José Saramago - El hombre duplicado

Здесь есть возможность читать онлайн «José Saramago - El hombre duplicado» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Современная проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

El hombre duplicado: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «El hombre duplicado»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

Tertuliano Máximo Afonso, viendo una película recomendada por un colega (Quien no se amaña no se no se apaña), descubre que uno de los personajes secundarios de la cinta es idéntico a él. Ni más ni menos su más fiel retrato. De ahí en adelante el protagonista de El hombre duplicado no volverá a dormir tranquilo, y hará en lo sucesivo todo lo posible para saber de quien se trata, indagando en otras cintas hasta dar con el nombre real del actor, para conocerlo y encararlo con el propósito de saber cuál de los dos es el impostor.
Esta búsqueda obsesiva del doble, puede traducirse como una clara búsqueda de sí mismo, de la identidad. Una identidad que Tertuliano, el protagonista, por su forma de actuar y de pensar, duda en tenerla, a pesar de ser un respetable profesor de historia de 38 años, y aunque divorciado de su mujer, con una novia (María Paz) que a todas luces lo comprende y lo ama. Sin embargo, esta carencia de identidad no le permite tomar decisiones, y lo llevan a vivir bajo un clima de permanente incertidumbre. En cambio, su doble, de nombre Antonio Claro, como lo confirma después de una y mil indagaciones, casado con Helena y aunque protagonista de papeles secundarios en el cine, se proyecta ante los ojos de Tertuliano como un hombre seguro de sí mismo, al punto que al comienzo no manifiesta ningún interés por conocerlo a él, a pesar de la similitud calcada en la que insiste Tertuliano que hay entre los dos. Similitud que en la novela, naturalmente, raya en la fantasía, pero alcanza el grado de verosimilitud suficiente para hacer funcionar la historia en cuestión.
En esta novela de Saramago, como en tantas otras de su misma factura, se trasluce la profundidad de la tesis psicológica que se va tejiendo paralela a las acciones delirantes e imaginativas que mueven a los personajes, haciendo de la obra una alegoría que no sólo denuncia y nos muestra el problema de la identidad, sino que también ofrece soluciones interesantes, cuando plantea en medio de los juegos de máscaras propias del arte de la novela, que la falta de consistencia de la psiquis o del alma humana, es posible enrostrarla, combatirla y vencerla con el ejercicio de la voluntad. Esa fuerza interior que lleva al hombre maduro a salir de las tinieblas, y a esgrimir su espada contra la oscuridad.
Tertuliano Máximo Afonso, por falta de esta consistencia sólida que le permita tomar partido por las cosas, dejará entrar al "caballo de Troya" en su vida, sin sospechar que la consecuencia del no hacer nada por impedirlo, será la pérdida definitiva de su identidad. Tertuliano tendrá que ser en lo sucesivo Antonio Claro, y renunciar a sí mismo, desvaneciéndose definitivamente en otra personalidad, porque para todos el tal Tertuliano Máximo Afonso, profesor de historia, murió en un accidente automovilístico junto a su novia María Paz cuando regresaban a casa desde las afueras de la ciudad.
La idea de usar el arquetipo del caballo de Troya para ilustrar las consecuencias posibles por causa de la falta de seguridad a la que se expone una persona carente de identidad, me parece brillante, y más todavía la de relacionar a Casandra con el sentido común, con esa vocecilla interior que sabe siempre mejor que nadie qué corresponde para hacer frente a tal o cual situación, pero aún así dudamos de sus juicios. Tal y como le sucede al protagonista, a quien vemos naufragar por esta razón.
Impresiona la fraseología de Saramago y el tratamiento del narrador, quien habla al lector al estilo del narrador omnisciente, pero en un juego novedoso y ágil.

