De la misma manera que las tradiciones permanecen, el deseo de volver se va consumiendo. Necesita permanecer vivo en nuestros corazones, una esperanza con la que nos gusta engañarnos, pero que nunca será llevada a la práctica; yo no voy a volver a vivir en Czestochowa, ella y su familia jamás regresarían a Beirut.
Fue este tipo de solidaridad la que me hizo alquilarle el tercer piso de mi casa a Basset Road, en caso contrario, habría preferido inquilinos sin niños. Ya había cometido ese error antes, y siempre pasaba lo mismo: por un lado, yo me quejaba del ruido que ellos hacían durante el día, y por el otro, ellos se quejaban del ruido que hacía yo por las noches. Ambos problemas radicaban en elementos sagrados – el llanto y la música-, pero, como pertenecían a dos mundos completamente diferentes,era difícil que uno tolerase al otro.
La avisé, pero no me escuchó, y me dijo que estuviese tranquilo por su hijo: pasaba el día entero en casa de su abuela. Y el apartamento tenía una ventaja de que estaba cerca de su trabajo, un banco de los alrededores.
A pesar de mis advertencias, a pesar de haberme resistido con fuerza al principio,, ocho días después sonó el timbre de mi puerta. Era ella, con el niño en brazos:
– Mi hijo no puede dormir. Aunque sólo sea hoy, ¿podría bajar la música?…
Todos en la sala la miraron.
¿Qué es eso?
El niño que tenía en brazos dejó inmediatamente de llorar, como si estuviese tan sorprendido como su madre al ver a aquel grupo de gente, que de pronto habían parado de bailar.
Pulsé el botón de pausa del radiocasete, le indiqué que entrase con un gesto de la mano y volví a poner el aparato en marcha, para no perturbar el ritual. Athena se sentó en un rincón de la sala, meciendo a su hijo en brazos, viendo que se dormía con facilidad a pesar del ruido del tambor y de los metales.
Asistió a toda la ceremonia, se marchó a la vez que los demás invitados y – como yo ya me imaginaba – tocó el timbre de mi casa a la mañana siguiente, antes de irse a trabajar.
No tienes que explicarme lo que vi: gente bailando con los ojos cerrados, sé lo que eso significa, porque muchas veces hago lo mismo; son los únicos momentos de paz y de serenidad de mi vida. Antes de ser madre, frecuentaba las discotecas con mi marido y mis amigos; allí también veía a gente en la pista de baile con los ojos cerrados, algunos sólo para impresionar a los demás, otros como si fuesen movidos por una fuerza superior, más poderosa. Y desde que tengo uso de razón, utilizo la danza para conectarme con algo más fuerte, más poderoso que yo. Pero me gustaría saber qué música es ésa.
¿Qué haces este domingo?
Nada en especial. Pasear con Viorel para Regent´s Park, respirar un poco de aire puro. Ya tendré tiempo para mis propios planes: en este momento de mi vida, he escogido seguir los planes de mi hijo.
Pues voy contigo.
Los dos días anteriores a nuestro paseo. Athena asistió al ritual. El niño se dormía tras unos minutos, y ella sólo miraba, sin decir nada, el movimiento a su alrededor. Aunque permanecía inmóvil en el sofá, estaba seguro de que su alma estaba bailando.
La tarde del domingo, mientras paseábamos por el parque, le pedí que prestase atención a todo lo que veía y oía: las hojas que se movían con el viento, las ondas del agua del lago, los pájaros cantando, los perros ladrando, los gritos de los niños que corrían de un lado a otro, como si obedeciesen lógica, incomprensible para los adultos.
Todo se mueve. Y todo se mueve con un ritmo. Y todo lo que se mueve con un ritmo provoca un sonido; eso pasa aquí y en cualquier lugar del mundo en este momento. Nuestros ancestros también lo sintieron, cuando intentaban huir del frío de las cavernas: las cosas se movían y hacían ruido.
“Tal vez los primeros humanos sintieron espanto, y después devoción: entendieron que ésa era la manera en que un Ente Superior se comunicaba con ellos. Empezaron a imitar los ruidos y los movimientos de su alrededor, con la esperanza de comunicarse también con ese Ente: la danza y la música acababan de nacer. Hace unos días me dijiste que, bailando, consigues comunicarte con algo más poderoso que tú.
