Era la segunda vez que la mamaíta venía a buscarlo.
Ella bajó la ventanilla y le dijo:
– ¿Sabes por qué han metido a mamaíta en la cárcel esta vez?
– ¿Por cambiar los colores del tinte para el pelo? -dijo él.
Véase también: agravio malicioso.
Véase también: asalto en segundo grado.
Se inclinó para abrir la portezuela y empezó a hablar sin parar. Durante días enteros.
Si alguna vez vas al Hard Rock Cafe, le explicó, y anuncian que «Elvis ha salido del local», quiere decir que todos los camareros tienen que ir a la cocina y averiguar qué platos especiales se han terminado.
Esas son las cosas que la gente te dice cuando no te está diciendo la verdad.
En los teatros de Broadway, «Elvis ha salido del local» quiere decir incendio.
En una tienda de comestibles, llamar al señor Cash equivale llamar a un guardia jurado armado. Anunciar «Llegada de mercancías en Ropa de Señoras» quiere decir que hay alguien robando en ese departamento. Otras tiendas llaman a una mujer ficticia llamada Sheila. «Sheila a la entrada» quiere decir que alguien está robando en la entrada de la tienda. El señor Cash, Sheila y la enfermera Flamingo siempre quieren decir malas noticias.
La mamaíta apagó el motor, se sentó con una mano aguantando el volante recto y con la otra chasqueó los dedos para que el niño le repitiera la lección. Tenía los orificios nasales llenos de sangre seca. Por el suelo del coche había pañuelos de papel arrugados y llenos de más sangre seca. La guantera tenía salpicaduras de sangre de cada vez que ella estornudaba. Había más sangre todavía en la parte de dentro del parabrisas.
– Nada de lo que te enseñan en la escuela es tan importante como esto -le dijo ella-. Esto que estás aprendiendo aquí te va a salvar la vida.
Chasqueó los dedos:
– ¿El señor Amond Silvestiri? -dijo ella-. Si lo llaman, ¿qué quiere decir?
En algunos aeropuertos, llamarlo quiere decir que hay un terrorista con una bomba.
«Señor Amond Silvestiri, por favor, reúnase con su grupo en la puerta diez del vestíbulo D» quiere decir que ahí es donde los tipos de SWAT van a encontrar a su hombre.
La señora Pamela Ransk-Mensa quiere decir un terrorista en el aeropuerto con solamente una pistola.
«Señor Bernard Wellis, por favor, reúnase con su grupo en la puerta dieciséis del vestíbulo F» quiere decir que alguien tiene un rehén con un cuchillo en la garganta.
La mamaíta echó el freno de mano y chasqueó otra vez los dedos:
– Rápido como una liebre. ¿Qué quiere decir la señorita Terrilynn Mayfield?
– ¿Gas nervioso? -dijo el niño.
La mamaíta negó con la cabeza.
– No me lo digas -dijo el niño-. ¿Un perro rabioso?
La mamaíta negó con la cabeza.
Fuera del coche, el apretado mosaico de coches los rodeaba por completo. Los helicópteros surcaban el aire sobre la autopista.
El niño se dio un golpecito en la frente:
– ¿Un lanzallamas?
La mamaíta dijo:
– Ni siquiera lo estás intentando. ¿Quieres una pista?
– ¿Sospechoso de llevar drogas? -dijo, y luego-: Bueno, dame una pista.
Y la mamaíta dijo:
– La señorita Terrilynn Mayfield… Piensa en vacas y caballos.
Y el niño gritó:
– ¡Ántrax! -se dio con el puño en la frente y dijo-: Ántrax. Ántrax. Ántrax. -Se dio en la cabeza y dijo-: ¿Cómo puedo olvidarlo tan deprisa?
Con su mano libre la mamaíta le revolvió el pelo y dijo:
– Lo estás haciendo bien. Solo con que recuerdes la mitad sobrevivirás a la mayoría de gente.
En todas partes a donde iban, la mamaíta encontraba atascos de tráfico. Escuchaba los boletines de la radio que advertían acerca de adonde no ir y así encontraba los embotellamientos. Las detenciones totales del tráfico. Los colapsos circulatorios. Buscaba los coches incendiados o los puentes levadizos abiertos. No le gustaba conducir deprisa, pero quería parecer ocupada. En los atascos no podía hacer nada y no era culpa de ella. Quedaban atrapados. Escondidos y a salvo.
