Charles Bukowski - Mujeres

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Este gigantesco maratn sexual es un proceso de aprendizaje, de conocimiento, en el que Bukowski no escatima sarcsticas observaciones de s mismo, y en el que el machismo de textos anteriores queda seriamente erosionado; todo ello unido a incontables borracheras.Bukowski parace sugerir que las alternativas – una carrera ms respetable, literaria o la que fuese – son an ms deshumanizadas.

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– ¡NO VAS A METERME ESA CONDENADA COSA DENTRO!

– ¿Pero por qué? ¿Por qué? ¡Mírala!

– ¡La estoy mirando!

– ¿Pero por qué no la deseas?

– Porque estoy enamorada del Niño.

– ¿Amor? -dijo Big Bart riéndose-. ¿Amor? ¡Eso es un cuento para idiotas! ¡Mira esta condenada estaca! ¡Puede matar de amor a cualquier hora!

– Yo amo al Niño, Big Bart.

– Y también está mi lengua -dijo Big Bart-. ¡La mejor lengua del Oeste!

La sacó e hizo ejercicios gimnásticos con ella.

– Yo amo al Niño -dijo Rocío de Miel.

– Bueno, pues jódete -dijo Big Bart y de un salto se echó encima de ella. Era un trabajo de perros meter toda esa cosa, y cuando lo consiguió, Rocío de Miel gritó. Había dado unos siete caderazos entre los muslos de la chica, cuando se vio arrastrado rudamente hacia atrás.

ERA EL NIÑO, DE VUELTA DE LA PARTIDA DE CAZA.

– Te trajimos tus búfalos, hijoputa. Ahora, si te subes los pantalones y sales afuera, arreglaremos el resto…

– Soy la pistola más rápida del Oeste -dijo Big Bart.

– Te haré un agujero tan grande, que el ojo de tu culo parecerá sólo un poro de la piel -dijo el Niño-. Vamos, acabemos de una vez. Estoy hambriento y quiero cenar. Cazar búfalos abre el apetito…

Los hombres se sentaron alrededor del campo de tiro, observando. Había una tensa vibración en el aire. Las mujeres se quedaron en las carretas, rezando, masturbándose y bebiendo ginebra. Big Bart tenía 34 muescas en su pistola, y una fama infernal. El Niño no tenía ninguna muesca en su arma, pero tenía una confianza en sí mismo que Big Bart no había visto nunca en sus otros oponentes. Big Bart parecía el más nervioso de los dos. Se tomó un trago de whisky, bebiéndose la mitad de la botella, y entonces caminó hacia el Niño.

– Mira, Niño…

– ¿Sí, hijoputa…?

– Mira, quiero decir, ¿por qué te cabreas?

– ¡Te voy a volar las pelotas, viejo!

– ¿Pero por qué?

– ¡Estabas jodiendo con mi mujer, viejo!

– Escucha, Niño, ¿es que no lo ves? Las mujeres juegan con un hombre detrás de otro. Sólo somos víctimas del mismo juego.

– No quiero escuchar tu mierda, papá. ¡Ahora aléjate y prepárate a desenfundar!

– Niño…

– ¡Aléjate y listo para disparar!

Los hombres en el campo de fuego se levantaron. Una ligera brisa vino del Oeste oliendo a mierda de caballo. Alguien tosió. Las mujeres se agazaparon en las carretas, bebiendo ginebra, rezando y masturbándose. El crepúsculo caía.

Big Bart y el Niño estaban separados 30 pasos.

– Desenfunda tú, mierda seca -dijo el Niño-, desenfunda, viejo de mierda, sucio rijoso.

Despacio, a través de las cortinas de una carreta, apareció una mujer con un rifle. Era Rocío de Miel. Se puso el rifle al hombro y lo apoyó en un barril.

– Vamos, violador cornudo -dijo el Niño-. ¡DESENFUNDA!

La mano de Big Bart bajó hacia su revolver. Sonó un disparo cortando el crepúsculo. Rocío de Miel bajó su rifle humeante y volvió a meterse en la carreta. El Niño estaba muerto en el suelo, con un agujero en la nuca. Big Bart enfundó su pistola sin usar y caminó hacia la carreta. La luna estaba ya alta.

Algo acerca de una bandera del vit-cong

El desierto se cocía bajo el sol de verano. Red saltó fuera del tren mientras disminuía la marcha, cayó y corrió dando saltos por el terraplén de la vía. Cagó detrás de unas rocas mirando al norte, y se limpió el culo con unas hojas. Luego caminó cincuenta metros, se sentó a la sombra de otra gran roca y lió un cigarrillo. Vio entonces a los hippies acercarse caminando. Eran dos tíos y una chica. También habían saltado del tren.

