Array Array - Atlas de geografía humana
Здесь есть возможность читать онлайн «Array Array - Atlas de geografía humana» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Современная проза, на русском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.
- Название:Atlas de geografía humana
- Автор:
- Жанр:
- Год:неизвестен
- ISBN:нет данных
- Рейтинг книги:3 / 5. Голосов: 1
-
Избранное:Добавить в избранное
- Отзывы:
-
Ваша оценка:
- 60
- 1
- 2
- 3
- 4
- 5
Atlas de geografía humana: краткое содержание, описание и аннотация
Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Atlas de geografía humana»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.
Atlas de geografía humana — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком
Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Atlas de geografía humana», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.
Интервал:
Закладка:
Aquella noche me acosté con Said en el cobertizo de las herramientas como si nada hubiera pasado, y sin embargo, nunca he olvidado a aquella niña, y nunca he olvidado a su padre, a pesar de la trivialidad de aquella historia, a pesar de la amargura de aquel helado imposible, nunca, y no sé por qué, la verdad es que no lo entiendo, pero todavía, alguna vez, cuando menos me lo espero, me encuentro pensando en la hija de Said, pensando en su padre.
Los ojos de Said, rasgados y negrísimos, risueños, me miraban también aquella mañana hasta que decidí ahuyentarlos abriendo mis propios ojos. Forito, tendido sobre el costado derecho, dormía aún, la sábana cubriéndolo casi por completo, consintiéndome apenas ver su nuca, el pelo blanquecino que raleaba sobre su cráneo, una cabeza de anciano, me dije, antes de reprocharme con dureza el imperdonable arrebato que me había empujado hacia sus brazos sólo unas horas antes. Decidida a reconquistar lo antes posible el fabuloso territorio que Alejandra Escobar había cedido a la realidad en una sola noche, me levanté deprisa, posando los dos pies en el suelo al mismo tiempo como una íntima promesa de determinación, pero cuando rodeé la cama para abrir las cortinas, confiando a la luz del sol el esfuerzo de inaugurar un día nuevo y distinto, ajeno a la memoria de la noche anterior, vi los zapatos que Forito había colocado con mucho cuidado al pie de la cama antes de acostarse, uno al lado del otro y ambos perfectamente alineados, con su correspondiente calcetín dentro, como los zapatos de un niño que se ha dormido esperando la llegada de los Reyes Magos, y sucumbí sin condiciones a la ternura de aquel objeto, un par de zapatos marrones medio muertos ya de puro viejos, a punto de reventar por las costuras. Él abrió los ojos justo en aquel momento, y le sonreí sin llegar a ser muy consciente de querer hacerlo. Sin embargo, su sonrisa me devolvió lo mejor de la noche pasada, un amante atento, cariñoso y confiado, casi lo mejor a lo que he podido aspirar nunca.
—Buenos días —me saludó con su voz rota, invitándome con la mano a sentarme en el borde de la cama, y deseé que metiera la pata, que dijera cualquier cosa inconveniente, que decidiera por mí, que se expulsara a pulso de mi vida, pero cogió una de mis manos entre las suyas, la acarició con dedos ligeros, y volvió a sonreír, tímidamente—. ¿Qué tal estás?
—Bien —dije, bajando la cabeza para no afrontar el brillo de sus ojos—. Pero voy a–a hacer el desayuno o llegaremos ta–arde a trabajar…
Cuando le vi entrar por la puerta de la cocina, tan elegante como lo había encontrado en el bar del Ritz, el traje de lino crudo, la camisa rosa, la corbata amarilla con dibujos menudos, me asombré de cuánto puede mejorar cualquiera, si no con la felicidad, sí al menos con la buena suerte, y
mientras servía el café, sin captar el carácter específicamente íntimo de aquella acción hasta después de haberla emprendido, pensé que tal vez se habían terminado las Navidades para mí sola, las vacaciones para mí sola, los cumpleaños para mí sola, y registré una sensación nueva, rarísima, como si dentro de mi pecho creciera una esponja que se expandiera sin cesar, mi cuerpo relleno de otro cuerpo de algodón ingrávido, un parásito placentero que lo devoraba todo generando a cambio una extraña serenidad. Sin embargo, no cambié ni una coma del discurso que había preparado a solas, mi atención aparentemente dividida entre la cafetera y el tostador.
