La lista continuaba:
– «Zapatos y zapatillas, abrigos de invierno y de entretiempo y ciertos artículos de joyería como se especifica a continuación…». -Y seguía el inventario de todas mis joyas, la mayoría de las cuales pertenecían a mi madre. Hasta habían requisado su anillo de compromiso, un diamante regalado por un hombre que no se había quedado para la boda.
– Malditos sean -mascullé, y arrojé el documento al suelo del lavabo, donde aterrizó al lado de una gran mancha negruzca.
Más polvillo para huellas. Seguí la mancha hasta la bañera, donde los policías habían buscado más huellas y posiblemente muestras de mi cabello y de mi vello público. Qué maravilla. En ese momento, la policía sabía más que yo de mi sistema reproductor. Apoyé el mentón en una mano. El pensador en medio del caos.
Bear se me acercó, dio media vuelta y posó su pesada cabeza sobre mis pies. Luego echó la cabeza hacia atrás y me sonrió casi boca abajo. Qué perra. Un día se daría cuenta de que es más fácil mirar a alguien frente a frente. Le rasqué el mechón de piel de detrás de las orejas y se echó mimosa en el suelo, con la cabeza entre las patas y estirando el cuerpo como una alfombra de ducha. Solo sus ojos seguían fijos en mí preguntando: «¿Vas a poner orden de una vez o vas a sentir lástima de ti misma?».
– De acuerdo, voy a poner un poco de orden.
Satisfecha, Bear cerró los ojos.
Me levanté, encontré el aparato de música, elegí los mayores éxitos de Bruce Springsteen y puse manos a la obra. En unos segundos, ya chillaba a coro con Bruce, concentrada en la tarea hasta que una canción me hizo dejar de cantar y de trabajar. Una canción que me hizo verla realidad de lo que estaba pasando.
Murder, Incorporated, sindicato del crimen.
Mark estaba muerto. Alguien lo había matado. En mi interior había angustia, pero allí fuera estaba su asesino. Alguien que seguía respirando cuando Mark ya no lo hacía. Era injusto. Obsceno. Supe lo que tenía que hacer. Tenía que reponer fuerzas y seguir adelante.
Estás lidiando con Murder, Incorporated.
Tenía que descubrir al asesino de Mark.
Pasé por el apartamento de mi madre a primera hora de la mañana. Me quedé al lado de la puerta, con la cartera en la mano, como si fuera un día normal y yo aún tuviera un bufete que dirigir. Hattie estaba lavando la cafetera en el fregadero, vestida pero todavía con los rulos. Luego se plancharía el pelo con una vieja rizadora y el olor acre llenaría la casa molestando a mi madre, lo que me costaría otras dos cajas de kleenex. Siempre la regañaba por eso, pero no lo haría esta mañana.
– -He pensado en lo que dijiste --le dije--. Creo que tienes razón sobre mamá. ¿Quieres que llame al médico?
– -No, mejor lo llamaré yo. -Volvía a enjuagar la cafetera, una y otra vez, dándome la espalda. Su camiseta decía SOY UNA GANADORA y tenía dados rojos en el omóplato-. Dispongo de tiempo.
– No, no te preocupes.
– Tú eres la que no tiene tiempo. Aún tienes que ordenar tu apartamento.
– -Lo hice anoche.
– ¿Todo? Oí la música, pero me dormí.
– -Ya está arreglado.
– Ya llamaré yo. Quiero hacerlo.
– -¿Estás segura?
– -Lo estoy.
En realidad, no hablábamos de la llamada; nos estábamos reconciliando. O al menos eso era lo que tratábamos de hacer, aunque indirectamente y sin ni siquiera mirarnos a los ojos.
– -Si tiene que ir a primera hora, ¿cómo lo harás? Tendrás que levantarte temprano.
– -Lo haré en cualquier caso. No me importa.
– -Te ayudaré a levantarla.
– -Puedo yo sola. Si lo hice cuando estuvo en el hospital, puedo hacerlo para el electroshock -dijo cerrando el agua finalmente y colocando la cafetera a un lado. Aún estaba de espaldas y quise irme antes de que se diera la vuelta. No quería mirarla de frente, porque me sentía incapaz de decirle lo que en esos momentos deseaba decir. Pero se dio la vuelta de pronto con los ojos oscuros y tristes, y me dijo-: Que tengas un buen día.
