Nicholas Sparks - Fantasmas Del Pasado

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Jeremy Marsh es un periodista especializado en desenmascarar fraudes con apariencia de hechos sobrenaturales. Allí donde parece darse un caso extraño que escapa a toda explicación lógica, él se empeña en demostrar que para encontrarla sólo hace falta investigar el caso a fondo y seguir en todo momento los dictámenes de la razón. Hasta ahora nunca se ha equivocado, y con esa determinación viaja a Boone Creek, una pequeña localidad de Carolina del Norte, en busca de la causa real que se esconde detrás de unas apariciones fantasmagóricas en el cementerio del pueblo. La leyenda local habla de una maldición y de almas que vagan con sed de venganza, pero ¿cuánto de verdad y cuánto de fábula hay en esa leyenda, como en todas las demás?
Sin embargo, Jeremy ha de enfrentarse a algo verdaderamente inesperado, para lo que esta vez su razón no tiene respuesta: el encuentro con Lexie Darnell, la nieta de la vidente del pueblo. Y es que Jeremy podía prever que Lexie lo ayudaría en sus pesquisas gracias a su trabajo como bibliotecaria, pero no que él acabaría enamorándose perdidamente de ella. El dilema no tardará en surgir: si la joven pareja quiere empezar a construir un futuro en común, Jeremy deberá arriesgarse a otorgar un voto de confianza a la fe ciega, en la que nunca había creído…

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– Muchas gracias.

Avanzó por el pasillo, sorprendido de que lo hubiera logrado, y distinguió un asiento libre al lado de una ventana. Estaba guardando su bolsa de mano en el compartimento superior cuando divisó a Doris, tres filas por detrás de él.

Ella también lo miró, pero no dijo nada; simplemente sonrió.

El avión aterrizó en Raleigh a las tres y media, y Jeremy anduvo con Doris por la terminal. Cuando ya estaban próximos a las puertas de salida, él señaló por encima del hombro.

– Será mejor que vaya a alquilar un coche.

– De ningún modo. Estaré más que encantada de llevarte -comentó ella-. Después de todo, vamos al mismo sitio, ¿no?

Cuando Doris vio que Jeremy vacilaba, sonrió.

– Vamos, te dejaré conducir -agregó.

Durante todo el camino, Jeremy no permitió que la aguja del velocímetro marcara menos de ochenta, y tardó cuarenta y cinco minutos menos en realizar un trayecto que duraba casi tres horas. Empezaba a anochecer cuando se aproximó a los confines del pueblo. Con imágenes aleatorias de Lexie flotando en su cabeza, se dio cuenta de que el tiempo se le había pasado velozmente. Intentó ensayar lo que quería decirle a Lexie, o anticipar cómo respondería ella, pero pensó que no tenía ni idea de lo que iba a suceder a continuación. No importaba. Aunque actuaba guiándose por el instinto, no podía imaginar hacer otra cosa distinta.

Las calles de Boone Creek estaban silenciosas cuando el coche se deslizó por la zona comercial. Doris se dio media vuelta y lo miró.

– ¿Te importaría dejarme en casa?

Él también la observó, y en ese momento se dio cuenta de que apenas habían conversado desde que habían salido del aeropuerto. Se había pasado todo el rato pensando en Lexie, sin prestar atención a Doris, sin fijarse en su presencia.

– ¿No necesitas el coche?

– No lo necesitaré hasta mañana. Además, hace demasiado frío para salir a dar una vuelta.

Jeremy siguió las instrucciones de Doris hasta que se detuvo delante de un pequeño bungaló blanco. La luna creciente asomaba justo por encima del ala del tejado, y bajo la tenue luz, él se observó a sí mismo en el espejo retrovisor. Sabía que en tan sólo unos minutos iba a ver a Lexie, e instintivamente se pasó la mano por el pelo en un intento de acicalarse.

Doris notó el gesto de nerviosismo y le dio una palmadita en la pierna.

– Todo saldrá bien; ya lo verás. Confía en mí.

Jeremy se esforzó por sonreír, intentando ocultar sus dudas.

– ¿Algún consejo de última hora?

– No -respondió ella, sacudiendo la cabeza-. Además, ya has seguido el consejo que quería darte. Estás aquí, ¿no es cierto?

Jeremy asintió, y Doris se inclinó hacia él, le dio un beso en la mejilla y después le susurró:

– Bienvenido a casa.

Jeremy dio marcha atrás; las ruedas chirriaron en el asfalto cuando puso rumbo a la biblioteca. Le pareció recordar que, en una de sus conversaciones, Lexie había mencionado que la biblioteca permanecía abierta hasta bastante tarde, para aquellos que decidían pasarse por allí después del trabajo. ¿Se lo comentó el día en que se conocieron, o fue al día siguiente? Suspiró, reconociendo que esa insistencia compulsiva en recordar esa clase de detalles irrelevantes se debía simplemente a una necesidad de aplacar los nervios. ¿Había hecho bien en venir? ¿Y cómo reaccionaría ella? ¿Se alegraría de verlo? Todo vestigio de confianza empezó a desvanecerse a medida que se acercaba a la biblioteca.

