Recordaba que el doctor Tucker era un hombre muy generoso, tanto con su tiempo como con sus habilidades, como lo demostraba en el picnic que organizaba anualmente en su casa. Vanessa aún recordaba su risa y lo suaves que eran sus manos durante una exploración.
¿Qué le iba a decir cuando abriera la puerta un hombre que había ocupado un lugar muy importante durante su infancia, al hombre que la había reconfortado cuando Vanessa había llorado al ver que el matrimonio de sus padres se desmoronaba, al hombre que, en aquellos momentos, mantenía una relación sentimental con su madre?
Abrió la puerta él mismo. La observó durante un instante. Eran tan alto como recordaba. Al igual que Brady, tenía una constitución nervuda y atlética. A pesar de que su cabello oscuro se había teñido de gris, no parecía haber envejecido. Al verla, sonrió.
Sin saber qué hacer, Vanessa le ofreció una mano. Antes de que pudiera hablar, él le dio un fuerte abrazo.
– Mi pequeña Vanessa -dijo, mientras la abrazaba-. Me alegro de que hayas regresado.
– Y yo me alegro de haber regresado -afirmó Vanessa-. Lo he echado mucho de menos, de verdad…
– Déjame que te mire -pidió Ham Tucker, separándola de sí-. Vaya, vaya, vaya… Emily siempre dijo que serías una belleza.
– Oh, doctor Tucker. Siento tanto lo de la señora Tucker…
– Todos lo hemos sentido mucho. Ella siempre te seguía en periódicos y revistas, ¿sabes? Estaba decidida a tenerte como nuera. Más de una vez me dijo que tú eras la chica adecuada para Brady. Que tú lo enderezarías.
– Me parece que se ha enderezado solo.
– Eso parece. ¿Te apetece una taza de té y un trozo de pastel? -le preguntó, mientras la conducía hacia el interior de la casa.
– Me encantaría.
Vanessa se sentó a la mesa de la cocina mientras Ham preparaba y servía el té. La casa no había cambiado tampoco en el interior. Seguía tan ordenada como siempre. Todo estaba limpio y reluciente. La soleada cocina daba al jardín trasero y, a la derecha, se veía la puerta que conducía a la consulta. El único cambio que se apreciaba era la adición de un complicado sistema telefónico.
– La señora Leary prepara los mejores pasteles del pueblo -comentó él. Estaba cortando unas gruesas porciones de pastel de chocolate.
– Veo que aún le sigue pagando con lo que prepara en su horno.
– Y te aseguro que vale su peso en oro -afirmó, tras sentarse frente a Vanessa-. Supongo que no tengo que decirte lo orgullosos que estamos todos de ti.
– No. Ojalá hubiera regresado mucho antes. Ni siquiera sabía que Joanie estaba casada. Ni lo de la niña… Lara es una niña preciosa.
– Y también es muy lista. Por supuesto, tal vez yo no sea del todo objetivo, pero no recuerdo un niño más listo y te aseguro que he visto muchos.
– Espero verla con frecuencia mientras esté aquí. A todos.
– Esperamos que te quedes mucho tiempo.
– No lo sé… -susurró, mientras observaba el té-. No lo he pensado.
– Tu madre no ha hablado de otra cosa desde hace semanas.
– Parece estar bien -comentó Vanessa tras tomar una cucharada de pastel.
– Lo está. Loretta es una mujer muy fuerte. Tiene que serlo.
Vanessa miró al doctor Tucker. Como el estómago empezó a dolerle de nuevo, habló con mucho cuidado.
– Sé que es la dueña de una tienda de antigüedades. Me resulta difícil imaginármela como empresaria.
– A ella también le resultó difícil, pero está haciéndolo muy bien. Sé que perdiste a tu padre hace unos meses.
– Murió de cáncer. Fue muy difícil para él.
– Y para ti.
– No había mucho que yo pudiera hacer… en realidad, él no me permitía hacer mucho. Básicamente, se negó a admitir que estaba enfermo. Odiaba las debilidades.
