¿A las chicas les gustan
los tontos?
Lucía Chavelier
Ilustraciones:
Fernando Baldó
Índice de contenido
¿A las chicas les gustan los tontos?
Portada ¿A las chicas les gustan los tontos? Lucía Chavelier Ilustraciones: Fernando Baldó
Capítulo 1: ¡Feliz cumpleaños!
Capítulo 2: El novio de mamá
Capítulo 3: Cuatro chicas
Capítulo 4: Festejos desastrosos
Capítulo 5: El reloj
Capítulo 6: Papá
Capítulo 7: Para toda la eternidad 1
Capítulo 8: La fiesta
Capítulo 9: La teoría
Capítulo 10: Momento de ser un hombre
Capítulo 11: Los catorce años me pegaron fuerte
Capítulo 12: Para toda la eternidad 2
Capítulo 13: Soy un tonto, ¿y qué?
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1. ¡Feliz cumpleaños!
La mañana del sábado que cumplí catorce años me levanté a primera hora y corrí a la ferretería a comprar una traba para puertas. Una forma bastante rara de empezar uno de los días más importantes de mi vida, pero ya me había cansado de no tener privacidad en ciertos lugares de mi casa, como el baño y mi habitación. Necesitaba algo que mantuviera a mi familia, o lo que quedaba de ella, alejada de mis cosas y de mí. La decisión la había tomado la noche anterior, después de encontrarme a mamá con la mitad de su cuerpo debajo de mi cama.
—Mamá, ¿qué hacés?
—Nada, busco cosas.
—¿Qué cosas? Es mi cuarto.
—Y es mi casa, Facundo.
—¿Pero qué buscás?
—Cosas, no sé, cuando las vea voy a saber.
—Pero…
En ese momento mi hermana pasó por el pasillo.
—Está buscando cigarrillos o drogas. A mí ya me revisó todo.
—¿Estás loca? Tengo trece años, ¿qué drogas voy a tener?
Mamá salió de abajo de la cama con el pelo lleno de pelusa.
—Lo de los cigarrillos no lo negaste.
—Andate –y la empujé fuera de mi habitación.
No es que mamá sea sobreprotectora, en cuanto a seguridad es bastante relajada, es solo que quiere saber lo que hago, digo y pienso y tiene la teoría de que como yo me volví un “ser humano poco comunicativo” la única forma que tiene de saber lo que pasa en mi vida es meterse en todo. Así que se me ocurrió que con una traba para puertas al menos podía evitar que me agarrara desprevenido, como cuando entró en el baño sin golpear la puerta para preguntarme si me gustaba su nuevo corte de pelo y me encontró sentado en el inodoro mirando porno.
—¡Andate! –grité.
—Ay, Facu, siempre tan poco afectuoso vos. Decime si te gusta o no.
—Me encanta –ironicé, porque la verdad no me importaba.
—Ay, ¿viste? Me queda divino. Yo prefería un color como el de esa chica –y señaló a la rubia despampanante que se veía en el video que había puesto en pausa–, pero no me quedó.
—Qué lástima. ¿Te podés ir?
—Me voy, me voy. Te dejo solito para que te relajes –y se fue sin cerrar la puerta.
Ya era hora de terminar con eso y que mi privacidad se empezara a respetar. Así que, ese sábado saqué plata de mis ahorros y puse, con mis propias manos, una traba en la puerta del baño y otra en la de mi habitación.
No fue fácil, sobre todo porque necesitaba hacer agujeros en la madera y si usaba un taladro iba a despertar a toda mi familia, así que tuve que presionar los tornillos con un destornillador hasta que se hundieron en la puerta y en los marcos. Me llevó un buen par de horas, pero cuando terminé me encerré en mi pieza y me sentí realizado. Mi primer día con catorce años y ya usaba las herramientas a la perfección.
Cumplir catorce años era importante para mí porque creía que mi vida por fin iba a cambiar. Papá me había dicho que a esa edad iba a empezar a crecer y a salirme la barba y esperaba que eso me diera una oportunidad con las chicas.
Me acerqué al espejo y revisé los pelos de mi pecho. El único que había empezado a crecer lentamente el mes pasado. Solo ver mi torso blanco y flacucho me hacía sentir que todavía tenía diez años, pero ese día me inflé de orgullo al pensar que no faltaba mucho para que me saliera la barba, y ahí sí que no me paraba nadie.
El estómago empezó a hacerme ruido, así que decidí cortar las imágenes de mi futuro prometedor y bajé a la cocina para desayunar, pero el espectáculo con el que me encontré terminó con todos mis pensamientos felices: José, el novio de mamá, tomaba su café y leía el diario apoyado en la mesada.
—Facundito, feliz cumple.
La peor forma de empezar mi cumpleaños.
Todos los problemas en casa empezaron un año atrás, cuando mamá se volvió loca y trajo a vivir con nosotros a su novio nuevo. Desde entonces, mi hermana, María, se había puesto los auriculares con la música a todo lo que daba; yo simulaba que él no existía, algo que se me hacía muy difícil cada vez que me llamaba “Facundito”; mamá hacía de cuenta que todo estaba bien y José buscaba tirar buena onda, algo que mi hermana y yo ignorábamos. ¿Mi papá? Había muerto dos años atrás y nadie hablaba de eso.
2. El novio de mamá
El día que conocí a José yo había vuelto de la escuela muy cansado, pero estaba dispuesto a pelear por el control remoto de la televisión con mi hermana, cuando mamá apareció.
—Chicos, ¿hablamos unos segundos?
Me di cuenta de que pasaba algo raro porque se retorcía las manos sin parar y se había puesto algo así como… “linda”. Llevaba el pelo enrulado atado en la nuca y tenía puestos unos jeans y zapatos altos. Mamá solo se vestía así para cosas importantes.
—Bueno, quería contarles que tengo novio.
Silencio.
—¿Y papá? –preguntó María.
Mamá se sorprendió, pero trató de disimular.
—A papá lo amé mucho, pero él ya no está –elegía las palabras con cuidado– y yo todavía soy joven.
Silencio.
—Me gustaría que lo conozcan, ¿les parece bien si viene a cenar esta noche?
Estaba claro que mamá creía que no íbamos a tener ningún problema porque ya se había vestido para la ocasión.
—¿Cómo se llama? –le pregunté.
No era que me interesara realmente el nombre del tipo, pero no se me ocurrió nada más para decir y el silencio me ponía nervioso.
Mamá soltó una risita como la que hacen mis compañeras de escuela cuando algo les da vergüenza.
—José.
Ver su cara de felicidad no me dejó decir que no. María, en cambio, no dijo nada y se encerró en su cuarto hasta la hora de cenar. Cuando volvió a aparecer tenía la cara roja y los ojos hinchados pero mamá no hizo ningún comentario y siguió corriendo de un lado a otro de la cocina.
José llegó media hora más tarde y mamá lo hizo pasar al comedor, donde estábamos nosotros. Era alto y estaba de traje. Enseguida me dio la impresión de que era abogado o algo así, como todos los que usan traje, pero no, era profesor de Filosofía en una universidad, lo que podría haber sido súper interesante si él no hubiese estado de novio con mamá
—Amor, estos son Facundo y María, mis dos hijos.
El tipo se acercó y me dio un apretón de manos y a mi hermana, un beso en la mejilla. Después nos miró a los dos y sonrió. Me sentí como en un examen oral del colegio aunque era él quien tenía que pasar la prueba y podía decirse que ya tenía un cero de entrada.
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