Nora Roberts - Sinfonía Inacabada

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La joven pianista Vanessa Sexton había vuelto a su ciudad natal tratando de obtener algunas respuestas de su madre, de la que se había separado hacía doce años. Pero en aquel viaje de reencuentro con su pasado también tenía que enfrentarse a Brady Tucker, el único hombre al que había amado y que ya le había roto el corazón en una ocasión. Vanessa creía que aquel enamoramiento era algo que ya no le podría afectar, pero cada vez que veía a Brady sentía unas emociones que no sabía si estaba dispuesta a aceptar…

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Sin embargo, lo que Vanessa deseaba era tan poderoso como lo que deseaba él. Lo estrechó contra ella y se colocó hábilmente sobre él de modo que sus labios pudieron recorrerle garganta, torso y más allá. Duras y avariciosas, las manos de Brady la acariciaban por todas partes al tiempo que la indagadora boca de Vanessa lo volvía loco.

El sabor de Brady, cálido, oscuro y masculino, hizo que la cabeza le diera vueltas. Su cuerpo firme y musculoso la volvía loca. Como ya estaba húmeda, la piel se le deslizaba con facilidad sobre los dedos. Ella lo tocaba con habilidad, como si fuese el más apasionado concierto.

Temió que el corazón le fuera a explotar por la velocidad a la que le latía. El cuerpo le temblaba. A pesar de las vertiginosas sensaciones, sintió que algo se despertaba en ella. ¿Cómo iba ella a saber que podía dar tanto y recibir más a cambio?

El pulso de Brady le latía bajo las yemas de los dedos. Él murmuraba frenéticamente y tenía la respiración entrecortada. Vanessa vio el eco de su propia pasión reflejado en los ojos de su compañero, la saboreó cuando le besó los labios. Aquella pasión era por ella. Se dejó ahogar en aquel beso…

Brady le agarró las caderas con fuerza. Cada vez que respiraba el aroma de Vanessa lo inundaba por dentro, tan potente como cualquier narcótico. El cabello de ella le tapaba el rostro, bloqueando la luz y obligándolo a mirarla tan sólo a ella. Con cada movimiento, ella lo provocaba un poco más.

– Por el amor de Dios, Van…

Si no la poseía en aquel mismo instante, moriría de necesidad. Como si le hubiera leído el pensamiento, Vanessa se movió un poco, se arqueó y dejó que él se hundiera en ella. Durante un instante, el tiempo pareció detenerse. Brady sólo podía verla a ella, su cuerpo desnudo reluciendo bajo la potente luz de los focos y el rostro bollándole con un poder que ella acababa de descubrir.

Entonces, todo fue velocidad y gemidos mientras Vanessa se movía por los dos.

Aquello era la gloria. Vanessa se entregó por completo. Levantó los brazos y los enterró en su propio cabello. Aquello era una maravilla, una delicia. Ninguna sinfonía la había excitado nunca tanto. Ningún preludio había sido tan apasionado. A medida que las sensaciones se despertaron dentro de ella, suplicó más.

Había libertad en su avaricia, éxtasis en el conocimiento de que podía tomar tanto como deseara. Excitación al comprender que podía darse igual de generosamente.

El corazón le rugía en los oídos. Cuando buscó las manos de Brady, él las entrelazó automáticamente con las suyas. Permanecieron agarrados hasta que alcanzaron juntos el clímax.

Vanessa se deslizó sobre él. La cabeza le daba vueltas y el corazón amenazaba con salírsele del pecho. La piel de Brady estaba tan húmeda como la suya y su cuerpo igual de agotado. Cuando le dio un beso en la garganta, sintió el frenético palpitar de su pulso.

Asombrada, Vanessa se dio cuenta de que ella lo había provocado. Se había hecho con el control y les había dado a ambos placer y pasión. Ni siquiera había tenido que pensar, sino tan sólo sentir, actuar. Se apoyó sobre un codo y le sonrió.

Brady tenía los ojos cerrados y el rostro tan relajado…Vanessa comprendió que estaba a punto de quedarse dormido. Los latidos de su corazón se habían convertido en un mero ronroneo. A pesar de que se sentía satisfecha, Vanessa sintió que la necesidad volvía a florecer.

– Doctor -murmuró.

– Mmm…

– Me siento mucho mejor.

– Bien. Recuerda que tu salud es lo más importante para mí -dijo, tras respirar profundamente.

