– ¿Dónde pone eso?
– En el tercer verso. Habría que leer: "Largo desfiladero lleno alud rocas."
– Bueno, eso todavía es mejor.
– Sí, ya pensé en ello, pero tengo que someterlo a la aprobación de los especialistas en chino de la universidad y aclarar su sentido en inglés.
– ¡Chico, esto es magnífico! -dije contemplando la pequeña casa-. Y tú sentado aquí tan tranquilo a esta hora tan tranquila estudiando solo con las gafas puestas…
– Ray, lo que tienes que hacer es subir conmigo a una montaña en seguida. ¿Qué te parecería escalar el Matterhorn?
– Muy bien. ¿Dónde está eso?
– Arriba, en las Altas Sierras. Podemos ir hasta allí con Henry Morley en su coche y llevar las mochilas y empezar en el lago. Yo podría llevar toda la comida y material que necesitamos en la mochila grande y tú podrías pedir a Alvah su mochila pequeña y llevar calcetines y calzado de repuesto y alguna cosa más.
– ¿Qué significan estos caracteres?
– Estos caracteres significan que Han Chan bajó de la montaña después de vagar durante muchos años por ella para ver a sus amigos de la ciudad, y dice: "Hasta hace poco viví en Montaña Fría, etcétera, y ayer visité a amigos y familiares; más de la mitad se había ido a los Manantiales Amarillos", esto, los Manantiales Amarillos, significa la muerte, "ahora por la mañana encaro mi solitaria sombra. No puedo estudiar con los ojos llenos de lágrimas."
– Es lo mismo que tú, Japhy, estudiando con los ojos llenos de lágrimas.
– ¡No tengo los ojos llenos de lágrimas!
– ¿No los tendrás dentro de mucho, mucho tiempo?
– Sin duda los tendré, Ray…, y mira aquí: "En la montaña hace frío; siempre ha hecho frío, no sólo este año", fíjate, está alto de verdad, a lo mejor a cuatro mil metros o más, y dice: "Dentadas crestas siempre nevadas, bosques en sombríos barrancos escupiendo niebla a finales de junio, hojas que empiezan a caer a primeros de agosto, y aquí estoy tan alto como si me hubiera colocado…"
– ¡Colocado!
– Es mi traducción; de hecho dice que está tan alto como un hombre sensual de la ciudad, pero yo hago una traducción moderna y pasota.
– ¡Maravilloso! -Y le pregunté por qué Han Chan era su héroe.
– Porque -respondió- era un poeta, un hombre de las montañas, un budista dedicado a meditar sobre la esencia de todas las cosas, y también, dicho sea de paso, un vegetariano, aunque yo no lo soy, pues creo que en este mundo moderno ser vegetariano es pasarse demasiado, ya que todas las cosas conscientes comen lo que pueden. Y además, era un hombre solitario capaz de hacérselo solo y vivir con pureza y auténticamente para sí mismo.
– Eso también suena a ti.
– Y también a ti, Ray; no se me ha olvidado lo que me contaste de lo que hacías meditando en los bosques de Carolina del Norte y todo lo demás.
Japhy estaba muy triste, hundido. Nunca le había visto tan apagado, melancólico, pensativo. Su voz era tierna como la de una madre; parecía hablar desde muy lejos a una pobre criatura anhelante (yo) que necesitaba oír su mensaje. No se centraba en nada, era como si estuviera en trance.
– ¿Has meditado hoy?
– Sí, lo primero que hago por la mañana es meditar antes del desayuno, y siempre medito un buen rato por la tarde, a menos que me interrumpan.
– ¿Y quién te interrumpe?
– Bueno, la gente. A veces Coughlin, y Alvah vino ayer, y Rol Sturlason, y tengo a esa chica que viene a jugar al yabyum.
– ¿Al yabyum? ¿Y eso qué es?
– ¿No. conoces el yabyum, Smith? Ya te hablaré de él en otra ocasión.
