En tan escasas letras, la escatológica interjección, con una potencia expresiva que valía por un discurso completo del estado de la nación, resumió y concentró la profundidad de la decepción que había destrozado las fuerzas anímicas del gobierno, en particular de los ministros que, por la propia naturaleza de sus funciones, estaban más relacionados con las diferentes fases del proceso político-represivo de la sedición, es decir, los responsables de las carteras de defensa y de interior, quienes, de un momento a otro, vieron perder el lucimiento de los buenos servicios que, cada uno en su área específica, habían desarrollado a lo largo de la crisis. Durante todo el día, hasta la hora del inicio del consejo de ministros, incluso durante su celebración, la sucia palabra fue muchas veces mascullada en el silencio del pensamiento, y hasta, no habiendo testigos cerca, lanzada en voz alta o murmurada como un incontenible desahogo, mierda, mierda, mierda. A ninguno de ellos, defensa e interior, pero tampoco al primer ministro, y esto, sí, es imperdonable, se les había ocurrido meditar un poco, ni siquiera en estricto y desapasionado sentido académico, acerca de lo que podría sucederles a los malogrados fugitivos cuando volvieran a sus casas, aunque, de tomarse esa molestia, lo más probable sería que hubieran optado por la terrorífica profecía del reportero del helicóptero, que antes olvidamos registrar, Pobrecitos, decía a punto de llorar, apuesto a que van a ser masacrados. Al final, y no fue sólo en aquella calle ni en aquel edificio donde el maravilloso caso sucedió, rivalizando con los más nobles ejemplos históricos de amor al prójimo, tanto de la especie religiosa como de la profana, los calumniados e insultados blanqueros bajaron a ayudar a los vencidos de la facción adversaria, cada uno lo decidió por su cuenta y a solas con su conciencia, no se dio fe de ninguna convocatoria ni de consigna que fuera preciso recordar, pero la verdad es que todos bajaron a prestar la ayuda que sus fuerzas permitían, y entonces fueron ellos los que dijeron, cuidado con el piano, cuidado con el juego de té, cuidado con la vajilla de plata, cuidado con el retrato, cuidado con el abuelo. Se comprende por tanto que se vean tantas caras ceñudas alrededor de la gran mesa del consejo, tantas frentes fruncidas, tanto mirar congestionado por la irritación y por la falta de sueño, probablemente casi todos estos hombres hubieran preferido que corriese alguna sangre, no hasta el punto de la masacre anunciada por el reportero de televisión, pero si algo que hiriese la sensibilidad de los habitantes de fuera de la capital, algo de lo que se pudiera hablar en todo el país durante las próximas semanas, un argumento, un pretexto, una razón más para satanizar a los malditos sediciosos. Y también por eso se comprende que el ministro de defensa, a la chita callando, le acabe de susurrar en el oído al colega de interior, Qué mierda vamos a hacer ahora. Si alguien más oyó la pregunta, se hizo el desentendido, justamente para saber qué mierda iban a hacer ahora estaban reunidos y por supuesto no iban a salir con las manos vacías.