– -Tú también, Hattie -dije, y me fui.
Empecé mi día en Grun, tan temprano que la recepcionista del piso de Saín aún no había llegado. Pasé ante las mesas vacías de las secretarias desdeñando a los asociados ya presentes, que caminaban de forma ostentosa de un lado a otro para hacer méritos. Yo jamás habría tenido éxito en Grun. Cuando me levanto temprano, me gusta trabajar. Lo mismo hace Sam, que ya estaba a toda marcha cuando entré en su despacho, inclinado sobre un informe con su traje inglés impecable.
– ¡Bennie! ¿Dónde has estado? ¿Cómo estás? -Se levantó como un resorte cuando me vio y vino a darme un abrazo.
– Sam -dije devolviendo el abrazo. Ese abrazo me reconfortó, aunque él estaba tan delgado como dictaba la moda.
– -No he dormido en toda la noche -me dijo en voz baja mientras me daba un último apretón. De cerca, tenía los ojos enrojecidos y la piel pálida. Su rostro estaba demacrado y enfermizo-. Me parece imposible que Mark haya muerto.
– Te entiendo.
– Te llamé anoche. ¿Por qué no me devolviste la llamada? Estaba preocupado. Estuve esperando tu llamada.
– Lo siento, tenía que ordenar el apartamento.
– Siéntate y dime lo que pasa -dijo acercándome una silla de cuero al otro lado de su escritorio y sentándose en otra a mi lado. Hizo un saludo al gato Sylvester-. ¿Quieres que te traiga un poco de café?
– No, gracias. -El café de Grun era peor incluso que el que hacía yo.
– No puedo creerlo -dijo Sam meneando la cabeza-- Mark, asesinado y tú, sospechosa. Pero no te preocupes.? Lo tengo todo pensado. Voy a tomarme unos cuantos días libres. He cancelado todos mis compromisos. Quiero ayudarte.
– -Gracias. --Sam estaría allí echándome una mano. Siempre lo había hecho. A veces pensaba que solo nos teníamos el uno al otro.
– No me lo agradezcas. Ahora, escucha, ya he hablado con alguien para que te represente. ¿Conoces a Rita Morrone? Es dura y creo que podéis llevaros muy bien.
– Ya tengo un abogado, Sam. Grady Wells me representa.
Parpadeó.
– ¿Lo conozco?
– Es uno de nuestros asociados. El letrado del Supremo.
– ¿El rubio que salió en la tele contigo? Es mono, pero ¿es un buen penalista?
– Sí, y olvida lo mono que es. Tenía novia cuando vino a vivir aquí.
– Maldito sea. Todos los guapos están casados o son muy machitos.
– Compórtate. -Sonreí pese a la situación y él también lo hizo.
– ¿Qué puedo hacer? ¿Puedo ayudarte con tu cartera? Creo que aún puedo redactar un escrito. -Se arregló el flequillo con una mano pequeña, pero no había demasiado pelo como para despeinarse.
– Ya no tengo cartera. Mis clientes no quieren a una abogada sospechosa de asesinato. Son muy convencionales. Prácticamente, estoy sin trabajo.
– -¿Qué? --Sam se mostró desolado--. ¿Se acabó R amp; B?
– -Ya sabes lo competitivo que es el mundo jurídico en esta ciudad. Ayer sentía lástima de mí misma, pero hoy he vuelto al trabajo.
Meneó la cabeza como si no pudiera creerlo.
– ¿Y el funeral de Mark? ¿Qué pasa con eso?
– He pensado en ello toda la noche. Tal vez tú debas organizarlo, si es que Eve no lo ha hecho ya. No creo que yo pueda hacer nada, dadas las circunstancias.
– Lo haré, no te preocupes. Un buen funeral. Créeme, puedo hacerlo. -Sonrió tristemente con los hombros caídos-. ¿Has pensado quién… pudo haberlo hecho?
– -Estoy empezando a atar cabos. --Recordé entonces el objetivo de mi visita--. La policía cree que fui yo, por el testamento de Mark. ¿Por qué no me contaste que Mark había hecho testamento, Sam?
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