Julian Barnes - Inglaterra, Inglaterra

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Sir Jack Pitman, un magnate de aquellos que sólo la vieja Albión puede producir, mezcla de Murdoch, Maxwell y Al Fayed, emprende la construcción de la que será su obra magna. Convencido de que en la actualidad Inglaterra no es más que una cáscara vacía de sí misma, apta sólo para turistas, él creará una «Inglaterra, Inglaterra» mucho más concentrada, que de manera más eficaz contenga todos los lugares, todos los mitos, todas las esencias e incluso todos los tópicos de lo inglés, y que por consiguiente será mucho más rentable. En el mismo día se podrán visitar la torre de Londres, los acantilados de Dover, los bosques de Sherwood (con Robin Hood incluido en la gira) y los megalitos de Stonehenge. y para construir su Gran Simulacro, el parque temático por excelencia para anglófilos de todo el mundo, Sir Jack elige la isla de Wight y contrata aun selecto equipo de historiadores, semiólogos y brillantes ejecutivos.
El proyecto es monstruoso, arriesgado y, como todo lo que hace Sir Jack, tiene un éxito fulgurante. Mediante hábiles maniobras políticas, consigue que la isla de Wight se independice de la vieja Inglaterra, e incluso miembros de la casa real se trasladan al nuevo país para ejercer de monarquía de parque temático. Pero en un giro inesperado, el país de mentirijillas se vuelve tanto o más verdadero que el país de verdad, las ambiciones imperiales se desatan y los actores que representaban a personajes míticos, a filósofos, a gobernantes, y cuya función era «parecer», comienzan a «ser»…

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Al sujeto le preguntaron qué le ocurrió a Harold.

Sujeto:

– ¿Es una…? No, ha dicho que no había. Le clavaron una flecha en un ojo. -(Agresivamente)-. Eso lo sabe todo el mundo.

Preguntaron al sujeto qué sucedió después de este incidente.

Sujeto:

– Murió. Por supuesto. -(Con un talante más conciliador)-. Estoy casi seguro de que debió de morir a causa de esa herida, pero no sé cuánto tiempo después de recibir la flecha. Supongo que en aquellos tiempos no había gran cosa que hacer si te clavaban una flecha en el ojo. Tuvo bastante mala suerte, si se piensa en ello. Me figuro que la historia inglesa habría seguido un curso diferente si no hubiera levantado la vista en aquel momento. Como la nariz de Cleopatra. -Pausa-. Oiga, como no sé realmente quién estaba ganando la batalla en el momento en que a Harold le clavaron la flecha, quizá el curso de la historia inglesa habría sido exactamente el mismo.

Preguntaron al sujeto si podía añadir algo a su versión de los hechos.

El sujeto guardó silencio durante treinta segundos.

– Llevaban cotas de malla y cascos puntiagudos con protectores para la nariz, y usaban sables.

Preguntado sobre a qué bando se refería, el sujeto dijo:

– A los dos. Creo. Sí, porque eso encajaría con el hecho de que los dos eran normandos, ¿no? A no ser que Harold fuese sajón. Pero está claro que los guerreros de Harold no llevaban jubones de cuero o cosas por el estilo. Espere. Puede que sí. Los pobres, la carne de cañón. -(Cautelosamente)-. No digo que tuvieran cañones. Los que no eran caballeros. Me figuro que no todos podían permitirse una cota de malla.

Preguntaron al sujeto si había terminado.

El sujeto (excitado):

– ¡No! Acabo de recordar los tapices de Bayeux. Precisamente describen la batalla de Hastings. O parte de ellos. Contienen también la primera visión, o el primer registro, del cometa Halley. Creo. No, la primera representación, quiero decir. ¿Es pertinente esto?

El sujeto admitió que había agotado sus conocimientos sobre el tema.

Creemos que este informe de la entrevista es fiel y exacto, y que el sujeto es representativo del grupo seleccionado.

El Dr. Max destapó su estilográfica y, desganadamente, estampó en el informe sus iniciales. Había habido muchos informes parecidos, y empezaban a deprimirle. La gente, en general, recordaba la historia de la misma manera engreída y evanescente con que rememoraba su propia infancia. El Dr. Max consideraba manifiestamente antipatriótico conocer tan poco sobre los orígenes y la forja de tu propio país. Y, sin embargo, subyacía en ello la paradoja inmediata: que el más entusiasta compañero de cama del patriotismo era la ignorancia, no el conocimiento.

El Dr. Max suspiró. No sólo era una cuestión profesional, sino también personal. ¿Estaban fingiendo, siempre habían fingido todas aquellas personas que acudían en tropel a sus conferencias, llamaban a su programa de televisión, se reían de sus chistes, compraban sus libros? Cuando él amarizaba en la mente de sus oyentes, ¿era un acto tan estéril como un flamenco que se posa en una pileta de pájaros? ¿No tenía ninguno ni puta idea y lo jodía todo como aquel gilipollas de cuarenta y nueve años que tenía delante y se consideraba culto, concienciado, inteligente y bien informado?

– ¡Gilipollas! -dijo el Dr. Max.

