Barbara terminó de anotar los datos y emitió la factura. Comenzó a imprimir la documentación desde el ordenador para entregársela.
– ¿Sería posible que usted guardara aquí la documentación? Quiero sorprender a mi esposa y me da miedo guardar papeles en casa, no vaya a ser que los encuentre.
Barbara sonrió; su esposa era una mujer muy afortunada.
– No le diré nada hasta julio. ¿Cree que podemos mantenerlo en secreto hasta entonces?
– No hay ningún problema, señor. Normalmente los horarios de los vuelos no se confirman hasta unas semanas antes de la fecha, de modo que no deberíamos tener ninguna razón para llamarla. Daré instrucciones estrictas al resto del personal de no llamar a su casa.
– Muchas gracias por su colaboración, Barbara erijo él, sonriendo con tristeza.
– Ha sido un placer, señor… ¿Clarke? -Gerry.
– Pues ha sido un placer, Gerry. Estoy segura de que su esposa lo pasará de maravilla. Una amiga mía estuvo allí el año pasado y le encantó. -Por algún motivo, le pareció necesario asegurarle que su esposa estaría bien.
– En fin, mejor será que vuelva a casa antes de que piensen que me han secuestrado. Se supone que ni siquiera debería levantarme de la cama, ¿sabe?
Gerry volvió a sonreír y a Barbara se le hizo un nudo en la garganta. La muchacha se apresuró a levantarse y salió de detrás del mostrador para abrirle la puerta. Gerry sonrió agradecido al pasar junto a ella. Barbara se quedó observando cómo subía trabajosamente al taxi que había estado esperándolo.; Justo cuando Barbara comenzaba a cerrar la puerta entró su jefe y se dio un golpe en la cabeza. Barbara miró de nuevo a Gerry, que aún esperaba a que el taxi arrancara y que, riendo, le hizo una seña levantando el pulgar.
El jefe lanzó una mirada furibunda a Barbara por dejar desatendido el mostrador y se dirigió resueltamente al cuarto del personal.
– Barbara -gritó-, ¿has vuelto a fumar aquí dentro? Barbara puso los ojos en blanco y se volvió hacia él.
– Dios santo, ¿qué te pasa? Parece que estés a punto de echarte a llorar.
Era 1 de julio y Barbara estaba sentada, hecha una furia, detrás del mostrador de la agencia de viajes Swords Travel Agents. Todos los días de aquel verano habían sido espléndidos, excepto sus dos días de fiesta, que había llovido a mares. Para variar, hoy volvía a hacer buen tiempo. De hecho, era el día más caluroso del año, como sus clientes se jactaban de recordarle al entrar en la agencia vestidos con pantalones cortos y camisetas ajustadas y apestando a loción solar de coco. Barbara se retorcía en la silla, incómoda con aquel uniforme que picaba tanto. Tenía la sensación de estar otra vez en la escuela. El ventilador se paró una vez más y Barbara le arreó un buen golpe.
– Déjalo estar, Barbara -se quejó Melissa-. Así sólo conseguirás estropearlo del todo.
– Como si eso fuese posible -masculló Barbara, y giró la silla para situarse de nuevo frente al ordenador y comenzar a teclear sin ton ni son. -¿Qué te pasa? -preguntó Melissa.
– Nada --dijo Barbara, apretando los dientes-, sólo que es el día más caluroso del año y estamos aquí atrapadas en este trabajo de mierda, en este ambiente tan cargado sin aire acondicionado y con estos uniformes que pícan -dijo, alzando la voz hacia el despacho del jefe para que la oyera-. Eso es todo. Melissa rió por lo bajo.
– Oye, ¿por qué no sales fuera un rato a que te dé el aire? Ya atenderé yo al próximo cliente -dijo señalando con el mentón a la mujer que estaba a punto de entrar.
– Gracias, Mel -respondió Barbara aliviada de poder escapar. Cogió los cigarrillos-. Bien, voy a tomar un poco de aire fresco.
Melissa miró la mano de Barbara y puso los ojos en blanco. -Buenos días, ¿qué desea? -saludó Melissa, sonriente.
– Verá, me gustaría saber si Barbara sigue trabajando aquí.