La mamaíta dijo:
– Ahora uno fácil. -Cerró los ojos y sonrió. Luego los abrió de nuevo y dijo-: En cualquier supermercado, ¿qué quiere decir cuando piden monedas pequeñas en la caja cinco?
Los dos llevaban la misma ropa que el día en que ella lo había recogido en la escuela. Siempre que llegaban a un motel y él se arrastraba hasta la cama, la mamaíta chasqueaba los dedos y le pedía los pantalones, la camisa, los calcetines y los calzoncillos y él le iba pasando toda la ropa desde debajo de las mantas. Cuando se la devolvía por la mañana, a veces estaba lavada.
Cuando un cajero pide monedas pequeñas, dijo el niño, quiere decir que hay una mujer guapa en la cola y que todo el mundo tiene que ir a mirarla.
– Bueno, hay más que eso -dijo la mamaíta-, pero sí.
A veces la mamaíta se quedaba dormida apoyada en la portezuela del coche y el resto de coches se marchaban dejándolos solos. Si el motor estaba encendido, en la guantera se encendían toda clase de luces rojas que el niño no había visto nunca y que alertaban de toda clase de emergencias. En aquellas ocasiones salía humo de la rejilla del capó y el motor se paraba solo. Los coches de detrás les tocaban el claxon. La radio hablaba de un atasco nuevo, de un coche averiado en el carril central de la autopista que bloqueaba el tráfico.
Con la gente tocando el claxon y mirándolos por las ven- lanillas, y con la radio hablando de ellos, el niño estúpido se creía que aquello era ser famoso. Hasta que el claxon despertaba a la mamaíta, el niño estúpido no hacía más que saludar a la gente con la mano. Pensaba en el Tarzán gordo con su mono y sus cacahuetes. En el hecho de que el tipo pudiera seguir sonriendo. En el hecho de que la humillación solamente es humillación cuando uno elige sufrir.
El niño respondía con sonrisas a las caras furiosas que lo miraban.
Y les lanzaba besos.
Cuando un camión hizo sonar el claxon la mamaíta se despertó sobresaltada. Luego se tranquilizó y se pasó un minuto apartándose el pelo de la cara. Se llevó un tubito de plástico a un orificio nasal e inhaló. Pasó otro minuto de inactividad antes de que se sacara el tubito y mirara con los ojos entrecerrados al niño que tenía sentado a su lado en el asiento del pasajero. Miró con los ojos entrecerrados todas las nuevas luces rojas que se habían encendido.
El tubito era más pequeño que su pintalabios, con un agujero para inhalar en un extremo y algo que apestaba en el interior. Después de que ella inhalara siempre quedaba algo de sangre en el tubo.
– ¿En qué curso estás? -dijo ella-. ¿En primero? ¿En segundo?
En quinto, dijo el niño.
– ¿Y en esta fase cuánto pesa tu cerebro? ¿Seis kilos? ¿Siete?
En la escuela sacaba sobresalientes.
– ¿Y eso qué quiere decir? -dijo ella-. ¿Que tienes siete años?
Nueve.
– Bueno, Einstein, todo lo que te han dicho esos padres adoptivos tuyos -dijo la mamaíta-, puedes olvidarlo ahora mismo.
Ella dijo:
– Esas familias adoptivas no saben lo que es importante.
Justo encima de ellos volaba un helicóptero y el niño se inclinó hacia delante para mirar hacia arriba a través de la franja tintada de azul en la parte superior del parabrisas.
La radio hablaba de un Plymouth Duster dorado que estaba bloqueando el carril central de la carretera de circunvalación.
– A la mierda la Historia. La gente más importante que tienes que conocer es toda la gente falsa -dijo la mamaíta.
La señora Pepper Haviland quiere decir el virus Ebola. El señor Turner Anderson quiere decir que alguien acaba de vomitar.
La radio dijo que varias patrullas de emergencia estaban de camino para apartar el coche averiado.
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