Juan Arreola - La Feria

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Una de las grandes obras de Arreola. Sale a la luz pública en 1963. Con matices plenarios desdibuja la retórica significación de Zapotlán.
La feria es una novela que no se ajusta a los modelos formales e imperantes en los tiempos de su aparición (1963), si bien ya se hablaba de que la modernidad había llegado a la novelística mexicana gracias a obras como Al filo del agua, de Agustín Yáñez, y Pedro Páramo, de Juan Rulfo.
Juan José Arreola se desentiende del orden lógico de la novela tradicional (inicio-clímax-desenlace) y en vez de eso ofrece una serie de cuadros y viñetas con aparente falta de composición para contar una historia, asimismo, imprecisa según los cánones. ¿Qué cuenta Arreola en La feria? Muchas cosas y ninguna en especial, o mejor, da cuenta de hechos y situaciones, de personajes y voces que, al aglutinarse, dan cuerpo a la vida de una población, Zapotlán el Grande.
En La feria se ve la constante preocupación que ha templado a las sociedades latinoamericanas, la disyuntiva tradición-modernidad, como una constante que ha inquietado a los gobiernos y a los grupos de élites en la lucha por el poder para presentar un proyecto de nación.

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– Nomás espántalos, pero no les tires. Los cuervos son como tú y como yo. Andan arrepentidos buscando y buscando lo que se comieron por el camino, cuando venían volando en la noche con su grano de maíz en el pico. Pobres, no tienen la culpa de haber caído en la tentación. Ustedes ya no se acuerdan, pero los cuervos trajeron otra vez el maíz a Zapotlán, cuando nos lo quitaron las gentes de Sayula, de Autlán, de Amula y de Tamazula. Todos vinieron y nos quitaron el maíz. De pura envidia cíe que aquí se daba mejor que allá. Aquí se da mejor que en todas partes y por eso nuestra tierra se llamaba Tlayolan, que quiere decir que el maíz nos da vida. Pero los vecinos nos hicieron guerra entre todos. Nos quitaron primero la sal y luego se llevaron las mazorcas, todas, sin dejarnos ya ni un grano para la siembra. Y nos cercaron el llano, guardando todos los puertos para que nadie pudiera pasar. Y entonces Tlayolan se llamó Tzapotlan, porque ya no comíamos maíz, sino zapotes y chirimoyas, calabazas y mezquites. Andábamos descriados, ya sin fuerzas para la guerra. Pero tuvimos un rey y su nahual era cuervo. Se hacía cuervo cuando quería, con los poderes antiguos de Topiltzin y Ometecutli. Se hacía cuervo nuestro rey, y se iba a volar sobre los sembrados ajenos, entre los cuervos de Sayula, de Autlán, de Amula y de Tamazula. Y veía que todos tenían el maíz que nos quitaron. Y como su nahual era cuervo, supo que los cuervos buscan y esconden las cosas. Y con los poderes antiguos de Topiltzin y Ometecutli, nos enseñó a todos para que nos volviéramos cuervos. Y un año limpiamos las tierras, que todas estaban llenas de chayotillo, de garañona y capitaneja. Limpiamos y labramos la tierra, como si tuviéramos maíz para sembrarla. Y cuando comenzaron las lluvias, ya para meterse el sol, nos hacíamos cuervos y nos íbamos volando para buscar el maíz que sembraban las gentes de Sayula, de Autlán, de Amula y de Tamazula. Volvíamos cada quien con su grano en el pico, a esconderlo en la tierra de Zapotlán. Pero como nos costaba mucho trabajo encontrar las semillas y todos teníamos ganas de comer maíz, nuestro Rey Cuervo dijo que los que se tragaran el grano por el camino, se quedarían ya de cuervos, volando y graznando entre los surcos, buscando para siempre el maíz enterrado. Y muchos de nosotros no se aguantaron las ganas y se tragaron el grano en vez de sembrarlo en nuestra tierra. Y ya no volvieron a ser hombres como nosotros…

– No les tires a los cuervos, Layo, con tu escopeta. Ellos trajeron otra vez el maíz a Zapotlán. Y los que cayeron en la tentación, no tienen la culpa. Querían comer otra cosa, y ya estaban hartos de zapotes, de chirimoyas, calabazas y mezquites. Por eso andan volando todavía por los campos.

