El ministro del interior levantó la mano, Noto que el primer ministro confía en la acción persuasiva que nuestros votantes puedan ejercer en el espíritu de quienes, confieso que con estupefacción, he oído definir como meros contestatarios, pero no me parece que haya hablado de la eventualidad contraria, la de que los partidarios de la subversión acaben confundiendo con sus teorías deletéreas a los ciudadanos respetuosos de la ley, Tiene razón, efectivamente no recuerdo haber anotado esa eventualidad, respondió el primer ministro, pero, imaginando que tal caso se diese, en nada se modificaría lo fundamental, lo peor que podría suceder sería que el actual ochenta por ciento de votantes en blanco pasara a ser cien, la alteración cuantitativa introducida en el problema no tendría ninguna influencia en su expresión cualitativa, salvo, es obvio, el efecto de haberse producido una unanimidad. Qué hacemos entonces, preguntó el ministro de defensa, Precisamente por eso estamos aquí, para analizar, ponderar y decidir, Incluyendo, supongo, la idea del señor presidente, que desde ya declaro que apoyo con entusiasmo, La idea del señor presidente, por la dimensión de la obra y por la diversidad de implicaciones que envuelve, requiere un estudio pormenorizado que se encargará a una comisión ad hoc que se nominará para tal efecto, por otro lado, creo que es bastante obvio que el levantamiento de un muro de separación no resolvería, en lo inmediato, ninguna de nuestras dificultades e infaliblemente crearía otras, nuestro presidente conoce mi pensamiento sobre la materia, y la lealtad personal e institucional que le debo no me permitiría silenciarlo ante el consejo, lo que significa, vuelvo a decir, que los trabajos de la comisión no comiencen lo más rápidamente posible, en cuanto esté instituida, antes de una semana. Era visible la contrariedad del presidente de la república, Soy presidente, no soy papa, luego no presumo de ningún tipo de infalibilidad, pero desearía que mi propuesta fuera debatida con carácter de urgencia, Yo mismo se lo dije antes, señor presidente, acudió el primer ministro, le doy mi palabra de que en menos tiempo de lo que imagina tendrá noticias del trabajo de la comisión, Entre tanto, andamos aquí tanteando, a ciegas, se quejó el presidente. El silencio fue de esos que se cortaría con una navaja. Sí, a ciegas, repitió el presidente sin darse cuenta del constreñimiento general. Desde el fondo de la sala se oyó la voz tranquila del ministro de cultura, Igual que hace cuatro años. Al rojo vivo, como ofendido por una obscenidad brutal, inadmisible, el ministro de defensa se levantó y, apuntando con el dedo acusador, dijo, Usted acaba de romper vergonzosamente un pacto nacional de silencio que todos habíamos aceptado, Que yo sepa, no hubo ningún pacto, y mucho menos nacional, hace cuatro años ya era mayorcito y no recuerdo que los habitantes de la capital fueran llamados a firmar un pergamino en el que se comprometían a no pronunciar, nunca, ni una sola palabra sobre el hecho de que durante algunas semanas estuvimos todos ciegos, Tiene razón, no hubo un pacto en sentido formal, intervino el primer ministro, pero todos pensamos, sin que para eso fuera necesario ponernos de acuerdo y escribirlo en un papel, que la terrible prueba por la que habíamos pasado debería, por la salud de nuestro espíritu, ser considerada como una abominable pesadilla, algo que tuvo existencia como sueño y no como realidad, En público, es posible, pero el primer ministro no querrá convencerme de que en la intimidad de su casa nunca ha hablado de lo sucedido, Que haya hablado o no, poco importa, en la intimidad de las casas pasan muchas cosas que no salen de sus cuatro paredes, y, si me permite que se lo diga, la alusión a la todavía hoy inexplicable tragedia sucedida entre nosotros hace cuatro años ha sido una manifestación de mal gusto que yo no esperaría de un ministro de cultura, El estudio del mal gusto, señor primer ministro, debería ser un capítulo de la historia de las culturas, y de los más extensos y suculentos, No me refiero a ese género de mal gusto, sino a otro, a ese que también solemos denominar falta de tacto, El señor primer ministro sostiene, según se ve, una idea parecida a la que afirma que si la muerte existe es por el nombre que lleva, que las cosas no tienen existencia real si antes no se les ha dado nombre, Hay innumerables cosas de las que desconozco el nombre, animales, vegetales, instrumentos y aparatos de todas las formas y tamaños y para todos los usos, Pero sabe que lo tienen, y eso le tranquiliza, Nos estamos apartando del asunto, Sí señor primer ministro, nos estamos apartando del asunto, yo sólo he dicho que hace cuatro años estábamos ciegos y ahora digo que probablemente seguimos ciegos. La indignación