Gabriel Márquez - Noticia de un Secuestro
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Gabriel García Márquez
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La respuesta de Escobar, dos semanas después, empezaba con un latigazo: «Distinguido doctor, me da muchísima pena, pero no puedo complacerlo». Enseguida llamaba la atención sobre la noticia de que algunos constituyentes del sector oficial, con la anuencia de las familias de los secuestrados, propondrían no abordar el tema de la extradición si éstos no salían libres. Escobar lo consideraba inapropiado pues los secuestros no podían considerarse como una presión a los constituyentes porque eran anteriores a su elección. En todo caso, se permitió hacer sobre el tema una advertencia sobrecogedora: «Recuerde, doctor Villamizar, que la extradición ha cobrado muchas víctimas, y sumarle dos nuevas no alterará mucho el proceso ni la lucha que se ha venido desarrollando».
Fue una advertencia lateral, pues Escobar no había vuelto a mencionar la extradición como argumento de guerra después del decreto que la dejó sin piso para quien se entregara y se había centrado en el tema de la violación de los derechos humanos por las fuerzas especiales que lo combatían. Era su táctica maestra: ganar terreno con victorias parciales, y proseguir la guerra con otros motivos que podía multiplicar hasta el infinito sin necesidad de entregarse.
En su carta, en efecto, se mostraba comprensivo en el sentido de que la guerra de Villamizar era la misma que él hacía para proteger a su familia, pero insistía y persistía una vez más en que el Cuerpo Élite había matado a unos cuatrocientos muchachos de las comunas de Medellín y nadie lo había castigado. Esas acciones, decía, justificaban los secuestros de los periodistas como instrumentos de presión para que fueran sancionados los policías responsables. Se mostraba también sorprendido de que ningún funcionario público hubiera intentado un contacto directo con él en relación con los secuestros. En todo caso, concluía, las llamadas y súplicas para que se liberara a los rehenes serían inútiles, porque lo que estaba en juego era la vida de las familias y los socios de los Extraditables. Y terminaba: «Si el gobierno no interviene y no escucha nuestros planteamientos, procederemos a ejecutar a Maruja y a Francisco, de eso no le quepa ninguna duda». La carta demostraba que Escobar buscaba contactos con funcionarios públicos. Su entrega no estaba descartada, pero iba a costar más cara de lo que podía pensarse y estaba dispuesto a cobrarla sin descuentos sentimentales. Villamizar lo comprendió, y esa misma semana visitó al presidente de la república y lo puso al comente. El presidente se limitó a tomar atenta nota.
Villamizar visitó también por esos días al procurador general tratando de encontrar una manera diferente de actuar dentro de la nueva situación. Fue una visita muy fructífera. El procurador le anunció que a fines de esa semana publicaría un informe sobre la muerte de Diana Turbay, en el cual responsabilizaba a la policía por actuar sin órdenes y sin prudencia, y abría pliego de cargos contra tres oficiales del Cuerpo Élite. Le reveló también que había investigado a once agentes acusados por Escobar con nombre propio, y había abierto pliego de cargos contra ellos.
Cumplió, El presidente de la república recibió el 3 de abril un estudio evaluativo de la Procuraduría General de la Nación sobre los hechos en que había muerto Diana Turbay. El operativo -dice el estudio- había empezado a gestarse el 23 de enero cuando los servicios de inteligencia de la policía de Medellín recibieron llamadas anónimas de carácter genérico sobre la presencia de hombres armados en la parte alta del municipio de Copacabana. La actividad se centraba -según las llamadas- en la región de Sabaneta, y sobre todo en las fincas Villa del Rosario, La Bola y Alto de la Cruz. Por lo menos en una de las llamadas se dio a entender que allí tenían a los periodistas secuestrados, y que inclusive podía estar el Doctor. Es decir: Pablo Escobar. Este dato se mencionó en el análisis que sirvió de base para los operativos del día siguiente, pero no se mencionó la probabilidad de que estuvieran los periodistas secuestrados. El mayor general Miguel Gómez Padilla, director de fe Policía Nacional, declaró haber sido informado el 24 de enero en la tarde de que al día siguiente iba a realizarse un operativo de verificación, búsqueda y registro, «y la posible captura de Pablo Escobar y un grupo de narcotraficantes». Pero, al parecer, tampoco se mencionó entonces la posibilidad de encontrar a los dos últimos rehenes, Diana Turbay y Richard Becerra.
