primer ministro, pero ay del barco que no lleve una brújula capaz de guiarlo por el vasto océano y a través de las procelosas, pues bien, señores, esa brújula que me guía a mí y al barco, esa brújula que, en suma, nos viene guiando a todos, está aquí, a nuestro lado, siempre orientándonos con su experiencia, siempre animándonos con sus sabios consejos, siempre instruyéndonos con su ejemplo sin par, mil aplausos por tanto le sean dados, y mil agradecimientos, a su excelencia el señor presidente de la república. La ovación fue todavía más calurosa que la primera, parecía no querer terminar, y no terminaría mientras el primer ministro siguiera batiendo palmas, mientras el reloj de su cabeza no le dijese, Basta, puedes dejarlo así, él ya ha ganado. Todavía tardó dos minutos más en confirmar la victoria, y, al cabo, el presidente de la república, con lágrimas en los ojos, estaba abrazado al primer ministro. Momentos perfectos, y hasta sublimes, pueden acaecer en la vida de un político, dijo después con la voz embargada por la emoción, pero, y sin saber lo que el destino me reserva para el día de mañana, juro que éste no se me borrará nunca de la memoria, será mi corona de gloria en las horas felices, mi consuelo en las horas amargas, de todo corazón les agradezco, de todo corazón les abrazo. Más aplausos.
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