Nadine Gordimer - Un Arma En Casa
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La relación entre el abogado y sus clientes no se parece a ninguna relación profesional que Harald haya conocido, si bien el mejor abogado disponible está muy bien pagado por sus servicios. Claudia debería entenderlo mejor; ha de ser parecida a la que existe entre un paciente y un médico cuando a aquél lo amenaza algún tipo de invalidez. En cambio, se quedó consternada ante la sugerencia del abogado de que Harald y ella fueran a su casa: para hablar con tranquilidad, le repitió Harald.
No podía contarle lo que le había dicho Hamilton.
– Me parece que la doctora Lindgard, Claudia, y yo, todavía no nos llevamos del todo bien. Mira, no veo que confíe en lo que estamos haciendo los abogados. Ejeee… Sí. Quiero que me conozca fuera de aquí, esta habitación le recuerda lo que le está sucediendo a Duncan, este sitio huele a tribunal, ¿verdad? ¿Neee…? Quiero hablar con ella relajadamente, conseguir que me diga el tipo de cosas que las mujeres saben sobre sus hijos y que nosotros no sabemos, amigo mío… Lo veo con mis chicos. Corren hacia su madre. Nosotros, los hombres, nos llevamos el trabajo a casa en la cabeza, incluso cuando no lo llevamos en la cartera; no parecemos tan comprensivos, ya me entiendes. Cualquier trauma infantil me es útil en este tipo de defensa, en la que no se trata de demostrar la inocencia en un crimen, no tenemos opción, sino de demostrar por qué el acusado fue empujado más allá de lo que podía soportar. Sí. Hasta cometer un acto contrario a su naturaleza. Ejeee… Cualquier cosa. Cualquier cosa que recuerde la madre que pueda respaldar, por decirlo así, que el acusado posee un carácter afectuoso y leal. Cualquier cosa que demuestre hasta qué punto le ha hecho daño esa mujer llamada Natalie. Cómo ella traicionó estos atributos y destruyó deliberadamente los controles naturales de su conducta: ¡piensa en la escena del sofá! ¡Pero bueno, es que ni siquiera se fueron a una habitación! Ella sabía que podía entrar cualquiera y ver lo que era capaz de hacer; sabía, estoy convencido, que él podía volver a buscarla ¡y encontrarse con aquello!
Un breve adelanto de la elocuencia que Motsamai desplegaría en el juicio en representación de sus clientes.
Harald tuvo que admitirlo con un gesto.
– Claudia pasaba con él tanto tiempo, o tan poco tiempo, como yo. Un médico también trae preocupaciones a casa y ni siquiera tiene un horario regular. Y él estaba en un internado… No creo que sepa nada sobre Duncan que yo no sepa.
– Lo siento, pero me parece que tengo razón. Estoy trabajando sobre Natalie, estoy satisfecho con eso, y lo que busco en la madre de Duncan es la otra cara de la historia, lo que era el muchacho antes de que esa muchacha lo pillara.
Harald ha aprendido que cuando Motsamai tiene algo que decir que es probable que suscite emoción y desaliento, utiliza como táctica desarrollar el tema deprisa para que no se produzca ninguna pausa de advertencia en la que se pueda especular con aprensión sobre lo que podría venir más adelante. Y ahora lo hace sin cambiar el tono ni la intensidad de la voz.
– He pedido que Duncan sea sometido a observación psiquiátrica. La verdad, ése es el motivo de que no haya discutido el retraso. Entre otros motivos… Necesito tiempo, necesito un informe psicológico completo para mi alegato. Es absolutamente esencial. Tengo que saberlo todo sobre Duncan. Como te he dicho: que me contestes tú, Claudia. Y necesito saber lo que ninguno de los dos sabéis y lo que no le sacaré nunca a él. Habrá un psiquiatra por parte de la acusación y otro que nombraremos nosotros. He contratado a uno de primera, tu mujer habrá oído hablar de él. Duncan irá a Sterkfontem; sí, es un psiquiátrico estatal. Ejeee… No te alarmes. Sé que no os gusta la idea. Estará allí unas pocas semanas: bueno, cuatro semanas. Y es mejor que no vayáis de visita. No os preocupéis. Es un procedimiento rutinario en un caso como éste. ¡Tu hijo no está loco, claro que no! ¡No es eso lo que digo en mi alegato!, ¡por supuesto! Es otra cosa: lo que impulsó al acusado a actuar como lo hizo.
