Nicholas Sparks - Fantasmas Del Pasado

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Jeremy Marsh es un periodista especializado en desenmascarar fraudes con apariencia de hechos sobrenaturales. Allí donde parece darse un caso extraño que escapa a toda explicación lógica, él se empeña en demostrar que para encontrarla sólo hace falta investigar el caso a fondo y seguir en todo momento los dictámenes de la razón. Hasta ahora nunca se ha equivocado, y con esa determinación viaja a Boone Creek, una pequeña localidad de Carolina del Norte, en busca de la causa real que se esconde detrás de unas apariciones fantasmagóricas en el cementerio del pueblo. La leyenda local habla de una maldición y de almas que vagan con sed de venganza, pero ¿cuánto de verdad y cuánto de fábula hay en esa leyenda, como en todas las demás?
Sin embargo, Jeremy ha de enfrentarse a algo verdaderamente inesperado, para lo que esta vez su razón no tiene respuesta: el encuentro con Lexie Darnell, la nieta de la vidente del pueblo. Y es que Jeremy podía prever que Lexie lo ayudaría en sus pesquisas gracias a su trabajo como bibliotecaria, pero no que él acabaría enamorándose perdidamente de ella. El dilema no tardará en surgir: si la joven pareja quiere empezar a construir un futuro en común, Jeremy deberá arriesgarse a otorgar un voto de confianza a la fe ciega, en la que nunca había creído…

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Si no se hallaba ni en la biblioteca ni en su casa, ¿dónde estaba?

¿Se habrían cruzado de camino a casa de Doris? Se concentró, intentando recordar si había visto algún coche. Le parecía que no, aunque lo cierto era que no había prestado la debida atención. De todos modos, estaba seguro de que habría reconocido el coche.

Decidió pasar otra vez por delante de la casa de Doris para confirmar sus dudas. Apretó el acelerador y condujo bajo los efectos de una creciente inquietud; entonces divisó el bungaló blanco.

Sólo necesitó un vistazo para cerciorarse de que Doris se había ido a dormir.

No obstante, se detuvo delante de la casa, abatido, y se preguntó dónde diantre podía estar Lexie. La localidad no era tan grande y, además, no ofrecía demasiadas opciones. Inmediatamente pensó en el Herbs, pero recordó que el local estaba cerrado por la noche. Tampoco había visto el coche en el Lookilu, ni en ningún otro lugar del centro del pueblo. Consideró la posibilidad de que Lexie estuviera haciendo algún recado, o devolviendo un vídeo, o recogiendo alguna prenda de la tintorería…, o…, o…

De repente, supo dónde encontrarla.

Jeremy dio un golpe seco de volante, intentando no caer en la desesperación ahora que se hallaba casi al final del trayecto. Sentía una ligera opresión en el pecho y notaba que le costaba respirar, igual que le había sucedido unas horas antes esa misma tarde, cuando se había sentado en el avión. Le costaba creer que hubiera iniciado el día en Nueva York, pensando que nunca más volvería a ver a Lexie, y que, en cambio, ahora se encontrara deambulando por Boone Creek, planeando hacer lo que le parecía imposible. Condujo por las calles oscuras, procurando no perder los nervios, imaginando la reacción de Lexie cuando lo viera.

La luz de la luna iluminaba el cementerio aportándole un tono casi azulado, y las tumbas parecían brillar como si una lucecita las alumbrara desde su interior. La valla de hierro forjado añadía a la escena un toque fantasmagórico. Jeremy se acercó a la entrada del cementerio y vio el coche de Lexie cerca de la puerta.

Aparcó justo detrás. Al salir del coche de Doris, oyó el ruido del ventilador de la aireación del motor. La hojarasca crujió debajo de sus pies. Tomó aire lentamente y deslizó la mano por encima del capó del coche de Lexie, notando el calor del acero en la palma de su mano. Dedujo que no hacía mucho que había llegado.

Atravesó la verja y vio el magnolio, con sus hojas negras y brillantes, como barnizadas con aceite. Esquivó una rama y se acordó de cómo se había abierto camino a ciegas por ese mismo espacio la noche que Lexie y él se escaparon al cementerio a presenciar las luces. No muy lejos, un búho ululaba entre unos árboles.

Abandonó el sendero y anduvo alrededor de una cripta en ruinas, caminando lentamente para no hacer ruido. Sobre él, la luna colgaba del cielo como si alguien la hubiera pegado en una sábana negra. Le pareció oír un murmullo y, cuando aguzó el oído, notó una tremenda subida de adrenalina. Al fin la había encontrado, al fin se había encontrado a sí mismo, y su cuerpo ardía en deseos de saber qué sucedería a continuación. Ascendió por la pequeña colina, consciente de que los padres de Lexie estaban enterrados al otro lado.