Uno de los tíos llevaba una bandera del Viet-Cong. Los tíos parecían blandos e inofensivos. La chica tenía un culo grande y bonito, casi reventaba sus pantalones vaqueros. Era rubia y con bastantes granos. Red esperó hasta que llegaron a su lado.

– ¡Heil Hitler! -dijo.

Los hippies se rieron.

– ¿Adonde vais? -preguntó Red.

– Tratamos de llegar a Denver. Creo que lo vamos a conseguir.

– Bueno -dijo Red-, os vais a esperar un rato, porque yo voy a tener que usar a vuestra chica.

– ¿Qué dices?

– Ya me habéis oído.

Red agarró a la chica. Con una mano agarrándola del cabello y otra del culo, la besó. El tío más alto cogió a Red del hombro.

– Espera un momento…

Red se volvió y lo mandó al suelo con un corto de izquierda. Directo en el estómago. El tío se quedó tumbado, respirando con dificultad. Red miró al otro tío, el de la bandera del Viet-Cong.

– Si no quieres que te haga pupa, déjame tranquilo -le dijo-. Vamos -le dijo a la chica-, nos iremos detrás de esas rocas.

– No, no pienso hacerlo -dijo la chica-, no pienso hacerlo.

Red sacó su navaja y presionó el resorte. La cuchilla surgió chasqueante frente a la nariz de la chica. Se la apoyó sobre la aleta.

– ¿Qué tal aspecto tendrías sin nariz?

Ella no contestó.

– Te la cortaré -gruñó él.

– Escucha -dijo el tío de la bandera-, esto es un delito, te buscarán.

– Vamos, nena -dijo Red, empujándola hacia las rocas.

Red y la chica desaparecieron tras las rocas. El tío de la bandera ayudó a levantarse a su amigo. Se quedaron allí quietos. Pasó el tiempo.

– Se está follando a Sally. ¿Qué podemos hacer? En estos momentos se la está follando.

– ¿Qué podemos hacer? Es un loco.

– Deberíamos intentar algo.

– Sally debe estar pensando que somos unas verdaderas mierdas.

– Lo somos. Somos dos. Podíamos haberle inmovilizado.

– Tiene un cuchillo.

– No importa. Podíamos haberle agarrado.

– Me siento terriblemente miserable.

– ¿Cómo crees que se debe sentir Sally? Se la está follando.

Se quedaron allí y esperaron. El tío alto que había recibido los puñetazos se llamaba Leo. El otro era Dale. Hacía mucho calor bajo el sol mientras esperaban.

– Nos quedan dos cigarrillos -dijo Dale-, ¿nos los fumamos?

– ¿Cómo infiernos vamos a fumar sabiendo lo que está ocurriendo tras esas rocas?

– Tienes razón. Dios. ¿Por qué tardan tanto?

– Dios, no sé. ¿Crees que la habrá matado?

– Estoy empezando a preocuparme.

– Creo que voy a acercarme a echar un vistazo.

– De acuerdo, pero ten cuidado.

Leo se fue hacia las rocas. Había un pequeño promontorio cubierto de arbustos. Subió arrastrándose por él y escondido entre los arbustos, miró abajo. Red se estaba jodiendo a Sally. Leo los observó. Parecía no tener fin. Red seguía y seguía. Leo bajó reptando el promontorio y caminó hacia donde estaba Dale.

– Creo que ella está bien -dijo.

Esperaron.

Finalmente, Red y Sally salieron de detrás de las rocas. Vinieron caminando hacia ellos.

– Gracias, hermanos -dijo Red-, ha sido un bonito bocado.

– ¡Ojalá te caigas al infierno! -dijo Leo.

Red se rió.

– ¡Paz! ¡Paz, hermanos!… -Hizo el signo con sus dedos-. Bueno, creo que me voy a ir…

Lió un cigarrillo rápido, sonriendo mientras lo pegaba. Entonces lo encendió, inhaló una bocanada, y se fue andando hacia el norte, buscando los lugares sombreados.

– Sigamos alegres el resto del camino -dijo Dale-, las cargas no sirven para nada.

– Sí, hacia la autopista del Oeste -dijo Leo-, ea, vámonos.

Empezaron a caminar hacia el Oeste.

– Cristo -dijo Sally-. ¡No puedo casi andar! ¡Es un animal!

Leo y Dale no dijeron nada.

– Espero no quedarme preñada.

– Sally -dijo Leo-, lo siento…

– ¡Oh, cállate!

Caminaron. La tarde estaba cayendo y el calor del desierto iba en disminución.

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