– Lara, cielo, te quiero. Hasta luego.
– Joanie, espera -dijo Vanessa, riendo-.Aún no te he escrito los títulos de las partituras.
– Oh, sí, claro. Supongo que me había emocionado un poco. No he ido de compras sola desde…Ya ni me acuerdo -comentó. De repente, la sonrisa se le borró del rostro-. Soy una madre terrible. Estoy encantada de dejar a mi hija aquí. No, encantada no es la palabra. Emocionada, extasiada, feliz… Soy una madre terrible.
– No. Estás un poco loca, pero eres una madre maravillosa.
– Tienes razón. Sólo ha sido la emoción de ir al centro comercial sin la sillita, la bolsa de los pañales… Todo se me subió a la cabeza. ¿Estás segura de que no te importa?
– Claro que no. Nos lo pasaremos muy bien.
– Por supuesto que sí, pero tal vez deberías colocar todo lo que sea importante un poco alto. Ya ha aprendido a andar.
– Todo irá bien -dijo Vanessa. Dejó a Lara en el suelo y le dio una revista para que la mirara. La niña la rasgó inmediatamente-. ¿Ves?
– De acuerdo. Le di de comer antes de que saliéramos de casa, pero tiene un biberón con zumo de manzana en la bolsa de los pañales. ¿Sabes cambiar pañales?
– He visto cómo se hace. No puede ser muy difícil.
– Bueno, si estás segura de que no tienes nada más que hacer…
– Tengo la tarde completamente libre. Cuando los recién casados lleguen a casa, sólo hay que andar unos metros para ir a verlos.
– Supongo que Brady vendrá también.
– No lo sé.
– Entonces, no ha sido producto de mi imaginación.
– ¿El qué?
– Que, desde hace unos días, existe mucha tensión entre vosotros.
– Te estás equivocando, Joanie.
– Tal vez, pero el asunto me interesa. Las veces que he visto a Brady últimamente, se ha mostrado enfadado o distraído. No hace falta que te diga que esperaba que los dos terminarais juntos.
– Me ha pedido que me case con él.
– ¿Que…? ¡Vaya! ¡Eso es maravilloso! ¡Fantástico! -exclamó Joanie. Mientras se lanzaba a los brazos de Vanessa, Lara comenzó a golpear la mesa y a gritar-. ¿Ves? Hasta mi hija se alegra.
– Le he dicho que no.
– ¿Cómo dices? -preguntó Joanie, atónita aquella vez-. ¿Que le has dicho que no?
– Es demasiado pronto para todo esto -dijo Vanessa. Se había dado la vuelta para no ver la desilusión en el rostro de su amiga-. Regresé hace tan sólo unas semanas y han ocurrido tantas cosas… Mi madre, tu padre… Cuando llegué aquí, ni siquiera sabía cuánto tiempo iba a quedarme. Estoy pensando en hacer una gira la próxima primavera.
– Pero todo eso no significa que no puedas tener tu vida privada. Es decir, si la deseas.
– No sé lo que quiero -admitió. Volvió a mirar a Joanie-. El matrimonio es… Ni siquiera sé lo que significa, así que, ¿cómo voy a considerar casarme con Brady?
– Pero lo amas.
– Sí, creo que sí. No quiero cometer el mismo error que mis padres. Necesito estar segura de que los dos queremos las mismas cosas.
– ¿Qué es lo que quieres tú?
– Aún estoy decidiéndolo.
– Pues es mejor que lo decidas rápidamente. Conozco muy bien a mi hermano y no te va a dar mucho tiempo.
– Precisamente es tiempo lo que necesito. Bueno, Joanie -dijo, antes de que su amiga pudiera seguir hablando-, es mejor que te vayas si quieres regresar antes de que lleguen mi madre y tu padre.
– Tienes razón. Voy por la bolsa de los pañales -anunció. Sin embargo, se detuvo en la puerta-. Sé que ya somos hermanastras, pero sigo esperando ser tu cuñada.
Brady sabía que iba a volver a pasarlo mal cuando se dirigió a la casa de Vanessa. Durante la última semana, había tratado de mantener las distancias. Cuando la mujer que uno ama se niega a contraer matrimonio, el ego de un hombre sufre mucho.
