DRÁCULA: «Le ruego disculpe este recibimiento. Mi
criado tiene la noche libre.»
Advierte el conde los ardientes deseos de la empleada bancaria por regresar a su oficina y le indica una salida de emergencia al parking. Ameno conversador, mientras la acompaña guiándola a través de la oscuridad comenta en tono desenfadado algunos pormenores de su famoso y tórrido romance con la pizpireta Clara Bow, pero la señorita Carmela cree percibir en su voz un deje de melancolía y una vibración maníaco-depresiva.
Corte a Vargas en su rincón-dormitorio la espalda recostada contra la almohada y un libro abierto en las manos, el pitillo humeante en sus labios resecos cuarteados a la luz de la vela que arde sobre un taburete a su lado.
Mira directamente a la cámara y sonríe con timidez.
VARGAS: (Por el libro) «A ver si aprendo…»
Susana descalza en camisón y con el abrigo echado sobre los hombros pasea de un lado a otro del altillo para tranquilizar a Neus y que se duerma. La manita de la niña, moviéndose entre el sueño y el sobresalto, hurga en el cálido escote de su madre. Una pátina de sudor una púrpura plateada cabrillea entre los pechos de Susana como una brillante cola de pez. Ella mira la boca dura del vagabundo y luego aparta los ojos.
Vargas deja también de mirarla, se inclina a un lado de la colchoneta para apagar el cigarrillo en una lata y ve en el suelo, entre los trastos, un rótulo de madera despintado escrito en catalán:
PAPERERIA I LLIBRERIA «ROSA D'ABRIL»
SUSANA: «Me obligaron a quitarlo.»
VARGAS: «¿Y eso por qué? (Intenta leer el rótulo,
se esfuerza por deletrearlo) ¿Qué dice? No sé
leer, señora. Abro este libro todas las noches y
miro y remiro las letras, a ver si aprendo,
pero…»
Susana sonríe y señala el rótulo:
SUSANA: «Está en catalán.»
VARGAS: «Algún día lo aprenderé.»
Un relámpago y el trueno inmediato sobresaltan a la niña. Susana la mece, pensativa, mirando el rótulo en el suelo. Sonríe al ver a Vargas coger el rótulo y ponerlo detrás de su espalda a modo de cabezal.
SUSANA: «Algún día volveremos a colgarlo en la calle,
encima de la puerta, y todo será otra vez como
antes. ¿Me ayudará a ponerlo?»
VARGAS: «Sí, la ayudaré.»
Encadena paso de tiempo explosión de luz primaveral en la papelería-librería Vargas el pelo limpio negro bien peinado hacia atrás camisa blanca jersey amarillo despachando detrás del mostrador papel rosa de cartas y sobres rosas a dos muchachas que se ríen sonrojadas, y papel carbón para copias a un señor serio larguirucho con perfil de pájaro.
SEÑOR: (Carraspeando, tímido) «Y también quería una
lámina recortable con aviones Spitfire y otra con
submarinos…»
Hacia el mediodía acude la pandilla y lo ayudan a despachar y sobre todo a sumar.
Susana prepara la comida arriba en el altillo y se oye una canción en la radio y luego noticias del descalabro alemán en el norte de África. Al atardecer, la pandilla prefiere charlar con Vargas sentados en el portal antes que leer tebeos o contar aventis de la guerra de Birmania.
Siempre que se le pregunta por la guerra, Vargas habla de la lluvia.
Vargas (Primer Plano) con los tensos labios marcados de cicatrices imita el ruido del viento en el bosque y el de la lluvia sobre los tejados y los campos y el desierto y también la furia de los ríos cuando se desbordan e inundan los valles y los pueblos ahogando a personas y animales. Vargas habla siempre de la guerra nuestra como de una terrible inundación y con el dedo se señala la frente:
VARGAS: «Hasta aquí llegó el agua. (Agachándose en
medio de los chicos cierra los ojos y hace:) Glu-
glu-glu.»
Susana y la pequeña Neus se ríen. Dentro de su desgracia, este charnego analfabeto deja entrever formas seductoras.