El hombre duplicado — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «El hombre duplicado», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Tertuliano Máximo Afonso guardó los papeles en la cartera y salió. Los pasillos se llenaban rápidamente de estudiantes que aparecían de todas las puertas charlando ya de asuntos que nada tenían que ver con lo que les fue enseñado un minuto antes, aquí y allí un profesor trataba de pasar desapercibido en el encrespado mar de cabezas que por todos lados le rodeaba y, esquivando los escollos que le iban surgiendo, se escabullía hacia su puerto de abrigo natural, la sala. Tertuliano Máximo Afonso atajó camino a la parte del edificio donde se encontraba el despacho del director, se detuvo para prestar atención a la profesora de Literatura que le cortaba el paso, Nos hace falta un buen diccionario de expresiones coloquiales, decía sujetándolo por la manga de la chaqueta, Más o menos, todos los diccionarios generales suelen recogerlas, recordó él, Sí, pero no de manera sistemática y analítica ni con ambición de agotar un tema, registrar eso de amarrar el burro, por ejemplo, y decir lo que significa, no bastaría, sería necesario ir más allá, identificar en los diversos componentes de la expresión las analogías, directas e indirectas, con el estado de espíritu que se quiera representar, Tiene toda la razón, respondió el profesor de Historia, más para ser agradable que porque realmente le interesara el tema, y ahora le pido que me disculpe, tengo que irme, el director me ha llamado, Vaya, vaya, hacer esperar a Dios es el peor de los pecados. Tres minutos después Tertuliano Máximo Afonso llamaba a la puerta del despacho, entró cuando la luz verde se encendió, dio los buenos días y recibió otros, se sentó a la señal del director y esperó. No sentía ninguna presencia intrusa, astral o de otro tipo. El director apartó los papeles que tenía sobre la mesa y dijo, sonriente, He pensado mucho en nuestra última conversación, aquella sobre la enseñanza de la Historia, y he llegado a una conclusión, Cuál, director, Pedirle que nos haga un trabajo en las vacaciones, Qué trabajo, Evidentemente podrá responderme que las vacaciones son para descansar y que es todo menos razonable pedirle a un profesor, acabadas las clases, que siga ocupándose de los asuntos del instituto, Sabe perfectamente, director, que no lo diría con esas palabras, Me lo diría con otras que significarían lo mismo, Sí, aunque, hasta este momento, no he pronunciado ninguna, ni unas ni otras, de modo que debo rogarle que acabe de exponer su idea, Pienso que podríamos intentar convencer al ministerio, no dar la vuelta de campana al programa, que eso sería demasiado, el ministro no es persona de revoluciones, pero estudiar, organizar y poner en práctica una pequeña experiencia, una experiencia piloto, limitada, para comenzar, a una escuela y a un número reducido de estudiantes, preferentemente voluntarios, donde las materias históricas fuesen estudiadas desde el presente hacia el pasado en vez de ser del pasado al presente, en fin, la tesis que viene defendiendo desde hace tanto tiempo y de cuya bondad tuve el gusto de ser convencido por usted, Y ese trabajo que me quiere encargar, en qué consistiría, preguntó Tertuliano Máximo Afonso, En que elabore una propuesta fundamentada para enviar al ministerio, Yo, director, No es por lisonjearlo pero, la verdad, no encuentro en nuestro instituto persona más habilitada para hacerlo, ha demostrado que viene reflexionando mucho sobre el asunto, que tiene ideas claras, realmente me daría una gran satisfacción si aceptase la tarea, se lo digo con total sinceridad, y excuso decirle que será un trabajo remunerado, sin duda encontraremos en nuestro presupuesto un capítulo para dotar esta partida, Dudo de que mis ideas, ya sea en calidad, ya sea en cantidad, la cantidad también cuenta, como sabe, puedan convencer al ministerio, usted los conoce mejor que yo, Ay de mí, demasiado, Entonces, Entonces, permítame que insista, creo que ésta es la mejor ocasión para adoptar una posición ante ellos como centro capaz de producir ideas innovadoras, Aunque nos manden a paseo, Quizá lo hagan, quizá archiven la propuesta