Sir Jack tenía ante sí, en su mesa de batalla, el listado del estudio confeccionado por Jeff. Se había solicitado a los compradores potenciales de ocio de calidad de veinticinco países que enumerasen cinco características, virtudes o quintaesencias asociadas a su juicio con la idea de Inglaterra. No se les pedía que asociaran libremente; no se ejercía un apremio de tiempo sobre los encuestados, ni había una elección múltiple de respuestas preseleccionadas. «Si queremos dar a la gente lo que quiere», había insistido Sir Jack, «debemos como mínimo tener la humildad de averiguar qué desea.» En consecuencia, ciudadanos del mundo comunicaron a Sir Jack, sin ningún prejuicio, las que en su opinión constituían las cincuenta quintaesencias de la britanidad:

1. LA FAMILIA REAL

2. EL BIG BEN / LAS CÁMARAS DEL PARLAMENTO

3. EL CLUB DE FÚTBOL MANCHESTER UNITED

4. EL SISTEMA DE CLASES

5. LOS PUBS

6. UN PETIRROJO EN LA NIEVE

7. ROBÍN HOOD Y SU ALEGRE PANDILLA

8. EL CRIQUET

9. LOS ACANTILADOS BLANCOS DE DOVER

10. EL IMPERIALISMO

11. LA BANDERA DEL REINO UNIDO

12. EL ESNOBISMO

13. DIOS SALVE AL REY / A LA REINA

14. LA BBC

15. EL WEST END

16. EL PERIÓDICO TIMES

17. SHAKESPEARE

18. LOS COTTAGES CON TEJADO DE PAJA

19. LA TAZA DE TÉ / EL TÉ CON NATA DE DEVONSHIRE

20. STONEHENGE

21. LA FLEMA / EL LABIO SUPERIOR TIESO

22. LAS COMPRAS

23. LA MERMELADA

24. LOS BEEFEATERS Y LA TORRE DE LONDRES

25. LOS TAXIS DE LONDRES

26. EL SOMBRERO HONGO

27. LOS SERIALES CLÁSICOS DE TV

28. OXFORD Y CAMBRIDGE

29. HARRODS

30. LOS AUTOBUSES CON IMPERIAL / LOS AUTOBUSES ROJOS

31. LA HIPOCRESÍA

32. LA JARDINERÍA

33. LA PERFIDIA / LA POCA FIABILIDAD

34. LOS ENTRAMADOS DE MADERA

35. LA HOMOSEXUALIDAD

36. ALICIA EN EL PAÍS DE LAS MARAVILLAS

37. WINSTON CHURCHILL

38. MARKS & SPENCER

39. LA BATALLA DE INGLATERRA

40. FRANCIS DRAKE

41. EL DESFILE DE LA BANDERA

42. LAS JEREMIADAS

43. LA REINA VICTORIA

44. EL DESAYUNO

45. LA CERVEZA / LA CERVEZA CALIENTE

46. LA FRIGIDEZ EMOCIONAL

47. EL ESTADIO DE WEMBLEY

48. LA FLAGELACIÓN / LOS COLEGIOS PRIVADOS

49. NO LAVARSE / LA ROPA INTERIOR PÉSIMA

50. LA CARTA MAGNA

Jeff observó que la expresión de Sir Jack, mientras recorría la lista, pasaba de una prudente congratulación personal a un agrio desaliento. Luego una mano carnosa le despidió, y Jeff conoció la amargura del mensajero.

Una vez a solas, Sir Jack repasó el listado. Se deterioraba francamente hacia el final de la lista. Tachó los elementos que juzgó producto de una defectuosa técnica de sondeo y sopesó los demás. Muchos habían sido previstos correctamente: no habría en la isla escasez de tiendas y cottages con tejado de paja que sirvieran tés con nata de Devonshire. La jardinería, el desayuno, los taxis, los autobuses con imperial: todas ellas eran elecciones atinadas. Un petirrojo en la nieve: ¿de dónde salía esto? De todas esas postales de Navidad, quizá. La Carta Magna se estaba traduciendo actualmente a un inglés decente. No sería difícil, sin duda, adquirir el periódico The Times ; se cebaría a los Beefeaters, y los White Cliffs (acantilados blancos) de Dover volverían a ubicarse, sin gran dislocación lingüística, en lo que anteriormente había sido la bahía de Whitecliff. Big Ben, la batalla de Inglaterra, Robin Hood, Stonehenge: no podía ser más sencillo.

Pero había problemas en los primeros puestos de la lista. En los números 1, 2 y 3, concretamente. Sir Jack había tendido tentáculos tempranos hacia el Parlamento, pero su oferta inicial a los legisladores del país, formulada en un desayuno de trabajo con el presidente de la Cámara de los Comunes, había sido acogida con indiferencia; incluso era posible que se hubiese empleado la palabra desprecio. El club de fútbol sería facilísimo: enviaría a Mark a Manchester con un equipo de altos negociadores. Al pequeño Mark de ojos azules que parecía un pedazo de pan y al que luego, a fuerza de halagos, le vendías el alma. Sin duda habría cuestiones de orgullo local, tradición cívica y demás: siempre había esos escollos. Sir Jack sabía que en lo tocante a esos casos rara vez se trataba solamente de fijar un precio: había que combinarlo con el necesario autoengaño de que el precio era a la postre menos importante que los principios. ¿Cuál de ellos había que aplicar aquí? Bueno, Mark encontraría uno. Y si ellos no daban su brazo a torcer, siempre se podría comprar, a sus espaldas, el título del club. O simplemente copiarlo y que les dieran por el culo.

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