Julia Quinn - Treinta y seis Tarjetas de San Valentín

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Susannah Ballister había sido una de las más populares debutantes de la temporada anterior, hasta que el hombre que todos creían que le propondría matrimonio se casó con otra. De la noche a la mañana, ella se convirtió en alguien a quien compadecer y sobre quien cuchichear, de modo que se marchó al campo para recuperarse.
De vuelta en Londres de nuevo, a Susannah se le hace difícil sonreír siendo objeto de los rumores y debiendo conformarse con su nuevo papel de desdeñada. David Mann-Formsby, conde de Renminster es el hermano del hombre que la despreció. Socialmente influyente, realiza un acto de amabilidad que sirve para que Susannah recupere su lugar en la sociedad. Pero entonces David descubre que lo que le impulsa a hacerlo es más que amabilidad… él desea a Susannah. Aunque pensaba que no era la mujer apropiada para su hermano, se da cuenta de que es completamente apropiada para él mismo, pero ahora debe convencer a Susannah de ello. Por su parte, Susannah está confundida por la ayuda de David, de quien sabe que no la aprobaba, y llega a la conclusión de que debe ser piedad, o al menos simpatía lo que le motiva. Ahora David debe dar un gran paso para mostrarle que no es la piedad lo que le impulsa, sino el amor.

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Susannah se llevó la servilleta a los labios para impedir escupir el té. "No sé tal cosa, muchas gracias. "

"¿El Conde de Renminster? " dijo Letitia, con todo el rostro arrebolado de la incredulidad. ¿"Renminster? Dios bendito, hermana, es rico, es hermoso, y es conde. ¿Cómo demonios puedes rechazar su invitación? "

"Letitia," dijo Susannah, " es el hermano de Clive. "

"Soy consciente de eso. "

"Yo no le gustaba cuando Clive me cortejaba, y no entiendo cómo, de repente, ha cambiado de opinión ahora. "

"¿Entonces por qué te corteja? " Letitia exigió.

"No me está cortejando. "

"Lo está intentando. "

"No intenta -Oh, ¡al infierno,!" estalló Susannah, profundamente enojada a estas alturas de la conversación. "¿Por qué piensas que quiere cortejarme? "

Letitia dio un bocado a su panecillo y dijo con naturalidad, "Lady Whistledown lo dijo. "

"¡Maldita sea Lady Whistledown! " explotó Susannah.

Letitia retrocedió horrorizada, jadeando como si Susannah hubiera cometido un pecado mortal. "No puedo creer que hayas dicho eso. "

"¿Qué ha hecho nunca Lady Whistledown para ganar mi eterna admiración y mi lealtad? " quiso saber Susannah.

"Adoro a Lady Whistledown," dijo Letitia aspirando altivamente por la nariz, "y no toleraré que la difames en mi presencia. "

Susannah no pudo hacer nada más que permanecer allí sentada, contemplando el loco espíritu que, estaba segura, se había apoderado del cuerpo de su normalmente sensata hermana.

"Lady Whistledown," prosiguió Letitia, con ojos centelleantes, "te trató amablemente durante todo el horrible episodio con Clive el verano pasado. De hecho, ella debió ser la única londinense que lo hizo. Por ello, si no por nada más, no la menospreciaré nunca. "

Los labios de Susannah se separaron, el aliento atascado en la garganta. "Gracias, Letitia," dijo finalmente, su tono ronco acariciando el nombre de su hermana.

Letitia simplemente se encogió de hombros, obviamente no queriendo ponerse sentimental. "No es nada," dijo ella, su airoso tono desmentido por su leve sorber de mocos. "Pero creo que deberías aceptar la oferta del conde en cualquier caso. Aunque solo sea por restaurar tu popularidad. Si un baile con él pudo hacerte aceptable otra vez, piensa lo que un día entero de patinaje hará. Seremos asaltadas por las visitas de los caballeros. "

Susannah suspiró, realmente dividida. Había disfrutado de su conversación con el conde en el teatro. Pero ella era menos confiada desde que Clive le había dado calabazas el verano pasado. Y no quería ser nuevamente objeto de desagradables chismorreos, los cuales empezarían seguramente al minuto de que el conde decidiera prestar atención a alguna otra señorita.

"No puedo," dijo a Letitia, levantándose tan repentinamente que su silla casi se cayó. "Sencillamente no puedo. "

Sus excusas fueron enviadas al conde una hora más tarde.

* * *

Exactamente sesenta minutos después de que Susannah viera a su lacayo marcharse con su nota para el conde, rehusando su invitación, el mayordomo de los Ballisters la encontró en su habitación y la informó que el conde en persona había llegado y la esperaba abajo.

Susannah jadeó, dejando caer el libro que ella había estado tratando de leer toda la mañana. Este aterrizó sobre su dedo del pie.