—M–mira, Foro… —empecé, amontonando las migas con el dedo índice en una esquina de la mesa, sin atreverme a mirarle pero decidida a no volver a llamarle Forito nunca más—, he pensado que es mejor que no cuentes na–ada de esto en la editorial, ¿sa–abes?, porque la gente…, bueno, ya sa–abes cómo es, y no tendría ninguna gracia que empezaran a–a hacernos chistes, en fin, eso es lo que yo…
—Como tú quieras —dijo, y le miré por fin, y vi que me sonreía, y eso terminó de ponerme nerviosa.
—Bueno, quiero decir a–ahora, hoy, ma–añana… Porque al fin y al cabo tampoco ha pasado na–ada… todavía, quiero decir, no sé, n–no me gustaría que pensaras que yo… En fin, que no sé qué opinas tú, pero yo creo que es mejor que no se entere nadie… De m–momento por lo menos… Me pa–arece…
—Que sí, que lo que tú quieras —insistió, tan sonriente como antes, y me di cuenta de que mi mala conciencia había empezado a jugarme malas pasadas.
Nos separamos en el portal, porque él tenía que pasar por su casa a recoger unas fotos, y me subí en el autobús hecha un lío. Cuando bajé, media hora después, no tenía las cosas ni una pizca más claras, y los ordenadores se negaron a echarme una mano. Habría dado cualquier cosa por una buena avería, una catástrofe de las que me sacaban de quicio cualquier otro día, un monstruoso rompecabezas informático capaz de sorberme el seso como si alguien estuviera aspirándolo con una pa–jita, pero no pasó nada, todas las máquinas estaban a punto, todos los sistemas funcionando, todos los periféricos, sumisos como nunca, se mantenían dócilmente a la expectativa del menor de mis caprichos, y el trabajo pendiente, la maquetación de las columnas de apoyo del sexto tomo, era mecánico y aburrido como pocos, así que no me quedó más remedio que cargar con mi propia cabeza, contar con paciencia las bur–bujitas que predecían su inminente estado de ebullición, y esperar.
Ya me había alarmado en vano un montón de veces cuando una ligera y repentina inquietud, como el presentimiento de otros ojos, me obligó a levantar la vista de la pantalla para dirigirla a las paredes de cristal de mi pecera, y allí le encontré, con la misma ropa de domingo y un nuevo control en el rostro, mirándome. Cuando obtuvo el pequeño premio de mi mirada, tosió ligeramente con la mano sobre la boca, improvisando una torpe táctica de distracción, y desapareció inmediatamente por mi derecha. En esto, como en todo lo demás, se portó siempre como un caballero, respetando las reglas que yo había impuesto con un escrúpulo que a veces parecía rayar en el temor. Por eso, porque sospechaba que la misión de no defraudarme era muy importante para él, siempre que le pillaba mirándome a hurtadillas, o le veía apartarse para dejarme sitio en un pasillo mucho antes de llegar al punto en el que íbamos a cruzarnos, o me sorprendía de la rapidez con que desviaba la mirada si nos encontrábamos en un ascensor, dejaba de pensar por un instante en mi propia confusión para preguntarme qué sentiría él en realidad, qué pensaría de mí, qué papel me habría asignado en su vida si es que él era como yo, incapaz de aceptar lo que el azar le ponía delante sin buscarse por su cuenta problemas que tal vez ni siquiera existieran. Entonces recordaba las bromas amables, inofensivas, casi tradicionales, con las que el resto del equipo celebraba los síntomas de la predilección que Foro solía mostrar hacia mí, las canciones que tarareaba cuando me veía aparecer, el gesto automático de adelantarse a pagarme el café o los imprevisibles accesos de timidez que le asaltaban sin motivo cuando me sumaba por sorpresa a la conversación más inocente. Rosa había afirmado siempre que estaba enamorado de mí, y Ramón la secundaba con tanto entusiasmo que
más de una vez, en los tiempos en los que tener razón o no tenerla me daba exactamente lo mismo, llegué incluso a pensar que tal vez supiera algo que no quería contarme, pero que entonces, tan poco me interesaban los sentimientos de Foro, ni siquiera se me ocurrió preguntar. Después de la noche del Ritz, en cambio, porque las cosas por fin habían cambiado aunque todavía no hubiera logrado precisar en qué dirección, la idea me gustaba y me aterraba a partes iguales, tan milimétricamente equilibradas como para animarme a seguir con la boca cerrada. Y sin embargo, había cosas que me daban más miedo que el amor de Forito.
Читать дальшеИнтервал:
Закладка:
Похожие книги на «Atlas de geografía humana»
Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Atlas de geografía humana» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.
Обсуждение, отзывы о книге «Atlas de geografía humana» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.