El operativo se inició a las once de la mañana del 25 de enero, cuando salió de la Escuela Carlos Holguín de Medellín el capitán Jairo Salcedo García con siete oficiales, cinco suboficiales y cuarenta agentes. Una hora después salió el capitán Eduardo Martínez Solanilla con dos oficiales, dos suboficiales y sesenta y un agentes. El estudio señalaba que en el oficio correspondiente no había sido registrada la salida del capitán Helmer Ezequiel Torres Vela, que fue el encargado del operativo en la finca de La Bola, donde en realidad estaban Diana y Richard. Pero en su exposición posterior ante la Procuraduría Nacional, el propio capitán confirmó que había salido a las once de la mañana con seis oficiales, cinco suboficiales y cuarenta agentes. Para toda la operación se destinaron cuatro helicópteros artillados.
Los allanamientos de la Villa del Rosario y Alto de la Cruz se cumplieron sin contratiempos. Hacia la una de la tarde se emprendió el operativo en La Bola. El subteniente Iván Díaz Álvarez contó que estaba descendiendo de la planicie en que lo había dejado el helicóptero, cuando oyó detonaciones en la falda de la montaña. Corriendo en esa dirección, alcanzó a ver unos nueve o diez hombres con fusiles y subametralladoras que huían en estampida:
«Nos quedamos allí unos minutos para ver de dónde salía el ataque -declaró el subteniente- cuando escuchamos muy abajo a una persona que pedía auxilio». El subteniente dijo que se había apresurado hacía abajo y se había encontrado con un hombre que le gritó: «Por favor, ayúdeme». El subteniente le gritó a su vez: «Alto, ¿quién es usted?». El hombre le contestó que era Richard, el periodista, y que necesitaba auxilio porque allí estaba herida Diana Turbay. El suboficial contó que en ese momento, sin explicar por qué, le salió la frase: «¿Dónde está Pablo?». Richard le contestó: «Yo no sé. Pero por favor, ayúdeme». Entonces el militar se le acercó con todas las seguridades, y aparecieron en el lugar otros hombres de su grupo. El subteniente concluyó: «Para nosotros fue una sorpresa encontrar allí a los periodistas puesto que el objetivo de nosotros no era ése».
El relato de este encuentro coincide casi punto por punto con el que Richard Becerra hizo a la Procuraduría. Más tarde, éste amplió su declaración en el sentido de que había visto al hombre que les disparaba a él y a Diana, y que estaba de pie, con las dos manos hacia adelante y hacia el lado izquierdo, y a una distancia promedio de unos quince metros.
«Cuando acabaron de sonar los disparos -concluyó Richard- ya yo me había tirado al suelo».
En relación con el único proyectil que le causó la Muerte a Diana, la prueba técnica demostró que había entrado por la región ilíaca izquierda y seguido hacia arriba y hacia la derecha. Las características de los daños micrológicos demostraron que fue un proyectil de alta velocidad, entre dos mil y tres mil pies por segundo, o sea unas tres veces más que la velocidad del sonido. No pudo ser recuperado, pues se fragmentó en tres partes, lo que disminuyó su peso y alteró su forma, y quedó reducido a una fracción irregular que continuó su trayectoria con destrozos de naturaleza esencialmente mortal. Fue casi de seguro un proyectil de calibre 5.56, quizás disparado por un fusil de condiciones técnicas similares, si no iguales, a un AUG austriaco hallado en el lugar de los hechos, que no era de uso reglamentario de la policía. Como una anotación al margen, el informe de la necropsia señaló: «La esperanza de vida de Diana se calculaba en quince años más». El hecho más intrigante del operativo fue la presencia de un civil esposado que viajó en el mismo helicóptero en que se transportó a Diana herida hasta Medellín. Dos agentes de la policía coincidieron en que era un hombre de apariencia campesina, de unos treinta y cinco a cuarenta años, tez morena, pelo corto, algo robusto, de un metro setenta más o menos, que aquel día llevaba una gorra de tela. Dijeron que lo habían detenido en el curso del operativo, y estaban tratando de que se identificara cuando empezaron los tiros, de modo que tuvieron que esposarlo y llevarlo consigo hasta los helicópteros. Uno de los agentes agregó que lo había dejado en manos de su subteniente, que éste lo interrogó en presencia de ellos y lo dejó en libertad cerca del sitio donde lo habían encontrado. «El señor no tenía nada que ver -dijeron- puesto que los disparos sonaron abajo y el señor estaba arriba con nosotros». Estas versiones descartaban que el civil hubiera estado a bordo del helicóptero, pero la tripulación de la nave confirmó lo contrario. Otras declaraciones fueron más específicas. El cabo primero Luis Carlos Ríos Ramírez, técnico artillero del helicóptero, no dudaba de que el hombre iba a bordo, y había sido devuelto ese mismo día a la zona de operaciones.
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