Julia Navarro - Dime quién soy

Здесь есть возможность читать онлайн «Julia Navarro - Dime quién soy» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Современная проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

Dime quién soy: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Dime quién soy»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

La esperada nueva novela de Julia Navarro es el magnífico retrato de quienes vivieron intensa y apasionadamente un siglo turbulento. Ideología y compromiso en estado puro, amores y desamores desgarrados, aventura e historia de un siglo hecho pedazos.
Una periodista recibe una propuesta para investigar la azarosa vida de su bisabuela, una mujer de la que sólo se sabe que huyó de España abandonando a su marido y a su hijo poco antes de que estallara la Guerra Civil. Para rescatarla del olvido deberá reconstruir su historia desde los cimientos, siguiendo los pasos de su biografía y encajando, una a una, todas las piezas del inmenso y extraordinario puzzle de su existencia.

Dime quién soy — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Dime quién soy», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

– Señorita Garayoa, tenemos un informe de Madrid en el que se asegura que usted fue la última persona con la que se vio al capitán Kleist. Pasaron el día juntos en el campo, disfrutaron de una jornada de picnic y después el capitán desapareció.

– El capitán Kleist es un estimado amigo nuestro con el que, efectivamente, compartí una jornada campestre y después me acompañó a mi casa, donde nos despedimos. No le volví a ver, y lamento profundamente su desaparición.

– En la que naturalmente usted no tiene nada que ver. -Hoth jugaba al ratón y al gato.

– Desde luego que no. Le repito que el capitán Kleist es amigo del barón Von Schumann, que es quien nos presentó, y por tanto también es una persona apreciada por mí.

– ¿El capitán no le dijo dónde pensaba pasar el resto de la tarde?

– No, no me lo dijo. Yo estaba indispuesta y no hablamos demasiado en el camino de regreso a mi casa.

– ¿Y el capitán no regresó para interesarse por su salud?

– No, no lo hizo. Pasé el resto de la tarde con mis tíos, y me acosté pronto, puesto que al día siguiente debía iniciar mi regreso a Atenas. Creo que el portero ya le dijo a la policía que vio cómo el capitán Kleist y yo nos despedíamos en la puerta del ascensor y que ya no volví a salir de casa.

– Ya, ya, señorita, ¡pero los porteros también duermen! A las diez se retiró, de manera que si usted volvió a salir, o si el capitán regresó, es algo que él ignora.

– Mi familia puede corroborar lo que acabo de decir.

– ¿Y cómo podrían decir otra cosa? El testimonio de la familia no es concluyente, señorita.

– Le aseguro que no sé dónde está el capitán Kleist.

– Y tampoco estuvo con el coronel Jürgens la noche en que le asesinaron en Roma.

– Hubo dos testigos que descartaron que fuera yo quien estuvo aquella noche en la habitación del coronel Jürgens -respondió Amelia, conteniendo su indignación.

– Sí, dos testigos que habían bebido y que se cruzaron con una mujer por el pasillo del hotel; a mi juicio, no se debía haber considerado la declaración de esos testigos.

Amelia no contestó, sentía la mirada airada del coronel Winkler, que permanecía en silencio. Notaba la tensión de Max, su sufrimiento por no poder defenderla.

– Tendrá que quedarse aquí durante unos días. Necesito seguir el interrogatorio, pero ahora tengo otras cosas que hacer.

– La señorita Garayoa puede venir en el momento en el que usted disponga de ese tiempo; como sabe, se aloja en el hotel Gran Bretaña. Es innecesario que se quede aquí. -El alegato de Max no hizo mella en Hoth.

– Lo siento, coronel, pero soy yo quien decide el lugar en el que deben permanecer los sospechosos.

– ¿Sospechosos? ¿De qué se acusa a la señorita Garayoa? ¿De haber compartido una comida campestre con el capitán Kleist? Kleist es amigo mío, amigo nuestro, una persona muy querida por ambos. No tiene nada de qué acusar a la señorita Garayoa. Si necesita alguna aclaración, vuélvala a llamar y vendrá gustosamente.

Amelia estaba pálida, sin atreverse a intervenir. Sabía que dijera lo que dijese Max, Hoth no la dejaría marchar.

– Lo lamento, coronel, he de hacer mi trabajo. La señorita se quedará aquí.

Max se sintió impotente cuando dos subordinados de Hoth entraron en el despacho y se llevaron a Amelia.

– Le hago responsable de la seguridad de Amelia Garayoa -advirtió a Hoth.