Había llegado la hora. Estaba a punto de ver a Lexie, y de que ella lo viera a él. Zanjarían el tema de una vez por todas, en el mismo lugar donde había empezado todo.

Lexie se hallaba de pie, justo en el lugar donde él imaginó que estaría, bañada por una luz plateada. Su cara ofrecía una expresión abierta, casi dolorosa, y sus ojos despedían una luminosidad violeta. Iba vestida para combatir el frío, con una bufanda alrededor del cuello y unos guantes negros que le conferían a sus manos el aspecto de unas meras sombras.

Hablaba en voz baja, y Jeremy no alcanzó a oír lo que decía. Se quedó contemplándola en silencio, y de repente ella se calló y levantó la cara. Por un momento que pareció interminable, se quedaron quietos, mirándose sin parpadear, como si tuvieran miedo a cerrar los ojos ni aunque fuera un segundo.

Lexie parecía haberse quedado petrificada mientras lo miraba fijamente. Al cabo de un rato, apartó la vista. Sus ojos se detuvieron en las tumbas otra vez, y Jeremy se dio cuenta de que no tenía ni idea de lo que ella estaba pensando.

De repente sintió que había sido un grave error desplazarse hasta allí. Lexie no quería que él estuviera en ese lugar, no lo quería en su vida. Sintió un nudo en la garganta, y ya estaba a punto de darse la vuelta para marcharse cuando se fijó en que Lexie esbozaba una mueca y sus facciones se relajaban.

– No deberías mirarme de ese modo tan descarado -dijo ella súbitamente-. A las mujeres nos gustan los hombres que saben comportarse con más sutileza.

La sensación de alivio que lo invadió fue indescriptible, y Jeremy sonrió al tiempo que se aventuraba a dar un paso hacia delante. Cuando estuvo lo suficientemente cerca de ella como para tocarla, deslizó la mano hasta ponerla en la espalda de Lexie. Ella no se apartó; en lugar de eso, se inclinó hacia él.

Doris tenía razón.

Jeremy estaba en su casa.

– No -susurró él con una alegría incontenible-. A las mujeres os gustan los hombres capaces de seguiros hasta el fin del mundo, o hasta Boone Creek, que más o menos viene a ser lo mismo.

La atrajo hacia sí y la obligó a erguir la cabeza. Entonces la besó, con la absoluta certeza de que jamás volvería a separarse de ella.

Epílogo

Jeremy y Lexie estaban sentados juntos, arropados bajo una manta, contemplando el pueblo a sus pies. Era un jueves por la tarde, tres días después del regreso de Jeremy a Boone Creek. Las luces blancas y amarillas de la localidad, entremezcladas con ocasionales destellos rojos y verdes, titilaban graciosamente, y Jeremy podía ver las columnas de humo que emergían de las chimeneas. El río fluía lentamente como un carbón líquido, reflejando el cielo. A lo lejos, las luces de la fábrica de papel se propagaban en todas direcciones e iluminaban el puente del ferrocarril.

En los últimos dos días, él y Lexie se habían dedicado a hablar largo y tendido. Ella se disculpó por haberle mentido sobre lo de Rodney, y confesó que separarse de Jeremy en el camino de gravilla delante del Greenleaf había sido la decisión más difícil de toda su vida. Le describió lo que había sentido durante esa interminable semana que habían estado separados, unos sentimientos que Jeremy compartió por completo. Él, por su parte, le contó que aunque Nate se había mostrado reacio cuando le contó que quería marcharse de Nueva York, su editor en el Scientific American estuvo de acuerdo en continuar contando con su colaboración aunque viviera en Boone Creek, con la condición de que fuera a Nueva York con regularidad.

Jeremy no le mencionó la visita inesperada de Doris. En su segunda noche en el pueblo, Lexie lo invitó a cenar a casa de su abuela, y Doris lo apartó a un lado discretamente y le hizo prometer que no se lo contaría jamás.

– No quiero que Lexie piense que me entrometo en su vida -explicó, con un brillo inusitado en los ojos-. Aunque te cueste creerlo, ella opina que me inmiscuyo demasiado en sus cuestiones amorosas.

A veces a Jeremy le costaba creer que estuviera allí con ella; por otro lado, también le costaba creer que hubiera sido capaz de separarse de ella en primer lugar. Con Lexie todo era muy fácil, se sentía como si ella fuera el hogar que siempre había estado buscando. A pesar de que Lexie parecía sentir lo mismo, no le permitió quedarse en su casa.

– No quiero dar tema de conversación a los del pueblo -insistía. Sin embargo, Jeremy se sentía a gusto en el Greenleaf, a pesar de que Jed todavía no se decidía a sonreír.

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