Vidiadhar Naipaul - El Sanador Mistico

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Esta novela cuenta la historia de Ganesh Ramsumair, sanador y místico, desde sus humildes orígenes hasta que obtiene la fama y el reconocimiento. Sus primeros días en el colegio. Su intento de convertirse en profesor. Su boda con Leela, la hija del tendero Ramlogan. Un día descubre su verdadera vocación: sanador místico, curador de almas. Se convierte en un maestro espiritual y la gente de Trinidad lo rodea para escuchar sus palabras. Con el tiempo se dedicará a la política. Funda su propio periódico, es elegido miembro del comité legislativo y finalmente es galardonado con la Orden del Imperio Británico.
En esta primera novela está ya presente todo el mundo narrativo de V. S. Naipaul: el ascenso social, el descubrimiento de la cultura y la escritura, el mundo colonial, la falsedad de las políticas poscoloniales, la ternura de la vida cotidiana…

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En los días siguientes, Ganesh llegó a la cima de su popularidad.

No sabía nada sobre la huelga, salvo lo que había leído en los periódicos, y era la primera vez desde su elección que tenía que enfrentarse a una crisis en el sur de Trinidad. Hasta entonces se había dedicado fundamentalmente a desenmascarar escándalos ministeriales en Puerto España. Enfocó la huelga de un modo tan irreflexivo que quizá podamos ver una vez más la mano de la Providencia en su carrera, como él mismo diría más adelante.

Para empezar, fue al sur con traje. Se llevó libros, pero no religiosos; sólo los escritos de Tom Paine y John Stuart Mili y un grueso tomo de teoría política griega.

En cuanto llegó a Lorimer's Park, a unos kilómetros de San Fernando, donde le esperaban los huelguistas, notó que algo andaba mal. Eso dijo más adelante. Quizá fuera por la lluvia de la noche anterior. Las pancartas estaban todavía húmedas y las denuncias escritas en ellas parecían poco enérgicas. La hierba había desaparecido bajo el barro batido por los pies descalzos de los huelguistas.

El dirigente de los huelguistas, un hombre bajo y gordo con traje marrón de rayas, llevó a Ganesh hasta el estrado, que no consistía más que en dos jaulas de coches Morris; unas cajas más pequeñas servían de escalones. Estaba húmedo y embarrado. Ganesh fue presentado a los miembros del comité de huelga, unos seis, y el hombre del traje marrón se puso a trabajar inmediatamente. Gritó:

– ¡Hermanos y hermanas! ¿Sabéis por qué la bandera roja es roja?

Los reporteros de la policía garrapateaban concienzudamente en sus cuadernos.

– Que lo escriban -dijo el dirigente-. Que lo escriban en sus sucios cuadernillos negros, que no les tenemos miedo. A ver, decirme: ¿les tenemos miedo?

De la multitud salió un hombre bajo y robusto y se dirigió al estrado.

– Calla esa bocaza -dijo. El dirigente insistió.

– Decirme: ¿les tenemos miedo?

No hubo respuesta.

El hombre junto al estrado dijo:

– Déjate de charlas y di algo rápido.

Estaba enrollándose las mangas de la camisa, casi hasta las axilas. Tenía brazos poderosos. El dirigente gritó:

– ¡Vamos a rezar!

El reventador se echó a reír.

– ¿Rezar para qué? -gritó-. ¿Para que te pongas más gordo y revientes el traje?

Ganesh empezó a sentirse incómodo.

El dirigente separó las manos tras la oración.

– La bandera roja está teñida con nuestra sangre, y ya es hora de levantar bien alto la cabeza en el mercado como hombres libres e independientes y dirigir grandes ejércitos en el cielo.

De la multitud salieron más hombres. Daba la impresión de que todos se habían acercado más al estrado.

El reventador gritó:

– Ya vale de palabrería. Te vuelves a las fincas y les pides que cojan el soborno que te han dado.

El dirigente siguió hablando, sin que nadie le escuchara. Los del comité de huelga se agitaron en sus sillas plegables. El dirigente se dio una palmada en la frente y dijo:

– ¿Pero qué pasa? Se me olvidaba que todos vosotros estáis aquí para escuchar al gran luchador por la libertad, Ganesh Ramsumair.

Por fin se oyeron algunos aplausos.

– Todos sabéis que Ganesh ha escrito grandes libros sobre Dios y eso.

El reventador se quitó el sombrero y lo agitó.

– ¡Dios mío! -gritó-. ¡Pero si da asco! Ganesh le vio las encías.