– ¿Me hace responsable? Señor, esta mujer es sospechosa de la desaparición del capitán Kleist y mi obligación es hacerla hablar. Si interfiere en mi trabajo, seré yo quien le haga responsable de no permitir que la Gestapo descubra a una criminal.

– La señorita Garayoa no es una criminal y usted lo sabe.

– No, no lo sé, cuando lo sepa se lo haré saber. Ahora si me permite, tengo mucho trabajo. Desgraciadamente debo luchar contra los enemigos del Reich.

Amelia fue conducida al sótano de la mansión, donde la encerraron en una celda sin ventanas. Aquel lugar parecía haber sido un almacén.

Uno de los subordinados de Hoth la encadenó de pies y manos y la empujó a un rincón de la habitación.

– Así, quietecita, no tendrá tiempo para distraerse -le dijo, dejando al descubierto una dentadura en la que destacaban varios dientes de oro.

Ella ni siquiera protestó. Sabía lo que le esperaba, el horror de Varsovia se le hizo presente.

Allí, encerrada, perdió la noción del tiempo; no sabía si era de noche o ya había amanecido, no tenía modo de saberlo. Tampoco escuchó ningún ruido. Le dolían las manos y los tobillos por los grilletes. Sentía que los dedos se le hinchaban y tuvo ganas de gritar. Decidió no hacerlo, sabiendo que eso no era nada comparado con lo que le esperaba.

No supo cuánto tiempo había pasado cuando abrieron la puerta y el mismo hombre que la había encerrado le quitó los grilletes de los pies y le ordenó que le siguiera.

Apenas podía caminar. La hinchazón de los pies se había extendido a las piernas. Sentía un dolor agudo, pero volvió a decirse que lo peor estaba por llegar.

De nuevo la condujeron a la segunda planta, al despacho de Hoth. Estaba solo, y ordenó que se sentase en la silla que había ocupado el coronel Winkler.

– ¿Ha reflexionado? -le preguntó con un tono de voz neutro, como si no le importara la respuesta.

– Ayer le dije todo lo que sé -respondió ella.

– De modo que no quiere colaborar…

– No puedo decirle lo que no sé.

Él se encogió de hombros y apretó un timbre que tenía sobre la mesa. Entró el ayudante de Hoth seguido por Max. Amelia sintió un profundo alivio.

– Llévesela -dijo Hoth, dirigiéndose a Max von Schumann-. Le hago a usted responsable de que la señorita Garayoa no salga de Atenas sin la autorización de la Gestapo.

Max asintió, sosteniendo la mirada de hiena de Hoth.

– Nos volveremos a ver, la investigación no ha terminado.

Ayudada por Max, Amelia intentó mover los pies. Un paso, dos, tres pasos… cada paso le provocaba dolor en los pies deformados por la hinchazón.

Al salir del despacho se encontraron con el coronel Winkler, quien situándose delante de ellos, les obligó a pararse.

– Aún no ha ganado la partida, barón. Ha sido usted muy hábil pidiendo ayuda al médico del Reichsführer Himmler. Pero le aseguro que ni siquiera el Reichsführer podrá evitar que esta mujer pague por sus crímenes.

– ¡Apártese, Winkler! Y no se le ocurra volver a amenazarme.

Amelia no pudo evitar llorar cuando estuvieron en la calle.

– ¿Podrás caminar hasta el hotel? Sólo tenemos que cruzar la calle.

– Sí, creo que podré.

Cuando por fin llegaron a la habitación de Amelia, Max la ayudó a tumbarse sobre la cama y examinó cuidadosamente sus manos y tobillos.

– ¿Te han esposado?

– Sí, me colocaron unos grilletes en los pies y en las muñecas. No he podido moverme en todo el tiempo que he estado allí, no sé cuánto…

– Una tarde y una noche, Amelia, una eternidad.

– Te estoy inmensamente agradecida; temía volver a pasar por lo de Varsovia y no sabía si sería capaz de aguantarlo: habría terminado declarándome culpable de lo que hubieran querido.

– En realidad te ha salvado Kleist, indirectamente.

– ¿Kleist? ¡Ha aparecido! -gritó Amelia, sorprendida.

– No, no exactamente. Mi ayudante Hans recordó que, cuando lo de Varsovia, Kleist había hablado de presentar tu caso a Félix Kersten.

– ¿Quién es Félix Kersten? ¿Es el médico al que se ha referido Hoth?

– No, no es médico, aunque le tratan como tal. Es… es un hombre peculiar, nació en Estonia y tiene fama de ser muy hábil en la terapia manual.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «Dime quién soy»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Dime quién soy» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Отзывы о книге «Dime quién soy»

Обсуждение, отзывы о книге «Dime quién soy» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x