Fermín le das lástima, que conste. Roja.
Masona. ¿Quieres ir a la cárcel?»
FLECHA 3.°: «¡Fuera toda esa mierda intelectual!»
Su mano enguantada y torva, como una negra manopla, barre el contenido de un estante, la mesa del centro y el pequeño mostrador. Un lápiz rueda hasta los pies de Vargas sentado en la sombra, y al que los escuadristas azules no han prestado atención o todavía no han visto. Es un grueso lápiz que escribe por ambos extremos, las puntas muy afiladas, la una roja y la otra azul.
Vargas, con extraña parsimonia, se inclina a recoger el lápiz y lo cuelga en su oreja. Se queda mirando al Flecha 1.° entornando los ojos.
La pequeña Neus asustada se agarra al cuello de su madre mientras los libros rebotan malamente en el suelo, descosidos, inermes.
SUSANA: «¡Basta! No tenéis derecho a hacer eso. Los
compro a peso, no me fijo en el título ni en el
autor…»
FLECHA 3.°: «¿Ah no? ¿De veras? Pues entérate de la
basura que tienes escondida aquí, escucha:
(Leyendo la cubierta de los libros que va
tirando) Carner, Sagarra, Riba, Salvat,
Papasseit, Foix, Maragall, López-Picó…»
FLECHA 2.°: «Bueno, éste por lo menos es mitad
español: López.»
FLECHA 3.°: «Tienes razón, camarada.» Y devuelve el
libro al estante.
FLECHA 1.°: «¡Vamos a hacer un buen fuego con todos
estos bolcheviques del Ampurdàn!»
Patea los libros tirados al suelo y uno de ellos rueda desencuadernándose como un pájaro herido llega a los pies del vagabundo.
Vargas mira el libro sin tocarlo y habla en tono seco:
VARGAS: «Este libro es mío. Acabo de comprarlo.»
Permanece sentado en la escalera del altillo, en la penumbra, y los escuadristas lo miran como si acabaran de advertir su presencia.
FLECHA 1.°: «¿Y tú quién eres, perdulario?»
VARGAS: «Un amigo de los Estévet.»
(Nota importante: el charnego Vargas pronuncia mal el apellido -que conoce por haberlo leído en el rótulo sobre la puerta de la calle- cargando el acento en la penúltima sílaba en vez de hacerlo en la última. Así, al decir Estévet, casi le oímos decir Starret.)
Vargas se incorpora despacio.
FLECHA 2.°: «No te metas en eso y sigue tu camino.»
FLECHA 3.°: «Sí, será mejor que te largues, vagabundo.
No te busques líos.»
No le prestan más atención, pero Vargas sigue mirando fijamente al falangista 1.° y sus ojos brillan en la sombra delgados y fríos como el filo de la navaja. Y cuando vuelve a hablar, en su voz calmosa anida una ronquera abyecta, súbitamente despiadada:
VARGAS: «Tú, muchacho. Recoge mi libro y ponlo sobre
la mesa.»
El aludido lo mira con asombro, sonriendo por un lado de la boca:
FLECHA 1.°: «¿Habéis oído?
FLECHA 2.°: «¿Qué ha dicho este piojoso? Pídele la
documentación, Gonzalo.»
FLECHA 1.°: (Burlón, a Vargas) «¿Y para qué quieres tú
un libro, charnego asqueroso? ¿Acaso sabes
leer?»
VARGAS: (Avanzando dos pasos) «Cógelo, mamón. Que
eres un mamón y un hijo de perra.»
Con ademanes fulgurantes y a la vez suaves, apenas entrevistos por los niños, Vargas se ha quitado el lápiz rojo/azul de la oreja al tiempo que en su otra mano aparece súbitamente una navaja de tamaño regular, más bien pequeña. Sacándole punta al lápiz, se acerca cabizbajo y pensativo al Flecha primero, se para a un palmo de su cara y lo mira a los ojos.
Susana y la pandilla contemplan la escena expectantes y asustados.
Todo ocurre muy rápido. Las volutas del lápiz que hace saltar el filo de la navaja salpican una tras otra el pálido y crispado rostro del escuadrista azul, que al fin ha comprendido. Todavía intenta una salida airosa, irguiéndose, cuando ya sus camaradas retroceden hacia la puerta:
FLECHA 1.°: «Está bien, luego veremos su
documentación…»
VARGAS: (Tirándole volutas a la cara) «Luego no verás
nada, capullo. Tú no eres quién para pedirme la
documentación. Recoge el libro.»