– Hermanos y hermanas, voy a rogar al hombre de bien y de Dios que os dirija unas palabras.

Y Ganesh no acertó. Se le escapó la situación de las manos, tontamente. Olvidó que iba a hablar ante una multitud de huelguistas impacientes como hombre de bien y de Dios. Por el contrario, habló como sí fueran el indolente público de Woodfbrd Square y él un combativo miembro del Consejo Legislativo y nada más.

– Amigos míos -dijo (se le había pegado de Narayan)-, amigos míos, sé de vuestros grandes sufrimientos, pero tengo que estudiar mejor el asunto, y hasta entonces he de pediros que tengáis paciencia.

No sabía que el dirigente de los huelguistas llevaba casi cinco semanas diciéndoles lo mismo.

Y el discurso no fue a mejor. Habló de la situación política de Trinidad, de la situación económica, de estatutos y aranceles, de la lucha contra el colonialismo, y describió el socialhinduismo en detalle.

Justo cuando iba a demostrar que la huelga podía ser el primer paso para el establecimiento del socialhinduismo en Trinidad, estalló la tormenta.

El reventador se quitó el sombrero y lo pisoteó en el barro.

– ¡No! -gritó-. ¡No! ¡Nooo!

Otros corearon el grito.

El dirigente agitó las manos para pedir silencio.

– Amigos míos, yo…

El reventador volvió a pisotear el sombrero y a gritar:

– ¡ Nooo!

El dirigente dio una patada en el estrado y se volvió hacia el comité.

– ¿Por qué demonios son tan desagradecidos los negros?

El reventador dejó en paz el sombrero. Corrió hacia el estrado e intentó agarrar al dirigente por los tobillos. No lo logró, gritó: "¡Nooo!" y volvió corriendo a pisotear el sombrero. Ganesh hizo otra tentativa.

– Amigos míos, yo he…

– ¿Con cuánto soborno te han sobornado, Ganesh? ¡Nooo! ¡ Nooo!

El dirigente dijo a los del comité:

– Ni aunque viva mil años pienso mover un dedo para hacer nada por los negros. ¡Serán desagradecidos! El reventador seguía pateando su sombrero.

– ¡No queremos oír nada! ¡Nada! ¡Nooo! Estaba tan furioso que lloraba. La multitud se aproximó más al estrado. El reventador se dirigió a ellos.

– ¿Qué es lo que queremos? ¿Palabras? La multitud gritó a coro:

– ¡No! ¡No! ¡Queremos trabajo! ¡Trabajo! El reventador estaba justo debajo del estrado. El dirigente se asustó y gritó:

– ¡Quita tus sucias manos negras de los blancos del estrado! Vete de aquí ahora mismo…

– Amigos míos, no puedo…

– ¡Cállate la boca, Ganesh!

– Como no os vayáis ahora mismo, llamo a la policía. ¡Largaros todos de aquí! ¿Entendido?

El reventador se tiró del pelo y se golpeó el pecho con los puños.

– ¿Oís lo que dice ese culo gordo? ¿Oís lo que quiere hacer?

Y alguien chilló:

– Venga, vamos. A acabar de una vez con esto.

La multitud se arremolinó alrededor del estrado.

Ganesh escapó. La policía le protegió. Pero los miembros del comité de huelga recibieron una paliza tremenda. El dirigente del traje marrón y uno de los del comité tuvieron que pasar varias semanas en el hospital.

Ganesh se enteró de todo más adelante. Naturalmente, habían sobornado al dirigente, y lo que inició como huelga no era sino un cierre patronal durante la temporada muerta.

Ganesh convocó una rueda de prensa al final de la semana. Dijo que la Providencia le había abierto los ojos a los errores que había cometido. Advirtió que el movimiento obrero de Trinidad estaba dominado por los comunistas y que él había sido su instrumento involuntariamente en varias ocasiones. "A partir de ahora", añadió, "dedicaré mi vida a luchar contra el comunismo en Trinidad y en el resto del mundo libre."

Amplió sus ideas en un último libro, Caído del rojo 2 (Imprenta del Gobierno, Trinidad, Gratuito previa solicitud). Fue Indarsingh quien observó "la mentalidad capitalista inherente al título", y escribió un artículo para un publicación semanal culpando a Ganesh de los violentos sucesos en Lorimer's Park, pues había apoyado cruelmente las esperanzas de los trabajadores sin tener nada que ofrecerles.

Ganesh no volvió a realizar protestas de salida. Asistía a los cócteles en el palacio del Gobierno y tomaba limonada. Se ponía esmoquin para las cenas oficiales.

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