"¡Guau! " exclamó ella.

"Se ha hecho usted daño, señorita Ballister? " preguntó el mayordomo cortésmente.

Susannah negó con la cabeza aunque su dedo del pie palpitara. Estúpido libro. No había sido capaz de leer más de tres párrafos en una hora. Siempre que miraba una página, las palabras se emborronaban y enturbiaban hasta que lo único que podía ver era la cara del conde.

Y ahora él estaba allí.

¿Trataba de torturarla?

Sí, pensó Susannah, sin el menor rastro de melodrama, probablemente lo intentaba.

"¿Puedo informarlo de que usted lo verá en un momento? " preguntó el mayordomo.

Susannah asintió con la cabeza. Ciertamente ella no estaba en posición de rechazar una audiencia con el Conde de Renminster, sobre todo en su propia casa. Un vistazo rápido en el espejo le dijo que su pelo no estaba demasiado despeinado aun después de haber estado recostada sobre su cama durante una hora, y con el corazón palpitándole, bajó.

Cuando entró en la sala, el conde se apoyaba contra el marco, mirando por la ventana, su postura orgullosa y perfecta como siempre. "Señorita Ballister," dijo él, dándose la vuelta para enfrentarla, "estoy encantado de verla. "

"Er, gracias," dijo ella.

"Recibí su nota. "

"Sí," ella dijo, tragando nerviosamente mientras se dejaba caer en una silla, "eso pensé. "

"Me sentí decepcionado. "

Ella levantó rápidamente la mirada hasta su rostro. Su tono era tranquilo, serio, e incluso había algo en él que insinuaba emociones más profundas. "Lo siento," dijo ella, hablando despacio, tratando de medir sus palabras antes de pronunciarlas en voz alta. "Nunca quise herir sus sentimientos. "

Él comenzó a andar hacia ella, pero sus movimientos eran lentos, casi predadores. "¿No quería? " murmuró él.

"No. " Contestó ella rápidamente, ya que era la verdad. "Desde luego que no. "

"¿Entonces por qué," preguntó él, sentándose en la silla más cercana a la de ella, "se negó usted? "

No podía decirle la verdad – que no había querido ser la muchacha que había sido abandonada por dos Mann-Formsbys. Si el conde comenzaba a acompañarla a reuniones de patinaje y a otras celebraciones por el estilo, la única forma en que no pareciera que la había dejado plantada sería que realmente se casara con ella. Y Susannah no quería que él pensara que ella iba detrás de una oferta de matrimonio.

¡Cielos!, ¿que podría ser más embarazoso que esto ?

"¿No tiene entonces ninguna buena razón? " dijo el conde, con una de las esquinas de su boca ligeramente ladeada, aun cuando sus ojos nunca abandonaron su cara.

"No soy buena patinadora," balbució Susannah, esa mentira fue la única cosa que pudo pensar con tan poco tiempo.

"¿Eso es todo? " preguntó él, descartando su protesta con un caprichoso fruncimiento de sus labios. "No tema. Yo la sostendré. "

Susannah tomó aire. ¿Significaba eso que pondría sus manos en su cintura mientras ellos se deslizaban a través del hielo? De ser así, entonces su mentira, simplemente, podría resultar ser verdad, porque no estaba nada segura de que pudiera mantener el equilibrio sobre sus pies con el conde tan cerca.

"Yo… ah… "

"Excelente," declaró él, poniéndose de pie. "Entonces está arreglado. Seremos pareja en la reunión de patinaje. Si se levanta le daré su primera lección ahora. "

Él no le dio demasiada opción sobre el tema, tomando su mano y tirando de ella hacia arriba hasta ponerla de pie. Susannah echo un vistazo hacia la puerta, que notó no estaba tan abierta como ella la había dejado cuando entró.

Letitia.

La pequeña y furtiva casamentera. Iba a tener que tener una severa conversación con su hermana después de que Renminster finalmente se marchara. Letitia aún podría amanecer con todo su pelo cortado.

Y hablando de Renminster, ¿qué había dicho? Como la experta patinadora que era, Susannah sabía muy bien que no había nada que pudiera ser enseñado sobre ese deporte a menos que uno estuviera realmente sobre patines. Permaneció de pie de todos modos, en parte por curiosidad, y en parte porque su implacable tirón de su mano no le dejaba otra opción.

"El secreto del patinaje," dijo él (algo pomposamente, en opinión de Susannah), "está en las rodillas. "

Ella batió sus pestañas. Siempre había pensado que las mujeres que agitaban sus pestañas parecían un poco débiles, y ya que ella trataba de aparentar que no tenía ni idea sobre lo que hacía, pensó que este podría ser un toque eficaz. "¿Las rodillas, dice usted? " preguntó.

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