No me limitaba a adiestrarla en la técnica; también intentaba transmitirle la filosofía de los calígrafos.
La pluma con la que ahora escribes estos versos no es más que el instrumento. No tiene conciencia, sigue el deseo del que la sujeta. Y en eso se parece mucho a lo que llamamos “vida”. Muchas personas están en este mundo simplemente desempeñando un papel, sin entender que hay una Mano Invisible que las guía.
“En este momento, en tus manos en el pincel que traza cada letra, están todas las intenciones de tu alma. Intenta entender la importancia de eso.
Lo entiendo, y me doy cuenta de que es importante mantener cierta elegancia. Porque usted me exige que me siente en una determinada posición, que respete el material que voy a utilizar y que no empiece hasta que haya hecho eso.
Claro. A medida que respetaba el pincel, descubría que era necesario tener serenidad y elegancia para aprender a escribir.
Y la serenidad viene del corazón.
– La elegancia no es algo superficial, sino la manera que el hombre encontró para honrar la vida y el trabajo. Por eso, cuando sientas que la postura te es incómoda, no pienses que es falsa o artificial: es verdadera porque es difícil. Hace que tanto el papel como la pluma se sientan orgullosos de tu esfuerzo. El papel deja de ser una superficie plana e incolora, y pasa a tener la profundidad de las cosas que se ponen en él.
“La elegancia es la postura más adecuada para que la escritura sea perfecta. En la vida también es así: cuando se descarta lo superfluo, el ser humano descubre la simplicidad y la concentración: cuanto más simple y más sobria es la postura, más bella será ésta, aunque al principio parezca incómodo.
De vez en cuando, ella me hablaba de su trabajo. Decía que le entusiasmaba lo que hacía, y que acababa de recibir una propuesta de un poderoso emir. Había ido al banco a ver a un amigo suyo que era director (los emires nunca van al banco a sacar dinero, tienen muchos empleados para que lo hagan) y, hablando con ella, comentó que estaba buscando a alguien para encargarse de la venta de terrenos, y le gustaría saber si estaba interesada.
¿A quién le iba a interesar comprar terrenos en medio del desierto o en un puerto que no estaba en el centro del mundo?
Decidí no decir nada; al mirar atrás, me alegro de haber permanecido en silencio.
Sólo habló del amor de un hombre una única vez, aunque siempre que llegaban los turistas a cenar, y la veían allí, intentasen seducirla de alguna manera. Normalmente, Athena ni siquiera se molestaba, hasta que un día uno de ellos insinuó que conocía a su novio. Ella se puso pálida, y miró inmediatamente al niño, que por suerte no estaba prestando atención a la conversación.
¿De qué lo conoce?
Estoy de broma- dijo el hombre-. Sólo quería saber si estaba libre.
Ella no dijo nada, pero entendí que el hombre que en aquel momento estaba en su vida no era el padre del niño.
Un día llegó más temprano que de costumbre. Me dijo que había dejado su trabajo en el banco, había empezado a vender terrenos, y así tendría más tiempo libre. Le expliqué que no podía enseñarle antes de la hora prevista; tenía cosas que hacer.
Puedo unir las dos cosas: movimiento y quietud; alegría y concentración.
Fue hasta el coche, cogió la grabadora, y a partir de aquel momento, Athena bailaba en el desierto antes de empezar las clases, mientras el niño corría y sonreía a si alrededor. Cuando se sentaba para practicar caligrafía, su mano era más segura que normalmente.
Hay dos tipos de letras – le explicaba yo-.La primera se hace con precisión, pero sin alma. En este caso, aunque el calígrafo tenga un gran dominio sobre la técnica, se ha concentrado exclusivamente en el oficio y por eso no ha evolucionado, se ha hecho repetitivo, no ha conseguido crecer y algún día dejará el ejercicio de la escritura, porque piensa que se ha convertido en una rutina.