– Me alegro de saberlo, porque creo que voy a necesitar más tratamientos -susurró ella, mientras le acariciaba suavemente el torso con un dedo-. Sigo teniendo dolor…

– Tómate dos aspirinas y llámame dentro de una hora.

Vanessa se echó a reír. Sólo con escucharla, Brady sintió que la sangre le volvía a hervir.

– Ya sabía yo que eras muy concienzudo -dijo ella. Lenta, seductoramente, le cubrió el rostro de besos-. Dios, sabes tan bien… -añadió, antes de tomarle la boca y hundirse en ella.

– Vanessa -le advirtió él. Cuando sintió que ella bajaba un poco más la mano, notó que su estado de satisfacción se transformaba en algo más urgente. Abrió los ojos y vio que ella estaba sonriendo-. Estás buscándote problemas…

– Sí… ¿Crees que los voy a encontrar?

Brady respondió la pregunta y los satisfizo a los dos.

– Dios santo -dijo Brady, cuando pudo volver a respirar-. Voy a ponerle una medalla a esta camilla.

– Creo que estoy curada -afirmó ella-. Por el momento…

Brady lanzó un ligero gruñido y bajó las piernas de la camilla.

– Espera a que recibas mi factura.

– Estoy deseando -replicó Vanessa. Le entregó los pantalones y empezó a vestirse. No sabía lo que le parecía a Brady, pero ella jamás volvería a mirar las salas de exploración de la misma manera-. Creo que vine a ofrecerte unos bocadillos de jamón.

– ¿De jamón? ¿Estás hablando de comida? ¿De carne y pan?

– Y de patatas fritas.

– En ese caso, considera que has pagado por completo tu cuenta.

– Supongo que eso significa que tienes hambre -replicó ella, con una sonrisa.

– No he tomado nada desde el desayuno. Si alguien me ofrece un bocadillo de jamón, sería capaz de besarle los pies.

– Me gusta como suena eso -comentó ella, agitando los dedos de los pies-. Voy por la cesta.

– Espera un momento -le dijo Brady-. Si nos quedamos en esta sala, la enfermera se va a llevar un buen susto cuando abra mañana.

– Muy bien -replicó ella-. ¿Por qué no nos vamos a mi casa? -sugirió mientras le daba la camiseta-. Así podremos comer en la cama.

– Bien pensado.

Una hora más tarde, estaban tumbados sobre la cama de Vanessa. Brady acababa de servir la última gota de una botella de chardonnay. Vanessa había llenado la casa de velas. En aquellos momentos, estaban colocadas a su alrededor en el dormitorio, parpadeando mientras una composición de Chopin sonaba en la radio.

– Ha sido el mejor picnic que he tomado desde que tenía trece años y me colé en una acampada que habían organizado las scout.

– Ya había oído hablar de eso -replicó ella-. Siempre fuiste un gamberro.

– Conseguí ver desnuda a Betty Baumgartner. Bueno, casi desnuda. Tenía puesto el sujetador y las braguitas, pero, con trece años, resulta bastante erótico.

– Eras un diablo.

– Fue culpa de mis hormonas -comentó Brady después de tomar un sorbo de vino-. Por suerte para ti, sigo teniendo de sobra, aunque se estén haciendo un poco viejas.

De repente, Vanessa se sintió mimosa y romántica. Se inclinó sobre él para besarlo.

– Te he echado mucho de menos, Brady.

– Yo también. Siento haber estado tan ocupado esta semana.

– Lo comprendo.

– Espero que sí. Esta semana tuve que doblar las horas de consulta.

– Lo sé. Y la varicela. Dos de mis alumnos han caído enfermos. También me he enterado que trajiste un niño al mundo, que sacaste un par de amígdalas, que le cosiste un corte a Jack en el brazo y que entablillaste un dedo roto. Todo eso, además de los estornudos, los dolores y las revisiones diarias.

– ¿Cómo lo sabes?

– Tengo mis fuentes. Debes de estar muy cansado.

– Lo estaba antes de verte. De todos modos, las cosas se tranquilizarán un poco cuando vuelva mi padre. ¿Has recibido una postal?

– Sí, hoy mismo. Por lo que dicen, parece que se están divirtiendo mucho.

– Eso espero, porque tengo la intención de ir a ocupar su lugar cuando regresen.

– ¿Ocupar su lugar?

– Quiero irme a alguna parte contigo, Van. A donde tú quieras.

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