Parecía demasiado triste para hablar del yabyum, del que supe un par de noches más tarde. Hablamos "un rato mas de Han Chan y los poemas de las rocas, y cuando ya me iba, Rol Sturlason, un tipo alto, rubio y guapo, llegó para discutir su viaje a Japón con él. A este Rol Sturlason le interesaba mucho el famoso jardín de piedras del monasterio de Shokokuji, de Kioto, que no es más que viejos cantos rodados situados de tal modo, al parecer de un modo estético y místico, que hace que todos los años vayan allí miles de turistas y monjes a contemplar las piedras en la arena y obtener la paz de espíritu. Jamás había conocido a personas tan serias y al tiempo inquietas. No volví a ver a Rol Sturlason; se fue a Japón poco después, pero no olvidé lo que dijo de las piedras a mi pregunta: "¿Y quién las colocó de ese modo tan maravilloso?"
– No lo sabe nadie. Quizá un monje o unos monjes hace mucho. Pero hay una forma definida, aunque misteriosa, en la disposición de las piedras. Sólo a través de la forma podremos comprender el vacío.
Me enseñó una foto de los cantos rodados en la arena bien rastrillada que parecían islas en un mar que tenía ojos (los declives) y estaban rodeadas por el claustro del patio de un monasterio. Después me enseñó un diagrama de la disposición de las piedras con una proyección en silueta y me enseñó la lógica geométrica y todo lo demás, y mencionó la frase. "individualidad solitaria" y llamó a las piedras "choques contra el espacio", todo haciendo referencia a algo relacionado con un koan que me interesaba menos que él y especialmente que el bueno de Japhy que preparaba más té en el ruidoso hornillo de petróleo y nos ofreció unas tazas con una reverencia silenciosa casi oriental. Fue algo completamente diferente a la noche de la lectura de poemas.
Sin embargo, a la noche siguiente, hacia las doce, Coughlin y Alvah y yo nos reunimos y decidimos comprar un garrafón de cuatro litros de borgoña e irrumpir en la cabaña de Japhy.
– ¿Qué estará haciendo esta noche? -pregunté.
– Bueno -respondió Coughlin-, seguramente estudiando, vamos a verlo.
Compramos el garrafón en la avenida Shattuck y bajamos todavía más y volví a ver su pobre bicicleta en el césped. -Japhy se pasa el día entero Berkeley arriba y Berkeley abajo en bicicleta con la mochila a la espalda -dijo Coughlin-. También solía hacer lo mismo en el Reed College de Oregón. Allí era toda una institución. Luego montábamos fiestas tremendas y bebíamos vino y venían chicas y terminábamos saltando por la ventana y gastando bromas a todo el mundo.
– ¡Extraño! ¡Muy extraño! -dijo Alvah, poniendo cara de asombro y mordiéndose el labio.
El propio Alvah estudiaba con mucho cuidado a nuestro amigo, alborotador y, al tiempo, tranquilo. Llegamos a la puertecita. Japhy levantó la vista del libro que estudiaba, en esta ocasión poesía norteamericana, con las piernas cruzadas y las gafas puestas, y no dijo nada excepto "¡ah!" con un tono curiosamente civilizado.
Nos quitamos los zapatos y caminamos por los dos metros de estera hasta ponernos junto a él. Fui el último en descalzarme y tenía el garrafón en la mano y se lo enseñé desde el otro extremo del cuarto, y Japhy sin abandonar su postura, soltó:
– ¡Bieeeen! -Y saltó directamente hacia mí aterrizando a mis pies en postura de luchador que tuviera un puñal en la mano. Y de pronto lo tenía y tocó el garrafón con él y el cristal hizo "¡clic!".
Era el salto más extraño que había visto en mi vida, exceptuados los de los acróbatas, algo así como el de una cabra montesa. También me recordó a un samurai, un guerrero japonés: el grito, el salto, la postura y aquella expresión de cómico enfado en los ojos saltones mientras hacía una mueca divertida. Me dio la impresión de que, de hecho, se trataba de una queja porque habíamos interrumpido su estudio, y también contra el propio vino que lo emborracharía y haría que echara a perder una noche de lectura. Pero sin más alborotos descorchó el garrafón y bebió un trago larguísimo y todos nos sentamos con las piernas cruzadas y pasamos cuatro horas gritándonos cosas unos a otros, y fue una de las noches más divertidas. Algunas de las cosas que dijimos eran de este tipo:
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