Gabriel Márquez - Noticia de un Secuestro
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Gabriel García Márquez
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Esta declaración terminante, divulgada en directo por todos los medios, provocó una reacción de solidaridad en la opinión pública, e indignación en el gobierno. El presidente convocó a Fabio Villegas, su secretario general; a Miguel Silva, su secretario privado; a Rafael Pardo, su consejero de Seguridad, y a Mauricio Vargas, su consejero de Prensa. El propósito era elaborar un rechazo enérgico a la declaración de Nydia. Pero una reflexión más a fondo los condujo a la conclusión de que el dolor de una madre no se controvierte. Gaviria lo entendió así, y canceló el propósito de la reunión e impartió la orden:
– Vamos al entierro.
No sólo él sino el gobierno en pleno.
El encono de Nydia no le dio una tregua. Con alguien cuyo nombre no recordaba le había mandado la carta tardía al presidente -cuando ya sabía que Diana había muerto-, tal vez para que llevara siempre en la conciencia su carga premonitoria. «Obviamente, no esperé que me respondiera», dijo.
Al final de la misa d? cuerpo presente en la catedral -concurrida como pocas- el presidente se levantó de su silla y recorrió solo la desierta nave central, seguido por todas las miradas, por los relámpagos de los fotógrafos, por las cámaras de televisión, y le tendió la mano a Nydia con la seguridad de que se la dejaría tendida. Nydia se la estrechó con un desgano glacial. En realidad, para ella fue un alivio, pues lo que temía era que el presidente la abrazara. En cambio, apreció el beso de condolencia de Ana Milena, su esposa.
Todavía no fue el final. Apenas aliviada de los compromisos del duelo, Nydia solicitó una nueva audiencia con el presidente para informarlo de algo importante que debía saber antes de su discurso de aquel día sobre la muerte de Diana. Silva transmitió d mensaje al pie de la letra, y el presidente hizo entonces la sonrisa que Nydia no le vería jamás.
– A lo que viene es a vaciarme -dijo-. Pero que venga, claro.
La recibió como siempre. Nydia, en efecto, entró en la oficina, vestida de negro y con un talante distinto: sencilla y adolorida. Fue directo a lo que iba, y se lo dejó ver al presidente desde la primera frase: -Vengo a prestarle un servicio.
La sorpresa fue que, en efecto, empezó con sus excusas por haber creído que el presidente había ordenado el operativo en que murió Diana. Ahora sabía que ni siquiera había sido informado. Y quería decirle además que también en aquel momento lo estaban engañando, pues tampoco era cierto que el operativo fuera para buscar a Pablo Escobar sino para rescatar a los rehenes, cuyo paradero había sido revelado bajo tortura por uno de los sicarios capturados por la policía. El sicario -explicó Nydia- había aparecido después como uno de los muertos en combate.
El relato fue dicho con energía y precisión, y con la esperanza de despertar el interés del presidente, pero no descubrió ni una señal de compasión. «Era como un bloque de hielo», diría más tarde evocando aquel día. Sin saber por qué ni en qué instante, y sin poder evitarlo, empezó a llorar. Entonces se le revolvió el temperamento que había logrado dominar, y cambió por completo de tema y de modo. Le reclamó al presidente su indiferencia y su frialdad por no cumplir con la obligación constitucional de salvar las vidas de los secuestrados.
– Póngase a pensar -concluyó-, si la niña suya hubiera estado en estas circunstancias. ¿Qué habría hecho usted?
Lo miró directo a los ojos, pero estaba ya tan exaltada que el presidente no pudo interrumpirla. Él mismo lo contaría más tarde: «Me preguntaba, pero no me daba tiempo de contestar». Nydia, en efecto, le cerró el paso con otra pregunta: «¿Usted no cree, señor presidente, que se equivocó en el manejo que le dio a este problema?». El presidente dejó ver por primera vez una sombra de duda. «Nunca había sufrido tanto», diría años después. Pero sólo pestañeó, y dijo con su voz natural:
– Es posible.