“En segundo tipo es la letra que se hace con técnica, pero también con alma. Para ello, es necesario que la intención de quien escribe esté de acuerdo con la palabra; en este caso, los versos más tristes dejan de revestirse de tragedia y se convierten en simples hechos que se hallaban en nuestro camino.
¿Qué hace usted con sus dibujitos?- preguntó el niño en perfecto árabe. Aunque no entendiese nuestra conversación, hacía lo posible por participar en el trabajo de su madre.
Los vendo.
¿Puedo vender mis dibujos?
Debes vender tus dibujos. Un día te harás rico con ellos, y ayudarás a tu madre.
Él se puso contento con mi comentario y siguió con lo que estaba haciendo en ese momento: una mariposa de colores.
¿Y qué hago con mis textos? – preguntó Athena.
Sabes el esfuerzo que te ha costado sentarte en posición correcta, tranquilizar tu alma, tener clara tu intención respetar cada letra de cada palabra. Pero, por ahora, sólo sigue practicando.
“Después de mucho practicar, ya no pensamos en todos los movimientos necesarios: pasan a formar parte de nuestra propia existencia. Antes de llegar a ese estado, sin embargo, hay que practicar, repetir. Y, por si fuera suficiente, repetir y practicar.
“Fíjate en un buen herrero trabajando el acero. Para el que no sabe, repite los mismos martillazos.
“Pero el que conoce el arte de la caligrafía sabe que, cada vez que él levanta el martillo y lo hace bajar, la intensidad del golpe es diferente. La mano repite el mismo gesto, pero, a medida que se acerca al hierro, entiende que debe tocarlo con más dureza o con más suavidad. Con la repetición sucede lo mismo: aunque parezca igual, es siempre distinta.
“Llegará un momento en el que no tendrás que pensar en lo que estás haciendo. Pasarás a ser la letra, la tinta, el papel y la palabra.
Eso llegó casi un año después. En ese momento, Athena ya era conocida en Dubai, me mandaba clientes a cenar a mi tienda, y por ellos pude saber que su carrera iba muy bien: ¡estaba vendiendo trozos de desierto! Una noche, precedido de un gran séquito, apareció el emir en persona. Yo me asusté; no estaba preparado para aquello, pero él me tranquilizó y me agradeció lo que estaba haciendo por su empleada.
Es una persona excelente, y atribuye sus cualidades a lo que está aprendiendo con usted. Estoy pensando en darle una parte de a sociedad. Tal vez sea buena idea enviarle a mis vendedores para que aprendan caligrafía, sobre todo ahora que Athena tiene que irse un mes de vacaciones.
No le iba a servir de nada – respondí-. La caligrafía simplemente es uno de los métodos que Alá, ¡alabado sea su nombre!, nos ofreció. Enseña objetividad y paciencia, respeto y elegancia, pero podemos aprender todo eso…
…con el baile – completó la frase Athena, que estaba cerca.
O vendiendo inmuebles – sugerí.
Cuando todos se fueron, cuando el niño se echó en un rincón de la tienda, con los ojos cerrándosele de sueño, cogí el material de caligrafía y e pedí que escribiese algo. En mitad de la palabra, el quité la pluma de la mano. Era el momento de decir lo que tenía que ser dicho. Le sugerí que caminásemos un poco por el desierto.
Ya has aprendido todo lo que necesitabas – dije -. Tu caligrafía es cada vez más personal, más espontánea. Ya no es una simple repetición de la belleza, sino un gesto de creación personal. Has comprendido lo que los grandes pintores entienden, que para olvidar las reglas, hay que conocerlas y respetarlas.
“Ya no necesitas los instrumentos con los que aprendiste. Ya no necesitas el papel, ni la tinta, ni la pluma, porque el camino es más importante que aquello que te llevó a caminar. Una vez me contaste que la persona que te enseñó a bailar se imaginaba música en su cabeza, y aun así, era capaz de repetir los ritmos necesarios y precisos.
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