– Bien -dije yo-. Te llamaré cuando vuelva a Los Angeles, ¿de acuerdo?
Hubo otra larga pausa y al fin dijo:
– Has sido increíblemente bueno para mí, pero no puedo permitir que sigas hiriéndome.
Y colgó el teléfono.
Pero en mi viaje siguiente a California hicimos las paces y empezamos todo de nuevo. Ella quería ser absolutamente honrada conmigo; no habría más malentendidos. Juró que no se había acostado ni con Evarts ni con el director, que ella era siempre absolutamente sincera conmigo. Que jamás volvería a mentirme. Y para demostrarlo, me contó su asunto con Alice. Era una historia interesante, pero no demostraba nada, al menos según mi opinión. Aun así, fue interesante saber la verdad, desde luego.
Janelle vivió dos meses con Alice De Santis antes de darse cuenta de que Alice estaba enamorada de ella. Tardó tanto en darse cuenta porque de día trabajaban las dos mucho, Janelle estaba ocupadísima con las entrevistas que le preparaba su agente y Alice trabajaba muchas horas diseñando el vestuario de una película de gran presupuesto.
Tenían dormitorios independientes. Pero a veces, ya muy tarde, Alice entraba en el dormitorio de Janelle y se sentaba en la cama a charlar. Alice preparaba algo de comer y un chocolate caliente que las ayudase a dormir. Normalmente hablaban del trabajo. Janelle explicaba las insinuaciones sutiles, y a veces no tanto, que le habían hecho aquel día y se reían las dos. Alice nunca le decía a Janelle que alentaba esta actitud de los hombres con sus encantos de beldad sureña.
Alice era una mujer alta, de aspecto impresionante, muy práctica y dura hacia el mundo exterior. Pero con Janelle era suave y amable. Le daba siempre un beso fraterno antes de acostarse cada una en su habitación. Janelle la admiraba por su inteligencia y eficacia en el campo del diseño.
Alice terminó su tarea en la película al mismo tiempo que apareció Richard, el hijo de Janelle, a pasar parte de sus vacaciones de verano con su madre. Normalmente, cuando iba a visitarla su hijo, Janelle consagraba todo su tiempo a pasearle por Los Angeles, llevarle a los espectáculos, a patinar, a Disneylandia. A veces, alquilaba un pequeño apartamento en la playa por una semana. Siempre disfrutaba con la visita de su hijo y se sentía muy feliz el mes que estaba con ella. Este verano en concreto consiguió un pequeño papel en una serie de televisión, que la mantendría ocupada la mayor parte del tiempo pero que le proporcionaría también dinero para vivir durante un año. Empezó a escribir una larga carta a su ex marido para explicarle por qué Richard no podría visitarla aquel verano, y luego apoyó la cabeza en la mesa y empezó a llorar. Tenía la sensación de estar en realidad deshaciéndose de su hijo.
Fue Alice quien la salvó. Le dijo que dejase venir a Richard. Se comprometió a hacerse cargo de él. Dijo que le llevaría a visitar a Janelle en los estudios para que la viese trabajar y que se lo llevaría luego antes de que pusiese nervioso al director. Ella se encargaría del muchacho de día. Luego Janelle podría estar con él de noche. Janelle se sintió enormemente agradecida.
Y cuando llegó Richard a pasar un mes, se divirtieron mucho juntos. Janelle volvía del trabajo al apartamento y Alice y Richard estaban esperándola para pasar una noche en la ciudad. Iban los tres al cine y luego tomaban algo ya tarde. Resultaba tan cómodo y tan agradable. Janelle se dio cuenta de que ella y su antiguo marido nunca lo habían pasado tan bien con Richard como lo estaban pasando con Alice. Eran casi una familia perfecta. Alice nunca discutía ni le hacía reproches. Richard nunca se ponía hosco ni desobediente. Vivía lo que quizá fuese un sueño infantil. Una vida con dos madres devotas y sin padre. Quería mucho a Alice porque le mimaba en algunas cosas y sólo raras veces se ponía seria. Le daba lecciones de tenis durante el día y jugaban los dos. Le enseñó juegos y le enseñó también a bailar. En realidad, Alice era el padre perfecto. Era atlética y equilibrada, y carecía de la dureza de un padre, no tenía el instinto de dominio del varón. Richard reaccionaba con ella magníficamente. Nunca se había mostrado tan cariñoso con su madre. Ayudaba a Alice a servirle la cena a Janelle después del trabajo y luego se quedaba mirando a las dos arreglarse para salir con él por la ciudad. Le encantaba también engalanarse, ponerse los pantalones blancos y la chaqueta azul oscuro, y la camisa blanca de frunces sin corbata. Le gustaba mucho California.
