Cecilia Ahern - Posdata - Te Amo

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Hay personas que esperan toda la vida para encontrar a su alma gemela, pero este no es el caso de Holly y Gerry. Novios desde el instituto, se sentían como si siempre hubiesen estado juntos. Podían acabar las frases del otro, e incluso cuando discutían?como sobre quién debía salir de la cama para apagar la luz cada noche? lo hacían riendo. Holly no sabía qué sería de ella sin Gerry. Nadie lo sabía. Y así fue como comenzó ` La Lista `? como una broma. En previsión de que pudiera sucederle algo malo, Gerry dejaría a Holly una lista de cosas que hacer para salir adelante día tras día.
De pronto, la joven pareja se enfrenta a lo inimaginable: Gerry contrae una enfermedad fatal y fallece. Tres meses después de su muerte, Holly sale de su casa para recoger un misterioso paquete que ha recibido su madre para ella. Cuando lo abre se encuentra con que Gerry ha cumplido su palabra. Le ha dejado ` La Lista `, una serie de cartas con instrucciones para cada mes. Todas van firmadas con `PD: Te amo`.
Rodeada de amigas de lengua afilada y con una familia que la ama y la sobreprotege hasta volverla loca, Holly Kennedy es una heroína de nuestro tiempo: titubea, trastabilla, llora y bromea mientras se abre camino hacia la independencia, hacia una nueva vida de aventura, satisfacción profesional, amor y amistad.

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Las ventanas del dormitorio de Ciara estaban abiertas de par en par y Holly escuchó el familiar rumor de las olas y las risas que llegaban de la playa .Las dos habían compartido aquella habitación mientras crecían y una curiosa sensación de consuelo la reconfortó al percibir los mismos olores y los mismos sonidos que entonces.

– Perdona, Hol -dijo Ciara, algo más tranquila.

– No hay nada que perdonar -susurró Holly, apretándole la mano-. Deberías haberme contado todo esto en cuanto llegaste a casa en vez de guardártelo dentro.

– Pero si es una chiquillada, comparado con lo que te ha pasado a ti. Me siento como una tonta hasta por haber llorado.

Se enjugó las lágrimas, enojada consigo misma. Holly estaba impresionada.

– Ciara, lo que te ha ocurrido es importante. Perder a alguien que amas siempre es duro, tanto si está vivo como… -Se le quebró la voz-. Puedes contarme lo que sea.

– Has sido tan valiente, Holly. No sé cómo lo has conseguido. Y yo aquí llorando por un estúpido novio con el que sólo salí unos meses.

– ¿Valiente yo? -Holly rió, y luego exclamó-: ¡Ojalá!

– Sí que lo eres -insistió Ciara-. Todo el mundo lo dice. Has sido muy fuerte mientras pasabas por esto. Si me hubiese ocurrido a mí, creo que estaría en una fosa.

– No me des ideas, Ciara -advirtió Holly, sonriendo y preguntándose quién demonios la había llamado valiente.

– Aunque ahora estás bien, ¿verdad? -preguntó Ciara preocupada, estudiándole el semblante.

Holly se miró las manos y se puso a mover la alianza a lo largo del dedo. Meditó un rato sobre aquella pregunta y ambas muchachas quedaron sumidas en sus pensamientos. Ciara, súbitamente más serena que nunca, aguardó con paciencia la respuesta de Holly.

– ¿Estoy bien? -Holly repitió la pregunta en voz alta. Tenía la mirada perdida en la colección de osos de peluche y muñecas que sus padres se habían negado a tirar-. Estoy muchas cosas, Ciara -explicó sin dejar de dar vueltas al anillo en el dedo-. Estoy sola, estoy cansada, estoy triste, estoy contenta, soy afortunada, soy desdichada; estoy un millón de cosas cada día de la semana. Pero supongo que estan bien es una de ellas.

Miró a su hermana y le sonrió con tristeza.

– Y eres valiente -agregó Ciara-. Sabes controlarte y mantener la calma. Y también eres organizada.

Holly negó lentamente con la cabeza.

– No, Ciara, no soy valiente. La valiente eres tú. Siempre lo has sido. Y en cuanto a tener la situación bajo control, nunca sé qué voy hacer de un día para otro.

Ciara puso ceño al negar enérgicamente con la cabeza. -No, yo no soy nada valiente, Holly.

– Claro que sí -insistió Holly-. Todas esas cosas que haces, como saltar de aviones y arrojarte por precipicios en snowboard… -Holly se interrumpió mientras intentaba recordar otras locuras de las que hacía su hermana pequeña. Ciara hizo una mueca de protesta.

– Qué va, querida hermana. Eso no es ser valiente, es ser idiota. Cualquiera puede hacer puenting. Hasta tú -dijo señalándola con el mentón. Holly dio un respingo, aterrada de sólo pensarlo, y negó con la cabeza. Ciara bajó la voz.

– Oh, vamos, si tuvieras que hacerlo lo harías, Holly. Créeme, no es ninguna proeza.

Holly miró a su hermana e imitó su tono de voz.