Duncan, Duncan. Una vez más, desciende el hierro de marcar.
– Es culpable. En su sano juicio.
– No, no, Harald. Se declara «no culpable». Ése es el procedimiento. Aunque admitimos que hay hechos materiales que demuestran la culpa, alegamos una pérdida momentánea de capacidad para distinguir entre el bien y el mal.
Vuestro hijo no está loco.
– Sólo pasará allí unas pocas semanas. Y eso nos favorece, desde el punto de vista de los plazos. El juicio… Sí… Ejeee… Tengo mis fuentes.
El blanco brillante de sus ojos indica una rápida sonrisa, para sí mismo, no dirigida al hombre que pasa por un momento difícil.
– Sería útil averiguar qué jueces formarán los tribunales durante ese período. Los abogados seguimos una vieja norma, bueno, llamémoslo dicho, que dice que debes enfrentarte al juez en un clima moral que le es propio. Quiero un juez cuyo clima moral sea el que espero encontrar en este caso excepcional.
Tu hijo no está loco, ha dicho. Ella, Claudia, lo entiende. Lo esperaba, dice ella.
Qué clase de lugar es ése.
Bastante desagradable, dice ella.
Eso es todo lo que dice.
Con la distancia del teléfono, Harald dijo al abogado que Claudia estaba estresada y quería descansar durante todo el fin de semana. Motsamai no pareció ofendido, pero le pidió a Harald que fuera a su bufete cuando pudiera, esa misma tarde.
Por parte de Harald, seguía siendo necesario demostrar que no pretendían ofenderlo: al fin y al cabo, el hombre había ofrecido su hospitalidad, aunque fuera por un motivo profesional.
– Claudia se ha vuelto inabordable.
Pero Motsamai entendió que Harald no sabía lo que decía, no sabía que su frase era una enfadada petición de ayuda en lugar de una advertencia al abogado de que no tendría éxito con su esposa. Motsamai estaba acostumbrado a las actitudes erráticas de los clientes -personas que pasaban por un momento difícil-, que oscilaban entre las confidencias y la desconfianza, la dependencia y el resentimiento.
– La persona que está en tu misma barca no es siempre aquella con la que puedes hablar. No sé por qué. Pero es así, lo veo con frecuencia. No te preocupes si no quiere comunicarse contigo. No te inquietes, Harald.
Ejeee… En el silencio resonó su tranquilizador cuasi suspiro; algunas veces parecía un ronroneo humano; otras, un gruñido que uno no podía expresar.
Y, de inmediato, Harald sintió otra rabia nueva; contra sí mismo, por haber revelado su intimidad. Demasiado tarde para recordar la imagen que debería haber quedado entre él y su esposa, para rechazar lo que acababa de admitir (por una vez, la urbanidad se expresaba con torpeza) esta tercera parte para la que nada debía ser privado porque podría ser útil. No había intimidad para nadie, en lo que había sucedido, en lo que estaba sucediendo.
Pronto los médicos romperían la completa intimidad del aislamiento del preso. Los ojos entrometidos descubrían notas nocturnas en la mesilla de noche.
– De todos modos, quiero tener una buena charla con ella. Fijaremos una cita para un día en que tú estés ocupado por ahí. Quizá debería dejarme caer en su consulta, al final del día.
– Que tengas suerte.
Él no sabía que aquél era el día en que el abogado había decidido visitarla. Claudia no tenía hora fija de vuelta por la tarde, las llamadas de urgencia del busca podían retrasarla en cualquier momento; entró arrastrando una bolsa del supermercado de la que asomaba el erizado tocado de una piña. El inició el ademán de levantarse para ayudarla, pero Claudia estaba entrando ya en la cocina.
Harald le sirvió un gin tonic, recuerdo de aquellas tardes en que les gustaba sentarse en la terraza, contemplando desvanecerse en el cielo los colores de la mezcla de vapor y contaminación, y escuchando la ronca queja de los ibis de plumaje tornasolado, posados, inseguros, en las copas del recinto ajardinado.
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