Array Array - Atlas de geografía humana

Здесь есть возможность читать онлайн «Array Array - Atlas de geografía humana» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Современная проза, на русском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

Atlas de geografía humana: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Atlas de geografía humana»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

Atlas de geografía humana — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Atlas de geografía humana», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Mi idilio con Said se prolongó hasta el final de mi estancia en Hammamet, acumulando noche tras noche etapas siempre parecidas, casi idénticas entre sí. Los días dejaron de tener importancia hasta el punto de convertirse en un engorro, un ineludible contratiempo, el paréntesis que de repente me apetecía llenar renunciando a la playa para jugar al dominó con Jonah o fingir que leía en el porche de mi bungalow, con la vaga esperanza de distinguirlo a lo lejos, transportando un motor o recortando un seto. Al atardecer amanecía el día verdadero, el tiempo de las cosas importantes, el plazo de la vida. Un par de horas antes de cenar, me encerraba en el cuarto de baño para bañarme, lavarme la cabeza y pintarme lo mejor que sé, que no es mucho, mientras meditaba con cuidado la ropa que me pondría para ir a cenar. En la mesa, Guido y Cario, los únicos residentes que llegaron a estar en el secreto, celebraban ruidosamente mi aspecto, hacían bromas, me pedían detalles, colaboraban en mi euforia a su manera. Luego, alejándome discretamente de la animación, paseaba por los alrededores de la piscina esperando la aparición de Said. Y Said siempre apareció, siempre llegó a tiempo para llevarme con él a la cama de hierro del cobertizo de las herramientas. Aunque para mí fueran bastante, nuestros encuentros eran muy breves. Nunca dormimos juntos. Él decía que tenía que volver a su casa, en el pueblo, y yo jamás le pregunté por qué, ni siquiera se me ocurrió preguntármelo a mí misma, y llegué a lamentarlo, porque lo que ocurrió tal vez me habría

resultado más fácil si hubiera sentido la necesidad de hacerme y de hacerle preguntas.

El viernes por la mañana lo vi aparecer detrás del bar, llamándome con un gesto del dedo índice. Tengo la tarde libre, me dijo, y he pensado que podríamos ir al pueblo, tomar algo, puedo enseñártelo todo y luego llevarte a cenar pescado al bar de un amigo mío, pura cocina árabe, precisó, no esta mierda… A las siete en punto me lo encontré, muy sonriente, en una de las puertas laterales del club, acelerando en vacío el motor de una Vespa cochambrosa, con un bollo enorme encima de la rueda de atrás y mordiscos de óxido por todas partes. Una cuerda, destinada a sujetar algo que no fui capaz de identificar cruzaba en diagonal la zona delantera y el asiento de plástico estaba tan rajado como si un psicópata se hubiera hartado de darle cuchilladas, pero era su moto, me había hablado alguna vez de ella, parecía muy orgulloso de poseerla, y no tenía motivos para decepcionarle, así que sonreí yo también, todo lo que pude, antes de sentarme a su espalda y abrazarle fuerte, porque ya presentía que viajar en aquel cacharro sería lo mismo que sentarse encima de las aspas de una batidora.

Nos detuvimos en una calle corriente, ni ancha ni estrecha, ante una hilera de casas encaladas de tamaño y aspecto parecidos. Said se entretuvo en asegurar la moto a un poste con una cadena, y luego me dirigió, sus manos sobre mis hombros, hasta apoyarme en una pared, lo suficientemente cerca de la moto como para disuadir a un merodeador, pero lo suficientemente lejos como para que cualquier paseante despistado no me vinculara a la fuerza con aquella ruina. Después, a modo de explicación, se tiró de la camisa blanca con la que siempre le había visto, voy a cambiarme, dijo, espera aquí. Le vi cruzar la calle con sus andares de James Bond de bajo presupuesto y entrar en una de aquellas casas, ni mejor ni peor que las demás, y durante un cuarto de hora no pasó nada más y apenas nadie, una pandilla de niños que me miraron sin mucha curiosidad y una anciana velada que parecía ir hablando para sus adentros. Los gritos me pillaron desprevenida, tanto que ni siquiera me esforcé en averiguar de donde venían, pero se hicieron más altos, más frecuentes, más violentos, y reconocí la voz de Said un minuto antes de verle salir, peinándose con un esmero incompatible con la furia que incendiaba sus ojos.

