John Irving - La cuarta mano

Здесь есть возможность читать онлайн «John Irving - La cuarta mano» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Современная проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

La cuarta mano: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «La cuarta mano»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

Patrick Wallingford no tiene la culpa de que las mujeres lo encuentren irresistible. Aunque su pasividad vital y su desdibujada personalidad sean irritantes, todas desean acostarse con él, y lo cierto es que no les cuesta mucho conseguirlo. Wallingford es periodista en un canal televisivo peligrosamente decantado hacia el sensacionalismo hasta que, en un tragicómico episodio laboral pierde la mano izquierda y se convierte de pronto en noticia mundial.

La cuarta mano — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «La cuarta mano», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Los periodistas se apiñaron a su alrededor. La tristeza de la señora Clausen se derramaba en los hogares, las habitaciones de hotel y los bares de aeropuerto del mundo entero. No parecía oír las preguntas que le hacían los reporteros. Más adelante, el doctor Zajac y Patrick Wallingford comprenderían que la señora Clausen había seguido su propio guión… y sin necesidad del apuntador electrónico.

– Ojalá supiera… -siguió diciendo, y se interrumpió de nuevo. Sin duda la pausa era deliberada.

– Ojalá supiera… ¿qué? -gritó uno de los periodistas.

– Si estoy embarazada -respondió la señora Clausen. Incluso el doctor Zajac retuvo el aliento, a la espera de las palabras siguientes-: Otto y yo estábamos tratando de tener un hijo. Así que tal vez esté embarazada, o tal vez no. No lo sé.

Todos los hombres presentes en la conferencia de prensa, incluido el experto en ética médica, debían de estar empalmados. (Sólo a Zajac le confundía el origen de su erección, y creía que era la influencia persistente de Irma.) Todos los hombres en los mencionados hogares, habitaciones de hotel y bares de aeropuerto del mundo entero experimentaban los efectos del incitante tono de voz de Doris Clausen. Con tanta seguridad como que al agua le gusta lamer un embarcadero, con tanta seguridad como que a las ramas de los pinos les brotan nuevas agujas en los extremos, la voz de la señora Clausen provocaba en aquel momento una erección a todo varón heterosexual pasmado por la noticia.

Al día siguiente, mientras Patrick Wallingford yacía en su cama de hospital al lado del enorme y extraño vendaje, que era casi todo lo que podía ver de su nueva mano, observaba a la señora Clausen en la pantalla del televisor, en un programa del mismo canal de noticias que le empleaba, mientras la señora Clausen en carne y hueso se sentaba al lado de la cama, en una actitud posesiva.

Doris tenía los ojos fijos en lo que podía ver de los dedos índice, corazón y anular de Otto (sólo las puntas), junto con la punta del pulgar. El meñique de la nueva mano izquierda de Patrick estaba oculto entre toda aquella gasa. Bajo el vendaje había una abrazadera que inmovilizaba la nueva muñeca de Wallingford. El vendaje era tan voluminoso que no se veía el lugar donde empalmaban la mano y la muñeca de Otto y parte del antebrazo de Patrick.

La cobertura informativa del trasplante de la mano en la cadena de noticias, que se repetía a cada hora, empezaba con una versión resumida del episodio del león en Junagadh. Las imágenes del león arrancando la mano y comiéndosela sólo duraban unos quince segundos en aquella versión, lo cual debería haber advertido a Wallingford de que también le asignarían un papel menor en las siguientes imágenes.

Había tenido la necia esperanza de que la intervención quirúrgica fuese tan fascinante para los telespectadores, que no tardaran en llamarle «el hombre del trasplante» o «el de la mano trasplantada», y que estas versiones de sí mismo revisadas o enmendadas sustituyeran a «el hombre del león» o «el hombre de los desastres» como las nuevas pero duraderas etiquetas de su vida. En la pantalla se vieron unas espeluznantes acciones de naturaleza poco clara, pero quirúrgica, en el hospital de Boston, y una toma de la camilla de Patrick en el momento en que desaparecía al fondo de un corredor; la camilla y el paciente no tardaron en perderse de vista, porque estaban rodeados por diecisiete médicos, enfermeras y anestesistas de movimientos frenéticos: el equipo de Boston.

