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John Irving: Una mujer difícil

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John Irving Una mujer difícil

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Nacida para sustituir, en cierto modo, a dos hermanos muertos en un accidente, Ruth Cole vive una infancia muy especial. En el verano de 1958, cuando ella tiene cuatro años, Marion, su madre, tras una tórrida aventura con un jovencito de dieciséis, abandona el hogar. Ruth se queda con su padre, con el que mantiene una relación de amor-odio marcada por la rivalidad. Pero, andando el tiempo, a sus treinta y seis años, Ruth se ha convertido en una mujer atractiva y en una escritora de éxito, y, pese a su personalidad compleja y difícil, cuatro años después no sólo se ha casado, sino que tiene un hijo, enviuda y, por si fuera poco, se enamora por primera vez. Lo que no podía prever era la reaparición de la inquietante Marion…

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En cualquier caso, en una copa de vino, que era la única clase de copas que tenía, Eddie le ofreció a Marion un whisky de malta. Incluso él mismo se sirvió un poco. Entonces, mientras Marion usaba el baño primero y se preparaba para acostarse, Eddie lavó las copas con agua caliente y detergente para platos (antes de colocarlas absurdamente en el lavavajillas)

Marion, con una combinación de color marfil y el cabello suelto (le llegaba a los hombros y era de una tonalidad gris más clara que la de Eddie), le sorprendió en la cocina al rodearle la cintura y abrazarle mientras él le daba la espalda

Durante un rato, ésa fue la casta postura que mantuvieron en la cama de Eddie, antes de que Marion permitiera que su mano se desviara para tocarle el miembro erecto

– ¡Todavía eres un muchacho! -susurró, mientras le agarraba lo que Penny Pierce llamó cierta vez su "pene intrépido". Mucho tiempo atrás, Penny también se había referido a su "polla heroica". Marion jamás habría sido tan tonta o tan burda. Entonces se colocaron frente a frente en la oscuridad, y Eddie yació, como lo hiciera en el pasado, con la cabeza contra los senos de Marion. Durmieron así, hasta que les despertó el tren de la 1.26 con dirección oeste

– ¡Cielo santo! -exclamó Marion, porque el tren de primera hora de la madrugada con dirección oeste era probablemente el más ruidoso de todos

A la una y veintiséis de la madrugada, uno suele estar profundamente dormido; además, el tren con dirección oeste pasaba por delante de la casa de Eddie antes de que llegara a la estación: uno no sólo notaba el temblor de la cama y oía el estrépito del tren, sino que también oía el chirrido de los frenos

– No es más que un tren -la tranquilizó Eddie, abrazándola. ¿Qué importaba que los senos de Marion estuvieran arrugados y caídos? ¡Sólo un poco! Por lo menos aún tenía senos, y eran suaves y cálidos

– ¿Cómo esperas que te den un centavo por esta casa, Eddie? -le preguntó Marion-. ¿Estás seguro de que podrás venderla?

– Sigue estando en los Hamptons -le recordó él-. Aquí puedes vender cualquier cosa

En la profunda oscuridad, y ahora que volvían a estar totalmente despiertos, aparecieron de nuevo los temores de Marion acerca de Ruth

– Dime, Eddie, ¿sabes si Ruth me odia? Desde luego, no le faltan motivos para…

– No creo que te odie -la interrumpió él-. Yo diría que sólo está enfadada

– El enfado no es ningún problema -dijo Marion-. Se supera con mucha más facilidad que otras cosas. Pero ¿y si Ruth no quiere que nos quedemos con la casa?

– Sigue estando en los Hamptons -volvió a decir Eddie-. Al margen de quién sea ella y quién seas tú, Ruth sigue buscando un comprador

– ¿Me has oído roncar, Eddie? -quiso saber Marion, sin ninguna relación aparente con el tema del que hablaban.

– Todavía no, no he oído nada

– Si lo hago, dímelo, por favor… No, mejor dicho, sacúdeme si lo hago. No tengo a nadie que me diga si ronco o no -le recordó

Desde luego, Marion roncaba y, naturalmente, Eddie nunca se lo habría dicho ni la habría sacudido. Durmió a pierna suelta sin que le importunaran los ronquidos, hasta que el tren de las 3.22 con dirección este le despertó de nuevo

– Dios mío, si Ruth no nos vende la casa, te llevaré conmigo a Toronto -le dijo Marion-. Te llevaré a cualquier otra parte con tal de salir de aquí. Ni siquiera el amor podría retenerme en este sitio, Eddie. ¿Cómo puedes soportarlo?