Llevaba unos vaqueros muy nuevos, planchados con raya, y una camisa Lacoste color salmón, que fue por donde le agarró la mujer que salió de la casa detrás de él, una chica muy guapa, mucho más guapa que yo, y muy joven, más joven incluso que él, que era quien más chillaba, y lo hacía con tanto calor, con tanta rabia, con un convencimiento tan rayano en la desesperación, que al principio no llegué a ver a los dos niños pequeños que debían de haber salido con ella para buscar cobijo en la sombra de su cuerpo, abrazados los dos a las piernas de su madre hasta que ella les obligó a salir y les empujó hacia mi amante. Él respondió a aquel gesto con un último chillido, tan desmesuradamente feroz que provocó una explosión de llanto en el más pequeño, un niño de unos tres años que se tiró al suelo, se hizo un ovillo, y se quedó allí, en medio de la calle, como vencido por su propio desconsuelo. Entonces, Said cambió radicalmente de actitud. Hablando con dulzura, en un susurro rítmico, casi musical, se acercó al crío, le atrajo hacia sí, abrazándolo, y lo meció entre sus brazos hasta que calló, sin advertir siquiera que la mujer había aprovechado aquel paréntesis para meterse de nuevo en la casa cerrando violentamente la puerta. La niña, que era poco mayor que su hermano, giró entonces la cabeza, buscándome, sin dudar por un momento de que yo, o cualquier otra mujer como yo, pudiera no estar cerca de ellos en aquel momento, y cuando me encontró, se me quedó mirando fijamente con ojos indescifrables, intensos pero no expresamente hostiles, una mirada mineral, cansada de puro vieja, de puro sabia, y sin embargo curiosa, la mirada de un animal joven que acecha una presa pero está a punto de huir detrás de una mariposa. Ése fue el detalle que más me impresionó.

Said se acercó a mí por fin, llevando todavía al niño en brazos. Son mis hijos, dijo solamente, tengo que quedarme con ellos esta tarde, y yo no le dije nada, no le pregunté nada. Él sólo me había contado que tenía veintiocho años y ahora vivía en la antigua casa de sus padres, la casa donde él se había criado, pero cuando nos instalamos en una terraza para turistas, al lado del castillo, se sintió en la obligación de inventar sobre ¡a marcha una historia vulgar, previsible, patética, él no quería a

su mujer, nunca la había querido, sus padres le habían casado siendo todavía un niño, nunca había podido elegir, me explicaba todo esto en francés, apretándome disimuladamente la mano por debajo de la mesa, y yo apenas le escuchaba, yo sólo quería que se callara, que dejara de decir estupideces, que se limitara a sonreír para no echar a perder aquella noche, y la noche siguiente, que sería la última. El niño se cansó enseguida de oírnos hablar en francés y se fue a corretear por la playa, pero la niña se negó a levantarse de la silla, desafiando la cólera de su padre con una calma infinita. De rodillas sobre el asiento, con los codos apoyados en la mesa, me miraba sin parpadear, la misma mirada extraña, insólita, que nacía de una proporcionada mezcla de interés, de cansancio y de desconfianza. Me caía muy bien, aquella niña, la sentía muy cerca de mí. Supuse que su madre le había encargado que me vigilara y lo entendí, entendí también a aquella mujer furiosa que ahora debía de estar deseándome la muerte. Por eso, cuando Said levantó la mano para llamar al camarero, y volvió a negarle a su hija el helado que le había pedido, que le había exigido ya varias veces, con la voz alta, firme, que hablaba en un idioma que yo no podía entender, me ofrecí a invitarla, pedí una carta, se la enseñé, le dije por señas que escogiera el helado que quisiera, pero ella ni siquiera se dignó a dirigir la vista hacia el cartón que yo sujetaba en vano. No estaba dispuesta a consentir que la invitara a nada, y después de comprenderlo, me di cuenta de que me caía incluso mejor que antes.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «Atlas de geografía humana»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Atlas de geografía humana» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Отзывы о книге «Atlas de geografía humana»

Обсуждение, отзывы о книге «Atlas de geografía humana» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.