El centro del pueblo ofrecía un aspecto nada bucólico, en contraste con la imagen apacible y difusa -como en un sueño- que recordaba. Pasó por delante del Lookilu y se fijó en la media docena de coches aparcados delante del local; también avistó otro círculo de coches apiñados cerca de la pizzeria. Un grupo de jóvenes charlaba animadamente en la esquina, y aunque al principio pensó que estaban fumando, después se dio cuenta de que el humo que los rodeaba no era más que el vaho que se escapaba de sus bocas a causa de la condensación de aire frío.

Giró por otra de las calles; en el cruce, a lo lejos, vio las luces de la biblioteca que iluminaban las dos plantas. Aparcó delante del edificio y salió del coche, notando la gélida brisa de la noche. Tomó aire lentamente, se dirigió con paso rápido hacia la puerta principal y la abrió sin vacilar.

No había nadie en el mostrador. Se detuvo para echar un vistazo a través de las cristaleras que separaban el área de recepción del resto de la sala en el piso inferior. Tampoco había señales de Lexie entre los allí presentes. Barrió toda la estancia lentamente con la mirada, para asegurarse.

Supuso que Lexie debía de estar en su despacho o en la sala principal, recorrió el pasillo con premura y subió las escaleras, sin dejar de mirar a lado y lado mientras enfilaba hacia el despacho de Lexie. Desde lejos advirtió que la puerta estaba cerrada; no se veía luz por debajo de la puerta. Se acercó e intentó abrirla, pero estaba cerrada con llave. A continuación, buscó por cada uno de los pasillos delimitados por las estanterías llenas de libros hasta que llegó a la sala de los originales.

Estaba cerrada.

Regresó a la sala principal, caminando con paso ligero, sin prestar atención a las miradas de estupefacción de la gente que seguramente lo había reconocido; después bajó las escaleras de dos en dos. Mientras se dirigía hacia la puerta principal, se maldijo por no haberse fijado antes en si el coche de Lexie estaba aparcado delante del edificio.

«Son los nervios», le contestó una vocecita en su interior.

Bueno, no pasaba nada. Si Lexie no se hallaba allí, probablemente estaría en su casa.

Una de las voluntarias de más avanzada edad apareció portando una pila de libros entre sus brazos, y sus ojos se iluminaron cuando vio a Jeremy.

– ¿Señor Marsh? -lo llamó con voz risueña-. Creía que no lo volveríamos a ver. ¿Se puede saber qué está haciendo aquí?

– Estoy buscando a Lexie.

– Se marchó hace una hora. Creo que se dirigía a casa de Doris, a ver cómo estaba. Sé que la llamó antes, y que Doris no contestó.

Jeremy mantuvo la expresión impasible.

– ¿Ah, sí?

– Y Doris no estaba en el Herbs, eso es todo lo que sé. Intenté decirle a Lexie que probablemente Doris estaba haciendo recados, pero ya sabes cómo se preocupa por su abuela. A veces logra sacarla de sus casillas, aunque en el fondo Doris sabe que es su forma de demostrarle que la quiere.

La mujer hizo una pausa. De repente se dio cuenta de que Jeremy no le había explicado el motivo de su súbita reaparición.

Antes de que pudiera añadir ninguna palabra más, Jeremy se le adelantó.

– Mire, me encantaría quedarme a charlar un rato con usted, pero tengo que encontrar a Lexie.

– ¿Es por lo de la historia, otra vez? Quizá yo pueda ayudarlo. Tengo la llave de la sala de los originales, si la necesita.

– No, no será necesario. De todas maneras, muchas gracias.

Jeremy ya había reemprendido la marcha hacia la puerta de salida cuando oyó la voz de la anciana a sus espaldas.

– Si Lexie regresa, ¿quiere que le diga que la está buscando?

– ¡No! -dijo él en voz alta sin darse la vuelta-. No le diga nada. Es una sorpresa.

Fuera, Jeremy se estremeció ante la súbita bocanada de aire frío y aceleró el paso hasta el coche. Condujo por la carretera principal hasta la entrada al pueblo, maravillándose de la rapidez con que se oscurecía el cielo. Contempló las estrellas por encima de las copas de los árboles. Había miles de ellas, millones. Por un instante se preguntó cómo se verían desde la cima de Riker's Hill.

Entró en la calle de Lexie, distinguió la casa, y se sintió invadido por una sensación de desaliento cuando no vio ninguna luz en las ventanas ni el coche aparcado en la calzada. Como si no acabara de creerse lo que sus ojos le decían, pasó por delante de la casa, deseando equivocarse.

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