Es el 29 de marzo, sábado, David ensaliva el pulgar y gira página con gesto impaciente, pues necesita verificar cuanto antes que la mano mutilada y chamuscada que flota en la orilla del mar no pertenece a Bill Barnes, sino al rabioso piloto suicida que se ha estrellado contra su avión al iniciar éste un amerizaje temerario con el motor incendiado y el timón roto, y justo en ese momento otro rugido, en el cielo azul de verdad, llama su atención. Un bombardero cuya imponente silueta reconoce al instante, pues lo tiene en docenas de láminas recortables, vuela a baja altura sobre el mar, a menos de un kilómetro de la rompiente. Es un B-26 Marauder de la RAF. Inclinado sobre el ala de estribor, describe círculos por encima de un buque de carga que navega rumbo norte. David se incorpora y no da crédito a sus ojos. ¿Qué hace frente a la costa de Mataró un bombardero de la segunda guerra mundial? En cierto momento cree oír una fuerte detonación, aunque no sabría precisar si proviene del avión o del barco. El bombardero lleva pintada en el costado del fuselaje una chica en traje de baño y la leyenda Forever Amanda. Rugiendo, como si una carraca le atrancara los motores, describe otro extraño círculo y se interpone entre el sol y la mirada atónita de David, y en ese instante centellean los cristales de la cabina de mandos. Mientras se ladea un poco más sobre el ala, David distingue claramente el rostro ensangrentado y el brazo del piloto colgando inerte por fuera del parabrisas lateral, justo encima de la palabra Amanda, y también las llamas y el humo negro en el interior de la cabina. Enseguida el avión se eleva un poco y de pronto cae en picado sobre el mar, no muy lejos del buque mercante, que sigue su ruta tranquilamente. En el agua, el bombardero suelta una columna de humo discontinua, como las señales de los indios, y tarda un poco en hundirse.
David mira a su alrededor buscando a alguien que también haya visto el prodigio. La playa está desierta a esta hora. La mano de la abuela Tecla agarra la suya y tira de él para casa.
¡¿Lo has visto, abuela?! ¡¿Has visto caer el avión?!
Yo no he visto nada. Y tú tampoco. A casita.
Más tarde, desde el paseo de la playa, ya que no le dejan acercarse más, ve los cuerpos quemados de cinco tripulantes tendidos en la arena. Han sido rescatados por los pescadores. Son colocados en un camión del ejército y tapados con mantas. Bajo una de las mantas asoma la bota de un cadáver cortada por la mitad junto con la mitad del pie. La brisa trae las voces de un joven suboficial y algunos pescadores. Falta uno, dice el militar, en estos aviones van seis tripulantes. ¿Seguro?, dice un pescador. Se lo habrá llevado la corriente. No irá muy lejos. Vete a saber, tercia otro pescador más viejo, el comportamiento de un cadáver en el mar es imprevisible. ¿Y qué me dice usted del comportamiento del capitán del carguero?, dice el suboficial. No se dio por enterado, no hizo nada por auxiliarles, y siguió su ruta… ¿Sería un barco de guerra camuflado?, dice el viejo.
La Guardia Civil obliga a circular a los curiosos que se acercan al Paseo Marítimo, no hay nada que ver, circulen, vuelvan a sus casas, cierren puertas y ventanas y déjense de comentarios. En los días siguientes la noticia del avión caído al mar no viene en ningún periódico y la radio tampoco dice nada. La gente de Mataró se hace preguntas. ¿Será que los aliados están llegando, será que le vamos a dar la vuelta a la tortilla? No sea usted majadero, hombre, haga caso de la autoridad y cállese, que aquí no pasa nada. Majadero lo será usted, oiga. Cuidadito, ¿eh?, que tengo un primo que es de Falange y subcabo del somatén de Arenys… Al atardecer, David zascandilea por la playa con su novela de Bill Barnes bajo el sobaco. Un agente de la Guardia Civil se le acerca.
Vete a casa, chico.
¿Por qué?
Porque es mejor.
¿Por qué es mejor, señor guardia?
¡Porque yo lo digo! ¡Andando!
