Ana Matute - La torre vigía

Здесь есть возможность читать онлайн «Ana Matute - La torre vigía» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Современная проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

La torre vigía: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «La torre vigía»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

La torre vigía es la primera novela de la trilogía medieval de Ana María Matute. Ambientada en una Edad Media mítica, mágica y sensual, la novela es un peculiar libro de caballerías que narra, en primera persona y con una sensibilidad moderna, los años de formación y aprendizaje de un joven caballero, a lo largo de una trama repleta de heroísmo, superstición y barbarie.
La torre vigía relata el descubrimiento del mundo y sus conflictos, la memoria, la añoranza y la dificultad para establecer relaciones en la infancia y la adolescencia del protagonista que habrá de ser armado caballero en un marco donde todo se rige por instintos primitivos y febriles, en el que el amor, el odio, la violencia, la soledad, la crueldad o la nostalgia se alternan en una espléndida narración que ofrece un mundo inquietante y misterioso y, al mismo tiempo, salvaje y pasional.

La torre vigía — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «La torre vigía», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

La estancia más importante del castillo de Mohl la constituía, sin duda alguna, la sala destinada a las comidas y cenas. Era amplia, pero con ventanas tan pequeñas y estrechas, que, dado la cantidad de gente allí congregada -amén del gran fuego que siempre ardía dentro-, a menudo el aire se hacía irrespirable; y a ello contribuía no poco el humo y el olor de los asados, que solían llegar desde la cocina. A la derecha de la mesa de Mohl, tras un biombo, guardábase el pan, el vino y varias clases de viandas. El suelo aparecía cubierto con esterilla de finos juncos y así los residuos de comida y los orines, o los excrementos de los perros -Mohl no se separaba nunca de su jauría, que jadeaba amorosamente a su espalda-, quedaban muy bien enjugados y aun disimulados. La mesa de Mohl se armaba como las otras, sobre caballetes, pero alzada en una plataforma, de modo que quedase por encima de las cabezas de todos sus comensales. Esto prestaba a su figura un aire aún más poderoso. E inspiraba toda su persona gran suntuosidad y respeto.

Durante las comidas, Mohl solía conversar abundantemente, pero sin que diera la impresión de acaparar excesivamente la atención, o de abusar de su autoridad (como, en rigor, hacía). Procuraba invitar a casi todos a participar en sus pláticas, demandando respuestas y aun provocando sutilmente opiniones diversas a la suya. En estas comidas (en verdad muy largas) la conversación se desarrollaba libre y extensamente. Y mi señor ponía cuidado en que su voz no sufriese alteraciones demasiado vivas. Llevaba pocas joyas: sólo una gruesa cadena de oro al cuello y en su índice algún anillo con los signos de la Caballería, o su propio escudo. Generalmente, el tono de su voz componía una rara mezcla de altivez y dulzura, pese a la energía que serpenteaba en ella. Pero había algo muy chocante en mi señor. De improviso se aunaban a estas virtudes otras particularidades de más notoria agresividad (e incluso brutal tinte), muy sorprendentes en caballero tan lleno de mesura. Así, en ocasiones, brusca y en verdad bronca -hasta me atrevería a decir que grosera- saltaba su risa. Una risa tan infrecuente como estremecedora, que tenía el don de alejar en quienes la escuchaban toda sospecha o ánimo de regocijo. Según pude apreciar, esta explosión de sentimiento, tan poco acorde con su natural compostura, tenía la virtud de esparcir en sus oyentes un silencio muy ostensible y cuajado de temor. Como si aquella risa fuera preludio o augurio de muy poco estimulantes consecuencias. Después de oírla, costaba un verdadero esfuerzo romper el silencio y proseguir cualquier tema. La otra particularidad (también inesperada, pues ningún incidente o comentario anterior daba lugar a suponerlo), era la importuna inclusión de relatos o recuerdos guerreros narrados con tal minucia y delectación en sus más cruentos pormenores (la forma detallada, por ejemplo, de cómo llevó a cabo la muerte de un rival derrotado, o el tormento elegido para un castigo ejemplar) que oírle erizaba el pelo. En estas ocasiones, tras su máscara prudente y bien compuesta, creí percibir estallando de ahogo, una naturaleza cruel y casi tan salvaje como la mía. Pese a que, oyéndole, un largo escalofrío recorría mi espalda -y he de admitir que esto ocurría muy raramente-, me sentí fuertemente atraído por aquel aspecto tan inusitado en la naturaleza de mi señor. Mucho más atraído por esto que por las cualidades de equidad, señorío y buenos modales que, por otra parte, le daban justa fama. (Más tarde tuve constatación de este amordazado aspecto de su ser. Y llegué a comprender que se trataba del más pujante o acaso verdadero de su persona).

