El viaje no tuvo historia, es lo que siempre dicen los narradores apresurados cuando creen poder convencernos de que en los diez minutos o diez horas que van a pasar nada sucedió merecedor de señalada mención. Deontológicamente sería mucho más correcto, y más leal, decir así, Como en todos los viajes, sean cuales sean su duración y trayecto, acontecieron mil episodios, mil palabras, mil pensamientos, y quien dice mil diría diez mil, pero el relato ya va arrastrado y por eso me tomo la licencia de abreviar, usando tres líneas para recorrer doscientos kilómetros, como si cuatro personas en el interior de un automóvil fueran calladas, sin pensamiento ni movimiento, fingiendo, en fin, que del viaje hecho no hicieron historia. En este caso nuestro, por ejemplo, sería imposible no encontrar alguna significación en el hecho de que Joana Carda, con toda naturalidad, acompañara a José Anaiço cuando él ocupó el lugar de Joaquim Sassa, a quien le apeteció descansar del volante, y de, no se sabe con qué gimnasias, haber conseguido ella acomodar delante el palo de negrillo, sin embarazo para la conducción ni perjuicio para la visibilidad. Y resulta inútil decir ahora que al volver José Anaiço al asiento trasero, Joana Carda fue con él, y así hizo siempre en lo sucesivo, donde estaba José, Joana estaba, aunque ninguno de ellos sepa por ahora decir por qué y para qué, o sabiéndolo ya, no se atreverían, cada momento tiene su propio sabor, y el de éste todavía no se ha agotado.
Se veían pocos automóviles abandonados en la carretera, y ésos, invariablemente, estaban incompletos, les faltaban las ruedas, los faros, los retrovisores, las escobillas, una puerta, todas las puertas, los asientos, algunos coches aparecían reducidos a su simple cascarón, como cangrejos sin sustancia. Pero, sin duda a causa de las dificultades de abastecimiento de gasolina, el tráfico era escaso, sólo de tiempo en tiempo pasaba un automóvil. También saltaban a la vista ciertas incongruencias, como circular por la autopista un carro tirado por un burro, o una banda de ciclistas cuyas velocidades máximas posibles quedarían muy por debajo de la velocidad mínima que las señales respectivas inútilmente seguían imponiendo, indiferentes al dramático significado de la realidad. y también había gente que viajaba a pie, generalmente con mochila a cuestas o, rústicamente, con dos sacos medio atados por la boca y colocados sobre el hombro, a modo de alforjas, las mujeres con la cesta en la cabeza. Muchas eran las personas que viajaban solas, pero también había familias aparentemente completas, con viejos, y jóvenes, e inocentes. Cuando más adelante Dos Caballos tuvo que salir de la autopista, la frecuencia de estos andariegos sólo disminuyó en proporción a la menor importancia viaria del camino. Tres veces quiso Joaquim Sassa preguntarle a las personas hacia dónde iban, y siempre la respuesta fue la misma, Por ahí, a ver mundo. No podían ignorar que el mundo, el mundo inmediato, en rigor, era ahora más pequeño de lo que fue, quizá por eso mismo resultaba realizable el sueño de conocerlo todo, y cuando José Anaiço preguntó, Y su casa, y su trabajo, respondían tranquilamente, La casa allí quedó, el trabajo ya se arreglará, son cosas del mundo viejo que no deben complicarle la vida al mundo nuevo. Y ya ven, por discretas de más o por ocupadas en exceso con su propia vida, las gentes no devolvían la pregunta, que sería bonito responderles, Vamos con esta señora a ver una raya que hizo en el suelo con este palo, y en cuanto a la cuestión laboral, triste figura iban a hacer, diría Pedro Orce tal vez, Dejé desamparados a mis enfermos, y Joaquim Sassa, Bueno, hombre, bueno, lo que sobran son oficinistas, no me necesitan a mí, aparte de eso, estoy disfrutando de unas merecidas vacaciones, y José Anaiço, Mi caso es el mismo, si volviera ahora a mi escuela no encontraría alumnos, hasta octubre todo el tiempo es mío, y Joana Carda, De mí no voy a hablar, si no he hablado siquiera con estos con quienes viajo, mucho menos con desconocidos.
