En primavera de 2001, Manson planea publicar su primera novela, titulada Holy Wood, un relato que abarcará sus tres primeros discos. En el desván, sentado en el suelo e inclinado hacia la luz azul de su ordenador portátil, me lee en voz alta el primer capítulo, una historia mágica, surrealista y poética, trufada de detalles y sin ningún parecido con la narrativa tradicional y aburrida. Fascinante, aunque de momento alto secreto.
Reparte su séptima carta: la Suma Sacerdotisa.
– Esta… -dice-, no sé qué pensar de esta.
A la gente que viene a entrevistar a Manson, su publicista les pide que no publiquen el hecho de que se pone de pie cada vez que una mujer entra o sale de la sala. Después de que una lesión de espalda dejara a su padre inválido, Manson les compró a sus padres una casa en California y ahora los mantiene. Cuando se registra en un hotel, usa el nombre de «Patrick Bateman», el asesino en serie de la novela American Psycho de Bret Easton Ellis.
Reparte su octava carta:
– El Mundo -dice-. Colocada aquí de forma adecuada, representa los factores ambientales o externos que pueden neutralizarlo a uno.
Dice:
– Tuve una experiencia enormemente interesante en Dublín. Como es un sitio tan católico, hice una actuación allí dentro de mi gira europea. Tenía una cruz hecha de televisores que estallaban en llamas y luego salía yo, que básicamente estaba desnudo salvo por la ropa interior de cuero. Llevaba el cuerpo pintado como si estuviera quemado. Salí al escenario mientras la cruz estaba en llamas y vi que la gente de la primera fila apartaba la cara y miraba en otra dirección. Así de ofendidos estaban, y es increíble que alguien pudiera estar tan ofendido, que apartaran la cara y miraran para otro lado. Cientos de personas.
Manson reparte su novena carta: la Torre.
– La Torre es una carta muy mala -dice-. Representa la destrucción, pero de la forma en que esto se lee, figura que voy a tener que luchar básicamente contra todo el mundo. Va a ser una lucha revolucionaria y se va a producir alguna clase de destrucción. El hecho de que el resultado final sea el Sol quiere decir que es probable que el destruido no sea yo. Será probablemente la gente que se interponga en mi camino.
Sobre su novela, dice:
– Si coges toda la historia desde el principio ves que es paralela a mi historia, pero está contada con metáforas y distintos símbolos que he pensado que otra gente puede utilizar. Trata sobre ser inocente e ingenuo, en gran medida como estaba Adán en el Paraíso antes de caer en desgracia. Y sobre comprender algo como «Holy Wood» [Madera sagrada], que he usado como metáfora para representar lo que la gente cree que es un mundo perfecto, el ideal con el que todos hemos de compararnos, la forma en que se supone que tenemos que actuar y el aspecto que hemos de tener. Y trata sobre querer, durante toda la vida, formar parte de un mundo que no considera que encajes, al que no le caes bien, que te machaca a cada paso que das, y a pesar de todo tú luchas y luchas y luchas hasta que lo consigues y entonces te das cuenta de que toda la gente que te rodea era la gente que al principio te machacaba. Así que automáticamente odias a todo el mundo que te rodea. Los detestas por hacerte formar parte de este juego en el que no te dabas cuenta de que te estabas metiendo. En cierto sentido has cambiado una celda por otra.
»Esa acaba siendo la revolución -dice-. Ser lo bastante idealista como para creer que puedes cambiar el mundo, y descubrir que lo único que puedes hacer es cambiarte a ti mismo.
McGowen llama desde el aeropuerto y promete llamar otra vez cuando aterrice su avión. Dentro de una semana Manson partirá rumbo a Japón. Dentro de un mes empezará una gira mundial en Mineápolis. La primavera que viene su novela cerrará la década anterior de su vida. Y después de eso volverá a empezar.