En el curso de tales comidas y conversaciones, muchas cosas aprendí, entreví, y aun confusamente adiviné. Y llegué -como todos- a acostumbrarme al lenguaje de mi señor, que pasaba con facilidad y ligereza envidiable (o al menos sorprendente) del tema delicado, incluso poético, al más feroz de los delirios guerreros.

De otra parte, mi señor era tan refinado que jamás le vi sonarse, ni pegar a sus sirvientes, ni orinar en el suelo, ni llorar ruidosamente -aun tras las muchas libaciones-. No se embriagaba nunca de forma tan indecorosa que rozara la dignidad y aplomo de su continente y cuando arrojaba los huesos sobrantes de su plato, lo hacía siempre en dirección a su jauría (que amaba muy sinceramente) y cuyos componentes permanecían alerta, sentados sobre las patas traseras. En suma, y sin desdoro de la verdad, aseguro que mi señor no se parecía a ningún hombre, noble o villano, de cuantos conocí.

Cuando las cenas terminaban, los escuderos y pajes recogíamos las mesas, tableros y caballetes. Una vez arrimados a los muros, nos tendíamos en el suelo para dormir, a ser posible cerca del fuego. Allí me sentía muy abrigado y confortable. Lejos quedaban ya las duras noches junto a caminantes y mendigos, bajo la escalera del mugriento torreón de mi padre. De las paredes pendían escudos, lanzas y trofeos de caza o guerra.

Cascos, espadas y armas de todo tipo, encendían mi admiración y codicia. Cuando todos dormían, a menudo permanecía mucho rato con los ojos abiertos contemplando el fulgor de las llamas en el bruñido metal o escuchando rugir al viento en torno a la torre. Era la única hora de mi jornada -en verdad sin resquicio para holganzas- en que una tenue melancolía me llegaba: como en aquella ocasión, tras la vendimia, y en brazos de la mujer del herrero.

Así, en la forzada reclusión y promiscuidad a que nos obligaba el invierno, empecé a intuir (y constatar) algunos aspectos antes inadvertidos del verdadero carácter y naturaleza del Barón Mohl. Y también de mi señora, la Baronesa. De suerte que muchos rumores y murmuraciones llegaron a mis oídos. Y muchas cosas descubrieron por primera vez mis ojos (y mis sentidos).

V. Historias de ogros

Existían muchos aspectos de la humana vida, harto conocidos por la mayoría de los muchachos de mi edad -y aún más pequeños- y que yo, apenas salido de la salvaje soledad de mi infancia, ignoraba completamente. Debe disculparse tal ignorancia en gracia al hecho de que, hasta mi llegada al castillo, jamás tuve oportunidad -si exceptúo aquel joven trotamundos que me robó el cuchillo- de acabar una frase completa con alguna criatura, no digo ya de mi edad y condición, sino siquiera humana. Hasta el momento, sólo Krim-Caballo fue mi mudo oyente. En cuanto al tropel de desventurados que rodeaba a mi padre y cuya cháchara, espectralmente acribillada de hazañas muertas, adormecía sus veladas, apenas me daban acceso a muy sucintas intervenciones.