Encadena a mesa camilla en el comedor con Susana de noche enseñando a leer y a escribir a Vargas a la luz del petromax. La mano de Susana guía la mano del alumno torpe y sonámbula agarrotada con el lápiz traza en un cuaderno de hojas pautadas letras-palabras-oraciones en progresión caligráfica: primero garabatos y luego la caligrafía se estiliza, la pluma sustituye al lápiz.
Paso de tiempo: en sobreimpresión páginas y páginas del cuaderno escolar escritas por la mano de Vargas. Cerca, la mano de Susana, quieta, expectante. Vargas se traba en una palabra con la pluma hace un borrón. La mano de Susana se posa en la suya y la guía de nuevo trazando la oración: Señora maestra, soy un comediante.
Encadena a ropa mojada tendida en alambres en azotea gris barrida por el viento que hace restallar la colada como un látigo en la cara de Vargas, de pie al borde del terrado y contemplando lejos la ciudad crepuscular con las manos en los bolsillos del pantalón y el viento en los cabellos. Atardecer de verano, el barrio bullicioso a los pies de Vargas, un resplandor de oro y grana sobre su cabeza y un intenso olor a jazmín en el aire traspasado por alegres chillidos de voces infantiles y pájaros como flechas, en el cielo un cohete de verbena como una palmera de luz cobija a una pobre pesada cometa hecha con papel de periódico y cola de trapos.
Corte al Roxy sesión de tarde y chavales que fuman furtivamente un cigarrillo compartido agachándose entre las butacas, lanzando al aire rosquillas de humo que flotan en el haz luminoso plateado del proyector y que se reflejan en la pantalla -sombras deshilachadas de un sueño mezclándose con las sombras de otro sueño, con el otro humo del cigarrillo que fuma el sonriente villano Rupert de Hentzau/Fairbanks Jr. Sombras siniestras que se deslizan en la poderosa frente arrebatada de pasión de Heathcliff/Olivier, en sus ojos arrasados por el amor y la locura y la venganza, Heathcliff el huérfano de pie en un gótico tenebroso ventanal de su mansión habitada por la soledad y el infortunio, las manos en los bolsillos, los cabellos al viento.
HEATHCLIFF: (Desesperado) «Cathy. Cathy.»
– Maldito novelasta -gruñó el director inventando quizás sin saberlo un insulto de doble filo: contra el novelista y contra el cineasta-. Maldito seas, tú y tus pajilleras sesiones de tarde de sábado.
– Sugiero que en esta escena emblemática del terrado con viento romántico en los cabellos y mirada soñadora y desafiante -dijo el escritor-, a Vargas lo filmes con una camisa negra, amplia de mangas y abierta en el cuello, donde debe llevar atado un pañuelo verde con un arpa dorada.
– Vete al cuerno.
Bastantes años después de la guerra, cuando fueron autorizados por el Gobierno Civil las primeras audiciones de sardanas los domingos por la mañana en el parque Güell y acudían jóvenes falangistas provocadores a burlarse y armar follón y reventar la fiesta, Vargas acompañaba a Susana y a su hija al aplec y se esforzaba cómicamente en aprender a bailar (nunca lo conseguiría) aunque, al cabo de un rato, después de matar de risa a Neus y a Susana y a la pandilla, se retiraba del corro.
Sentado en el banco ondulante de la plaza, los codos en las rodillas y entretenido en cortar una ramita de abeto con la navaja, Vargas permanece cerca de Susana y Neus y al mismo tiempo observa las evoluciones de los Flechas alrededor de los sardanistas. Tres de ellos llevan un bote de pintura negra y una brocha y repintan el borroso emblema, la araña negra, en las esferas de piedra del paseo con palmeras, sobre la plaza, y luego en el mismo banco ondulante de cerámica troceada, acercándose al sitio donde se sienta Vargas.
Vargas simplemente se incorpora, y los Flechas tal vez no se han fijado en él. Pero pasan de largo.
De vuelta a casa, en la colina cenicienta al final de la calle Verdi, la pequeña Neus corre alegremente hacia su madre con una brazada de ginesta que le tapa la cara. Susana y Vargas la esperan un poco más arriba. Cuando la niña está a punto de llegar a ellos -Susana rodilla en tierra abriendo los brazos- un golpe de viento le arrebata algunas flores arrojándolas al aire: tallos de ginesta cuelgan de los cables del tendido eléctrico como notas amarillas en un pentagrama.
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