sin más consideraciones, pero ahí quedará, alguien, algún día, la retomará, Y nosotros esperaremos a que ese día llegue, En un segundo tiempo, podremos invitar a otros institutos a que participen en el proyecto, organizar debates, conferencias, involucrar a los medios de comunicación, Hasta que el director general le escriba una carta mandándonos callar, Lamento observar que mi petición no le entusiasma, Confieso que hay pocas cosas en este mundo que me entusiasmen, pero el problema no es tanto ése como no saber lo que las próximas vacaciones me reservan, No le entiendo, Voy a tener que afrontar algunas cuestiones importantes que han surgido recientemente en mi vida y temo que no me sobre el tiempo ni me ayude la disposición de espíritu para entregarme a un trabajo que reclamaría de mi parte una entrega total, Si así es, daremos este asunto por cerrado, Déjeme pensar un poco más, concédame unos días, me comprometo a darle una respuesta antes del fin de semana, Puedo esperar que sea positiva, Tal vez, director, pero no se lo aseguro, Lo veo realmente preocupado, ojalá consiga resolver de la mejor manera sus problemas, Ojalá, Qué tal la clase, Sobre ruedas, los alumnos trabajan, Estupendo, El jueves tienen examen, Y el viernes me da la respuesta, Sí, Piénselo bien, Voy a pensarlo, Supongo que no es necesario que le diga en quién pienso para conducir la experiencia piloto, Gracias, director. Tertuliano Máximo Afonso bajó a la sala de profesores, pretendía leer los periódicos mientras hacía tiempo para el almuerzo. Sin embargo, a medida que se iba aproximando la hora, comenzó a sentir que no soportaría estar con gente, que no sostendría otra conversación como la de la mañana, aunque no lo implicase directamente, aunque transcurriese, desde principio a fin, sobre inocentes expresiones coloquiales, como amarrar el burro, andar moqueando o que el gato se haya comido la lengua. Antes de que sonase el timbre, salió y se fue a almorzar a un restaurante. Volvió al instituto para dar su segunda clase, no habló con nadie y cuando la tarde caía estaba ya en casa. Se tumbó en el sofá, cerró los ojos, intentó dejar vacío de pensamientos el cerebro, dormir si lo consiguiera, ser como una piedra que se queda donde cae, pero ni el enorme esfuerzo mental que hizo para concentrarse en la petición del director logró borrar la sombra con que tendría que vivir hasta que llegara respuesta a la carta que había escrito con el nombre de María Paz.

Esperó casi dos semanas. Mientras tanto, dio clases, llamó dos veces a la madre, preparó el examen del jueves y esbozó el que tenía que realizar a los alumnos de otra clase, el viernes informó al director de que aceptaba su amable invitación, el fin de semana no salió de casa, habló por teléfono con María Paz para saber cómo estaba y si ya había recibido respuesta, atendió una llamada del colega de Matemáticas que quería saber si tenía problemas, terminó la lectura del capítulo sobre los amorreos y pasó a los asirios, vio un documental sobre las glaciaciones en Europa y otro sobre los antepasados remotos del hombre, pensó que este momento de su vida podría dar para una novela, pensó que serían trabajos vanos porque nadie creería semejante historia, volvió a telefonear a María Paz, pero con una voz tan desmayada que ella se preocupó y le preguntó si le podía ayudar en algo, le dijo que viniese y ella vino, y se acostaron, y luego salieron a cenar, y al día siguiente fue ella quien le telefoneó para decirle que la respuesta de la productora había llegado, Te estoy llamando desde el banco, si quieres pasa por aquí, o yo te la llevo luego, cuando salga. Temblando por dentro, sacudido por la emoción, Tertuliano Máximo Afonso consiguió reprimir en el último instante la interrogación que en ningún caso le convendría hacer, La has abierto, y esto le hizo demorar dos segundos la respuesta terminante con que disiparía cualquier duda que existiera sobre si estaba o no dispuesto a compartir con ella el conocimiento del contenido de la carta, Voy yo. Si María Paz había imaginado una enternecedora escena doméstica en la que se viese a sí misma escuchando la lectura mientras bebía a pequeños sorbos el té que ella misma hubiera preparado