Cecilia Ahern - Posdata - Te Amo

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Posdata: Te Amo: краткое содержание, описание и аннотация

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Hay personas que esperan toda la vida para encontrar a su alma gemela, pero este no es el caso de Holly y Gerry. Novios desde el instituto, se sentían como si siempre hubiesen estado juntos. Podían acabar las frases del otro, e incluso cuando discutían?como sobre quién debía salir de la cama para apagar la luz cada noche? lo hacían riendo. Holly no sabía qué sería de ella sin Gerry. Nadie lo sabía. Y así fue como comenzó ` La Lista `? como una broma. En previsión de que pudiera sucederle algo malo, Gerry dejaría a Holly una lista de cosas que hacer para salir adelante día tras día.
De pronto, la joven pareja se enfrenta a lo inimaginable: Gerry contrae una enfermedad fatal y fallece. Tres meses después de su muerte, Holly sale de su casa para recoger un misterioso paquete que ha recibido su madre para ella. Cuando lo abre se encuentra con que Gerry ha cumplido su palabra. Le ha dejado ` La Lista `, una serie de cartas con instrucciones para cada mes. Todas van firmadas con `PD: Te amo`.
Rodeada de amigas de lengua afilada y con una familia que la ama y la sobreprotege hasta volverla loca, Holly Kennedy es una heroína de nuestro tiempo: titubea, trastabilla, llora y bromea mientras se abre camino hacia la independencia, hacia una nueva vida de aventura, satisfacción profesional, amor y amistad.

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– ¡Hola, Holly! -saludó alegremente Richard, aproximándose a ella por el césped.

– ¡Hola! -dijo Holly a los niños que corrieron a su encuentro y le dieron un fuerte abrazo. Qué cambio tan agradable, pensó-. Estáis lejos de casa -dijo a Richard-. ¿Qué os trae por aquí?

– He llevado a los niños a ver al abuelo y la abuela, ¿verdad? -contestó Richard, revolviendo el pelo de Timmy.

Además hemos ido a McDonald's -dijo Timmy excitado, y Emily aplaudió con entusiasmo.

– ¡Mmmmm… qué rico! -dijo Holly, relamiéndose-. Qué suerte tenéis. ¿A que vuestro padre es el mejor? -agregó sonriendo. Richard se mostró complacido

– . ¿Comida basura? -cuestionó luego a su hermano.

– ¡Bah! -Richard restó importancia al asunto con un ademán y se sentó a su lado-. Todo con moderación, ¿no es así, Emily?

Emily asintió como si a sus cinco años hubiese comprendido perfectamente a su padre. Lo hizo abriendo mucho sus grandes ojos verdes y el gesto agitó sus rizos rubios rojizos. Se parecía espantosamente a su madre y Holly tuvo que apartar la vista. De inmediato se sintió culpable y volvió a mirarla sonriendo… para desviarla de nuevo. Había algo en aquel pelo y aquellos ojos que la asustaba.

– Bueno, una comida en McDonald's tampoco va a matarlos -convino Holly.

Timmy se agarró el cuello y fingió que se asfixiaba. Su rostro enrojeció mientras fingía vomitar, se desplomó sobre la hierba y quedó inmóvil. Richard y Holly rieron. Emily hizo pucheros como si fuera a llorar.

– ¡Vaya por Dios! -bromeó Richard-. Creo que nos hemos equivocado, Holly, la hamburguesa de McDonald's ha matado a Timmy.

Holly miró asombrada a su hermano al oír que llamaba Timmy a su hijo, pero optó por no hacer ningún comentario, pues sin duda se trataba de un lapsus. Richard se levantó y cargó a Timmy en el hombro.

– En fin, tendremos que enterrarlo y celebrar un funeral. Timmy rió colgado boca abajo del hombro de su padre.

– ¡Oh, está vivo! -exclamó Richard.

– No, no lo estoy -protestó Timmy.

Holly contemplaba complacida aquella escena de vida en familia. Hacía tiempo que no veía algo así. Ninguna de sus amigas tenía hijos y ella rara vez se relacionaba con niños. Se dijo que algo raro le estaba pasando si tanto adoraba a los hijos de Richard. Y desde luego no podía decirse que fuese una sabia decisión permitir que le despertaran el instinto maternal cuando no había un hombre en su vida.

– Bien, es hora de irse-dijo Richard-. Adiós, Holly.

– Adiós, Holly -repitieron los niños, felices y afectuosos. Observó a Richard alejarse con Timmy colgando de su hombro derecho, mientras Emily brincaba y bailaba agarrada a la mano de su padre.

Holly contempló a aquel extraño que se marchaba del parque con sus dos hijos. ¿Quién era ese hombre que afirmaba ser su hermano? Desde luego, se dijo que nunca había visto a aquel hombre hasta entonces.

