En las fotografías aparece gente quitando con palas el barro de las calles a cambio de comida del gobierno. El olor de los muertos era «acre», dice Keating.
– Se notaba en la boca.
Y dice:
– Murieron diez mil personas por todo el país y un buen porcentaje de ellos estaba aquí, en Tegucigalpa, porque también hubo corrimientos de tierra. Primero está la gente que murió ahogada por la ola de doce metros que arrasó la ciudad. Y luego se hundió el campo de fútbol.
Me enseña fotos de salas a oscuras, llenas de barro y muebles rotos. Dice:
– El primer día fuimos a un restaurante chino donde había muerto una familia. El departamento de bomberos tenía que excavar, y lo que nosotros podíamos hacer era ahorrarles un montón de tiempo, y de dolor, porque podíamos señalar exactamente dónde estaban. En el restaurante chino nos pusimos protector labial mentolado debajo de la nariz, mascarillas y cascos con luz porque estaba oscuro. Toda la comida, como el cangrejo, estaba por el suelo, las cloacas se habían desbordado y el barro llegaba hasta las rodillas. Y estaba todo lleno de pañales sucios. Así que Yogi y yo fuimos hasta la cocina y yo pensé: «Madre mía, ¿qué vamos a encontrar?».
En las fotos lleva un casco de minero con una luz montada en la parte de delante y una mascarilla quirúrgica de gasa.
– Toda la ropa y los efectos personales de aquella gente estaban incrustados en el barro -dice-. Su vida entera.
Encontraron los cadáveres aplastados y retorcidos:
– Resultó que estaban debajo de una tarima. Era una tarima del restaurante sobre la que había sillas y mesas y el agua los había arrastrado hasta allí.
Michelle está sentada en el sofá de su sala de estar, con los álbumes de fotos en una mesa delante de ella. Yogi está sentado en el suelo a su lado. Otro golden retriever, Maggie, está sentado en un sillón de fumar al otro lado de la sala. Los dos perros tienen cinco años y medio. Maggie procede de un refugio de animales donde la encontraron, enferma y muerta de hambre, al parecer abandonada por un criador después de que hubiera dado a luz a tantas carnadas que ya no podía parir más.
A Yogi se lo vendió un criador cuando tenía seis meses y no podía caminar.
– Resultó que tenía displasia de las articulaciones del codo -dice-. Y hace un par de años lo llevé a un veterinario de Eugene, que lo operó para que pudiera caminar. El veterinario le recolocó la articulación del codo. Lo que pasaba era que aquella pequeña articulación tenía que funcionar como puntal, pero en cambio estaba recibiendo todo el peso y se estaba fragmentando, y al perro le resultaba muy doloroso.
Mira a la perra que está en el sillón y dice:
– Maggie es más bien del tipo rojizo y pequeño. Debe de pesar unos treinta kilos. Yogi es de los grandes, rubios y peludos. En invierno llega a los cuarenta y cinco kilos. Tiene el típico trasero grande y dorado.
Mira las fotos más antiguas y dice:
– Hace unos ocho años tenía un perro llamado Murphy. Era una mezcla de border collie y pastor australiano, un perro increíble, y pensé: «Es una buena manera de practicar obediencia con él y de paso conocer gente». Yo estaba trabajando en la Hewlett-Packard, en una oficina, así que necesitaba algo distinto.
Y dice:
– Cuanto más lo hacía, más me intrigaban los casos. Empezó como algo centrado en la obediencia del perro y terminó siendo algo por lo que sentía más que pasión.
En las fotos de Honduras, Michelle y Yogi trabajan con otro voluntario, Harry Oakes Jr., y con su perra Valerie, una mezcla de collie de pelo largo, schipperke y kelpie. Oakes y Valerie ayudaron a inspeccionar las ruinas del Tribunal Federal después del atentado de Oklahoma City.
– Cuando Valerie huele un cadáver, o lo que sea que esté buscando, se pone a ladrar. Es muy expresiva. Yogi mueve la cola y se excita mucho, pero apenas ladra. Si es una víctima que ha muerto, se pone a gemir. Baja la cola y reacciona como con preocupación.