Finalmente el joven Flecha obedece, se agacha, coge el libro y lo pone sobre la mesa. Da media vuelta, el rostro encendido y el gallardo pecho sembrado de volutas rojas y azules, se junta con sus camaradas y los tres salen de la papelería cerrando la puerta violentamente.
Fundido y encadenado.
Y esa misma noche, después de cerrar la tienda, explicó el guionista, mientras los chavales recogen los libros del suelo y ordenan los estantes y el escaparate ayudados por Vargas, Susana en camisón, el pelo suelto y un largo abrigo de su marido echado sobre los hombros, desciende la escalera del altillo -acaba de acostar a la niña- con un vaso de leche que ofrece sonriente al vagabundo.
Calló el escritor a sueldo, y el realizador parpadeó confuso:
– Y qué más.
– Nada más. Te basta con esa imagen. No se Puede expresar más con menos elementos. La Susana hogareña, nocturna y cálida con un vaso de leche en las manos. -Sonrió irónico, añadiendo-; Podrías tal vez iluminar la leche por dentro, a la manera de Hitchcock. El vagabundo debe percibir esa luz y el espectador también.
– Tal vez. Pero no veo la necesidad de expresar ningún calor de hogar en la escena, con esa nocturnidad que dices, ese camisón y esa leche.
– Cuando yo propongo una imagen -dijo el fatuo guionista, en tono algo despectivo-, esa imagen, si la ruedas, debe expresar exactamente lo que yo he decidido que exprese. Ni más ni menos.
– El asunto es -dijo el director incompetente y zafio- si a mí me interesa que esa imagen exprese esto o aquello o lo de más allá.
– El asunto es -replicó el escritor con la voz impertinente y meliflua de Humpty Dumpty- quién es el maestro aquí. Eso es todo.
SECUENCIA 24. LIBRERÍA-PAPELERÍA.
Interior Noche.
Arriba en un rincón del altillo mal iluminado Susana y Vargas de pie, a su lado se amontonan algunos muebles viejos, papel de embalaje y una colchoneta enrollada. Vargas con el rostro en la sombra, el macuto a la espalda y el sombrero en la mano. Susana con el abrigo negro de su marido echado sobre los hombros, las mejillas sonrosadas y el vaso de leche (vacío) en las manos.
SUSANA: (Indica la colchoneta) «Puede dormir aquí, por
una noche… Desde esa ventanita se ve el
parque Güell. ( Sonríe tímida) Bueno, hasta
mañana, que descanse.»
VARGAS: «Buenas noches, señora. Y gracias.»
Corte a Susana de pie en el altillo alumbrado por relámpagos con su hija llorando en brazos, en camisón y con el largo y pesado abrigo de hombre echado sobre los hombros desnudos. Paso del tiempo: noche de tormenta, Vargas tumbado en su colchoneta, fulgores amarillos y el eco del trueno retumbando ampliando a lo lejos ámbitos de soledad y desventura y terror que hacen llorar sin saber por qué a la pequeña Neus en brazos de su madre.
Vargas se incorpora y mira a Susana. (Inicia música entre el lejano retumbar de los truenos.)
SUSANA: «Los truenos le dan miedo.»
VARGAS: «Encenderé una vela.»
Encadena a sucursal bancaria ex cine Roxy bajo una gran tormenta la animosa y eficiente señorita Carmela se afana en los inhóspitos y solitarios archivos del sótano buscando unos documentos cuando, súbitamente, se va la luz dejándola completamente a oscuras. Asustada enciende su linterna de pilas y nota en las medias una carrera subiéndole por el muslo como una maligna y diminuta araña de hielo. Oye el suave aleteo alrededor de su cabeza y percibe en la frente el roce frío y viscoso de una telaraña o unas alas que no son para volar en este mundo.
Retrocediendo aterrada la señorita Carmela deja caer la linterna y la carpeta con los papeles y se dispone a gritar. A su lado el fru-fru de la seda agitándose anuncia la inminente transmutación del murciélago en Drácula/Bela Lugosi ya su capa negra y su negro pelo engomado transpira el perfume del musgo y de la neblinosa noche Universal Pictures cuando, ceremonioso y cortés, el pálido conde se inclina, recoge del suelo la linterna y los documentos y los entrega a la señorita Carmela.
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