La primera intervención fue la del presidente de la república. Señores, dijo, en mi opinión, y creo que en esto coincidiremos todos, estamos viviendo el momento más difícil y complejo desde que el primer acto electoral reveló la existencia de un movimiento subversivo de enorme envergadura que los servicios de seguridad nacional no habían detectado, y no lo descubrimos nosotros, fue éste quien decidió mostrarse a cara descubierta, el ministro del interior, cuya acción, por otra parte, ha recibido siempre mi apoyo personal e institucional, ciertamente estará de acuerdo conmigo, lo peor, sin embargo, es que hasta hoy no hemos dado ni un solo paso efectivo en el camino de la solución del problema y, todavía más grave, hemos sido obligados a asistir, impotentes, al golpe táctico genial que fue que los sediciosos ayudaran a nuestros votantes a meter los bártulos en casa, esto, señores, sólo un cerebro maquiavélico podía haberlo conseguido, alguien que se mantiene escondido detrás del telón y manipula las marionetas a su antojo, sabemos todos que mandar retroceder a toda esa gente fue para nosotros una dolorosa necesidad, pero ahora debemos prepararnos para un más que probable desencadenamiento de acciones que impulsen nuevas tentativas de retirada, no ya de familias enteras, no ya de espectaculares caravanas de coches, sino de personas aisladas o de pequeños grupos, y no por las carreteras, sino por los campos, el ministro de defensa me dirá que tiene patrullas sobre el terreno, que tiene sensores electrónicos instalados a lo largo de la frontera, y yo no me permitiré dudar de la eficacia relativa de esos medios, pero, a mi entender, una contención que se pretenda total sólo se conseguirá con la construcción de un muro alrededor de la capital, un muro infranqueable, hecho con paneles de hormigón, calculo que de unos ocho metros de altura, apoyado obviamente por los sensores electrónicos que ya existen y reforzado por cuantas alambradas de púas se consideren convenientes, estoy firmemente convencido de que por allí no pasará nadie, y si no digo ni una mosca, permítanme el chiste, no es tanto porque las moscas no puedan pasar, sino porque, de lo que deduzco por su comportamiento habitual, no tienen ningún motivo para volar tan alto. El presidente de la república hizo una pausa para aclarar la voz y terminó, El primer ministro conoce ya la propuesta que acabo de presentar, con toda seguridad la presentará en breve para que la discuta el gobierno que, naturalmente, como le compete, decidirá sobre la conveniencia y la viabilidad de su realización, por lo que a mí respecta, no tengo dudas de que le dedicarán todo su saber, y eso me basta. En torno a la mesa corrió un murmullo diplomático que el presidente interpretó como de aceptación tácita, idea que obviamente corregiría si se hubiera percatado de que el ministro de hacienda había dejado escapar entre dientes, Y de dónde sacaríamos el dinero que una locura de ésas costaría.
Tras mover de un lado a otro, como era su hábito, los documentos que tenía delante, el primer ministro tomó la palabra, El presidente de la república, con el brillo y el rigor a que nos tiene habituados, acaba de trazar el retrato de la difícil y compleja situación en que nos encontramos, por consiguiente sería pura redundancia por mi parte añadir a su exposición unos cuantos pormenores que, al fin y al cabo, sólo servirían para acentuar las sombras del dibujo, por esto, y a la vista de los recientes acontecimientos, considero que estamos necesitando un cambio radical de estrategia, el cual deberá tener en consideración, entre todos los restantes factores, la posibilidad de que en la capital haya nacido y pueda desarrollarse un ambiente de cierta pacificación social como consecuencia del gesto inequívocamente solidario, no dudo que maquiavélico, no dudo que determinado políticamente, del que el país entero fue testigo en las últimas horas, léanse los comentarios de las ediciones especiales, todos elogiosos, luego, tendremos que reconocer, en primer lugar, que las tentativas para que los contestatarios entraran en razón han fracasado, una por una, estruendosamente, y que la causa del fracaso, por lo menos ésta es mi opinión, puede haber sido la severidad de los medios represivos de que nos servimos, y en segundo lugar, si perseveramos en la estrategia hasta ahora seguida, si intensificamos la escalada de coacción, y si la respuesta de los contestatarios sigue siendo la misma que hasta ahora, es decir, ninguna, acabaremos forzosamente recurriendo a medidas drásticas, de carácter dictatorial, como sería, por ejemplo, suprimir por tiempo indeterminado los derechos civiles de los habitantes de la ciudad, incluso de nuestros propios votantes, para evitar favoritismos de identidad ideológica, aprobar para que se aplique en todo el país, y a fin de evitar la extensión de la epidemia, una ley electoral de excepción en la que se equiparen los votos blancos a los votos nulos, y ya veremos qué más. El primer ministro hizo una pausa para beber un trago de agua, y prosiguió, He hablado de la necesidad de un cambio de estrategia, sin embargo, no he dicho que ya la tengo definida y preparada para su aplicación inmediata, hay que dar tiempo, dejar que el fruto madure y se pudran los ánimos, hasta debo confesar que preferiría apostar por un periodo de cierta distensión durante el cual trabajaríamos para extraer el mayor provecho posible de las leves señales de concordia que parecen emerger. Hizo otra pausa, parecía que iba a seguir con el discurso, pero sólo dijo, Escucharé sus opiniones.
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