– Lo sé -dijo Tucker cubriéndole una mano con la suya-. Espero que hayas aprendido a ser más tolerante con ellos -añadió. No tuvo que explicar a qué se refería.
– Yo no odio a mi madre -suspiró Vanessa-. Simplemente no la conozco.
– Yo sí la conozco. Ha tenido una vida muy difícil, Van. Cualquier error que haya podido cometer, lo ha pagado más veces de lo que debería hacerlo una persona. Te quiere mucho. Siempre te ha querido.
– Entonces, ¿por qué me dejó marchar?
– Ésa es una pregunta que le tendrás que hacer a ella. Es tu madre la que te tiene que responder.
Con un suspiro, Vanessa se recostó en la butaca.
– Siempre venía a llorar encima de su hombro, doctor Tucker.
– Para eso están los hombros. Además, yo fui tan tonto como para creer que tenía dos hijas.
– Y las tenía -susurró ella. Parpadeó para hacer desaparecer las lágrimas y tomó un sorbo de té para tranquilizarse-. Doctor Tucker, ¿está usted enamorado de mi madre?
– Sí. ¿Te molesta?
– No debería.
– ¿Pero?
– Me resulta difícil aceptarlo. Siempre me he imaginado a la señora Tucker y a usted juntos. Era una de las constantes durante mi infancia. Mis padres, tan infelices como eran juntos desde que tengo memoria…
– Eran tus padres de todos modos. Otra pareja a la que siempre te imaginabas juntos.
– Sí. Sé que no es razonable. Ni siquiera se acerca a la realidad, pero…
– Debería serlo. Querida niña, hay muchas cosas en esta vida que son injustas. Yo pasé veintiocho años de mi vida con Emily y pensaba pasarme otros veintiocho. No pudo ser. Durante el tiempo que estuve con ella, la amé de todo corazón. Tuvimos suerte de convertirnos en personas que cada uno de nosotros pudiera amar. Cuando ella murió, yo creí que una parte de mi vida se había terminado. Tu madre era la mejor y más íntima amiga de Emily y así seguí viéndola durante varios años. Entonces, se convirtió en mi mejor y más íntima amiga. Creo que Emily se habría alegrado.
– Me hace sentirme como una niña.
– En lo que se refiere a los padres, uno siempre es un niño -comentó él. Entonces, miró el plato-. ¿Ya no te gustan los dulces?
– Sí, pero no tengo mucho apetito.
– No quería sonar como un viejo gruñón, pero he de decirte que estás demasiado delgada. Loretta mencionó que no comías ni dormías bien.
Vanessa levantó una ceja. No se había dado cuenta de que su madre se hubiera percatado.
– Supongo que estoy algo nerviosa. Los últimos dos años han sido muy ajetreados.
– ¿Cuándo fue la última vez que te hicieron un reconocimiento médico?
– Parece usted Brady -contestó ella, riendo-. Estoy bien, doctor Tucker. Las giras de conciertos hacen fuerte a una mujer. Sólo son nervios.
Tucker asintió, pero se prometió que estaría pendiente de ella.
– Espero que toques para mí muy pronto.
– Estoy domando el nuevo piano de mi madre. De hecho, debería volver a casa. Me he estado saltando las sesiones de práctica demasiado frecuentemente últimamente.
Justo cuando ella se levantaba, Brady entró por la puerta. Lo molestó verla allí. Además de estar todo el día metida en su pensamiento, Vanessa estaba también en aquella casa. Saludó con una breve inclinación de cabeza y miró al pastel.
– La cumplidora señora Leary -comentó, con una sonrisa-. ¿Me ibas a dejar algo, papá?
– Es mi paciente.
– Siempre se queda con lo mejor -le dijo Brady a Vanessa mientras tomaba con el dedo un poco de la crema de chocolate que ella tenía en su plato-. ¿Querías verme antes de que me marchara, papá?
– Quería que examinaras el expediente Crampton. He hecho algunas notas -respondió Ham, señalando una carpeta que había sobre la encimera.
– Gracias.
– Tengo algunas cosas de las que ocuparme -dijo Ham. Entonces, dio un beso a Vanessa y se levantó-. Vuelve pronto a verme.
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