– Sí, y si tu marido muriera, también lo sobrellevarías. Tampoco es una proeza. No tienes opción.

Ambas se miraron a los ojos, conscientes de la batalla que libraba cada una de ellas.

Ciara fue la primera en hablar.

– Bueno, supongo que tú y yo nos parecemos más de lo que pensábamos. -Sonrió a su hermana y Holly la rodeó con los abrazos, estrechando su menudo cuerpo con fuerza.

– Quién iba a decirlo, ¿verdad?

Holly pensó que su hermana parecía una chiquilla, con aquellos grandes e inocentes ojos azules. Se sintió como si ambas volvieran a ser niñas, sentadas en el suelo donde solían jugar juntas durante la infancia y donde cotilleaban cuando eran adolescentes.

Se quedaron un rato sentadas en silencio, escuchando los ruidos del exterior.

– ¿Ibas a echarme una bronca por algo hace un rato? -preguntó Ciara con tono aún más infantil.

Holly no pudo evitar reír al ver que su hermana intentaba aprovecharse de la situación.

– No, olvídalo, era una tontería -aseguró Holly, mirando el cielo por la ventana.

Al otro lado de la puerta Declan se pasó la mano por la frente y suspiró aliviado, se había librado de una buena. Regresó de puntillas a su habitación y saltó a la cama. Quienquiera que fuese Mathew, le debía una. Su móvil pitó indicando un mensaje y Declan frunció el entrecejo al leerlo. ¿Quién diablos era Sandra? Por fin una pícara sonrisa le iluminó el rostro al recordar la noche anterior.

CAPÍTULO 22

Eran más de las ocho cuando Holly por fin aparcó frente a su casa. Aún había luz. Sonrió. El mundo era un lugar mucho menos deprimente cuando hacía sol. Había pasado la tarde con Ciara charlando sobre sus aventuras en Australia. Su hermana había cambiado de parecer al menos veinte veces en cuestión de horas acerca de si debía o no llamar a Mathew a Australia. Para cuando Holly se marchó, finalmente había decidido de forma irrevocable que nunca más volvería a hablar con él, lo que con toda probabilidad significaba que ya le habría llamado.

Recorrió el camino de entrada hasta la puerta principal, contemplando el jardín con curiosidad. ¿Eran imaginaciones suyas o estaba un poco más arreglado? Todavía se veía abandonado, lleno de malezas y matas que crecían por todas partes, pero algo había cambiado.

El ruido de un cortacésped sobresaltó a Holly, que se volvió y vio a su vecino trabajando en el jardín. Holly le hizo una seña de agradecimiento, ya que supuso que había sido él quien le había echado un cable, y el hombre le correspondió levantando la mano.

El jardín siempre había sido tarea de Gerry. No es que fuese un jardinero entusiasta, sólo que Holly aborrecía la jardinería y alguien tenía que hacer el trabajo sucio. Habían acordado que por nada del mundo ella iba a desperdiciar sus días de fiesta deslomándose en la tierra. Como resultado, su jardín era muy simple, poco más que un rectángulo de hierba con unos cuantos setos y flores. Dado que Gerry sabía muy poco de plantas, solía plantar flores durante la estación menos indicada o situarlas donde no debía, por lo que al final se morían. Pero ahora hasta su pedazo de césped y arbustos parecía un campo abandonado. Cuando Gerry murió, el jardín murió con él.

Aquella idea hizo que Holly se acordara de la orquídea que tenía en casa. Entró corriendo, llenó una jarra con agua y la vertió sobre la planta sedienta. Desde luego, no presentaba un aspecto muy saludable y Holly se prometió que no permitiría que muriera mientras estuviera bajo su tutela. Metió un pollo al curry en el microondas y aguardó a que se calentara, sentada a la mesa de la cocina. Fuera aún se oía a los críos jugando felices en la calle. Siempre le habían encantado los largos atardeceres que anunciaban el verano. Sus padres los dejaban jugar hasta más tarde de lo habitual, placer que Holly y sus hermanos disfrutaban con gusto. Holly repasó lo que había hecho durante la jornada y decidió que había pasado un buen día, salvo por un incidente aislado…

Volvió a contemplar la alianza que lucía en el dedo anular y de inmediato se sintió culpable. Cuando aquel hombre se había alejado de ella, Holly se había sentido fatal. La había mirado como si estuviera a punto de iniciar una aventura, cuando en realidad era lo último que ella haría jamás. Se sintió culpable hasta por haber considerado la posibilidad de aceptar su invitación a tomar café. Si hubiese abandonado a su marido por estar harta de él, comprendería que fuese capaz de sentirse atraída por otro hombre al cabo de un tiempo. Pero Gerry había muerto cuando ambos aún estaban muy enamorados, y no concebía olvidarse de él sólo porque ya no estuviera allí. Todavía se sentía casada, e ir a tomar un café con un extraño habría sido como traicionar a su marido. La mera idea la asqueaba. Su corazón, su alma y su mente todavía pertenecían a Gerry.

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