en la cocina del hombre amado, ya podía quitarse esa idea. La vemos ahora, sentada ante su pequeña mesa de empleada bancaria, con la mano aún sobre el teléfono que acaba de colgar, el sobre de formato oblongo ante sí y dentro la carta que su honestidad no le permite leer porque no le pertenece, aunque a su nombre haya sido dirigida. Todavía no ha pasado una hora cuando Tertuliano Máximo Afonso entra a toda prisa en el banco y pide hablar con María Paz. Allí nadie le conoce, nadie sospecharía que tuviese negocios de corazón y secretos oscuros con la joven que se acerca al mostrador. Lo había visto ella desde el fondo de la gran sala donde tiene su puesto de trabajadora de los números, por eso ya trae la carta en la mano, Aquí la tienes, dice, no se saludaron, no se desearon el uno al otro buenas tardes, no dijeron hola cómo estás, nada de eso, había una carta para entregar y ya está entregada, él dice, Hasta luego, después te llamo, y ella, cumplida la parte que le cupo en las operaciones de distribución postal urbana, regresa a su lugar, indiferente a la atención interesada de un colega de más edad que hace tiempo estuvo rondándola sin resultado y que a partir de ahí, por despecho, la tiene siempre controlada. En la calle, Tertuliano Máximo Afonso camina rápidamente, casi corre, dejó el coche en un aparcamiento subterráneo a tres manzanas de distancia, no lleva la carta en la cartera sino en un bolsillo interior de la chaqueta por miedo de que se la pueda arrebatar algún pequeño díscolo desencaminado, como tiempos atrás se llamaba a los mozalbetes criados en el libertinaje de la calle, luego ángeles de cara sucia, después rebeldes sin causa, hoy delincuentes que no se benefician de eufemismos ni de metáforas. Se va diciendo a sí mismo que no abrirá la carta hasta que llegue a casa, que ya tiene edad para no comportarse como un adolescente ansioso, pero, al mismo tiempo, sabe que estos sus adultos propósitos se van a evaporar cuando esté dentro del coche, en la media penumbra del aparcamiento, con la puerta cerrada defendiéndolo de las mórbidas curiosidades del mundo. Tardó en encontrar el sitio donde dejó el automóvil, lo que agravó el estado de angustia nerviosa que ya traía, parecía el pobre hombre, mal comparado, un perro abandonado en medio del desierto, mirando perdido a un lado y a otro, sin ningún olor conocido que lo guíe a casa, El nivel es éste, de eso estoy seguro, pero verdaderamente no lo estaba. Por fin encontró el coche, tres veces había estado a media docena de pasos sin verlo. Entró rápidamente como si estuviera siendo perseguido, cerró la puerta y bajó el seguro, encendió la luz interior. Tiene el sobre en las manos, finalmente, es el momento de conocer lo que trae dentro, así como el comandante de navío, alcanzado el punto en que las coordenadas se cruzan, abre la carta sellada para saber qué rumbo tendrá que seguir de ahí en adelante. Del sobre salen una fotografía y una cuartilla. La fotografía es de Tertuliano Máximo Afonso, pero tiene la firma de Daniel Santa-Clara bajo las palabras Muy cordialmente. En cuanto al papel, además de informar de que Daniel Santa-Clara es el nombre artístico del actor Antonio Claro añade, adicionalmente y a título excepcional, la dirección de su residencia particular, En atención a la consideración especial que su carta nos ha merecido, así está escrito. Tertuliano Máximo Afonso recuerda los términos en que la redactó y se felicita por la brillante idea de sugerir a la productora la realización de un estudio acerca de la importancia de los actores secundarios, Lancé el barro a la pared y se quedó pegado, murmuró, al mismo tiempo que se daba cuenta, sin sorpresa, de que su espíritu recuperaba la calma antigua, de que su cuerpo está distendido, ningún vestigio de nerviosismo, ninguna señal de angustia, el afluente desembocó simplemente en el río, el caudal de éste aumentó, Tertuliano Máximo Afonso sabe ahora qué rumbo debe tomar. Sacó de la guantera un plano de la ciudad y buscó la calle donde Daniel Santa-Clara vive. Está en un barrio que no conoce, por lo menos no se acuerda de haber pasado nunca, y para colmo está lejos del centro, como acaba de comprobar en el mapa desdoblado