Habían pasado por la ciudad de Pombal cuando Joana Carda dijo, Ahí delante hay una carretera que lleva a Soure, seguiremos por ella, desde que dejaron Lisboa ésta fue la primera indicación de un destino concreto, hasta ahora les parecía que viajaban en medio de una neblina espesa, o, adecuando esta situación particular a las circunstancias generales, eran como antiguos e inocentes navegantes, en mar estamos, el mar nos lleva, hacia dónde nos llevará el mar. Estaban ya cerca de saberlo. No pararon hasta Soure, se metieron por carreteras estrechas que se cruzaban, bifurcaban y trifurcaban, y algunas veces parecían dar vueltas sobre sí, hasta que llegaron a una aldea cuyo nombre se anunciaba a la entrada en un tablón, Ereira, y Joana Carda dijo, Aquí es.
Sobresaltado, José Anaiço, que era quien conducía a Dos Caballos, pisó bruscamente el freno, como si la raya estuviera allí, en medio de la carretera y él a punto de pisarla, no porque hubiera peligro de destruir la prueba fabulosa, indestructible al decir de Joana Carda, sino por esa especie de temor sagrado que acomete incluso a los más escépticos cuando la rutina se rompe como se rompió un hilo por el que íbamos dejando resbalar la mano, confiados y sin responsabilidades, a no ser las de conservar, reforzar y prolongar el referido hilo, y también la mano hasta donde fuese posible. Joaquim Sassa miró alrededor, vio casas, árboles por encima de los tejados, campos rasos, se adivinaban los cenagales, los campos de arroz, es el suave Mondego, antes él que una peña agreste. Si este pensamiento fuese de Pedro Orce, a la historia vendrían infaliblemente Don Quijote y su triste figura, la que tiene y la que hizo, en cueros, saltando como loco en medio de los peñascos de sierra Morena, pero sería un despropósito traer a colación tales episodios de la andante caballería, por eso Pedro Orce, al salir del coche, se limita a comprobar, de pies en el suelo, que la tierra sigue temblando. José Anaiço dio la vuelta a Dos Caballos, fue a abrir, caballero, la puerta del lado opuesto, finge no ver la sonrisa irónica y benévola de Joaquim Sassa, y recibiendo de Joana Carda el palo de negrillo tiende la mano para ayudarla a salir, ella le da la suya, se aprietan una a otra más de lo necesario para asegurar apoyo, aunque no es la primera vez, la primera, y única hasta ahora, fue en el asiento de atrás, un impulso, sin embargo no dijeron entonces, y tampoco ahora lo dicen, una palabra más alta, o más baja, que con fuerza igual se apriete en la palabra del otro.
La hora es de explicaciones, es verdad, pero otras, las requiere la pregunta de Joaquim Sassa, como el capitán de la nao que, al abrir la carta real, sospecha que le va a salir un papel en blanco, Y ahora, Ahora tiramos por ese camino, respondió Joana Carda, y mientras vamos andando diré de mí lo que queda por decir, no es que eso importe mucho a la razón que aquí nos trae, pero no tendría ningún sentido que siga siendo una desconocida para quienes hasta aquí me siguieron, Podía haberlo dicho antes, en Lisboa, o durante el viaje, observó José Anaiço, Para qué, o venían conmigo por creer sólo en una palabra, o esa palabra precisaría de muchas otras para convencer, y entonces de poco valía, Como premio de haber creído en ella, Es a mí a quien toca elegir el premio y la hora de darlo. A esto no quiso José Anaiço responder, se hizo el desentendido, se puso a mirar una línea de chopos a lo lejos, pero oyó murmurar a Joaquim Sassa, Vaya con la niña, Joana Carda sonrió, Niña ya no soy, ni la virago que suponen, Nada he dicho de virago, Autoritaria, altiva, presumida, jactanciosa, Bueno, diga misteriosa y basta, Porque hay un misterio, porque no traería hasta aquí a nadie que no creyera sin ver, ni siquiera a ustedes, en quienes tampoco creen los otros, Ahora ya nos van haciendo ese favor, Más afortunada soy yo, que sólo precisé decir una palabra, Ojalá no necesite de muchas ahora. Este diálogo fue todo entre Joana Carda y Joaquim Sassa, ante la dificultad de entendimiento de Pedro Orce y la impaciencia mal disimulada de José Anaiço, excluido de él por su propia culpa. Pero esta curiosa situación, fíjense bien, no hace más que repetir, con las diferencias que siempre distinguen las situaciones que se repiten, aquella de Granada, cuando María Dolores habló con un portugués y hubiera preferido hablar con otro, aunque, en el caso que ahora nos ocupa, habrá tiempo de aclararlo todo, no quedará sin agua quien tenga realmente sed.
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