Array Array - Atlas de geografía humana

Здесь есть возможность читать онлайн «Array Array - Atlas de geografía humana» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Современная проза, на русском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

Atlas de geografía humana: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Atlas de geografía humana»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

Atlas de geografía humana — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Atlas de geografía humana», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Cuando colgué el teléfono, después de haber dejado un mensaje tan largo, tan torpe e inconexo como me consintió el propio aparato antes de pitar, me dije a mí misma que no había ningún motivo para alarmarse. Habrá salido un momento a la calle, me expliqué, echando mano de toda la capacidad de convicción que pude reunir, a comprar el periódico, o a lo mejor todavía no ha llegado, porque tenía que ir antes a otro sitio, o… Acepté de buena fe mis propias explicaciones y me propuse esperar una hora entera antes de intentarlo de nuevo, algo así como esconder una carta en la manga mientras se hace un solitario, porque en realidad no buscaba serenarme, sino concederle un margen más que suficiente para que devolviera mi llamada. A las doce, sin embargo, ni me había llamado él, ni me había llamado nadie, un insólito prodigio que me animó a sospechar que nuestra sofisticada centralita automática se habría estropeado o que las líneas estarían sobrecargadas, pero no tuve suerte, porque conecté a la primera con el mostrador de recepción, y allí fui implacablemente informada de que los teléfonos funcionaban tan bien como siempre. Cinco minutos, decidí entonces, cinco minutos más, y vuelvo a llamar. Todavía no había expirado el tercero cuando el eco del primer timbrazo comunicó de golpe todos los compartimentos de mi corazón, que amenazaba seriamente con reventar mientras yo contaba tres pitidos por pura superstición. El fenómeno cesó tan repentinamente como había nacido, porque al otro lado me tropecé con Néstor Paniagua, buenísima persona pero pesadísimo corrector de pruebas que no había encontrado mejor momento para consultarme una lista de, por lo menos, tres docenas de dudas. Me lo quité de encima como pude y, sin llegar a colgar del todo, marqué de nuevo un número que ya me sabía de memoria, diciéndome que, al fin y al cabo, mucha gente no escucha los mensajes del contestador inmediatamente, y que a mí misma, por ejemplo, me da mucha pereza. El segundo mensaje fue más breve que el primero, aunque agoté igualmente el fragmento de cinta que tenía asignado, esperando en silencio ya no sabía muy bien qué. Eran las doce y veinticinco y aún resistía, aunque los voluntariosos argumentos que oponía a la realidad para justificar a Nacho ante mí misma alternaban ya, peligrosamente, con ciertos indicios de lo que podría desembocar en un

