Diane Liang - El Lago Sin Nombre

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Cuando los tanques entran en la plaza de Tiananmen, la vida de Diane Wei Liang cambia para siempre. Estudiante de la Universidad de Pekín, ella y su amigo Dong Yi participan en una demostración pacífica que provoca la respuesta sangrienta y dura del gobierno chino. La condena política en todo el mundo no cambia el hecho de que esta terrible masacre ocurrió ante los ojos de millones de personas.
Los dramáticos acontecimientos del 4 de junio de 1989 pusieron fin a los sueños de una vida mejor, de democracia, libertad… y de amor de muchos jóvenes, chinos. Entre ellos, Diane y Dong Yi, que deben huir de Pekin y no vuelven a verse.
Siete años más tarde, Diane regresa a su país natal para tratar de encontrarlo. Entonces recuerda su infancia y juventud, sus años universitarios y aquellos trágicos sucesos.
El lago sin nombre es el relato de Diane que fue testigo de aquel traumático periodo. Nos presenta un viaje personal a su propio pasado, una historia de amor, así como un testimonio político que nos lleva desde la Revolución Cultural hasta un momento determinante en la historia reciente de China.

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– ¿Qué te parece Jerry? -me preguntó.

– Parece una persona muy agradable y divertida.

– Es muchísimo más maduro que todos esos púberes. -Hizo un gesto con la cabeza para señalar las miradas errantes que había por todo el bar-. Está divorciado y tiene un hijo adolescente que vive con su madre en Filadelfia. Son grandes amigos. Van a juntos a montar a caballo, a practicar deporte. Imagínate eso en China, ¡un padre y un hijo buenos amigos! No lo verás nunca.

En China, la relación entre un hijo y su padre se caracterizaba por la obediencia y el respeto a la persona de más edad, no por la amistad.

– ¿Sabes que es un experto en Asia? -continuó diciendo Hanna-. ¡Puede enseñarme cosas sobre la historia china y japonesa! Ha viajado por todo el mundo dando conferencias. Tienes que dejar que te hable de los lugares en los que ha estado, explica unas historias muy hermosas. -Tomó un platito de cacahuetes salados y siguió hablando-. Yo quiero ver esos lugares, lo cual significa que tengo que abandonar China para irme a un país con una frontera abierta, donde a la gente se le permite tener un pasaporte y viajar a su antojo.

– ¿Por eso quieres marcharte a Estados Unidos, para viajar por el mundo? -pregunté.

– En parte, sí. ¿Cuál es tu motivo? Oí que también estabas tratando de irte a Estados Unidos.

– Quiero introducir cambios en mi vida. -Entonces pensé en ello y añadí-: Y, al igual que tú, supongo que también me gustaría ver mundo.

En aquel momento un joven norteamericano al que conocía vagamente se acercó a nosotras y nos saludó.

– ¿Quién es esta hermosa dama, Wei?

Tenía el aliento empapado de alcohol y los ojos rojos.

– Tony, ésta es mi amiga Hanna.

– ¿Estudias en la Universidad de Pekín? -Tony alzó su vaso-. ¿Cómo es que no te he visto nunca? Debo de estar ciego.

– No estás ciego, sino borracho -replicó Hanna en un inglés perfecto. Entonces se dio la vuelta y me tomó de la mano-. Volvamos a nuestra mesa.

Me despedí de Tony. Lo dejamos allí de pie en el bar, atónito. Tal vez no esperara una reacción tan brusca por parte de una china.

– Niñatos. No tengo paciencia para ellos. Son tan inmaduros y tan pagados de sí mismos… -dijo Hanna.

Nos sentamos y pasamos los cacahuetes tostados y chocolate caliente. Entonces Chen Li y Jerry estaban hablando de historia.

– ¿Cómo puedes estar tan seguro de ello después de lo que pasó en tu propia historia? -Jerry clavó la mirada en Chen Li-. Al fin y al cabo, la Revolución Cultural terminó hace tan sólo diez años.

– No sé mucho sobre la Revolución Cultural. Tenía once años cuando terminó. Pero creo que si hubo algo positivo durante ese período de la historia china fue que la Revolución Cultural concienció a la gente de lo que quería decir ser pobre y estar aislado. De hecho, las personas como mis padres están muy a favor de la reforma, no porque entiendan de economía. Mis padres no llegaron a terminar el instituto. Lo que saben es que no quieren volver a los tiempos de la Revolución Cultural. En una ocasión, Deng Xiaoping dijo la memorable frase: «Dejad que algunos se hagan ricos primero». Ahora, otros han visto lo buena que puede ser la vida y quieren hacer lo mismo.