Barbara se paró en seco justo antes de abrir la puerta y dudó entre salir corriendo o regresar al trabajo. Finalmente suspiró y volvió a su puesto. Miró a la mujer del otro lado del mostrador. Era guapa, decidió, pero los ojos parecían a punto de salírsele de las órbitas mientras los miraba alternativamente. -Sí, yo soy Barbara.
– ¡Ah, bien! -Al oírlo, la mujer se mostró aliviada y se dejó caer en la silla-. Temía que ya no trabajara aquí.
– Eso quisiera ella-murmuró Melissa entre dientes, y Barbara le dio un codazo en la barriga.
– ¿Qué desea?
– Oh, espero que pueda ayudarme -dijo la señora un tanto histérica mientras revolvía en su bolso. Barbara arqueó las cejas y miró a Melissa. Ambas se esforzaron por aguantarse la risa.
– Verá -dijo la clienta cuando por fin sacó un sobre arrugado del bolso-, hoy he recibido esto de parte de mi marido y me preguntaba si usted podría explicármelo.
Barbara frunció el entrecejo al mirar el trozo de papel arrugado que la señora dejó encima del mostrador. Alguien había arrancado una página de un folleto de vacaciones y había escrito las palabras: «Swords Travel Agents. Attn: Barbara.»
Barbara volvió a poner ceño y observó la página con mayor detenimiento. -Una amiga mía estuvo ahí de vacaciones hace dos años pero aparte de eso no sé qué decirle. ¿No tiene más información?
La señora negó enérgicamente con la cabeza.
– Bueno, ¿y no puede pedirle a su marido que se lo aclare? -inquirió Barbara un tanto confusa.
– No, ya no está aquí -dijo la mujer con tristeza, y los ojos se le llenaron de lágrimas. A Barbara le entró el pánico; si su jefe veía que estaba haciendo llorar a una clienta, no dudaría en despedirla. Ya le había advertido que estaba hasta la coronilla de ella.
– Bien, pues tenga la bondad de darme su nombre a ver si aparece algo en el ordenador.
– Me llamo Holly Kennedy-dijo con voz temblorosa.
– Holly Kennedy, Holly Kennedy -repitió Melissa, que estaba pendiente de la conversación-. Este nombre me suena. Ah, espere un momento. ¡Iba a llamarla esta semana! ¡Qué curioso! No sé por qué, pero Barbara me dio instrucciones estrictas de no llamarla hasta julio…
– ¡Claro! -interrumpió Barbara, cayendo por fin en la cuenta de lo que estaba pasando-. ¿Es la esposa de Gerry? -preguntó esperanzada.
– ¡Sí! -Impresionada, Holly se llevó las manos al rostro-. ¿Estuvo aquí?
– Sí, en efecto. -Barbara sonrió alentadoramente-. Era un hombre encantador -añadió, estrechando la mano que Holly apoyó encima del mostrador.
Melissa las miró perpleja, sin entender qué estaba ocurriendo. El corazón de Barbara latió con fuerza. Aquella mujer tan joven parecía estar pasándolo mal… Por otra parte, ella se alegraba de ser portadora de buenas noticias.
– Melissa, ¿puedes darle unos pañuelos a Holly, por favor, mientras le explico a qué vino exactamente su marido? -Miró a Holly con una sonrisa radiante, le soltó la mano y se puso a teclear en el ordenador mientras su compañera buscaba una caja de pañuelos-. Muy bien, Holly-susurró-. Gerry encargó unas vacaciones de una semana en Lanzarote para usted, Sharon McCarthy y Denise Hennessey; salida el 28 de julio y regreso el 3 de agosto. Holly se tapó la boca con las manos, incapaz de contener el llanto.
– Estaba empeñado en encontrar el lugar perfecto para usted -prosiguió Barbara, encantada con su nuevo papel. Se sentía como una de esas presentadoras de televisión que dan sorpresas a sus invitados-. Aquí es adonde van a ir -dijo dando golpecitos a la página arrugada que Holly había traído-. Lo pasarán en grande, créame. Como ya le he dicho, una amiga mía estuvo allí hace dos años y volvió encantada. Hay un montón de bares y restaurantes en la zona y… -Se interrumpió al advertir que quizás a Holly le importaba un bledo si iba a pasarlo bien o no.
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