fue general, o casi, las protestas saltaban, se atropellaban, todos querían intervenir, hasta el ministro de transportes que, por tener la voz estridente, en general hablaba poco, le daba ahora trabajo a las cuerdas vocales, Pido la palabra, pido la palabra. El primer ministro miró al presidente de la república como pidiéndole consejo, pero se trataba de puro teatro, el tímido movimiento del presidente, cualquiera que fuese su significado de origen, fue anulado por la mano levantada del primer ministro, Teniendo en consideración el tono emotivo y apasionado que las interpelaciones translucen, el debate no añadiría nada, por eso no le daré la palabra a ninguno de los ministros, sobre todo teniendo en cuenta que, tal vez sin percatarse, el ministro de cultura acertó de lleno al comparar la plaga que estamos padeciendo a una nueva forma de ceguera, No hice esa comparación, señor primer ministro, me limité a recordar que estuvimos ciegos y que, es probable, ciegos sigamos estando, cualquier extrapolación que no esté lógicamente contenida en la proposición inicial es ilegítima, Mudar de lugar las palabras representa, muchas veces, mudarles el sentido, pero éstas, las palabras, ponderadas una por una, siguen, físicamente, si es que me puedo expresar así, siendo justo lo que habían sido, y por tanto, En ese caso, permítame que lo interrumpa, señor primer ministro, quiero que quede claro que la responsabilidad de los cambios de lugar y de sentido de mis palabras es únicamente suya, en eso no he tenido arte ni parte, Digamos que puso el arte y yo contribuí con la parte, y que arte y parte juntos me autorizan a afirmar que el voto en blanco es una manifestación de ceguera tan destructiva como la otra, O de lucidez, dijo el ministro de justicia, Qué, preguntó el ministro del interior creyendo haber oído mal, Digo que el voto en blanco puede ser apreciado como una manifestación de lucidez por parte de quien lo ha usado, Cómo se atreve, en pleno consejo de gobierno, a pronunciar semejante barbaridad antidemocrática, debería darle vergüenza, ni parece un ministro de justicia, estalló el de defensa, Me pregunto si alguna vez habré sido tan ministro de la justicia, o de justicia, como en este momento, Un poco más y todavía me va a hacer creer que votó en blanco, observó el ministro del interior irónicamente, No, no voté en blanco, pero lo pensaré en la próxima ocasión. Cuando el murmullo escandalizado resultante de esta declaración comenzó a disminuir, una pregunta del primer ministro lo cortó de golpe, Es consciente de lo que acaba de decir, Tan consciente que deposito en sus manos el cargo que me fue confiado, presento mi dimisión, respondió el que ya no era ni ministro ni de justicia. El presidente de la república empalideció, parecía un harapo que alguien distraídamente hubiera dejado en el respaldo del sillón y luego se olvidara, Nunca imaginé que viviría para ver el rostro de la traición, dijo, y pensó que la historia no dejaría de registrar la frase, pero por si acaso él se encargaría de hacerla recordar. El que hasta aquí había sido ministro de justicia se levantó, inclinó la cabeza en dirección al presidente y al primer ministro y salió de la sala. El silencio fue interrumpido por el súbito arrastrar de una silla, el ministro de cultura acababa de levantarse y anunciaba desde el fondo con voz fuerte y clara, Presento mi dimisión, Vaya, no me diga que, tal como su amigo acaba de prometernos en un momento de loable franqueza, también usted lo pensará en la próxima ocasión, intentó ironizar el jefe de gobierno, No creo que vaya a ser necesario, ya lo pensé en la última, Eso significa, Simplemente lo que ha oído, nada más, Quiere retirarse, Ya me iba, señor primer ministro, sólo he vuelto atrás para despedirme. La puerta se abrió, se cerró, quedaron dos sillones vacíos en la mesa. Y ésta, eh, exclamó el presidente de la república, no nos habíamos recuperado del primer choque y ya recibíamos una nueva bofetada, Las bofetadas son otra cosa, señor presidente, ministros que entran y ministros que salen es de lo más corriente en la vida, dijo el primer ministro, sea como sea, si el gobierno entró aquí completo, completo saldrá, yo asumo la cartera de justicia y el ministro de obras públicas se hará cargo de los asuntos de cultura, Temo que me falte la competencia necesaria, observó el aludido, La tiene toda, la cultura, según nos dicen sin parar las personas entendidas, es también obra pública, por tanto quedará perfectamente en sus manos. Tocó la campanilla y ordenó al ujier que había aparecido en la puerta, Retire esos sillones, luego, dirigiéndose al gobierno, Vamos a hacer una pausa de quince, veinte minutos, el presidente y yo estaremos en la sala de al lado.
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