El caso es que, hasta aquel invierno, apenas tuve noticia de la existencia de criaturas entre humanas y bestias, entre divinas e infernales, que poblaban el mundo. Muchas de las cuales, sin duda alguna, convivían de manera más o menos disimulada entre los hombres. Sólo en algunas ocasiones, durante aquellas inolvidables veladas invernales, mientras escuchaba relatos de este tipo, resurgían en mi memoria ciertas fábulas que adormecieron mis sueños de niño: ora canturreadas por mi madre, ora por sus sirvientas.

En las veladas del castillo, al abrigo de la lumbre, mientras el viento y la nieve se arremolinaban en la noche invernal, muchas historias y sucedidos de esta clase fueron abriendo mis ojos y aguzando mis oídos. Y así, tales criaturas llegaron a ser tan minuciosamente conocidas por mí como por el más avisado en tales cuestiones.

Cierta mañana muy especial, apenas amanecido, fui requerido por la Baronesa, mi señora, para que ensillase su montura y la acompañara, a pesar de los hielos que endurecían y hacían resbaladizos los caminos, en una de sus singulares correrías. Al ayudarla a montar sentí el filo de unas afiladas uñas en mi mano. Y al tiempo que mi señora ordenaba ciñese a sus piernas la manta de pieles, surgió de ésta una mano delgada y palidísima, rematada por menudos y rosados puñales. Desnuda de su guante, aquella mano me produjo una rara exaltación, donde se agitaban muy oscuros y placenteros devaneos. Pues, súbitamente desprovista de sus habituales tapujos, aquella mano me pareció encarnar la desnudez total de mi señora (cosa que, hasta aquel momento, ni me atreví a imaginar). Alcé los ojos hacia ella: su cabeza rubia y lisa como pálido metal aparecía también libre del capuchón de pieles. Se recortaba nítida, casi cruelmente, bajo un cielo tan reluciente como escudo frotado con arena. La mano de la Baronesa oprimió la mía contra la manta de piel y sentí bajo mi palma su rodilla (que imaginé, de pronto, desnuda y tersa como la de un niño). Entonces, mi señora sonrió. Y esto era en ella tan extraordinario -que yo supiera, no había pieza en que ensañarse, todavía- que me llenó de pavor. Por segunda vez, a la luz rosada del amanecer vi sus dientes. Y me parecieron teñidos por un resplandor de sangre, delicada y fresca, pero muy cruenta. Era, empero, una sangre que yo conocía, y en su rara sonrisa se mezclaron estremecedoramente el jugo de las moras, el primer jabalí a quien di muerte y la triste mueca de la mujer del herrero (aquella vez que tan brutal como injustificadamente la apaleé). Sentí entonces un vértigo desmesurado, de todo punto impropio, al extremo de que hube de aferrarme a la montura de mi señora para no rodar por el suelo. Un viejo y conocido terror ascendió desde mis entrañas, paralizando mis brazos y piernas. Y si no fuera por las pacientes enseñanzas de la propia Baronesa (que tanto me recomendaron mesura en los gestos y disimulo en todas las intemperancias, tanto propias como ajenas) hubiera roto en aullidos y tal vez llegado a revolcarme por el suelo (como en los tiempos en que a tales desmanes de mi naturaleza, mi madre aplicaba remedios harto contundentes, aunque de indudable eficacia).

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «La torre vigía»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «La torre vigía» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Alessandra Torre - End of the Innocence
Alessandra Torre
Richard Woodman - El vigía de la flota
Richard Woodman
John Lescroart - The Vig
John Lescroart
Ana Matute - Primera memoria
Ana Matute
Ana Matute - Aranmanoth
Ana Matute
María López Ribelles - Torre blanca, rey negro
María López Ribelles
Ana María Martínez Sagi - La voz sola
Ana María Martínez Sagi
José Laguna Matute - Cuidadanía
José Laguna Matute
Jesica Nalleli de la Torre Herrera - Experiencias de vinculación universitaria
Jesica Nalleli de la Torre Herrera
Guido Pagliarino - El Vigésimo Octavo Libro
Guido Pagliarino
Отзывы о книге «La torre vigía»

Обсуждение, отзывы о книге «La torre vigía» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x