sobre el volante. No importa, tiene tiempo, tiene todo el tiempo del mundo. Salió para pagar el aparcamiento, volvió al coche, apagó la luz del techo y arrancó. Su objetivo, como fácilmente se adivina, es la calle donde vive el actor. Quiere ver el edificio, mirar desde abajo su piso, las ventanas, qué tipo de gente habita el barrio, qué ambiente, qué estilo, qué modos. El tráfico es denso, los automóviles se mueven con exasperante lentitud, pero Tertuliano Máximo Afonso no se impacienta, no hay peligro de que la calle adonde se dirige mude de lugar, es prisionera de la red viaria de la ciudad que por todas partes la cerca, como muy bien se puede confirmar en este mapa. Durante la espera ante un semáforo rojo, mientras Tertuliano Máximo Afonso acompañaba con toques rítmicos de los dedos en el aro del volante una canción sin palabras, el sentido común entró en el coche. Buenas tardes, dijo, No te he llamado, respondió el conductor, Realmente no recuerdo que ninguna vez me hayas pedido que viniera, Lo haría si no conociese de antemano tus discursos, Como hoy, Sí, vas a decirme que lo piense bien, que no me meta en esto, que es una imprudencia de marca mayor, que nada me garantiza que el diablo no esté detrás de la puerta, la cháchara de siempre, Pues esta vez te equivocas, lo que vas a hacer no es una imprudencia, es una estupidez, Una estupidez, Sí señor, una estupidez, y de las gordas, No veo por qué, Es lógico, una de las formas secundarias de la ceguera de espíritu es precisamente la estupidez, Explícate, No es necesario que me digas que vas a la calle donde vive tu Daniel Santa-Clara, es curioso, el gato tenía el rabo fuera y no te has dado cuenta, Qué gato, qué rabo, déjate de adivinanzas y ve derecho al grano, Es muy simple, del apellido Claro se sacó el seudónimo Santa-Clara, No es un seudónimo, es un nombre artístico, Ya, el otro tampoco quiso la vulgaridad plebeya del seudónimo, le puso heterónimo, Y de qué me serviría haber visto el rabo del gato, Reconozco que no de mucho, de la misma manera tendrías que buscar, pero, yendo a los Claro de la lista telefónica acabarías acertando, Ya tengo lo que me interesa, Y ahora vas a la calle donde vive, vas a ver el edificio, el piso donde vive, las ventanas, qué tipo de gente habita el barrio, qué ambiente, qué estilo, qué modos, fueron éstas, si no me equivoco, tus palabras, Sí, Imagínate ahora que cuando estés mirando las ventanas aparece en una de ellas la mujer del tal actor, en fin, hablemos con respeto, la esposa de ese Antonio Claro, y te pregunta por qué no subes, o entonces, peor aún, aprovecha para pedirte que vayas a la farmacia y le compres una caja de aspirinas o un jarabe para la tos, Qué disparate, Si te parece disparate, imagina ahora que alguien pase y te salude, no como este Tertuliano Máximo Afonso que eres, sino como el Antonio Claro que nunca serás, Otro disparate, Pues, si también esta posibilidad es disparatada, imagina que cuando estás en la acera mirando a las ventanas o estudiando el estilo de los habitantes te topas de frente, en carne y hueso, con Daniel Santa-Clara, y los dos quedáis mirándoos igual que dos perros de porcelana, cada uno como reflejo del otro, pero un reflejo diferente, pues éste, al contrario de lo que hace el espejo, mostraría el izquierdo donde está el izquierdo y el derecho donde está el derecho, tú cómo reaccionarías si eso sucediese. Tertuliano Máximo Afonso no respondió en seguida, permaneció en silencio dos o tres minutos, después dijo, La solución será no salir del coche, Incluso así, si yo estuviese en tu lugar no me fiaría, objetó el sentido común, puedes tener que parar en un semáforo, puede haber un embotellamiento, un camión descargando, una ambulancia cargando, y tú allí en exposición, como un pez en un acuario, a merced de que la adolescente cinéfila y curiosa que vive en el primer piso de tu mismo edificio te pregunte cuál va a ser tu próxima película, Qué hago entonces, Eso no lo sé, no es de mi competencia, el papel del sentido común en la historia de vuestra especie nunca fue más allá de aconsejar cautela y caldos de gallina, principalmente en los casos en que la estupidez ya ha tomado la palabra y amenaza con tomar las