Cuando bailo, soy una mujer libre. Mejor dicho, soy un espíritu libre, que puede viajar por el universo, mirar el presente, adivinar el futuro, transformarse en energía pura. Y eso me proporciona un inmenso placer, una alegría que está mucho más allá de las experiencias que he vivido, y que viviré a lo largo de mi existencia.
“ En una época de mi vida, estaba determinada a convertirme en santa, alabando a Dios a través de la música y del movimiento de mi cuerpo.Pero ese camino está definitivamente cerrado.
– ¿Qué camino está cerrado?
Acomodó al niño en el carrito. Vi que no quería responder a la pregunta, insistí: cuando las bocas se cierran, es porque algo importante va a ser dicho.
Sin mostrar emoción alguna, como si tuviese que aguantar siempre en silencio las cosas que la vida le imponía, me contó el episodio de la iglesia, cuando el cura – tal vez su único amigo – le había impedido tomar la comunión. Y la maldición que había lanzado en aquel momento: había abandonado para siempre la iglesia católica.
Santo es aquel que dignifica su vida – le explique-. Basta con entender que todos estamos aquí por una razón, y basta con comprometerse con ella. Así, podemos reírnos de nuestros grandes o pequeños sufrimientos, y caminar sin miedo, conscientes de que cada paso tiene un sentido. Podemos dejarnos guiar por la luz que emana del Vértice.
¿Qué es el Vértice? En matemáticas es el punto más alto de un triángulo.
En la vida también es el punto culminante, al meta de aquellos que se equivocan como todo el mundo, pero que, incluso en sus momentos más difíciles, no pierden de vista una luz que emana de su corazón. Eso es lo que intentamos hacer en nuestro grupo. El Vértice está escondido dentro de nosotros, y podemos llegar hasta é si nos aceptamos y reconocemos su luz.
Le expliqué que el baile que había visto los días anteriores realizado por personas de todas las edades (en ese momento éramos un grupo de diez personas, entre los diecinueve y los sesenta y cinco años), había sido bautizado por mí como “la búsqueda del Vértice”. Athena me preguntó dónde había descubierto eso.
Le conté que, después de la segunda guerra mundial, parte de mi familia había conseguido escapar del régimen comunista que se estaba instalando en Polonia, y decidió trasladarse a Inglaterra. Había oído decir que las cosas que tenían que traer eran objetos de arte y libros antiguos, muy valorados en esta parte del mundo.
De hecho, los cuadros y las esculturas se vendieron en seguida, pero los libros se quedaron en un rincón, llenándose de polvo. Como mi madre quería obligarme a leer y a hablar polaco, fueron útiles para mi educación. Un bonito día, dentro de una edición del siglo XIX de Thomas Malthus, descubrí dos hojas de anotaciones de mi abuelo, muerto en un campo de concentración. Empecé a leerlas, creyendo que se trataría de referencias sobre la herencia, o cartas d que un día se había enamorado de alguien en Rusia.
De hecho, había una cierta relación entre la leyenda y la realidad. Era un relato de su viaje a Liberia durante la revolución comunista; allí, en la remota aldea de Diedov, se enamoró de una actriz (N.R.: Fue imposible localizar esa aldea en el mapa; o cambiaron el nombre, o el sitio desapareció después de las inmigraciones forzadas de Stalin).Según mi abuelo, ella formaba parte de una especie de secta que cree que en determinado tipo de danza está el remedio para todos los males, ya que permite el contacto con la luz del Vértice.
Temían que toda aquella tradición pudiese desaparecer; los habitantes iban a ser evacuados en breve a otro lugar, y el sitio se iba a utilizar para hacer pruebas nucleares. Tanto la actriz como sus amigos le pidieron que escribiese todo lo que le habían enseñado. Él lo hizo, pero no debió de darle demasiada importancia al asunto, olvidó sus anotaciones dentro de un libro que llevaba, hasta que un día yo las descubrí.
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