Por tercera vez en esa semana, llamó por teléfono al restaurante chino de la esquina y encargó la comida, después se acomodó en la silla, pensando en la selección de platos que acababa de solicitar. Por un instante se preguntó si Lexie estaría comiendo a esa misma hora, mas sus pensamientos se vieron truncados por el ruido del timbre del interfono.
Agarró el billetero y se dirigió a la puerta. Una voz femenina sonó a través del interfono.
– Está abierto. Sube.
Buscó entre los billetes, sacó uno de veinte dólares, y llegó a la puerta justo en el momento en que sonaba el timbre.
– ¡Qué rápido! -exclamó-. Normalmente tardáis…
Su voz se quebró cuando abrió la puerta y vio a la persona que estaba de pie, delante de él. En medio del silencio, miró boquiabierto a su visitante, antes de que Doris finalmente sonriera.
– Sorpresa -lo saludó ella. Jeremy parpadeó varias veces seguidas.
– ¿Doris?
Ella se sacudió la nieve de los zapatos.
– Vaya tormenta, ¿eh? Está todo tan helado que por un momento pensé que no conseguiría llegar a tu casa. El taxi ha patinado varias veces en la carretera.
Jeremy continuó mirándola pasmado, intentando comprender qué hacía ella allí, en su puerta.
Doris apretó las asas de su bolso y lo miró fijamente.
– ¿Piensas tenerme aquí plantada en el pasillo mucho rato, o vas a invitarme a pasar?
– ¡Ay! Perdona. Entra, por favor.
Doris pasó delante de él y depositó el bolso sobre la consola del recibidor. Echó un vistazo al apartamento y se quitó la chaqueta.
– Qué agradable -comentó, paseándose por el comedor-. Es más grande de lo que me había figurado. Pero no esperaba que tuviera que subir esa pila de escaleras. De verdad, tendríais que arreglar el ascensor.
– Sí, lo sé.
Doris se detuvo frente a la ventana.
– Pero la ciudad es preciosa, incluso con esta tormenta. Y es tan… bulliciosa. Ahora comprendo por qué tanta gente quiere vivir aquí.
– ¿Qué haces aquí?
– He venido para charlar contigo.
– ¿Sobre Lexie?
Doris no contestó rápidamente. En lugar de eso, suspiró, y luego se limitó a decir con un tono calmoso:
– Entre otras cosas.
Cuando vio que Jeremy enarcaba las cejas con expresión perpleja, se encogió de hombros.
– No tendrás un poco de té, ¿verdad? El frío me ha calado los huesos.
– Pero…
– Mira muchacho, tenemos mucho de que hablar -lo interrumpió con voz tajante-. Sé que debes de tener bastantes dudas, por lo que necesitaremos bastante tiempo; así pues, ¿qué tal si preparas un poco de té?
Jeremy se dirigió a la diminuta cocina y calentó una taza con agua en el microondas. Después de añadir un sobre de té, llevó la taza al comedor, donde encontró a Doris sentada en el sofá. Le pasó la taza, y ella tomó un sorbo inmediatamente.
– Siento no haber llamado para avisarte que venía. Supongo que debería haberlo hecho. Pero es que quería hablar contigo cara a cara.
– ¿Cómo has averiguado dónde vivía?
– Hablé con tu amigo Alvin. Y él me lo dijo.
– ¿Has hablado con Alvin?
– Ayer. Le dio su número de teléfono a Rachel, así que lo llamé, y fue lo suficientemente amable como para darme tu dirección. Me hubiera encantado conocerle cuando estuvo en Boone Creek. Por teléfono es todo un caballero.
Jeremy notó que Doris recurría a esa conversación tan trivial para aplacar los nervios, y decidió no decir nada. Supuso que la mujer debía de estar intentando aclarar las ideas sobre lo que pensaba decirle. El timbre del interfono volvió a sonar, y ella desvió la vista hacia la puerta.
– Es la comida que he encargado -explicó él, molesto por la distracción-. Dame un minuto, ¿vale?