CAPÍTULO 23

Barbara terminó de atender a sus clientes y en cuanto éstos salieron por la puerta corrió al cuarto del personal y encendió un cigarrillo. La agencia de viajes había estado muy concurrida todo el día y había tenido que trabajar sin descanso, saltándose la pausa para almorzar. Melissa, su compañera, había llamado a primera hora para informar de que estaba enferma, aunque Barbara sabía de sobra que había salido de marcha la noche anterior y que si se encontraba mal la culpa era sólo suya. Por eso había tenido que pasar sola toda la jornada en aquel empleo tan aburrido. Y para colmo no habían tenido un día de tanto trabajo desde hacía siglos. En cuanto noviembre traía las noches oscuras, horribles y deprimentes, las mañanas encapotadas, los vientos cortantes y la lluvia a cántaros, todo el mundo entraba corriendo a la agencia para reservar unas vacaciones en bellos países cálidos y soleados. Barbara se estremeció al oír el viento repiquetear en las ventanas y tomó nota de buscar alguna oferta especial para sus propias vacaciones.

Ahora que su jefe por fin había salido a hacer unos recados, Barbara se moría de ganas de fumar un pitillo. Pero claro, para variar, justo entonces sonó la campanilla de la puerta y Barbara maldijo al cliente que entraba en la agencia por echar a perder su tan ansiada pausa. Dio unas furiosas caladas al cigarrillo, por lo que casi se mareó, se retocó los labios y echó ambientador por la habitación para que su jefe no notara el humo. Salió del cuarto de los empleados esperando encontrar a un cliente sentado detrás del mostrador, pero en cambio el anciano aún estaba avanzando lentamente hacia los asientos. Barbara procuró no mirarlo y se puso de cara a la pantalla del ordenador, pulsando teclas al azar.

– Disculpe -oyó que la reclamaba una voz débil. i -Buenas tardes, caballero, ¿qué desea? -dijo Barbara por enésima vez aquel día. No quería resultar grosera mirándolo más de la cuenta, pero se sorprendió al ver lo joven que era aquel hombre en realidad. De lejos, su maltrecha figura hacía que pareciera mayor. Caminaba encorvado y daba la impresión de que si no llevara bastón podría desplomarse delante de ella en cualquier momento. Estaba muy pálido, como si hiciera años que no viera la luz del sol, pero sus grandes ojos castaños parecían sonreírle. Barbara no pudo por menos de devolverle la sonrisa.

– Me gustaría reservar unas vacaciones -susurró el hombre-, y me preguntaba si usted podría ayudarme a elegir dónde.

Normalmente Barbara habría gritado en silencio al cliente por obligarla a efectuar una tarea del todo imposible. La mayoría de sus clientes eran tan quisquillosos que a menudo se pasaba horas enteras sentada con ellos estudiando catálogos y tratando de convencerlos de que fueran a tal o cual sitio cuando en realidad le importaba un bledo adónde fueran. Pero aquel hombre parecía agradable y Barbara se dio cuenta de que le apetecía echarle una mano, cosa que la sorprendió.

– No faltaría más, señor. Si tiene la bondad de sentarse, consultaremos unos cuantos folletos.

Le indicó la silla y desvió la mirada otra vez para no ver los esfuerzos que tenía que hacer para sentarse.

– Veamos -prosiguió Barbara con la mejor de sus sonrisas-. ¿Hay algún país en concreto al que le gustaría ir?

– Sí… España… Lanzarote, creo.

Barbara se alegró, aquello iba a ser mucho más fácil de lo que había pensado.

– ¿Y serían unas vacaciones de verano? Él asintió con la cabeza.

Compararon las ofertas de distintos catálogos y finalmente el hombre encontró un lugar que le gustó. Barbara se sintió complacida de que tomara en consideración sus consejos a diferencia de algunos de sus clientes, quienes simplemente obviaban cualquier información contrastada que tuviera a bien facilitarles. Esa actitud siempre la sacaba de quicio, pues al fin y al cabo parte de su trabajo consistía en saber qué era lo mejor para ellos.

– Muy bien, ¿qué mes prefiere? -preguntó Barbara, estudiando la lista de precios.

– ¿Agosto? -aventuró él, y sus grandes ojos castaños penetraron en el alma de Barbara, que sintió el impulso de saltar el mostrador y darle un fuerte abrazo.

– Agosto es un mes fantástico -convino Barbara-. ¿Le gustaría tener vistas al mar o la piscina? Las vistas al mar tienen un suplemento de treinta euros -agregó enseguida.

Con la mirada perdida, el hombre sonrió como si ya estuviera allí. -Con vistas al mar, por favor.

– Buena elección. ¿Puede darme su nombre y dirección, por favor?

– Verá, en realidad no es para mí… Es una sorpresa para mi esposa y sus amigas.

De pronto aquellos ojos castaños reflejaron tristeza. Barbara carraspeó nerviosa.

– Vaya, es todo un detalle por su parte, señor -comentó sin saber muy bien por qué-. ¿Me da entonces sus nombres, por favor?

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