Marc Levy - Las cosas que no nos dijimos

Здесь есть возможность читать онлайн «Marc Levy - Las cosas que no nos dijimos» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Современная проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

Las cosas que no nos dijimos: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Las cosas que no nos dijimos»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

Con más de 15 millones de ejemplares de sus novelas vendidos en todo el mundo, Marc Levy se ha convertido en un referente indiscutible de la literatura contemporánea. Con su nueva novela, Las cosas que no nos dijimos, Levy va un paso más al lá y arrastra al lector a un universo del que no querrá salir. Cuatro días antes de su boda, Julia recibe una llamada del secretario personal de Anthony Walsh, su padre. Walsh es un brillante hombre de negocios, pero siempre ha sido para Julia un padre ausente, y ahora llevan más de un año sin verse. Como Julia imaginaba, su padre no podrá asistir a la boda. Pero esta vez tiene una excusa incontestable: su padre ha muerto.

Las cosas que no nos dijimos — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Las cosas que no nos dijimos», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Marina se levantó, se despidió de Knapp, besó a Tomas en la frente y le murmuró al oído «Arrivederci, tontorrón», antes de marcharse.

Tomas pidió disculpas a Knapp y corrió a alcanzarla en el pasillo.

– ¿No irás a obedecerlo sin rechistar? ¿Y qué hay de nuestra cena íntima?

– ¿Y tú, acaso no lo obedeces tú sin rechistar? ¿Recuérdame a qué hora salía tu avión para Mogadiscio? Tomas, me lo has dicho mil veces, la carrera es lo primero, ¿no? Mañana ya no estarás aquí, y Dios sabe durante cuánto tiempo. Cuídate. Si los vientos nos son propicios, nuestras vidas terminarán por volver a cruzarse en una ciudad o en otra.

– Coge al menos las llaves de mi apartamento, ven a escribir tu artículo en casa.

– Estaré mejor en el hotel. Difícilmente creo que pueda concentrarme, la tentación de visitar tu palacio sería irresistible.

– Sólo hay una habitación, ¿sabes?, se ve todo en un momento.

– Desde luego eres mi tontorrón preferido, estaba hablando de darte un revolcón, idiota. Habrá que dejarlo para otra vez, Tomas, y si cambio de opinión, me encantará despertarte llamando a tu puerta. ¡Hasta pronto!

Marina le dirigió un ciao con la mano y se alejó.

– ¿Te encuentras bien? -le preguntó Knapp a Tomas cuando éste volvió al despacho y cerró con un sonoro portazo.

– ¡Eres un asqueroso! Vengo una noche a Berlín con Marina, la última antes de marcharme, y te las apañas para quitármela. ¿Quieres hacerme creer que no tenías a nadie más a quien recurrir? ¿Qué pasa, maldita sea? ¿Te gusta, y estás celoso? ¿Te has vuelto tan ambicioso que ya sólo cuenta tu periódico? ¿Querías que pasáramos la velada juntos?

– ¿Has terminado? -preguntó Knapp volviendo a sentarse a su mesa de trabajo.

– ¡Reconoce lo cabrón que eres! -prosiguió Tomas, furioso.

– Dudo mucho de que compartamos esta velada. Siéntate en esa butaca, tengo que hablarte y, visto lo que tengo que decirte, prefiero que estés sentado.

El parque Tiergarten estaba sumido en la luz del anochecer. Unas viejas farolas difundían su halo amarillento por todo el camino de adoquines. Julia avanzó hasta el canal. En el lago, los barqueros amarraban sus embarcaciones unas a otras. Julia continuó su camino hasta el lindero del zoo. Algo más lejos, un puente se levantaba sobre el río. Atajó por el bosque, sin miedo a perderse, como si cada sendero, cada árbol que cruzaba, le fueran familiares. Ante sí se erguía la columna de la Vic toria. Dejó atrás la rotonda, sus pasos la guiaban hacia la Pu erta de Brandemburgo. De pronto reconoció el lugar en el que se encontraba y se detuvo. Hacía casi veinte años, al cabo de esa avenida se levantaba un trozo de Muro. Era allí donde, por primera vez, había visto a Tomas. Hoy, un banco bajo un tilo recibía a los visitantes.

– Estaba seguro de que te encontraría aquí -dijo una voz a su espalda-. Conservas aún los mismos andares.

Con el corazón en un puño, Julia dio un respingo.

– ¿Tomas?

– No sé qué se hace en estas circunstancias, ¿darse la mano, besarse? -dijo con voz vacilante. -Yo tampoco lo sé -dijo ella.

– Cuando Knapp me ha dicho que estabas en Berlín, sin poder precisarme dónde encontrarte, primero he pensado en llamar a todos los albergues juveniles de la ciudad, pero ahora hay demasiados. Así que he pensado que, con un poco de suerte, volverías aquí.