Se levantó del asiento, pulsó el botón del interfono y abrió la puerta; mientras esperaba, vio cómo Doris se alisaba la blusa. Un momento más tarde, ella se revolvió nerviosa en el sofá, y por alguna razón, verla en ese estado logró apaciguar sus propios nervios. Tomó aire y respiró hondo antes de salir al pasillo a recibir al repartidor que acababa de asomar la cabeza por la escalera.
Jeremy regresó y, cuando estaba a punto de dejar la bolsa de comida en la encimera de la cocina, oyó la voz de Doris a su espalda.
– ¿Qué has pedido?
– Ternera con brécol, y arroz frito con cerdo asado.
– Huele muy bien.
Quizá fue la forma como lo dijo lo que provocó que Jeremy sonriera.
– ¿Te apetece un poco?
– Oh, no, no quiero quitarte parte de tu almuerzo.
– No te preocupes. Las porciones son enormes -señaló él al tiempo que asía dos platos-. Y además, ¿no me dijiste en una ocasión que te gusta charlar mientras saboreas una buena comida?
Cogió los cubiertos y llevó los platos hasta la mesa. Doris se sentó a su lado.
De nuevo, decidió dejar que fuera ella la que iniciara la conversación, y durante unos minutos se dedicaron a comer en silencio.
– Es delicioso -comentó finalmente Doris-. No he desayunado, y supongo que no me había dado cuenta de que tenía mucha hambre. Se necesitan bastantes horas para llegar hasta aquí. Me he ido antes de que amaneciera, y mi vuelo ha salido con retraso por culpa del mal tiempo. Por unos momentos he pensado que no nos permitirían despegar. Estaba muy nerviosa. Era la primera vez que subía a un avión.
– ¿De veras?
– Sí. Nunca tuve ningún motivo para montarme en un trasto de ésos. Cuando Lexie vivía aquí, me pidió que viniera a verla, pero mi esposo no se encontraba demasiado bien de salud, por lo que decliné la invitación. Y luego ella regresó al pueblo, y no se movió de allí durante bastante tiempo. Sé que probablemente pensarás que Lexie es fuerte como un roble, pero eso es sólo la imagen que desea proyectar de sí misma. En el fondo es como cualquier otro ser humano, y lo que le sucedió con Avery la dejó sumida en una gran depresión. -Doris dudó un instante-. Supongo que te habrá hablado de él.
– Sí.
– Lexie sufrió en silencio, se mantuvo fuerte delante de todos, pero yo sabía que estaba fatal; sin embargo, no pude hacer nada para ayudarla. Lo superó sola, manteniéndose todo el tiempo ocupada, corriendo de un lado para otro, charlando con todo el mundo e intentando que todos tuvieran la impresión de que se encontraba bien. No puedes ni imaginar lo desalentador que fue para mí ver que no dejaba que la ayudasen.
– ¿Por qué me cuentas todo esto?
– Porque ahora ella está actuando del mismo modo.
Jeremy removió la comida con el tenedor.
– No fui yo quien cortó la relación.
– Lo sé.
– Entonces, ¿por qué quieres hablar conmigo?
– Porque Lexie no me escuchará.
A pesar de la tensión, Jeremy soltó una carcajada.
– No sé por qué, pero tengo la sensación de que consideras que soy un tipo fácil de convencer.
– No -replicó ella-. Pero espero que no seas tan cabezota como mi nieta.
– Mira, Doris, aunque ardiera en deseos de volverlo a intentar, no conseguiría nada. Todo depende de ella.
Doris lo observó fijamente.
– ¿De verdad crees eso?
– Intenté hablar con ella. Le dije que quería hacer todo lo posible para que lo nuestro funcionara.
En lugar de responder a su comentario, Doris preguntó:
– Estuviste casado, ¿no es cierto?
– Sí, hace mucho tiempo. ¿Te lo ha contado Lexie?
– No -respondió ella-. Lo supe la primera vez que hablé contigo.
– ¿De nuevo tus dones de vidente?
– No, hombre; no tiene nada que ver con eso. Es por el modo en que tratas a las mujeres. Te comportas con una confianza abrumadora que a muchas mujeres incomoda. Pero al mismo tiempo, tuve la impresión de que comprendes lo que quieren las mujeres, aunque por alguna razón te niegas a entregarte completamente.
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