Nydia se puso de pie, le dio la mano en silencio, y salió de la oficina antes de que él pudiera abrirle la puerta. Miguel Silva entró entonces en el despacho y encontró al presidente muy impresionado con la historia del sicario muerto. Pero reaccionó con la decisión de escribir una carta privada al procurador general para que investigara el caso y se hiciera justicia. La mayoría de las personas coincidían en que la acción había sido para capturar a Escobar o a un capo importante, pero que aun dentro de esa lógica fue una estupidez y un fracaso irreparable. Según la versión inmediata de la policía, Diana había muerto en desarrollo de un operativo de búsqueda con apoyo de helicópteros y personal de tierra. Sin proponérselo se encontraron con el comando que llevaba a Diana Turbay y al camarógrafo Richard Becerra. En la huida, uno de los secuestradores le disparó a Diana por la espalda y le fracturó la espina dorsal. El camarógrafo salió ileso. Diana fue trasladada al Hospital General de Medellín en un helicóptero de la policía, y allí murió a las cuatro y treinta y cinco de la tarde.
La versión de Pablo Escobar era muy distinta y coincidía en sus puntos esenciales con la que Nydia le contó al presidente. Según él, la policía había hecho el operativo a sabiendas de que los secuestrados estaban en el lugar. La información se la habían arrancado bajo tortura a dos sicarios suyos que identificó con sus nombres reales y números de cédula. Estos, según el comunicado, habían sido aprehendidos y torturados por la policía, y uno de ellos había guiado desde un helicóptero a los jefes del operativo. Dijo que Diana fue muerta por la policía cuando huía del combate, ya liberada por sus captores. Dijo, por último, que en la escaramuza habían muerto también tres campesinos inocentes que la policía presentó a la prensa como sicarios caídos en combate. Este informe debió darle a Escobar las satisfacciones que esperaba en cuanto a sus denuncias de violaciones d? derechos humanos por parte de la policía.
Richard Becerra el único testigo disponible, fue asediado por los periodistas la misma noche de la tragedia en un salón de la Dirección General de Policía en Bogotá. Estaba todavía con la chamarra de cuero negro con que lo habían secuestrado y con el sombrero de paja que le habían dado sus captores para que pasara por campesino. Su estado de ánimo no era el mejor para dar algún dato esclarecedor.
La impresión que dejó en sus colegas más comprensivos fue que la confusión de los hechos no le había permitido formarse un juicio de la noticia. Su declaración de que el proyectil que mató a Diana lo disparó a propósito uno de los secuestradores, no encontró piso firme en ninguna evidencia. La creencia general, por encima de todas las conjeturas, fue que Diana murió por accidente entre los fuegos cruzados. Sin embargo, la investigación definitiva quedaba a cargo del procurador general en atención a la carta que le envió el presidente Gaviria después de las revelaciones de Nydia Quintero.
El drama no había terminado. Ante la incertidumbre pública sobre la suerte de Marina Montoya, los Extraditables emitieron un nuevo comunicado el 30 de enero, en el que reconocían haber dado la orden de ejecutarla desde el día 23. Pero: «por motivos de clandestinidad y de comunicación, no tenemos información -a la fecha- si la ejecutaron o la liberaron. Si la ejecutaron no entendemos los motivos por los cuales la policía aún no ha reportado su cadáver. Si la liberaron, sus familiares tienen fe palabra». Sólo entonces, siete días después de ordenado el asesinato, se emprendió la búsqueda del cadáver. El médico legista Pedro Morales, que había colaborado en la autopsia, leyó el comunicado en la prensa y se imaginó que el cadáver de Marina Montoya era el de la señora de la ropa fina y las uñas impecables. Así fue. Sin embargo, tan pronto como se estableció la identidad, alguien que dijo ser del Ministerio de justicia presionó por teléfono al Instituto de Medicina Legal para que no se supiera que el cadáver estaba en la fosa común. Luis Guillermo Pérez Montoya, el hijo de Marina, salía a almorzar cuando la radio transmitió la primicia. En el Instituto de Medicina Legal le mostraron el retrato de la mujer desfigurada por los balazos y le costó trabajo reconocerla. En el Cementerio del Sur tuvieron que preparar un dispositivo especial de policía, porque ya la noticia estaba en el aire y tuvieron que abrirle paso a Luis Guillermo Pérez para que llegara hasta la fosa por entre una muchedumbre de curiosos.
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