derrumbamiento completo. Entonces, el teléfono resucitó de repente, y atendí tres llamadas seguidas, la primera del encargado de una fotomecánica a la que no había llegado todavía el mensajero que les había enviado a las nueve de la mañana, la segunda de un redactor que quería saber qué criterio utilizábamos para traducir los nombres comunes asociados a los propios de los accidentes geográficos—valle del Roncal, por ejemplo, me dijo, ¿cómo escribís la palabra «valle», con mayúscula o con minúscula?— y la tercera de Fran, convocándome a su despacho para discutir la previsión del cuarto tomo, en el que empezábamos a acumular un retraso ligeramente preocupante. Permanecí un par de minutos sentada en la silla, sin mover un músculo, conjurando aquel silencio que estaba volviéndome loca, y aunque triunfé sobre mí misma al levantarme sin tocar siquiera el auricular, no logré pasar al lado de Adela —la secretaria que comparto con Ana—, sin rogarle que contestara a mi teléfono, para explicarle después, con muchos más detalles de los imprescindibles, que estaba esperando una llamada muy importante de un fotógrafo llamado Nacho Huertas, y que debería pasarme inmediatamente esa llamada, pero sólo ésa. al despacho de Fran. Allí, sin embargo, no llegó a interrumpirnos ruido alguno. Mi jefa me preguntó un par de veces si me ocurría algo, y cuando, después de negar por segunda vez, me vi obligada a indagar en los motivos de su curiosidad, me dijo que desde hacía un rato tenía la impresión de estar hablando sola. Salí del paso contándole que no había dormido muy bien la noche anterior, lo cual era rigurosamente cierto, y entonces miró el reloj, me anunció que eran ya las dos y media, y decidió que lo que más nos convenía era irnos a comer para seguir por la tarde. Agradecí la interrupción, porque mi cabeza parecía ya una olla exprés a punto de reventar, y me fui corriendo a mi despacho con el pretexto de coger un tíquet con el que pagarme la comida, aunque ella me había ofrecido uno de los suyos. Adela no me dijo más que lo que ya sabía, no me había llamado nadie pero, esta vez sin pensarlo siquiera, llamé al estudio de Nacho por tercera vez, y por tercera vez me estrellé con el silencio mecánico de su contestador, al que opuse esta vez un tono despreocupado y amable, como si antes no hubiera marcado nunca aquel número. Esta especie de improvisada, alegre confianza, duró lo mismo que la comida, en la que hablé por los codos y celebré cada chiste durante un par de segundos más de lo que su calidad merecía, mientras me reprochaba por dentro mi ridícula impaciencia, advirtiéndome que Nacho había quedado conmigo por la tarde, por la tarde y no por la mañana, y que por tanto, no había pasado nada todavía. Cuando volví a mi despacho, después de la reunión con Fran, Adela se me adelantó para informarme de que no había llamado ningún fotógrafo. A las cuatro y media dejé un mensaje seco, y no ocurrió nada. A las cinco y media volví a llamar, pero no llegué a despegar los labios. A las seis termina mi horario laboral. Permanecí inmóvil, como soldada a la silla, todavía media hora más, antes de advertirme que aquella llamada sena la última, y sin embargo, al llegar a casa, a las siete y cuarto, aún lo intenté otra vez, a la desesperada. Luego me desmoroné sobre el respaldo del sillón y cerré los ojos.

Intentaba sentir lo que siente una piedra, o un alga marina, o una diminuta oruga ciega con muchas patas, no aspiraba a más que eso porque sabía que cualquier otra cosa sería peor, y sin embargo, la tarde se me complicó tanto como se le pueda complicar a un ser humano.

—¡Qué guapa estás, mami! —Mi hijo Ignacio me miraba con la boca abierta desde el centro del salón—. Pareces una de esas chicas que salen en la tele…

Llevaba un vestido morado de terciopelo elástico, muy corto y muy ceñido, encima de uno de esos bodys sencillamente milagrosos que comprimen las caderas sin dejar marca, un artificio modesto pero eficaz, incentivado por el diseño de unos pantis de licra modelo una–talla–menos y la considerable altura de los tacones de mis mejores zapatos de piel negra. Mi melena aún se plegaba, con milimétrica obediencia, al severísimo plan que le había sido impuesto veinticuatro horas antes por el cepillo de mi peluquera, y la hilera de perlas y amatistas que se alternaban, falsas todas ellas por igual, alrededor de mi garganta desnuda, resplandecían sobre el amplio escote de barco con la misma avidez que me había deslumbrado aquella misma mañana. Suponiendo que mi maquillaje estaba mucho menos maltrecho que mi alma, tendí los brazos hacia mi hijo sin decir nada, y él, poco propenso ya a mis ofensivas de besos y abrazos, se lo pensó un momento antes de tomar

impulso para venir a estrellarse alegremente contra mi cuerpo, pero su paciencia se agotó mucho antes de lo que yo pretendía. Zafándose con un par de gestos expertos de la no menos experta llave con la que le mantenía inmovilizado, su cabeza encajada en la curva de mi cuello, se revolvió sobre el estrecho margen de mi falda y me miró con asombro.

—Estás llorando, mamá… —dijo, en su acento la fría curiosidad que habría empleado para anunciar que la cola de la lagartija a la que acababa de partir en dos seguía moviéndose sola, y luego, como siempre, preguntó—, ¿por qué?

—Porque te quiero —contesté, con una voz húmeda y viscosa que apenas podía reconocer.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «Atlas de geografía humana»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Atlas de geografía humana» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Отзывы о книге «Atlas de geografía humana»

Обсуждение, отзывы о книге «Atlas de geografía humana» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x