Cuando llegó el día de su partida, Alice y Janelle le llevaron al avión a medianoche y luego, al fin otra vez solas, se dieron la mano con el suspiro de alivio de la pareja que despide a un huésped. Janelle se sintió tan enormemente conmovida que le dio a Alice un apretado abrazo y un beso. Alice volvió la cara para recibir el beso en su boca suave, delicada y fina. Por una fracción de segundo mantuvo los labios de Janelle en los suyos.
Cuando volvieron al apartamento tomaron el chocolate como si nada hubiese pasado. Se acostaron. Pero Janelle estaba inquieta. Llamó a la puerta del dormitorio de Alice, entró. Le sorprendió encontrar a Alice desvestida, en ropa interior. Aunque delgada, Alice tenía un pecho pleno y llevaba un sostén muy ceñido. Se habían visto, claro, en diversos estados de desnudez. Pero esa vez Alice se quitó el sostén, dejando libres sus pechos, y miró a Janelle con una sonrisilla.
Janelle, al ver los pechos de Alice, sintió una oleada de excitación sexual. Se dio cuenta de que se ruborizaba. No había pensado que pudiese atraerla otra mujer. Sobre todo después de lo de la señora Wartberg. Así que cuando Alice se deslizó entre las sábanas, Janelle se sentó con naturalidad al borde de la cama y hablaron de lo bien que lo habían pasado con Richard. Pero de pronto Alice se echó a llorar.
Janelle le dio unas palmadas en la cabeza y le dijo, en tono preocupado:
– ¿Qué pasa, Alice?
Ambas sabían que estaban representando una comedia que les permitiría hacer lo que las dos querían hacer.
– No tengo a nadie a quien amar -dijo Alice, gimoteando-. No tengo a nadie a quien amar.
Por un momento Janelle, con una parte de su mente, estableció un distanciamiento irónico. Aquella escena la había interpretado con amantes masculinos. Pero la cálida gratitud que sentía por Alice, la oleada de excitación que le habían provocado sus grandes senos, eran mucho más prometedores que los dones de la ironía. También a ella le encantaba representar escenas. Destapó a Alice y acarició sus pechos, observando con curiosidad cómo se erguían los pezones. Luego, inclinó su cabeza rubia y cubrió con la boca un pezón. El efecto fue extraordinario.
Sintió que una enorme paz líquida fluía a través de su cuerpo mientras chupaba el pezón de Alice. Se sentía casi como una niña. El pecho era tan cálido, tenía un sabor tan dulce en la boca. Deslizó entonces su cuerpo junto al de Alice, pero se negó a dejar el pezón aunque las manos de Alice empezaron a presionar su cuello con firmeza creciente, intentando bajarle más la cabeza. Por último, Alice la dejó seguir con el pecho. Janelle murmuraba mientras chupaba con los murmullos de una niña erótica, y Alice acariciaba la rubia cabeza, deteniéndose sólo un momento para apagar la luz de la mesita de modo que pudiesen estar a oscuras. Por último, mucho tiempo después, con un suave suspiro de placer satisfecho, Janelle dejó de chupar el pezón de Alice y metió la cabeza entre las piernas de su compañera. Un rato más tarde cayó en un sueño exhausto. Cuando despertó, se encontró con que Alice la había desvestido y estaba desnuda en la cama con ella. Dormían abrazadas en completo abandono, como dos niñas inocentes y con la misma paz.
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