– Tú eres estudiante de economía política: ¿crees que la prosperidad económica puede continuar sin el pluralismo y la democracia? Hay algunas personas, como el profesor Fang Lizhi, que creen que la corrupción es el resultado directo de la falta de democracia en el sistema político, lo cual choca inevitablemente con las políticas económicas. ¿Eres de la misma opinión?

«Ésa es también la opinión de Dong Yi», pensé para mis adentros. Me pregunté si él leía la obra del profesor Fang. Chen Li respondió:

– No puedo decir que conozca todas las opiniones del profesor Fang. La mayor parte de sus escritos están prohibidos en China. Pero sí creo que, en algún momento, China tendrá también que ocuparse de la reforma política, lo cual, sin duda, será mucho más doloroso que la reforma económica. Pero por ahora la falta de democracia no parece haber impedido el crecimiento económico en las zonas económicas especiales, por ejemplo.

– ¿Y qué me dices de la libertad de expresión, no la queréis? Quiero decir que… la libertad y la autonomía son, al fin y al cabo, derechos divinos.

Yo envidiaba de los norteamericanos la naturalidad con la que daban por sentado que podían decir cualquier cosa que quisieran sin preocuparse de la policía secreta o las acciones judiciales. Para Jerry, el mundo estaba abierto, pero aún no lo estaba para Chen Li ni para mí.

– ¿Y qué hay de los aspectos negativos de la libertad de expresión? ¿Su exceso no conducirá al desorden y el caos? -le dije yo a Jerry. Aunque estaba de acuerdo con él en que la libertad de expresión es un derecho fundamental del hombre, su aire de superioridad, el hecho de que él poseyera tal libertad y nosotros no hicieron que quisiera discutírselo.

– Yo no creo que esa libertad tenga aspectos negativos. Al contrario, cuando no hay libertad de expresión hay injusticia. Es la injusticia lo que conduce al desorden y el caos -contestó Jerry.

– ¿Otra vez política? -Hanna puso fin a la conversación-. Jerry, cuéntale a Wei lo que te ocurrió en Berlín Oeste. Le expliqué que habías viajado por el mundo, y a Wei le gustaría oír algunas de tus historias.

Jerry accedió a ello con mucho gusto. Sus historias se apoderaron de nuestra imaginación y, sentados en el Spoon Garden Bar, soñamos con lugares exóticos.

A medida que iba transcurriendo la noche, el bar se iba llenando de gente y la multitud estaba cada vez más alborotadora. Un grupo de estudiantes japoneses cantaba y gritaba. En la mesa de al lado, una joven china le leía la palma de la mano a un rubio norteamericano mientras sus amigas se reían escandalosamente. El chino hablado con acento inglés, japonés o alemán se mezclaba con el inglés hablado con acento chino. George Michael cantaba Careless Whisper. Seguimos hablando de China, de Estados Unidos y del mundo, y bebimos más café (Chen Li y yo), cerveza (Jerry) y champán (Hanna).

Aquella primavera la fiebre del oro se había acelerado hacia Estados Unidos o las zonas económicas especiales. La nueva prosperidad y la libertad que prometía parecían estar a nuestro alcance.

Capítulo 6: El funeral

«No podemos quedarnos con la primavera, no importa lo mucho que lloren los pájaros, tirados por el suelo están el rojo hecho pedazos y la gloria mancillada.»

Wang Ann Gou, siglo ix

Todo cambió en China la primavera de 1989. La muerte de uno de los más altos dirigentes del Partido Comunista provocó un movimiento que se convertiría en la mayor manifestación multitudinaria del siglo y llevó a China a acaparar la atención mundial.

Pero cuando la nieve empezó a derretirse en el mes de marzo, nadie era consciente de todo aquello. Como era habitual, Pekín estaba expectante. Se habían guardado los adornos para la celebración del Año Nuevo Chino, los farolillos rojos se habían descolgado de las puertas y los recortes de papel de Shuang Xi -Doble Suerte- se habían despegado de las ventanas. Cerca de la ahora desierta pista de hielo había una señal de advertencia. El primer viento del sur reemplazó al viento del norte.

Me pasé todo el invierno esperando ansiosamente recibir noticias de las universidades norteamericanas en las que había solicitado plaza. Para que me quitara de la cabeza la agonía de la espera, mis padres me encontraron un trabajo por libre en la compañía turística propiedad de la compañía para la que trabajaba mi padre.

Era el principio del viaje de China hacia la prosperidad, y todo el mundo quería subir al autobús. Las empresas estatales, como aquella en la que trabajaba mi padre, habían establecido toda clase de filiales muy lucrativas. El turismo parecía la opción perfecta para la oficina de mi padre, puesto que sus responsabilidades incluían todos los parques de Pekín. Los burócratas se convirtieron en operadores turísticos, se pintaron logotipos nuevos en los autobuses que pertenecían al departamento y los viajes se anunciaron en el extranjero.

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