– Tu voz es la misma, un poco más grave -dijo ella con una sonrisa frágil.

Tomas avanzó un paso hacia ella.

– Si lo prefieres, podría trepar a ese árbol y saltar desde esa rama de ahí, es casi la misma altura que la primera vez que me caí encima de ti.

Dio un paso más y la abrazó.

– El tiempo ha pasado de prisa y tan despacio a la vez -dijo abrazándola aún más fuerte.

– ¿Estás llorando? -le preguntó Julia acariciándole la mejilla.

– No, no es más que una mota de polvo que se me ha metido en el ojo, ¿y tú?

– Otra mota igual, su hermana gemela será, qué tontería porque no hay viento.

– Entonces cierra los ojos -le pidió él.

Y, recuperando los gestos del pasado, le rozó los labios con las yemas de los dedos antes de besar cada uno de sus párpados.

– Era la manera más bonita de darme los buenos días. Julia abandonó su rostro contra la nuca de Tomas. -Hueles igual que antes, nunca podría olvidar ese olor. -Ven -dijo-, hace frío, estás temblando. Tomas cogió a Julia de la mano y la llevó hacia la Pu erta de Brandemburgo.

– ¿Has ido antes al aeropuerto? -Sí, ¿cómo lo sabes?

– ¿Por qué no me has hecho un gesto o algo? -Creo que no me apetecía mucho saludar a tu mujer. -Se llama Marina. -Un bonito nombre.

– Es una amiga con la que tengo una relación epistolar. -¿Quieres decir episódica?

– ¡Ah, sí…!, sigo sin hablar perfectamente tu idioma.

– Pues yo diría que te las apañas bastante bien.

Abandonaron el parque y cruzaron la plaza. Tomas la llevó a la terraza de un café. Se instalaron a una mesa y permanecieron largo rato mirándose en silencio, incapaces de encontrar las palabras que decirse.

– Es increíble, no has cambiado nada -dijo entonces él.

– Sí, te aseguro que he cambiado en veinte años. Si me vieras al despertarme por las mañanas, te darías cuenta de que han pasado los años.

– No lo necesito. He contado cada uno de esos años.

El camarero descorchó la botella de vino blanco que Tomas había pedido.

– Tomas, en cuanto a tu carta, tienes que saber…

– Knapp me lo ha contado todo sobre vuestro encuentro. ¡Tu padre, siempre fiel a su proyecto de separarnos!

Alzó su copa y brindó delicadamente. Delante de ellos, una pareja se detuvo en la plaza, maravillada por la belleza de las columnas.

– ¿Eres feliz?

Julia no dijo nada.

– ¿Qué es de tu vida? -quiso saber Tomas. -En este momento de mi vida estoy en Berlín, contigo, tan desamparada como hace veinte años. -¿Por qué este viaje?

– No tenía ninguna dirección a la que contestarte. Tu carta había tardado veinte años en llegarme, ya no confiaba en el correo.

– ¿Estás casada, tienes hijos?

– Todavía no -contestó Julia.

– ¿Todavía no tienes hijos o todavía no estás casada? -Las dos cosas. -¿Y proyectos?

– Antes no tenías esa cicatriz en la barbilla. -Antes sólo había saltado desde lo alto de un muro, aún no había saltado por los aires tras pisar una mina. -Se te ve más robusto ahora -dijo Julia sonriendo. -¡Gracias!

– Era un cumplido, te lo prometo, te sienta muy bien.

– Qué mal mientes, pero he envejecido, es indiscutible. ¿Tienes hambre?

– No -contestó Julia bajando los ojos.

– Yo tampoco. ¿Quieres que caminemos un poco?

– Tengo la impresión de que cada palabra que digo es una tontería.

– No, hombre, no, pero aún no me has desvelado nada sobre tu vida -dijo Tomas con aire triste. -He encontrado nuestro bar, ¿sabes? -Pues yo nunca he vuelto allí. -El dueño me reconoció. -¿Ves como no has cambiado?

– Han derruido el viejo edificio en el que vivíamos y han construido uno nuevo en su lugar. De nuestra calle sólo queda el jardincito de enfrente.

– Quizá sea mejor así. No guardaba buenos recuerdos de allí, salvo los pocos meses que pasamos juntos. Ahora vivo en Berlín Oeste. Para muchos, eso ya no significa nada, pero yo, desde las ventanas de mi casa, todavía veo la frontera.

– Knapp me ha hablado de ti -dijo Julia.

– ¿Qué te ha dicho?

– Que tenías un restaurante en Italia y toda una patulea de hijos que te ayudaban a cocinar pizzas -contestó ella.

– Qué idiota… ¿De dónde habrá sacado una tontería así?

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «Las cosas que no nos dijimos»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Las cosas que no nos dijimos» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Отзывы о книге «Las cosas que no nos dijimos»

Обсуждение, отзывы о книге «Las cosas que no nos dijimos» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x