– En cierta forma es como… no como una carga pero sí como si me quitara un peso de encima al dejar reposar un proyecto a largo plazo -dice-. Eso me da la libertad para ir a cualquier parte. Me siento en gran medida como hace diez años cuando monté la banda. Siento el mismo impulso, la misma inspiración y el mismo desprecio hacia el mundo que me da ganas de hacer algo que haga pensar a la gente.
»El único miedo que tengo es el miedo a no ser capaz de crear, a no tener inspiración -dice Manson.
»Puede que fracase, y puede que esto no funcione, pero por lo menos soy yo quien elige hacerlo. No es algo que haga porque no me queda más remedio.
Manson reparte su última carta: el Sol.
Los dos boston terriers están encogidos, durmiendo sobre una butaca de terciopelo negro.
Y me dice:
– Este es el resultado final, el Sol, que representa la felicidad y el cumplimiento de grandes ambiciones.
(Bodhisattvas)
– Volamos desde Miami a Tegucigalpa -dice Michelle Keating-, y luego pasamos cinco días de terror. Había minas antipersona. Había serpientes. Había gente que se moría de hambre. El alcalde de Tegucigalpa se había matado la semana antes en un accidente de helicóptero.
Keating mira las fotografías de un montón de álbumes y dice:
– Fue el huracán Mitch. Yo nunca había imaginado que presenciaría un desastre semejante.
En octubre de 1998 el huracán Mitch arrasó la República de Honduras con vientos de doscientos noventa kilómetros por hora y días enteros de lluvias torrenciales, con sesenta y cinco centímetros cúbicos en un solo día. Murieron 9.071 personas en Centroamérica, 5.657 de ellas en Honduras, donde sigue habiendo 8.058 personas desaparecidas. Un millón cuatrocientas mil personas se quedaron sin casa y el setenta por ciento de las cosechas del país quedaron destruidas.
En los días posteriores a la tormenta la ciudad de Tegucigalpa era una cloaca abierta, atiborrada de barro y de cadáveres. Hubo un brote de malaria. También de dengue. Las ratas transmitían la leptospirosis, que causa fallos hepáticos y renales y la muerte. En aquella ciudad de mineros, situada a mil quinientos metros sobre el nivel del mar, un tercio de los edificios quedaron destruidos. El alcalde de la ciudad murió mientras inspeccionaba los daños en helicóptero. Los saqueos se generalizaron.
A ese país donde el cincuenta por ciento de los seis millones y medio de personas viven por debajo del nivel de pobreza establecido por las Naciones Unidas y el treinta por ciento de la población está desempleada, fueron Michelle Keating y su golden retriever, Yogi, a ayudar a encontrar a los muertos.
Michelle mira una foto de Yogi sentado en un asiento de la American Airlines, comiéndose un menú de avión que tiene en una bandeja delante.
Refiriéndose a otro voluntario del equipo de búsqueda y rescate, me dice:
– Harry me dijo: «Esta gente tiene hambre y es posible que intenten comerse a tu perro». Volvía a casa en coche de una reunión con él y empecé a decirme: «¡No quiero morir!». Pero sabía que sí quería ir.
Mira varias fotos del cuartel de bomberos de Honduras donde dormían. Habían llegado perros entrenados para el rescate de México, pero no eran de gran ayuda. A las dos de la madrugada se había desmoronado un embalse que había por encima de la ciudad.
– Una ola de doce metros lo había arrasado todo y después se había retirado dejando atrás nada más que un lodazal increíblemente profundo -dice Keating-. Allí donde el agua y el barro habían tocado un cadáver se habían impregnado de su olor. Y era eso lo que estaba confundiendo a los perros mexicanos. Los olores los llamaban desde todas partes.
Mirando las fotos del río Choluteca, crecido y fangoso, dice:
– Había dengue. Había gérmenes. Allí donde uno fuera, olía a cadáver. Y Yogi tampoco pudo librarse, y ya no movía la cola para nada. Había carestía de agua, pero nosotros lo lavábamos todo siempre que podíamos.
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