David remonta la playa y enfila el Paseo, donde otro guardia está bebiendo agua de una fuente con el naranjero a la espalda. Es muy joven, tiene los ojos verdes y luce una cicatriz en forma de estrella que le frunce hermosamente la barbilla. David se planta a su lado con la cabeza gacha y las manos a la espalda.
Oiga, señor guardia, tengo que decirle una cosa importante.
¿Mi compañero no te ha dicho que te vayas a casa?
Es que yo he visto caer el avión. Lo he visto.
Qué dices. Aquí no hay ningún avión.
Está sumergido, aquí cerca. Es un…
No me vengas con historias, chaval. ¡Lárgate!
…un bombardero B-26 Marauder con seis tripulantes y dos motores radiales Pratt-Whitney R-2800-5 Double Wasp de 1.850 caballos de potencia, dice David de corrido, poseído repentinamente por una extraña melancolía. Sus pies firmemente asentados sobre el suelo del Paseo registran un remoto temblor que proviene de la entraña de la arena o del fondo del mar. El avión venía tocado, añade David, seguramente estuvo bombardeando Berlín y después ha cruzado media Europa ametrallado y en llamas, con un solo motor, seis cadáveres en la cabina y los mandos bloqueados…
¡Ya estás corriendo para tu casa si no quieres que te lleve al cuartelillo!, amenaza el guardia.
¿Todavía no han encontrado al sexto aviador? Pues sepa que acabo de ver una mano achicharrada cerca de la orilla.
Lo habrás soñado, niño, replica el agente, y le mira en silencio unos segundos. ¿Dices que has visto qué?, ¿dónde has dicho?
Ahí mismo, en la orilla, una mano de hombre cortada, toda negra negra…
Bueno, está bien, ahora vete a casa. No quiero volver a verte, ¿entendido? Se interna en la playa para reunirse con su compañero, y se vuelve. ¡¿No me has oído?! ¡Lárgate!
Echado en una esquina del camastro, Chispa se remueve y gime presa de otra quimera, quizás aún más fantasmal e inexplicable que la suya. Adormilado, David le acaricia el lomo con el pie y el perro se calma.
En la orilla, los dos guardias hablan y seguidamente se separan yendo cada uno por su lado a lo largo de la rompiente, el naranjero al hombro y la vista fija en el suave oleaje y en la espuma que lame la arena, procurando no mojarse las botas. Entonces qué pasa, jolín, por qué lo niegan, si están buscando…
Abuela, ¿de verdad no has visto al avión inglés cayendo al mar? ¿Y el abuelo tampoco lo ha visto?
Aquí nadie ha visto nada y te prohibo que andes por ahí hablando del avión inglés.
Poco antes de dormirse, fija de nuevo la mirada en el piloto y distingue tras él, sobre el asiento descalabrado de la cabina, una rosa con su largo tallo envuelto en papel de estaño y los pétalos contraídos por efecto del fuego cercano, como un puño diminuto y lívido consumiéndose en su propia rabia.
Una nebulosa de polvo rojizo lleva toda la tarde suspendida en el aire, vagando inmóvil y a ras del sendero que bordea el barranco, y de esa nube sale inesperadamente el inspector con las manos en los bolsillos del pantalón y el gesto envarado. Viene hacia la puerta de noche caminando despacio, cuando ya David se ha sentado en los tres escalones y guarda el cortaplumas en el cinto.
– Sahib, por un real le enseño una foto muy extraña de mi padre en Montserrat con un cirio en la mano, por dos reales le cuento lo del bombardero caído en el mar frente a Mataró, y por una miserable pela le digo la tienda donde ahora mismo mi madre se está probando unos zapatos, que han de ser de suela de corcho porque le descansan mejor los pies…
– Así que no está en casa -dice el inspector Galván.
– Hoy tampoco tener usted suerte, sahib.
– Si sólo ha ido a eso, volverá enseguida.
– Quién sabe. Se ha llevado un libro, ese que perdió en la calle y usted tuvo la amabilidad de traerle, así que igual ahora mismo la tenemos leyendo sentada tranquilamente en un banco de por ahí, pero a saber dónde…
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