Patrick Süskind - El Perfume – Historia De Un Asesino

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El Perfume – Historia De Un Asesino: краткое содержание, описание и аннотация

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Quizá los olores evoquen el privilegio de la invisibilidad. Antes del tacto, sucede el olor, como mensajero de una esencia que sabe desaparecer en el aire y ser agente de un gran poder. La seducción que despliega el olor es implacable: se instala en nosotros y sella su poderío en los tejidos de la memoria. Jean-Baptiste Grenouille tiene su marca de nacimiento: no despide ningún olor y por ello hace temer la presencia de algún demonio. Al mismo tiempo posee un don excepcional: un olfato prodigioso que le permite percibir todos los olores del mundo. Desde la miseria en que nace, abandonado al cuidado de unos monjes, Jean-Baptiste Grenouille lucha contra su condición y escala posiciones sociales convirtiéndose en un afamado perfumista. Crea perfumes capaces de hacerle pasar inadvertido o inspirar simpatía, amor, compasión… Para obtener estas fórmulas magistrales debe asesinar a jóvenes muchachas vírgenes, obtener sus fluidos corporales y licuar sus olores íntimos. Su arte se convierte en una suprema e inquietante prestidigitacion. Patrick Süskind, convertido en maestro del naturalismo irónico, nos transmite una visión ácida y desengañada del hombre en un libro repleto de sabiduría olfativa, imaginación y enorme amenidad. Su persuasión iguala la de su personaje y nos propone una inmersión literaria en el arco iris natural de los olores y en los turbadores abismos del espíritu humano.

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Después de cenar jugaron algunas partidas de "L’hombre", todas las cuales perdió Richis, porque en vez de mirar las cartas, no dejaba de contemplar el rostro de ella para deleitarse con su belleza. Hacia las nueve la acompañó a su habitación, que estaba enfrente de la que él ocupaba, la besó, le deseó buenas noches y cerró la puerta por fuera. Entonces se fue a la cama.

Se sintió de pronto muy cansado por las fatigas del día y la noche anterior y a la vez muy satisfecho de cómo iban las cosas. Sin el menor asomo de la preocupación y de los sombríos presentimientos que hasta la víspera le habían atormentado y mantenido despierto cada vez que apagaba la lámpara, se durmió al instante y durmió sin sueños, sin gemidos, sin estremecimientos y sin dar vueltas y más vueltas en el lecho. Por primera vez desde hacía mucho tiempo, Richis concilió un sueño profundo, tranquilo y reparador.

Más o menos a la misma hora se levantó Grenouille de la paja del establo. También él estaba satisfecho de cómo iban las cosas y se sentía muy refrescado, aunque no había dormido ni un segundo. Cuando Richis entró en el establo para verle, fingió que dormía para reforzar todavía más la impresión de persona inofensiva que siempre comunicaba gracias a la discreción de su olor. A diferencia de Richis, él sí que había percibido a éste con extrema precisión, olfativamente, claro, y no le había pasado por alto el alivio de Richis al verle.

Y de este modo ambos se convencieron mutuamente, durante el breve encuentro, de su candidez, uno con razón y el otro sin ella, y así debía de ser, a juicio de Grenouille, pues su candidez fingida y la auténtica de Richis le facilitaban el trabajo… opinión que, por otra parte, Richis habría compartido totalmente si hubiera estado en su lugar.

45

Con circunspección profesional puso Grenouille manos a la obra. Abrió la mochila, sacó el paño, la pomada y la espátula, extendió el paño sobre la manta que le había servido de colchón y procedió a untarla con la pasta de grasa. Era un trabajo que requería su tiempo, ya que se trataba de distribuir la grasa en capas de diferente grosor según el lugar del cuerpo que tocarían las distintas partes del paño. La boca, las axilas, el pecho, el sexo y los pies despedían mayores cantidades de aroma que, por ejemplo, las espinillas, la espalda y los codos; la palma de la mano más que el dorso; las cejas más que los párpados, etcétera, y por ello debían untarse con más grasa. Así pues, Grenouille modelaba en el paño de lino una especie de diagrama aromático del cuerpo a tratar y esta parte del trabajo era para él la más satisfactoria porque se trataba de una técnica artística que ocupaba al mismo tiempo sentidos, fantasía y manos, y anticipaba de manera ideal el placer del resultado definitivo.

Cuando hubo terminado todo el tarro de pomada, dio todavía unos golpecitos aquí y allá quitó un poco de grasa de un lugar del paño, la añadió a otro, retocó, comprobó una vez más el paisaje engrasado… con la nariz, no con los ojos, porque todo esto lo hizo en una oscuridad completa, lo cual era tal vez otro motivo para el contento y sereno estado de ánimo de Grenouille.

En esta noche de novilunio, nada le distraía; el mundo era sólo olor y un vago rumor de resaca procedente del mar. Estaba en su elemento. Entonces dobló el paño como un papel pintado, de modo que se juntaran las superficies engrasadas. Esta era una operación dolorosa para él porque sabía muy bien que, pese a todas sus precauciones, partes de los contornos modelados se aplanaban y desplazaban. Pero no había otro sistema para transportar el paño. Después de doblarlo hasta conseguir un tamaño que le permitiera llevarlo cómodamente colgado del brazo, se metió en los bolsillos espátulas, tijeras y la pequeña maza de madera de olivo y se escabulló hacia el exterior.