– Cuando vieron que nosotros cosechamos maíz sin sembrarlo, porque no teníamos semilla, y ellos sembraban y no se les daba, las gentes de Sayula, de Autlan, de Amula y de Tamazula hicieron la paz con nosotros y nos dejaron ir por la sal a las lagunas de Zacoalco…

Este año, Juan Tepano, primera Vara, anda contento como si a él y a los suyos ya les hubieran devuelto la tierra. Canta pedazos del Alabado y dice versos y dichos viejos. Da unos pasos de danza. A la hora de comer cuenta un cuento. Y al ver que un cuervo pasa graznando por encima de la lumbre apagada, dice riéndose con el filo de la mano sobre los ojos:

– Mira Layo, allí va volando un cristiano…

***

Ya terminamos la escarda y las lluvias siguen siendo muy favorables por el rumbo del Tacamo. (De Tiachepa más vale no hablar). Bueno, las lluvias son favorables y ya terminamos la escarda. Hoy comenzamos la segunda: el que no asegunda no es buen labrador, dice el dicho. La segunda se da también con arado de dos alas, pero bien abiertas, para que las matas queden muy bien arropadas con la tierra fresca que derraman. Para este fierro ya se ocupan menos peones, pues el trabajo de alzar es más rápido y sencillo que el de la escarda. Las milpas están ya grandes y fuertes, y resisten bien el empuje del arado.

***

Doña María la Matraca estaba acostada en su cama. Entró Celso José con sus pantalones de dril claro, apretados y rabones. Con su camisa recién planchada. Siempre llega como arcángel, con su halo de santidad: el sombrero de palma echado hacia atrás, aplanado y deslumbrante. Le gusta quedarse en los umbrales, con una mano en el canto de las puertas y la otra en la cintura. Ahora trae una cajita de cartón colgada de un hilo, que sostiene temeroso con la punta de los dedos. Doña María se levantó las faldas, enjugándose de paso los ojos con el borde, porque había llorado, acordándose del Licenciado: "¡Ay María, con lo guapa que tú eras, yo debía haberme casado contigo!"

– Cierra la puerta, Celso. (Entornó los ojos, suspirando). Duelen más que una inyección, pero hacen mejor provecho. Pobres, me da una lástima… Celso se puso de rodillas junto a la cama. Con gran precaución abrió un poco la cajita y sus hábiles dedos de costurera cogieron la primer abeja por las alas. Se la puso a doña María poco oías arriba del tobillo, haciendo un mohín con los labios. Al sentir el piquete, la señorita se quejó suavemente, abanicándose con la mano.

– |Ay Dios ay Dios! Qué se me hace que ahora me trajiste de las más bravas… (Celso le dio una palmadita en la pierna):

– Ándele, ándele… La primera es la que duele más, doña Mariquita. Aguántese tantito. Le traje puras mansitas, de esas güeras güeras que les dicen italianas… (La abeja, ya destripada, iba subiendo por la pierna de doña María. Con la yema del dedo, Celso José exprimía sobre la piel blanda el aguijón de la abeja).

– Eso es, eso es… Apriétale bien ¡ay… ay…! que salga toda la ponzoña… (Y al ver que la abeja moribunda seguía caminando sobre su pierna):

– Mátala, Celso, mátala. Ya te he dicho que las mates luego para que no sufran. (Celso José puso la abeja en el suelo, y la aplastó con el huarache).

– Pobres abejitas ¡me da una lástima! En vez de seguir haciendo su miel, vienen aquí a curarme las reumas. Me dan de comer y son mis doctores… Ándale, Celso, pónmelas todas, que cuando tengo la hilera de piquetes, siento que toda la pierna se me duerme…

***

– Estamos fritos, o como decía mi abuelo, peidos de la caifasa. Ya tenemos dos alcancías para llenar en este año. Estoy de acuerdo con la primera, que es un puerquito de barro que nos trajo el Jefe de Manzana: "Llénenlo aunque sea de puros centavos de cobre, es para la Función de Señor San José". Pero ahora nos mandaron los jesuitas una cajita de madera que es para la Construcción del Seminario nuevo "…de donde habrán de salir los sacerdotes que tanta falta nos hacen y que son el cuerpo vivo de la Iglesia…" Yo le dije a mi mujer que no más le echara dinero al puerquito, al fin que es para la feria y todos la vamos a disfrutar. En la cajita de madera les voy a poner un recado a los jesuitas diciéndoles que se la llenen los ricos, al fin que ellos son los que más bien se llevan con el cuerpo vivo de la Iglesia…

***

En el Tacamo sembré en seco y con fe: el día que murió el Licenciado cayó la primera tormenta y no tardaron en hincharse los granos y en brotar las milpas. Tiachepa es una lástima, un verdadero desierto. Solo iré a visitarlo cuando tenga ganas de sufrir. Por ahora me basta con hacer esta anotación, que corresponde más bien a mi libro de cuentas: se me han perdido dos bueyes ajenos. Una yunta pareja, los animales más fuertes y grandes de que disponía. He dado las señas por todas partes y puse un anuncio en el periódico, que no ha servido sino de pretexto para que mi competidor y su poeta me lancen otra fisga en el mismo número en que viene mi aviso:

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