Se vio una imagen del doctor Zajac en el momento en que dirigía unas palabras a la prensa. Desde luego, el comentario de que el paciente corría peligro se tomó fuera de contexto, y dio la impresión de que el trasplantado tenía ya un gravísimo problema, mientras que la parte sobre la combinación de fármacos inmunosupresores parecía descaradamente evasiva, como, en efecto, lo era. Si bien esos fármacos habían mejorado la tasa de éxitos en los trasplantes de órganos, el brazo se compone de varios tejidos diferentes, lo cual significa que son posibles diversos grados de rechazo. De aquí la administración de esteroides que, junto con los fármacos inmunosupresores, Wallingford debería tomar a diario durante el resto de su vida, o durante tanto tiempo como tuviera incorporada a su organismo la mano de Otto.

Se vio una imagen del camión abandonado de Otto en el aparcamiento nevado de Green Bay, pero la señora Clausen, sentada junto a la cama de Patrick, no se arredró y siguió absorta en la contemplación de lo poco que podía ver de los dedos de Otto. Además, Doris estaba tan cerca como podía de la mano que perteneció a su marido; si Wallingford hubiera tenido alguna sensación en las yemas de los dedos, habría notado la respiración de la viuda.

Aquellos dedos estaban insensibles, y seguirían así durante meses, lo cual le causaba a Wallingford cierta preocupación, aunque el doctor Zajac le había asegurado que sus temores carecían de fundamento. Pasarían casi ocho meses antes de que la mano pudiera distinguir entre lo frío y lo caliente, señal de que los nervios se estaban regenerando, y cerca de un año hasta que Patrick confiara lo suficiente en la fuerza con que asía el volante para decidirse a conducir. (También pasaría casi un año antes de que pudiera atarse los cordones de los zapatos, y sólo tras muchas horas de rehabilitación física.)

Pero desde el punto de vista periodístico, fue allí, en su cama de hospital, donde Patrick comprendió la verdad: su pleno restablecimiento, o su imposibilidad de conseguirlo, jamás sería la noticia principal.

El experto en ética médica habló durante más tiempo, ante la cámara, del que el canal de noticias había dedicado al doctor Zajac.

– En estos casos -dijo el experto en ética médica- una franqueza como la de la señora Clausen es muy infrecuente, y la continuidad de su relación con la mano del paciente no tiene precio.

«¿En qué casos?», debió de preguntarse el cirujano, enojado y sin que la cámara le enfocara. ¡Aquél era el segundo trasplante de mano que se había hecho jamás, y el primero había fracasado!

Mientras el experto en ética hablaba todavía, Wallingford vio que las cámaras se centraban en la señora Clausen, y sintió una oleada de deseo y anhelo por ella. Temía que jamás volvería a conseguirla; preveía que ella no querría volver a tener una relación íntima con él. Vio cómo ella hacía que la conferencia de prensa pasara del trasplante de mano a la mano de su difunto marido y luego al embarazo en el que confiaba. Incluso hubo un primer plano de las manos de la señora Clausen sobre su vientre liso. Se había aplicado la palma de la mano derecha y la izquierda, ya sin alianza matrimonial, estaba superpuesta a la otra.

Como periodista que era, Patrick Wallingford supo en un instante lo que había sucedido: Doris Clausen y el hijo que ella y Otto tanto se empeñaron en tener habían usurpado la historia de Patrick. Wallingford sabía que semejante sustitución sucedía a veces en su irresponsable profesión. Claro que el periodismo televisivo no es la única profesión irresponsable.

Pero a Wallingford no le importaba realmente, y esta constatación le sorprendió. «Que usurpe mi papel», se dijo, y al mismo tiempo comprendió que estaba enamorado de Doris Clausen. (Es imposible saber lo que podrían haber pensado de eso la cadena de noticias o un experto en ética médica.)

Pero si había sido poco probable que Wallingford se enamorase de la señora Clausen, ello se debía en parte a su reconocimiento de la improbabilidad de que ella le amara jamás. Sabía por experiencia que las mujeres se prendaban fácilmente de él, por lo menos al principio; pero también que, con la misma facilidad, se desengañaban.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «La cuarta mano»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «La cuarta mano» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Отзывы о книге «La cuarta mano»

Обсуждение, отзывы о книге «La cuarta mano» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x