riendas de la acción, El remedio sería que me disfrazara, De qué, No lo sé, tendré que pensarlo, Por lo visto, para ser quien eres, la única posibilidad que te queda es que te parezcas a otro, Tengo que pensar, Sí, ya es hora, Siendo así, lo mejor es que vuelva a casa, Si no te importa, llévame hasta la puerta, luego ya me las arreglaré, No quieres subir, Nunca me habías invitado, Estoy invitándote ahora, Gracias pero no debo aceptar, Por qué, Porque tampoco es saludable para el espíritu compartir intimidad con el sentido común, comer en la misma mesa, dormir en la misma cama, llevarlo al trabajo, pedirle su aprobación o consentimiento antes de dar un paso, algo tendréis que arriesgar por cuenta propia, A quién te refieres, A todos vosotros, al género humano, Me he arriesgado consiguiendo esta carta y en su momento tú me lo reprochaste, No hay nada de lo que puedas enorgullecerte en el modo como la conseguiste, apostar en la honestidad de una persona como tú lo hiciste, es una forma de chantaje bastante repugnante, Me hablas de María Paz, Sí, te hablo de María Paz, si yo hubiera estado en su lugar abriría la carta, la leería y te daría con ella en la cara hasta que implorases perdón de rodillas, Así procede el sentido común, Así debería proceder, Adiós, hasta otro día, voy a pensar en mi disfraz, Cuanto más te disfraces más te parecerás a ti mismo. Tertuliano Máximo Afonso encontró un sitio libre casi en la puerta del edificio donde vivía, aparcó el coche, recogió el mapa y el callejero, y salió. En la acera del otro lado de la calle, había un hombre con la cabeza levantada, mirando los pisos altos de enfrente. No tenía ninguna semejanza de cara o figura, su presencia allí no pasaba de una casualidad, pero Tertuliano Máximo Afonso sintió un escalofrío en la espina dorsal al pasársele por la cabeza, no lo pudo evitar, la enfermiza imaginación tuvo más fuerza que él, la posibilidad de que Daniel Santa-Clara anduviese en su busca, yo a ti, tú a mí. Luego empujó la incómoda fantasía, Estoy viendo fantasmas, el tipo ni siquiera sabe que existo, la verdad, no obstante, es que le temblaban las rodillas cuando entró en casa y se dejó caer exhausto en el sofá. Durante unos minutos estuvo inmerso en una especie de sopor, ausente de sí mismo, como un corredor de maratón cuya fuerza se agota de súbito al pisar la línea de llegada. De la energía tranquila que lo animaba al salir del aparcamiento y, luego, cuando conducía el automóvil hacia un destino que acabó viéndose frustrado, no le quedaba nada más que un recuerdo difuso, como algo no realmente vivido, o que lo fue por esa parte de sí que ahora estaba ausente. Se levantó con dificultad, las piernas le parecían extrañas, como si perteneciesen a otra persona, y fue a la cocina a hacerse un café. Lo bebió a sorbos vagarosos, consciente del calor reconfortante que le bajaba por la garganta hasta el estómago, después lavó la taza y el plato, y volvió a la sala. Todos sus gestos eran meditados, lentos, como si estuviese ocupado en manipular sustancias peligrosas en un laboratorio de química, aunque no tenía nada más que hacer que abrir la guía telefónica en la letra C y confirmar las informaciones que constaban en la carta. Y después, qué hago, se preguntó, mientras iba pasando las páginas hasta encontrar. Había muchos Claro, pero los Antonio no eran más allá de media docena, aquí estaba, finalmente, lo que tanto trabajo le había costado, tan fácil que lo podía haber hecho cualquier persona, un nombre, un domicilio, un número de teléfono. Copió los datos en un papel y repitió la pregunta, Y ahora, qué hago. En un acto reflejo, posó la mano derecha en el auricular, allí la dejó mientras releía una vez y otra lo que había apuntado, después la retiró, se levantó y dio una vuelta por la casa, discutiendo consigo mismo que lo más sensato sería dejar el asunto hasta después de acabados los exámenes, de esa manera tendría que habérselas con una preocupación menos, infelizmente se había comprometido con el director del instituto para redactar el proyecto de propuesta sobre la enseñanza de la Historia, no podía escapar a esa obligación, Día antes o día después no tendré más remedio que ponerme a trabajar en