– Siempre he tenido la cabeza en otra parte -confesó él-. Hasta ahora

A Eddie le asombraba que su aroma, mientras yacía con la cabeza apoyada en sus senos, fuese el mismo que recordaba, el aroma que mucho tiempo atrás se evaporó de la rebeca de casimir rosa, el mismo aroma que tenían sus prendas interiores, las que él se llevó consigo a la universidad

Volvían a estar profundamente dormidos cuando les despertó el tren de las 6.12 con dirección oeste

– Ése va hacia el oeste, ¿no? -le preguntó Marion.

– Sí. Se nota por el ruido de los frenos

Pasadas las 6.12 hicieron el amor con mucho cuidado. Habían vuelto a dormirse cuando el tren de las 10.21 con dirección este les dio los buenos días. La mañana era en verdad soleada, fresca, y el cielo estaba despejado

Aquel día era lunes. Ruth y Harry habían reservado plazas en el transbordador que zarparía el martes por la mañana desde Orient Point. La agente inmobiliaria, la mujer robusta con tendencia a lloriquear cuando fracasaba, abriría a los empleados de la empresa de mudanzas y cerraría la casa de Sagaponack cuando Ruth, Harry y Graham regresaran a Vermont

– Tiene que ser ahora o nunca -le dijo Eddie a Marion durante el desayuno-. Mañana se habrán marchado

El largo tiempo que Marion necesitaba para vestirse era una indicación de lo nerviosa que estaba

– ¿A quién se parece? -le preguntó a Eddie

Éste entendió mal la pregunta. Creía que ella se refería al aspecto que tenía Harry, pero le preguntaba por Graham. Eddie sabía que Marion temía el encuentro con Ruth, pero lo cierto era que también temía ver a Graham

Por suerte, en opinión de Eddie, Graham no había heredado el aspecto lobuno de Allan. Definitivamente, el muchacho se parecía más a Ruth

– Graham se parece a su madre -dijo Eddie, pero tampoco era eso lo que Marion había querido decir

Se refería a cuál de sus hijos se parecía Graham, o si no tenía los rasgos de ninguno de ellos. Marion no temía ver a Graham, sino a una reencarnación de Thomas o Timothy

La pesadumbre por los hijos perdidos no desaparece nunca; es una aflicción que sólo se suaviza un poco y eso sólo al cabo de mucho tiempo

– Sé más concreto, Eddie, por favor. ¿Dirías que Graham se parece más a Thomas o a Timothy? Tengo que estar preparada. A Eddie le habría gustado decirle que Graham no se parecía ni a Thomas ni a Timothy, pero recordaba mejor que Ruth las fotografías de sus hermanos muertos. En la cara redondeada de Graham, y en sus ojos oscuros y muy espaciados, había aquella expresión infantil de curiosidad y expectación que había reflejado el semblante del hijo más joven de Marion

– Graham se parece a Timothy -admitió Eddie

– Supongo que se le parece un poco -dijo Marion, pero Eddie supo que era otra pregunta

– No, mucho. Se parece mucho a Timothy

Aquella mañana Marion había elegido la misma falda gris, pero otro cuello cisne de cachemira, de color vino tinto, y en lugar de pañuelo se había puesto un sencillo collar, una delgada cadena de platino con un solo zafiro azul brillante, a juego con el color de sus ojos

Primero se recogió el cabello, pero luego lo dejó caer sobre los hombros, sujetándolo con un pasador de carey para mantenerlo apartado de la cara. (Era un día de viento, frío pero hermoso.) Finalmente, cuando consideró que estaba lista para el encuentro, se negó a ponerse el abrigo

– Estoy segura de que no estaremos mucho tiempo fuera -comentó

Eddie, para dejar de pensar en la trascendental reunión, empezó a hablar de cómo podrían remodelar la casa de Ruth.

– Puesto que no te gustan las escaleras, podríamos convertir en un dormitorio el antiguo cuarto de trabajo de Ted en la planta baja -le dijo a Marion-. Podríamos ampliar el baño en el extremo del pasillo, y si convirtiéramos la entrada de la cocina en la entrada principal de la casa, el dormitorio de la planta baja quedaría muy íntimo

Quería seguir hablando, decir cualquier cosa que impidiera a Marion imaginar hasta qué punto Graham podía parecerse a Timothy

– Entre subir las escaleras y dormir en el llamado cuarto de trabajo de Ted… En fin, tendré que pensar en ello -dijo Marion-. Es posible que, al final, se me antoje un triunfo personal eso de dormir en la misma habitación donde mi ex marido sedujo a tantas mujeres desgraciadas, por no mencionar que las dibujaba y fotografiaba. Eso podría ser muy placentero, ahora que pienso en ello. -De repente, la idea la había animado-. Que me amen en esa habitación… e incluso, más adelante, que cuiden de mí en esa habitación. Sí, ¿por qué no? Incluso me gustaría morir en esa habitación. Pero ¿qué hacemos con la maldita pista de squash?

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