El cielo estaba nublado. En la casa no ardía ninguna luz. La única chispa de esta noche tenebrosa parpadeaba al este, en el faro de la fortaleza de la Ile de Sainte-Marguerite, a una milla de distancia; era un minúsculo alfilerazo luminoso en un paño negro. Desde la bahía soplaba un viento ligero con olor a pescado. Los perros dormían.

Grenouille fue hacia la fachada que daba a la era y cogió una escalera que había apoyada contra la pared. La levantó y sostuvo en posición vertical, con tres peldaños bajo el brazo derecho y el resto apretado contra el hombro, y así cruzó el patio hasta que estuvo bajo su ventana, que estaba entreabierta. Mientras subía por la escalera de mano, ágil como si fuera de cemento, se congratuló de poder cosechar la fragancia de la muchacha aquí en La Napoule. En Grasse, con las ventanas enrejadas y la casa sometida a una vigilancia estricta, habría sido mucho más difícil. Aquí incluso dormía sola; ni siquiera necesitaba eliminar a la camarera.

Empujó la ventana, se introdujo en el aposento y dejó el paño a un lado. Entonces se volvió hacia la cama. La fragancia del cabello dominaba porque la muchacha dormía de bruces con el rostro enmarcado por el brazo y apretado contra la almohada, en una postura ideal para el mazazo en la nuca.

El ruido del golpe fue seco y crujiente. Lo detestaba. Lo detestaba sólo porque era un ruido en una operación por lo demás silenciosa. Sólo podía soportar este odioso ruido con los dientes apretados y cuando se hubo extinguido continuó todavía un rato inmóvil y rígido, con la mano aferrada a la maza, como si temiera que el ruido pudiese volver de alguna parte convertido en potente eco. Pero no volvió y el silencio reinó de nuevo en el dormitorio, un silencio incluso intensificado, porque ahora no se oía el aliento profundo de la muchacha. Y en cuanto se relajó la actitud tensa de Grenouille (que tal vez podría interpretarse también como una actitud de veneración o una especie de rígido minuto de silencio), su cuerpo recobró la flexibilidad.

Se guardó la maza y empezó a actuar con diligente premura. Ante todo desdobló el paño del perfumado y lo extendió sobre la mesa y las sillas, cuidando de que el lado engrasado quedara encima y se mantuviera intacto. Entonces apartó la sábana del lecho. La magnífica fragancia de la muchacha, que se derramó súbitamente, cálida y masiva, no le conmovió. Ya la conocía y la disfrutaría, la disfrutaría hasta la embriaguez más adelante, cuando la poseyera de verdad. Ahora se trataba de empezar cuanto antes, de dejar evaporar la menor cantidad posible; ahora se imponía la concentración y la rapidez.

Cortó el camisón de arriba a abajo con unos golpes de tijera, se lo quitó, cogió un paño engrasado y lo echó sobre el cuerpo desnudo. Entonces la levantó, le metió el paño sobrante por debajo, la enrolló como enrolla un barquillo el pastelero, plegó los extremos, la envolvió como una momia desde los dedos de los pies hasta la frente. Sólo sus cabellos sobresalían del vendaje de momia. Los cortó a ras de cráneo y los envolvió en el camisón, que ató como si fuera un hatillo. Por último, le tapó el cráneo rapado con una punta de paño, que introdujo dentro de un doblez con una delicada presión del dedo. Examinó todo el paquete; no había ninguna abertura, ningún agujero, ninguna rendija por la que pudiera escapar la fragancia de la muchacha. Estaba perfectamente envuelta. Ya no quedaba nada más por hacer, sólo esperar durante seis horas, hasta que amaneciera.

Tomó una silla pequeña sobre la que estaban sus ropas y se sentó. La túnica ancha y negra aún conservaba el delicado olor de su fragancia, mezclado con el olor de unas pastillas de anís que llevaba en el bolsillo como provisión para el viaje. Colocó los pies sobre el borde de la cama, cerca de los pies de ella, se cubrió con su túnica y comió las pastillas de anís. Estaba cansado, pero no quería dormirse porque no era decoroso dormirse durante el trabajo, aunque éste consistiera sólo en esperar. Recordó las noches pasadas en el taller de Baldini mientras destilaba: el alambique ennegrecido por el hollín, el fuego llameante, el leve rumor con que el producto de la destilación goteaba desde el tubo de enfriamiento a la botella florentina. De vez en cuando se tenía que vigilar el fuego, echar más agua destilada, cambiar la botella florentina, sustituir el marchito material de destilación. Y sin embargo, siempre le había parecido que no hacía guardia para desempeñar a intervalos estas tareas, sino que la guardia tenía su propio sentido. Incluso aquí, en este aposento, donde el proceso del "enfleurage" se desarrollaba por sí solo, donde incluso una verificación, una vuelta, un contacto inoportuno con el paquete perfumado podía ser contraproducente, incluso aquí, pensó Grenouille, su presencia vigilante tenía importancia. El sueño habría puesto en peligro el espíritu del éxito.

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