algo a lo que nadie va a hacer caso, fue una rematada estupidez aceptar el encargo, sin embargo, no merecía la pena fingir que estaba engañándose a sí mismo, pareciendo que admitía la posibilidad de posponer para después del trabajo del instituto el primer paso en el camino que lo conducirá a Antonio Claro, ya que Daniel Santa-Clara, en rigor no existe, es una sombra, un títere, un bulto variable que se agita y habla dentro de una cinta de vídeo y que regresa al silencio y a la inmovilidad cuando se acaba el papel que le enseñaron, mientras que el otro, ese Antonio Claro, es real, concreto, tan consistente como Tertuliano Máximo Afonso, el profesor de Historia que vive en esta casa y cuyo nombre puede ser encontrado en la letra A de la guía telefónica, por mucho que algunos afirmen que Afonso no es apellido, sino nombre propio. Tertuliano Máximo Afonso está otra vez sentado frente a su escritorio, tiene el papel con las notas tomadas delante, tiene la mano derecha de nuevo sobre el auricular, da idea de que se ha decidido finalmente a telefonear, pero cuánto tarda en resolver este hombre, qué vacilante, qué irresoluto nos ha salido, nadie diría que es la misma persona que no hace muchas horas casi arranca la carta de las manos de María Paz. En un repente, sin pensar, como única manera de vencer la cobardía paralizante, el número fue marcado. Tertuliano Máximo Afonso escucha el tono, una vez, dos veces, tres, muchas, y en el momento en que va a colgar, pensando, con mitad de alivio y mitad de decepción, que no hay nadie para atender, una mujer, jadeante como si hubiese venido corriendo desde el otro extremo de la casa, dijo simplemente, Diga. Una súbita contracción muscular constriñó la garganta de Tertuliano Máximo Afonso, la respuesta tardó, dio tiempo a que la mujer repitiese, impaciente, Diga, quién es, por fin el profesor de Historia consiguió pronunciar tres palabras, Buenas tardes, señora, pero la mujer, en lugar de responder con el tono reservado que se utiliza con un desconocido del que para colmo no se puede ver la cara, dijo con una sonrisa que se palpaba en cada palabra, Si quieres disimular, no te esfuerces, Disculpe, balbuceó Tertuliano Máximo Afonso, sólo quería pedirle una información, Qué información puede querer una persona que sabe todo de la casa donde ha llamado, Lo que quería saber es si vive ahí el actor Daniel Santa-Clara, Querido señor, yo me encargaré de comunicar al actor Daniel Santa-Clara, cuando llegue, que Antonio Claro ha llamado preguntando si los dos viven aquí, No comprendo, comenzó a decir Tertuliano Máximo Afonso para ganar tiempo, pero la mujer se adelantó abruptamente, No te reconozco, no sueles bromear así, di de una vez lo que quieres, el rodaje se ha retrasado, es eso, Disculpe, señora, aquí hay una equivocación, yo no me llamo Antonio Claro, No es mi marido, preguntó ella, Sólo soy una persona que deseaba saber si el actor Daniel Santa-Clara vive en esa casa, Por la respuesta que le he dado ya sabe que sí vive, Sí, pero el modo como lo ha dicho me ha dejado confuso, desconcertado, No fue mi intención, creí que era una broma de mi marido, Puede tener la certeza de que no soy su marido, Me cuesta trabajo creerlo, Que yo no sea su marido, Me refiero a la voz, su voz es exactamente igual que la de él, Es una coincidencia, No hay coincidencias de éstas, dos voces, como dos personas, pueden ser más o menos semejantes, pero iguales hasta ese punto, no, Quizá no pase de una impresión suya, Cada palabra está llegándome como si saliese de su boca, Realmente cuesta creerlo, Me dice su nombre para darle el recado cuando llegue, Déjelo, no merece la pena, además su marido no me conoce, Es un admirador, No precisamente, Incluso así, él querrá saberlo, Llamaré otro día, Pero, oiga. La comunicación fue cortada, lentamente Tertuliano Máximo Afonso había colgado el teléfono.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «El hombre duplicado»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «El hombre duplicado» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Отзывы о книге «El hombre duplicado»

Обсуждение, отзывы о книге «El hombre duplicado» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x