Dice:
– Valerie se pone histérica y se echa a llorar. Y si el suelo es de barro y hay alguien enterrado debajo, se pone a cavar. O si es agua, se tira al agua.
Mira las fotos de las casas derruidas y dice:
– Cuando alguien está preocupado o furioso o algo así, libera epinefrina. Cuando tiene lugar un acto violento o una muerte, se produce una emisión más intensa de ese mismo olor. Además de los gases y fluidos que hubiera en el cuerpo cuando murió. Ya te puedes imaginar lo importante que eso debía de ser para la manada cuando estos animales vivían en libertad. Para un animal, ese olor quiere decir: «Aquí ha habido una muerte. Han matado a un miembro de mi manada». Y se angustian especialmente cuando se trata de un humano, porque somos parte de su manada.
Dice:
– Un noventa por ciento del adiestramiento para búsquedas y rescates consiste en que el humano aprenda a reconocer lo que el perro está haciendo de forma natural. Ser capaz de leer a Yogi cuando está preocupado.
»La obediencia les deja claro que tú estás al mando -dice-. Luego les escondes juguetes. Yo todavía lo hago. Y les encanta. Hacen carreras para ver quién lo encuentra primero. Lo siguiente que haces es que alguien sujete al perro mientras tú vas y te escondes. Y así vas planteando situaciones cada vez más complejas. Ellos buscan un rastro. Si no han visto adonde has ido, te pueden oler.
Mira la foto de un grupo de hombres y dice:
– Esta es la brigada de bomberos venezolana. Decíamos que éramos el equipo de rescate panamericano.
Señalando otra foto, dice:
– Esta es la zona que llamábamos el «cementerio de coches».
Refiriéndose a una enorme ladera derrumbada de lodo, dice:
– Este es el campo de fútbol que se hundió.
Sobre otra foto del interior de una casa llena de barro, dice:
– Dentro de esta casa que había sido saqueada las paredes estaban llenas de huellas de manos. Por todas partes donde los saqueadores habían apoyado las manos para mantener el equilibrio.
Formando una amplia cenefa a lo largo de las paredes hay incontables huellas perfectas de manos impresas en barro marrón.
En otras fotos aparecen las salas donde Yogi encontró cuerpos enterrados bajo las paredes caídas, bajo los colchones.
Una foto muestra un vecindario de casas desplomadas por la ladera de un abrupto barranco de lodo.
– Esto es en la colina donde las casas se habían derrumbado -dice-. Había cientos de historias por las cuales la gente no quería marcharse. No querían que los saqueadores se llevaran sus cosas. Una mujer con niños dijo que su marido se había ido a un bar y le había dicho que se quedara allí. Historias trágicas y terribles.
Otra foto muestra a Valerie durmiendo en la parte de atrás de una camioneta. Parece pequeña en comparación con el enorme montón de bolsas de plástico negras que tiene al lado.
Michelle dice:
– Esta es Valerie con las bolsas de transporte de cadáveres, agotada.
Me habla de su primera búsqueda y me cuenta:
– Fue en Kelso, donde había desaparecido la esposa de un tipo. Se rumoreaba que la mujer tonteaba con toda clase de gente que pasaba por su casa. Así que nos dirigimos a su granja, que estaba impecablemente cuidada. Con caballos y pastos y un toro. Los perros emitieron una impresionante alerta de muerte en el establo. Bajaron la cola y se mearon. No paraban de tragar saliva. La reacción natural es defecar, además de mear, gemir y llorar. Creo que es algo que les da náuseas. Yogi se apartó. No quería ni acercarse. Valerie fue hacia allí y se puso a cavar sin dejar de ladrar, y se puso frenética porque estaba intentando comunicar algo: «¡Está aquí!».
»El niño de aquella familia, que tenía unos cuatro años, dijo a su abuela algo así como: “Papá ha puesto a mamá bajo el agua”, luego se lo llevaron y ya nadie consiguió quedarse a solas con él.
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