Quería creer que ella sólo estaba dando muestras de testarudez y que terminaría cambiando de opinión, pero se temía que el problema era mucho más profundo. Ella había tomado su postura. Brady podría marcharse o aporrearle la puerta. No supondría ninguna diferencia.
Sin embargo, fuera como fuera, tenía que verla.
Llamó al marco de la puerta, pero no obtuvo respuesta. Aquello no le sorprendió, teniendo en cuenta el volumen de los golpes que procedían del interior. Esperanzado, pensó que tal vez estaba enfadada consigo misma por haberle dado la espalda a la felicidad.
Aquella imagen le sirvió de consuelo. Casi empezó a silbar cuando abrió la puerta y entró en la casa. No sabía lo que había estado esperando, pero nunca se había imaginado que vería a su sobrina golpeando cacerolas como loca sobre el suelo mientras Vanessa, cubierta de harina, la observaba encantada. Cuando Lara lo vio, levantó una tapa de acero inoxidable y la dejó caer con gran satisfacción.
– Hola.
Con una rama de apio en la mano, Vanessa se dio la vuelta. Esperaba que el corazón le diera una voltereta al verlo, como le ocurría siempre. Sin embargo, no sonrió. Ni él tampoco.
– Oh. No te había oído entrar.
– No me sorprende -comentó él. Se agachó para tomar a Lara en brazos-. ¿Qué estás haciendo?
– Cuidando de Lara -respondió ella. Se frotó la harina que tenía en la nariz-. Joanie tenía que irse de compras, así que me ofrecí voluntaria a cuidar de Lara durante unas horas.
– Es muy traviesa, ¿verdad?
– Le gusta jugar con las cosas de la cocina -respondió ella.
Brady dejó a la cría en el suelo. Rápidamente, la pequeña se fue a jugar con una pequeña torre de latas de conserva.
– Verás cuando aprenda a arrancarles las etiquetas a las latas -le advirtió él-. ¿Tienes algo de beber?
– Lara tiene un biberón de zumo de manzana.
– No me refería a lo que tenía ella.
– Tengo una lata de limonada en el congelador -dijo Vanessa. Volvió a ponerse a cortar el apio-. Si la quieres, tendrás que preparártela tú mismo. Yo tengo las manos sucias.
– Eso ya lo veo. ¿Qué estás haciendo?
– Un lío. Pensé que, dado que mi madre y Ham van a volver dentro de poco, sería muy agradable tener un guisado o algo así preparado. Joanie ya ha hecho tanto que pensé que yo podía intentarlo -dijo. Asqueada, dejó el cuchillo-. Esto no se me da nada bien. Yo no he preparado la comida en toda mi vida -añadió. Se dio la vuelta justo cuando Brady iba al fregadero para dejar llenar una jarra de agua fría-. Soy una mujer adulta y, si no fuera por el servicio de habitaciones y las comidas preparadas, me moriría de hambre.
– Preparas muy bien los bocadillos de jamón.
– No estoy bromeando, Brady.
Él empezó a remover la limonada con una cuchara de madera.
– Tal vez deberías hacerlo.
– De repente, me puse a pensar en qué pasaría si yo fuera la esposa de un médico -dijo ella, de repente.
Brady se detuvo y la miró fijamente.
– ¿Qué has dicho?
– ¿Y si él tuviera que regresar a casa después de pasarse el día viendo a enfermos y haciendo rondas en el hospital? ¿Acaso no me gustaría prepararle una buena comida para que pudiéramos charlar mientras cenábamos? ¿No es eso algo que él esperaría?
– ¿Por qué no se lo preguntas?
– Maldita sea, Brady. ¿Es que no te das cuenta? No funcionaría.
– De lo único que me doy cuenta es que te está costando preparar… -empezó. Entonces, miró el desorden que había sobre la encimera de la cocina-. ¿Qué se supone que es?
– Guisado de atún.
– Te está costando preparar un guisado de atún. Personalmente, espero que no aprendas nunca.
– No se trata de eso.
Abrumado por la ternura que sintió hacia ella, le limpió parte de la harina que tenía sobre la mejilla.
– ¿De qué se trata?
Читать дальше